Por: Erick Felipe Guevara Correa
Esa mujer, de familia humilde pero conocedora de la palabra, siempre a la luz del Evangelio y dispuesta a ayudar a los más necesitados, caminó toda su vida bajo la luz del Señor, cargando la cruz que le acompañó gran parte de su vida; mujer a la que le vimos ganar muchas batallas a la muerte, pero hoy nos deja y parte a la casa del Padre, en paz y rodeada del amor de sus seres queridos y su comunidad.
Mujer que con unos simples acordes animaba todo a su alrededor y le daba color y sabor a todas las celebraciones, que siempre estaba dispuesta y solícita para lo que Dios y sus hermanos necesitaran. Mujer que compartió su casa, sus hijos, su propia salud para dar honor y gloria a nuestra amada iglesia y que supo estar en común unión con los más necesitados.
Esta mujer tiene nombre, Martha Sang Herrera, el cual se recordará siempre en la sonrisa de un misionero, en el canto de los pájaros, en el murmullo del río y la braveza del mar, en fin en todos los lugares donde sus pies ligeros tocaron y formaron comunidad.
Hoy los montes la lloran desbordando su caudal en las tantas personas que tuvieron la gracia de ser tocados con sus palabras, con su música y con su risa de siempre, hoy la reciben en la Eternidad, su padre Papi y la Beata Dolores Sopeña para llevarla al banquete prometido junto a Ángeles y querubines en la mesa de nuestro Señor.
Descansa en paz hermana pero no duermas eternamente, sigue guiando como luz en la oscuridad a tantos misioneros, que como estrellas se multiplique tu andar en las nuevas generaciones, y me hago eco de las palabras del papa Francisco, evocando a la Santa Madre Teresa de Calcuta, “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Esa ha sido toda tu vida, vivir para servir, servir y servir, hasta el fin de tus días.
Descansa en paz hermana mía. Amén.