Mensaje pascual del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua! Jesús ha resucitado de entre los muertos.

Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.

Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor.

Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.

Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.

Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.

Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.

Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.

Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.

Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria.

Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo”

Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.

Queridos hermanos y hermanas,

También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).

¡Feliz Pascua a todos!

Fuente: Zenit.org

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Alocución Radial Semana Santa 2018

Excmo. y Rvdmo. Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez

Excmo. y Rvdmo. Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez

¡Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu Pasión y Muerte en la Cruz redimiste al mundo! 

Queridos hermanos y hermanas,

La oración con la que he comenzado este mensaje dirigido a ustedes, a sus familias y a todos los santiagueros de buena voluntad por las ondas provinciales de CMKC, es la que rezamos hoy, Viernes Santo, en todas las iglesias y casas de oración donde se reúnen los cristianos. En ella se resume lo que recordamos y celebramos en la Semana Santa. 

Sí, hoy cristianos del mundo entero nos reunimos para adorar y alabar a Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre como nosotros para alcanzarnos la salvación, para ayudarnos a encontrar el sentido último de la existencia de la creación y, por tanto, de cada uno de nosotros en particular, conduciendonos, de esta manera, al encuentro con Dios que es y está en el origen y en el final de la vida ya que todos somos criaturas suyas.  

Quiero resumir la invitación que les hago en este mensaje con tres verbos o acciones: 

Recordar, agradecer y corresponder a lo que Dios ha hecho y hace por mí, por Ustedes y por todos. 

Recordar. Uno de los motivos de celebrar la Semana Santa es recordar los últimos días de la vida de Jesús entre nosotros, tal como los enseña la Biblia. En esta semana se leen los evangelios de su Pasión, Muerte y Resurrección.

El domingo pasado fue Domingo de Ramos, ese día acompañamos a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén. Llevamos los ramos benditos a nuestras casas en señal de que queremos que Dios siempre esté presente en nuestro hogar y en nuestros corazones. Que Él sea verdaderamente nuestro único Señor.

Ayer, Jueves Santo, recordamos la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Allí, Jesús, siendo el Señor, les lavó los pies en señal de humildad, disponibilidad y servicio. Nos enseñó con este ejemplo el Mandamiento del Amor, que se puede resumir en esta frase: “Trata a los demás como tú quieres que te traten a ti”.

Acto seguido, ya en la mesa, cogió pan y vino, los bendijo diciendo: “Este es mi cuerpo que será entregado y esta es mi sangre que será derramada por ustedes y por todos los hombres y mujeres para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía.” Desde ese momento quedaron eliminados todos los sacrificios de animales para agradar a Dios y obtener el perdón y la salvación pues, Jesús se ofreció por nosotros, muriendo en la Cruz de una vez y para siempre. Cada vez que participamos en una misa estamos haciendo realidad y ofreciendo a Dios aquel único sacrificio de Cristo en la cruz. Por eso es que la Misa es la oración por excelencia.

Hoy, Viernes Santo, leeremos la pasión de Jesús según lo narra San Juan en el Evangelio. Su encarcelamiento, el juicio injusto, las burlas sufridas, la coronación de espinas, los latigazos, como le hacen cargar la cruz y lo crucifican. Por miedo, hasta sus discípulos lo abandonan. Dice el texto que sólo se quedan con Él, María su madre, el discípulo Juan y algunas mujeres. Parecía que todo había terminado. Parecía que la vida de Jesús había sido un fracaso total. Este es uno de los días más significativos de la Semana Santa.

Pero todo no termina ahí. El Domingo de Resurrección, es el día más importante del Año Cristiano pues recordamos el triunfo del bien sobre el mal y el pecado, de la vida sobre la muerte. Lo que es imposible para los hombres, para Dios no lo es. Muchas veces, en nuestra ceguera e impotencia, no nos damos cuenta de que lo que para nosotros es un fracaso, Dios lo puede convertir en triunfo. Dice el Evangelio que en la madrugada del domingo, unas mujeres fueron al sepulcro llenas de dolor y no encontraron el cadáver; al contrario, lo vieron resucitado y triunfante de la muerte. También se mostró resucitado a los apóstoles y otros discípulos invitándoles a tener esperanza, a anunciar lo que habían visto y oído y les envió el Espíritu Santo que les dio fortaleza, gracia y sabiduría para realizar esta misión. De aquí nace la Iglesia que es la continuadora de su obra por más de veinte siglos.

