Transcripción de la Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción de la Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba

Misa del II Domingo de Pascua, Domingo de la Misericordia
19 de abril de 2020

Hermanos y hermanas:

Celebrando este tiempo de Pascua, este segundo domingo de Pascua, seguimos escuchando las lecturas de la presencia de Cristo resucitado en medio de sus discípulos. ¿En qué momento pasó esto? Pasó el mismo día de la resurrección, muchos de los discípulos dudaban, todos estaban reunidos por miedo a los judíos, pero estaban en oración y en medio de ese momento es que Jesús se presenta ante ellos para levantarles el ánimo, para reforzar su fe.

El segundo encuentro es el domingo siguiente, el octavo día de la semana como se contaba el tiempo en aquel momento entre el pueblo judío, pero en este caso, entra un elemento nuevo, una persona nueva: Tomás, ¿Quién era Tomás? Tomas era uno de los discípulos, era muy directo, preguntaba mucho, quería indagar, y cuando le dijeron: el maestro ha resucitado, Tomás dijo no, yo tengo que meter el dedo en la llaga, tengo que meter mi mano en el costado abierto por la lanza, si no, no creo. De ahí que se quede el dicho que nosotros decimos: yo soy como Sto. Tomás, tengo que ver para creer.

Tomás en ese momento solamente veía con los ojos de los sentidos físicos. Pero cuando Tomás se encuentra con el Maestro y el Maestro lleno de cariño y amor le dice, mete tu mano, mete tu dedo aquí, fíjate que yo soy el Maestro, pero resucitado, yo he vencido el mal; ahí también a Tomás se le encendieron, se le abrieron los ojos de la fe, y por eso es capaz de decir la frase más hermosa que dicen los discípulos cuando ven a Cristo Resucitado: Señor mío y Dios mío. Es decir, lo conocen como el Maestro, como el Señor, como Dios mismo en medio de ellos que vino a salvarlos.

Fíjense bien que en estos dos momentos en que Cristo se presenta ante sus discípulos, el motivo fundamental es reforzar su fe. Que tuvieran confianza, que tuvieran valor. Estos discípulos ¿eran diferentes a nosotros? No. igual que tú, igual que yo, ¿Había diferencia entre hombres y mujeres? No. El mensaje es para los hombres y el mensaje es para las mujeres, es para los mayores y es para los pequeños, el mensaje es para todos.

Eran pecadores, tenían miedo, dudaban, estaban encerrados, eran hombres frágiles, traicionaban. Pedro negó al Maestro, los demás se ocultaron; señores, como nosotros que tenemos miedo, que ante las injusticias nos achicamos, que nos sentimos débiles, así eran los discípulos del Señor.

Pero el Señor vino a darles fuerza, vino a reforzar su fe. Esa fe que me da la seguridad en la vida y que me hace precisamente encaminar mi camino a donde el Señor lo pide, que es hacer el bien entre los hermanos aspirando no solamente a esta vida pasajera en el tiempo y en las circunstancias, sino también para la vida eterna. ¡Ah!… esa fe fue la que hizo que los discípulos se lanzaran a predicar como el Señor les dijo, les doy mi Espíritu, vayan y transmitan esto.

Y hoy nosotros estamos aquí, porque aquellos discípulos llenos de fe, creyeron en Jesús y transmitieron lo que habían visto y oído, habían tocado con sus manos y habían creído por la fe.

Hermanos, nosotros tenemos suerte, ¿Quiénes? Los que creemos sin ver, por eso es que el Señor dice: Ustedes han visto y creído, dichosos aquellos que crean sin ver. Y ninguno de nosotros ha visto a Dios. Ninguno de nosotros ha tenido su presencia, lo ha tocado con sus manos, nosotros tampoco.

Nosotros creemos en la fe de aquellos apóstoles, que dijeron hemos visto al Señor, el Señor ha transformado mi vida, el Espíritu está en la comunidad y está en nosotros. Vivamos siempre con esta fe. Y precisamente como nosotros creemos en la fe de los apóstoles, vamos todos ahora a proclamar el Credo.

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