Qué grande es la fe!!!

Qué grande es la fe!!!

Por: María del Pilar Almeida Bárcenas y Nahime Pochat Jorge

Fotos: Anabel Rivero Fernández 

Arquidiócesis de Santiago de Cuba, 16 de septiembre de 2017 / Cuando después de varios días de ausentarme de la parroquia por problemas personales: una mudanza y un accidente de mi hija que pudo ser mortal, recibí una grata sorpresa: Nahime Pochat Jorge, la misionera mexicana con la que conversé tantas veces durante la misión centenaria desarrollada en la parroquia San Joaquín había mandado un correo donde narraba sus impresiones sobre este importante servicio prestado a nuestra comunidad.

Nahime es una mujer increíble, con muchas virtudes, que dejó su país, su casa y sus hijos para compartir con los sanluiseros esta misión centenaria que se desarrolló en la parroquia en conmemoración de los 100 años de la presencia vicentina en nuestro territorio. Como dije anteriormente tuve la oportunidad de conversar con ella muchas veces y en una ocasión le pedí, como miembro de la pastoral de cultura y comunicación, que me diera una entrevista sobre sus expectativas al venir a Cuba, lo que encontró aquí y lo que se llevaría a México al regresar a su patria. Con mucha modestia me narró algunos de los momentos que vivió en San Luis durante la Misión, de su encuentro con el obispo y con el pueblo cubano. Nahime es pediatra, lo cual la hace ser mucho más sensible que otras personas y es una excelente comunicadora. Me habló de su familia, de su pueblo al que ama entrañablemente y le duele la imagen que las novelas venden del hombre y la mujer mexicanas. Es muy modesta y me prometió que iba a responder por escrito a mis interrogantes, pero los días fueron pasando, la misión llegó a su fin y ella regresó a México. Por mi parte ya yo pensaba que había olvidado nuestra conversación y que no podría mandar esta nota a la revista Iglesia en Marcha, por eso fue muy grato constatar que la impresión que me había hecho de Nahime era cierta.

Ahora tengo la oportunidad de presentar este testimonio que en un momento de conversación me impresionó tanto pues su autora me lo ofreció con lágrimas en los ojos y una emoción evidente para mí que fui testigo excepcional de sus palabras.

¿Cómo llegué, qué viví y con qué me quedó de la experiencia de la Misión Popular Vicentina en Cuba. 

Aún recuerdo cuando el padre Servando comentó que, si nos gustaría ir a Cuba, a una Misión Popular Vicentina. Recuerdo que mi esposo contesto rápidamente:” Claro que sí Padre” y yo pensé “Ay estos hombres tan impulsivos…” 

No me veía saliendo del país a una Misión, por muchas razones, casi todas del mundo. ¿Pero en mi interior pensé “será posible?”. 

Pues así transcurrió el tiempo, seguíamos apoyando en la misión en México cuando nos era posible y cuando me di cuenta, ¡Ya teníamos la fecha y los boletos del avión! Y fue cuando me dije: ¡Vamos ir a Cuba! Empecé a leer y a buscar cómo era la situación de la Fe y de la Iglesia Católica en Cuba, con mucho pesar tengo que reconocer que no sabía nada, ni tenía idea de lo que ahora con dolor en el corazón aprendí. 

Leí el Plan Pastoral de Cuba, de los Obispos “por el camino de Emaús” y me encantó, en los correos previos a la venida, nos habían dicho que no eran comunes ni los rosarios ni congregarse a celebrar la fe. 

Yo pensé “estamos en el marco de los 100 años de la Virgen de Fátima” deberíamos de rezar más el Rosario y me di a la tarea de conseguir más rosarios para llevar y folletos sencillos que incluyeran las oraciones de Fátima, que más pensaba que encomendarnos a la Misma Madre de Dios para esta Misión. 

Días antes de salir de México, pasamos por problemas familiares muy fuertes y contratiempos, al punto que mi esposo dijo “Yo no voy, ve tú, yo me hago cargo aquí de los problemas y tu ve a la Misión, ya tenemos ese compromiso, no queremos fallar.” Yo pensé: “No deberíamos ir los dos”. Los problemas nos abrumaban mucho, no teníamos paz, pensé: “¿Cómo podemos ir así? ¡Qué vamos a hacer allá!

Un día antes de abordar el avión pensé: “La Misión será hermosa!, son demasiadas las contrariedades y los dolores para ir”.  Ya me habían dicho que “no hay proyecto de Dios que no lleve la Cruz de Cristo en el Centro”. Y entonces fue cuando dije: “Si tú así lo quieres Señor, hágase a ejemplo de mi madre Santísima”, Y le dije a mi esposo: ¡Sí, vamos!, yo sabía que él también quería hacer esto. 

Cuando llegamos al aeropuerto algo en mi interior se transformó, era una inmensa Alegría, por pensar que “¡Estaba haciendo la voluntad de Dios!”, entendiera yo o no estaba ahí con mi esposo, cumpliendo un sueño, porque así Dios lo había permitido. Llegar y compartir con los Padres y misioneros, sentir el espíritu Vicentino, traía a mi corazón mucha emoción expectante, mucha alegría y muy dispuesta, dócil y abierta a la voluntad de Dios. 

La acogida del pueblo de San Luis fue maravillosa, el día que fuimos a conocer a Nuestra Señora de la Caridad de Cobre, oré mucho por la misión, puse en sus manos este trabajo misionero y oré por los sacerdotes que nos dirigían y puse nuestros problemas familiares a sus pies, y así me abandoné a la voluntad de Dios. 