Oigamos este canto compuesto por el sacerdote santiaguero P. Jorge Catasús que se canta en estos días y que está inspirado en unos versos de José Martí.

Agradecer. ¡Cómo no vamos a dar gracias a Dios por lo que ha hecho por nosotros! Hay tantas cosas por las cuales agradecer a Dios y no nos damos ni cuenta: la creación, nuestra existencia, la vida es un regalo que nos da Dios a través de nuestros padres. El ser humano está creado para el amor y no para el odio pues Dios, nuestro creador es Amor.

 Y, sin embargo, a pesar de esto, muchas veces no le correspondemos haciendo el bien que podemos y debemos hacer y otras veces hacemos el mal que nunca debemos hacer. En nuestra autosuficiencia, en ocasiones nos llenamos de soberbia y sólo buscamos nuestro bien olvidándonos de los demás, de los que más necesitan de nosotros. Pero Dios no nos rechaza, al contrario, nos salva.  Una persona digna debe ser siempre una persona agradecida. 

Corresponder. Nos sentimos seguros y confiados cuando tratamos con personas sinceras, que no tienen doble cara, que no dicen una cosa hoy y otra mañana, según sus intereses. De la misma manera tenemos que ser personas coherentes, esto es: personas que dicen, piensan y hacen una misma cosa. Con Dios nos pasa igual. Si decimos que recordamos con aprecio todo lo que Él ha hecho y hace por nosotros y le agradecemos por esto, entonces debemos corresponder a su amor, a lo que ha hecho por nosotros. La manera de corresponder a Dios es hacer lo que Jesús nos ha pedido: “Reconoce a Dios como a tu Señor y ama a tu prójimo”. Es decir actúa siempre con lealtad y haz siempre el Bien.

Si quieres una guía en el camino de la vida acércate a los mandamientos de la Ley de Dios. Si tratas de cumplirlos y si todos los cumpliéramos, habría menos dolor y sufrimiento y más fraternidad y paz en nuestras familias y en la sociedad.  Les dejo con estas ideas:

  • Reconoce a Dios como a tu único Señor y ámalo con agradecimiento, dale el culto que le es debido. Utiliza su nombre para el bien y la verdad. No sustituyas a Dios por ninguna otra persona, idea o cosas.
  • Cumple con tus deberes de padre, hermano, hijo. Honra a tus padres, a tus mayores y a tu familia. Cuídalos y atiéndelos sobre todo en su vejez y enfermedad. Que los padres que protejan, eduquen y amen a sus hijos, estén cercanos a ellos. Esto exige sacrificio pero esta es la ley de Dios y de la vida.
  • Comparte, se generoso con los demás cumple con tus deberes sociales de buscar siempre la justicia. Haz siempre el bien y no dañes la moral ni maltrates físicamente a nadie. Defiende siempre la vida humana.
  • Sé fiel a tu esposo o a tu esposa. Dios nos creó hombre y mujer para que se encuentren se amen, se respeten, y formen una familia.
  • Trata de vivir en la verdad. Como dije anteriormente, que sea una sola cosa lo que piensas, dices y haces, sé leal y fiel en tus relaciones con los demás, con tus compromisos, con deberes.
  • No envidies a los demás pues eso es algo que te quita la tranquilidad y te hace sufrir sin resolver los problemas. La envidia es inútil y daña el corazón.
  • Que el éxito de tu vida y bienestar se base en tu esfuerzo y trabajo. Trata de luchar para conseguir lo máximo a que aspires en la vida pero siempre sin codiciar con mal corazón los bienes de los demás. Dejarse llevar por la codicia conduce al mal camino y puede arruinar tu vida.

Hermanos y hermanas radioescuchas de la emisora provincial CMKC. Les invito a participar esta tarde en las iglesias y casas de oración en las celebraciones por la Pasión del Señor y mañana por la noche y al día siguiente, el domingo, llenos de alegría y gozo proclamar la resurrección de Cristo.

Les bendice a Ustedes y a sus familias.

Mons. Dionisio García Ibáñez

Arzobispo de Santiago de Cuba

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NUEVO OBISPO PARA LA DIÓCESIS GUANTÁNAMO-BARACOA EN CUBA: PADRE SILVANO PEDROSO MONTALVO

Fuente: Holguín Católico

El Santo Padre ha nombrado Obispo de Guantánamo-Baracoa (Cuba) el Rev. Silvano Pedroso Montalvo, del clero de la Arquidiócesis de San Cristóbal de La Habana, hasta ahora párroco de la iglesia Nuestra Señora del Pilar en La Habana.