Aun no tenía idea de lo que íbamos hacer o como lo haríamos. El señor Obispo, monseñor Dionisio fue la Luz y la guía clave, cuando nos dijo “¡Díganle a mi Pueblo que Dios lo ama”!  y eso se guardó en mi corazón como un mandato de nuestro Señor Jesucristo. 

Y así sencillamente iniciamos el recorrido, casa por casa, organizadamente con la misma gente del pueblo, bajo la dirección de los Padres Paules, el padre Arturo oraba con nosotros y por nosotros antes de salir a cada casa cada día, en lo personal entré a más de 200 casas con mi equipo de misión, en el tiempo programado para eso. Cada casa era una historia diferente, unas en situación complicada, o algún enfermo en cama o mucha soledad o mucho dolor por los que se han ido, o situaciones de pobreza extrema, pero tenían en común algo hermoso, ¡hambre de Dios!, hambre de ser escuchados y muy sorprendidos de que la Iglesia católica fuera a tocar la puerta de su casa. 

Nos recibieron con mucha amabilidad, con mucha atención compartimos la fe, como lo hacemos en México, nos persignamos, nos pusimos en la presencia de Dios (porque donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy en medio de ellos, Mt 18,20), los escuchamos, platicamos, compartimos, rezamos juntos el Padre Nuestro y el Ave María y nos abrazamos, ese abrazo fraterno que sólo el amor de Dios nos hace vivir. Recibieron con mucho cariño el afiche de Nuestro Señor Jesucristo, y las oraciones que se le dieron de regalo, y al final dimos gracias a Dios por permitirnos compartir la fe. Hubo muy pocas casas que no quisieron recibirnos y aun con los hermanos evangélicos y bautistas, compartimos con algunos la fe en Jesucristo que es lo que nos une y rezamos el Padre Nuestro juntos. 

Muchas personas marcaron profundamente mi corazón, podría escribir muchas historias, pero hubo una casa, que solo Dios sabe todo lo que íbamos a vivir ahí, llegamos y en la entrada un Señor que ya iba saliendo nos dijo sin abrir su puerta, “aquí no creemos en nada”. Pasamos a la siguiente casa y la vecina nos dijo, “ahí vive una señora ya mayor enferma que sí cree en Dios”.

Regresamos con la vecina y tocamos la puerta y la hija de la señora enferma nos dijo “Aquí no creemos en nada”. “Mi mamá está enferma en cama y no reconoce a nadie y casi no habla”.  Dios obró en su corazón porque nos dejó entrar. 

Cuando llegamos a su habitación, vimos una señora mayor hermosa, en cama, enfermita muy cuidada y muy limpia, su mirada era hacia la pared. Lo primero que pensé “¿por qué no venía el Padre con nosotros en ese momento?”, pregunté si querían que fuera el padre y me dijo su hija que NO. Entonces pensé “Señor tú me enviaste a esta misión, ¡ayúdanos! Nos acercamos a ella, y le dijimos que veníamos de la iglesia católica a hacer una oración por ella y con ella, se volteó y ¡sonrió! Y trató de enderezarse un poco, y cuando nos persignamos, ella con su manita débil, se persignó… en el nombre del Padre, Del hijo y del Espíritu Santo, le pedimos a Dios por su salud, por su fortaleza, por su paz interior, por su familia que la cuida y oramos con ella el Padre Nuestro y el Ave María, la cual recordó y recitó completa con su voz débil y nos sonrió agradecida. 

Cuando salimos su hija estaba conmovida y llorando, Y le dije que “entendía su cansancio y su dolor que yo había cuidado a mis padres”. Que Dios le siga dando la fortaleza y el amor con que estaba cuidando a su mama y nos abrazamos y sé que compartimos el Amor de Dios en ese abrazo. 

Me quedó, con una enseñanza muy grande como misionera, creerle al Señor, cuando nos dice en su Palabra que “el actúa en nosotros” al ser enviados. (Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos Mc 16,20). Me llevo en el corazón las palabras del Señor Obispo “Dios ama profundamente a su pueblo”. Sus promesas se cumplen, todo pasará, todo es perecedero pero su Amor, su Fidelidad y su presencia en el ser humano, durará eternamente. 

Sueño con un mundo donde los seres humanos no pongamos límites territoriales ni de ideales ni de creencias que nos lleven a la división. Sueño con un mundo donde Dios more en el corazón del hombre, donde el Reino que nuestro Señor Jesucristo vino a instaurar y sus valores sean los que nos guíen. 

Me llevo un compromiso muy grande por orar por el pueblo de Cuba, por orar incesantemente por nuestros niños y jóvenes en el mundo entero, porque en México también lo necesitamos.

Doy profundamente Gracias a Dios por esta herencia que nos dejó San Vicente de Paul y Santa Luisa en el carisma Vicentino que sin merecerlo recibo y acojo con toda mi alma y doy Gracias porque me permito compartir el Rosario y meditar en los misterios del mismo con la enseñanza de Fátima. Y Doy Gracias infinitas por permitirme compartir esta hermosa experiencia con mi Esposo, Toda la Gloria a Nuestro Señor y a mi Madre Santísima por esta Santa Misión Popular en San Joaquín, San Luis. Santiago de Cuba. 

 ¡Hermoso y profundo! ¿Verdad? ¡Qué grande es la fe!

 

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