  1. Silvano Pedroso Montalvo

El Rev.do Silvano Pedroso Montalvo nació en Cárdenas, Diócesis de Matanzas (Cuba) el 25 de abril de 1953.

Antes de entrar en el seminario se graduó en Geografía en la Universidad de La Habana. Completó su formación sacerdotal en el Seminario Mayor Teológico San Carlos y San Ambrosio en La Habana.

Recibió la ordenación sacerdotal el 12 de junio de 1995, incardinándose en la Arquidiócesis de San Cristóbal de La Habana.

Ha ocupado los siguientes cargos: párroco de la parroquia de Los Santos Apóstoles Felipe y Santiago en Bejucal; Párroco de la iglesia parroquial de San Pedro en Quivicán; Párroco de las parroquias de San Julián, Nuestra Señora del Rosario de Melena del Sur y Santa Catalina Mártir en Güines; Responsable Diocesano de Pastoral Vocacional; Párroco de la Parroquia de Santa Catalina de Siena y Director de la Casa Sacerdotal San Juan María Vianney en La Habana.

Desde 2013 es párroco de la Parroquia Nuestra Señora del Pilar en La Habana.

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XIV ESTACIÓN: JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO (Mt 27, 59-60)

Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue”.

¡Y la piedra se rodó, y que no se hable más de eso! Esa piedra quiere sepultar, hacer olvidar. Pasamos la página: ya ha habido demasiados rumores…, ahora volvamos a la normalidad. ¡Y se fue! Pongamos una piedra encima y no pensemos más en eso… volvamos al trabajo de cada día, abandonemos los sueños, volvamos a esperar a nuestro Mesías… un Mesías menos incómodo, más según nuestros proyectos…

Sin embargo, el verdadero Mesías era Él, y no fue acogido… viene a su gente, pero los suyos no lo reconocieron. ¡Pero, era Él, era Él, y no lo acogimos…!

Darse cuenta” es el desafío al cual siempre somos llamados… “darse cuenta” del amor de Dios… “darse cuenta” de su presencia… en la Eucaristía, en el hermano, en la Palabra… y siempre está Él y tomamos el riesgo también hoy de no darnos cuenta, de poner una piedra encima, de vivir como si no existiese, de volver a nuestros afanes cotidianos, pensando que somos nosotros los que debemos llevar adelante las cosas. En cambio, es Él. Cada vez que no nos damos cuenta que la historia está en sus manos, ponemos una piedra encima de Él y nos vamos. Como si nada ocurriese. Pero todo es diferente, porque esa piedra ha sido rodada y nosotros tenemos la dicha de creerlo. Sería un pecado, sabiendo que ha sido rodada el día de Pascua, volver a colocarla de nuevo. Como si fuese aún viernes santo.

El vía crucis es el camino del discípulo, de cada discípulo, ayer como hoy, como mañana… pero con la luz de la Resurrección que nos permite ver “más allá” de las apariencias, ¡si logramos darnos cuenta!

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús. 

Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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VIII ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN (Lc 23, 27-28)

Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos”.

Encontramos otra vez a las mujeres. Quién más sabe amar, sabe sufrir más. El dolor y el amor están ligados. Los hombres, los discípulos valientes, han desaparecido. Quedan las mujeres, que no huyen ante el dolor, porque es propio de su naturaleza el amor. El único hombre de quien el Evangelio señala la presencia hasta el final al lado de Jesús es Juan: el discípulo del amor. No sólo existe la fuerza de los músculos, hay otra fuerza, la de la mente, la del amor.

El Santo Papa Juan Pablo II hizo mucho por recuperar la ‘dimensión femenina’ de la Iglesia, el genio femenino. La presencia masculina evidencia el ‘poder’ de la Iglesia: la roca sobre la que está construida la casa; la presencia femenina resalta la caridad, el servicio: la casa que está sobre esa roca; para acoger, para hospedar: “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados”…

Es el equilibrio entre los dos aspectos: una roca sin casa sirve de poco, una casa sin roca no resiste…

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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VII ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ (Is 53, 4-6)

Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros”.

La experiencia del límite se repite. No sucede sólo una vez. No obstante las ayudas, los estímulos, la compasión, la solidaridad, podemos recaer. La cruz puede ser verdaderamente “muy pesada”. Y no importa cuánto intenten ayudarnos, nadie puede quitárnosla.

Cuantas veces queremos ser aliviados de la cruz, y rogamos por esto… pero la cruz no es experiencia momentánea, un paréntesis de la vida: nos acompaña siempre. Nadie puede evitarla y, de vez en cuando, nos puede aplastar. Jesús mismo hizo la experiencia de quien ‘permanece’ en el dolor y… no puede soportarlo más.

Se tiene miedo de sufrir, pero más aún tenemos miedo de ‘ver sufrir’, por eso se ha recurrido a la eutanasia, o se desconecta al enfermo cuando ya no hay nada que hacer… La experiencia insoportable del dolor es larga: es la vía de Jesús.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí. 

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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El Papa Francisco firma el decreto de canonización de Pablo VI

Los decretos aprobados dan a la Iglesia 5 santos, 2 beatos y 7 venerables

Por: Redacción ACI Prensa, 7 de marzo de 2018

El Papa Francisco recibió este martes 6 de marzo al Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal Angelo Amato, y autorizó la promulgación de nuevos decretos que darán a la Iglesia 5 nuevos santos, 2 nuevos beatos y 6 nuevos venerables.

Entre los nuevos santos destacan el Papa Pablo VI y Mons. Óscar Romero, Arzobispo de San Salvador. El más destacable es sin duda la proclamación como santo del Papa Pablo VI. Aunque todavía se desconoce la fecha oficial para su elevación a los altares, todo apunta que será en octubre de 2018, durante el Sínodo de los Obispos sobre los Jóvenes.

Además, el Santo Padre aprobó el decreto que reconoce el milagro atribuido a la intercesión del Beato Francesco Spinelli, sacerdote diocesano, Fundador del Instituto de las Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, nacido en Milán, Italia, el 14 de abril de 1853, y fallecido en Rivolta d’Adda, Italia, el 6 de febrero de 1913.

También aprobó el decreto que reconoce el milagro atribuido a la intercesión del Beato Vincenzo Romano, Sacerdote diocesano nacido en Torre del Greco, Italia, el 3 de junio de 1751 y fallecido el 20 de diciembre de 1831.

El quinto nuevo santo reconocido tras la firma por parte del Papa del decreto que reconoce su milagro es la Beata María Caterina Kasper, Fundadora del Instituto de las Esclavas Pobres de Jesucristo, nacida el 26 de mayo de 1820 en Dernbach, Alemania, y muerta el 2 de febrero de 1898.

Por otro lado, la Iglesia reconocerá beata a la Venerable Sierva de Dios María Felicia de Jesús Sacramentado, hermana profesa de la Orden de las Carmelitas Descalzas, nacida en Villarica, Paraguay, el 12 de enero de 1925, y muerta en Asunción, Paraguay, el 28 de abril de 1959.

También será reconocida Beata la Sierva de Dios Anna Kolesárova, laica, nacida en Vysoka nad Uhom, Eslovaquia, y fallecida mártir por odio a la fe el 22 de noviembre de 1944.

Asimismo, el Santo Padre firmó los siguientes decretos:

-Las virtudes heroicas del Siervo de Dios Bernar Lubienski, Sacerdote profeso de la Congregación del Santísimo Redentor, nacido en Guzów, Polonia, el 9 de diciembre de 1846, y muerto en Warszawa, Polonia, el 10 de septiembre de 1933.

-Las virtudes heroicas del Siervo de Dios Cecilio María Cortinovis, Religioso profeso de la Orden de Frailes Menores Capuchinos, nacido en Nespello, Italia, el 7 de noviembre de 1885, y muerto en Bergamo, Italia, el 10 de abril de 1984.

-Las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Giustina Schiapparoli, Fundadora de la Congregación de las Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia de Voghera, nacida en Castel San Giovanni, Italia, el 19 de julio de 1819, y muerta en Voghera, Italia, el 30 de noviembre de 1877.

-Las virtudes heroicas de la Sierva de Dios María Schiapparoli, Fundadora de la Congregación de las Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia de Voghera, nacida en Castel San Giovanni, Italia, el 19 de abril de 1815 y fallecida en Vespolate, Italia, el 2 de mayo de 1882.

-Las virtudes heroicas de la Sierva de Dios María Antonella Bordoni, laica miembros de la Orden Tercer de Santo Domingo, Fundadora de la Fraternidad Laica de las Pequeñas Hijas de la Madre de Dios, nacida el 13 de octubre de 1916 en Arezzo, Italia, y fallecida en Castel Gandolfo, Italia, el 16 de enero de 1978.

-Las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Alessandra Sabattini, laica nacida el 19 de agosto de 1961 en Riccione, Italia, y muerta en Bologna, Italia, el 2 de mayo de 1984.

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Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2018

Queridos hermanos y hermanas:

Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12). Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.

Los falsos profetas

Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?

Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.

Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.

Un corazón frío

Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.

También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.

¿Qué podemos hacer?

Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.

El fuego de la Pascua

Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.

Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.

En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.

Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.

Vaticano, 1 de noviembre de 2017 Solemnidad de Todos los Santos

FRANCISCO

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Padre Palma: fiel a Dios, fiel a la Iglesia, fiel a su pueblo

Por: P. Jorge Catasús Fernández, 4 de febrero de 2018

Mi primera reacción al recibir la noticia de su fallecimiento en la tarde del 31 de enero fue pensar que había sido un regalo de Dios haber partido de este mundo en la fiesta de San Juan Bosco, este pastor que entregó la mayor parte de su vida tratando  de ayudar y evangelizar a los jóvenes.

Tuve la oportunidad de compartir al trabajo pastoral con el padre Palma durante mis primeros diez años de ministerio sacerdotal, primero en Guantánamo y luego en Bayamo. He sido testigo de su empeño y entrega a los jóvenes  a quienes dedicaba gran parte de su tiempo, no sólo preparando y animando los encuentros grupales sino las incontables horas de atención personalizada a muchos de ellos y también a otros que no eran católicos, incluyendo jóvenes de otras religiones y no creyentes, con algunos de los cuales cultivó una gran amistad que perdura hasta el presente.  Así me consta que fue igualmente en otras tantas comunidades  en las que trabajó durante su prolongado ministerio. El acompañamiento de matrimonios y parejas en diferentes situaciones ocupó también una parte importante de su labor pastoral.

Los primeros años, luego de su ordenación sacerdotal en 1971, transcurrieron en la zona de Holguín, en las comunidades de Mayarí, Cueto, San Germán, Preston … Por amigos comunes conozco y por su propio testimonio sé de las condiciones difíciles en aquellos tiempos para poder atender a todas esas comunidades. Cuántas veces tenía que trasladarse en bicicleta y hasta caminando para poder  llegar a cada una de ellas. Le escuché relatar cómo fue el período en que pudo leer la mayor parte de obras religiosas y de literatura en general, como nunca en su vida, esperando el transporte en las terminales de esos pueblos.

Su prédica solía ser apasionada y desafiante, tratando de confrontar siempre  la Palabra de Dios con la realidad de la vida. Su alianza con la verdad y su denuncia profética le valieron, no pocas veces, la incomprensión de algunos o el rechazo y animadversión de otros. Ello le prodigó su cuota de cruz que tuvo que cargar.

Algo que me impresionaba  en el padre Palma fue su servicialidad. No había persona que se acercara a él para pedirle algo, hacerle algún encargo o solicitarle alguna gestión, que no fuera atendido detenidamente. Acostumbraba a sacar de su bolsillo su pequeña agenda y apuntaba con letra pequeñísima y clara de lo que se trataba y podía darse uno por seguro de la seriedad con que él se ocupaba del asunto y daba una respuesta.

¿Qué persona se quedaba “tirado” en la carretera si pasaba Palma en su carro, a la hora que fuera? Realmente, fue un hombre sumamente desprendido y generoso. Al verlo partir de este mundo serían incontables las personas de cualquier  procedencia, que le conocieron, que bien podrían despedirlo en su “último viaje” parafraseando el hermoso verso del popular canto: ¡Qué detalle, Palma, has tenido conmigo!

Durante su velatorio en el Santuario, la Casa de la Madre en la que sirvió tantos años, se sentó a mi lado, en la madrugada, un hombre joven con algún aliento etílico quien me reveló lo bueno que Palma había sido con él y resaltando todo lo que había hecho silenciosamente por muchos cobreros que le querían y agradecían. Y me instaba a que le compusiera una canción de homenaje.

Además de su sufrimiento en la etapa final de su vida, hubo una situación, por muchísimos años, que le limitó grandemente en su comunicación: su afección auditiva. Por su sentido del humor en relación con esta afección, quizás no podíamos aquilatar todo el sufrimiento que le supuso dicha limitación.

Ahora afloran en mi mente recuerdos de mi niñez, en el balneario de Punta Gorda, donde coincidíamos en tardes de verano y jugábamos en el agua, él siete años mayor que yo, haciéndome travesuras. Luego coincidiríamos, aunque en distintos niveles, en el colegio “De La Salle”. Lejos estábamos, él y yo, de imaginarnos la amistad que crecería y se consolidaría al compartir igual ministerio.

Si alguien me preguntara ahora mismo por los defectos del padre Palma, le contestaría con Martí enseñando a los niños desde La Edad de Oro: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”.

En este instante, al despedirlo, predomina en mi corazón la gratitud hacia él por el regalo de su amistad sólida y sincera. Y eso hace que ahora mi corazón sea particularmente sensible a la luz que irradió a su alrededor durante tantos años de ministerio sacerdotal, para mí, especialmente, en la década en que fuimos compañeros de misión. Aunque a veces no coincidiéramos y hasta discrepáramos en algunos aspectos de la vida o tuviéramos diferentes puntos de vista en otros, lo sentí siempre cercano, amigo, hermano; en todas mis horas  siempre lo supe “guardando mis espaldas”, “mis entradas y salidas”, al decir del salmista. Así pues, que otros si quieren reparen en sus manchas.

Palma optó por permanecer en Cuba cuando toda su familia emigró. Se sintió siempre sacerdote para este pueblo.

Pude concelebrar con el padre Rafael Couso, en el Santuario, de cuerpo presente, en la última misa antes de partir su cadáver hacia Santiago. El padre Rafael, al finalizar su reflexión sobre el evangelio del Buen Pastor, afirmó: el padre Palma fue fiel a Dios, fiel a la Iglesia, fiel a sus amigos, a su rebaño.

¡Descansa en la paz del Señor, Jorge Palma, sacerdote fiel, pastor bueno!

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20 AÑOS ATRÁS pisó nuestra tierra un SANTO

Por: María C. Campistrous Pérez

Foto: www.cittanuova.it

¿Cómo olvidar aquella mañana invernal de cálido sol santiaguero?

Cuando amanecía, el sol admiraba el suave ondear de la bandera Patria junto a la Vaticana. No era un sueño, la Plaza del Titán, engalanada, era un precioso altar. El bicentenario Cristo de la Catedral primada esperaba… Primero llegó la Madre, venía desde El Cobre para acompañar a su pueblo y recibir al Vicario. El júbilo parecía no caber en los corazones. Después llegó el Papa valiente, el “Peregrino del Amor”. Por primera vez pisaba tierra santiaguera un sucesor de Pedro.

Aquí encontró el alma de Cuba y la barca zarandeada, de proa firme, que sabía arrostrar tormentas y esperaba su Voz.

La Verdad resonó inesperada, esperanzadora, alucinante. La alegría estalló, también el desconcierto en algunos lares… Habíamos olvidado que la verdad sembradora de justicia siempre es para decirla. ¡El tiempo había corrido tanto sin escucharla!

Las palabras de bienvenida de Monseñor Meurice dieron la vuelta al mundo: Juan Pablo II respondió con un abrazo.

El Papa nos dijo: “La Iglesia llama a todos a encarnar la fe en la propia vida, como el mejor camino para el desarrollo integral del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y para alcanzar la verdadera libertad, que incluye el reconocimiento de los derechos humanos y la justicia social.”

Al despedirse de Cuba, nos exhortó a construir el futuro de la Patria “con ilusión, guiados por la luz de la fe, con el vigor de la esperanza y la generosidad del amor fraterno, capaces de crear un ambiente de mayor libertad y pluralismo, con la certeza de que Dios los ama intensamente y permanece fiel a sus promesas.”

No olvidemos sus palabras y encarnemos nuestra fe en Cuba.

Termino con las palabras que concluyó la oración a la Virgen al final de su Homilía santiaguera:

¡Madre de la reconciliación!

Reúne a tu pueblo disperso por el mundo.

Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas

para que este pueblo abra de par en par

su mente, su corazón y su vida a Cristo,

único Salvador y Redentor,

que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos. Amén.

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