Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2020

Mensaje de Cuaresma

Mensaje de Cuaresma Papa Francisco

«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20)

Queridos hermanos y hermanas:

El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria.

Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.

  1. El Misterio pascual, fundamento de la conversión

La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exhort. ap. Christus vivit, 117).

Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia (cf. Jn 10,10).

En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva.

Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez.

Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123).

La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.

  1. Urgencia de conversión

Es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo.

Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.

Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad.

Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.

  1. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos

El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra.
A pesar de la presencia —a veces dramática— del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros.

En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta “poner a Dios contra Dios”, como dijo el papa Benedicto XVI (cf. Enc. Deus caritas est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).

El diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17,21).

Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.

  1. Una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo

Poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría.

Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo.

Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía.

Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso a la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.

Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14).

FRANCISCO
Roma, junto a San Juan de Letrán, 7 de octubre de 2019

Memoria de Nuestra Señora, la Virgen del Rosario

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Comienza en El Cobre encuentro de Rectores de Santuarios

Por: Mercedes Ferrera Angelo

La casa de Retiros y Convivencia acoge esta vez a rectores de los santuarios de Cuba en un fraterno encuentro.

Durante la mañana de este 19 de febrero, Mons. Octavio Ruiz, del Departamento para la Evangelización de los pueblos, en Roma, presentó el tema “El Santuario, lugar privilegiado para la nueva evangelización”. En la tarde los participantes intercambiaron sobre sus experiencias pastorales y la Mercedes Ferrera expuso el tema #Santuario, lugar de oración y evangelización.

El final del día, trajo para todos los participantes la alegría de poder celebrar la eucaristía bien cerquita de la Virgen, en su camarín, y luego un concierto de lujo con el coro de música de cámara Angelus, de Santiago de Cuba.

Hoy los participantes, provenientes de las diócesis de La Habana, Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba, participarán como parte de las actividades del día en la llamada “misa para los peregrinos” en el Santuario de la Virgen de la Caridad.

Este intercambio busca ayudar a la reflexión común y búsqueda de líneas de trabajo en un tema tan importante para la pastoral, presente y futura, en Cuba.

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Mons. Héctor Peña, obispo emérito de Holguín celebra 50 años de Ordenación episcopal

Por: Mercedes Ferrera Angelo

La Asamblea de los obispos de Cuba fue el espacio privilegiado para celebrar junto a Mons. Héctor Peña, sus bodas de oro episcopales con una eucaristía a los pies de la Virgen de la Caridad.

En la homilía, Mons. Dionisio García, arzobispo de Santiago de Cuba, recordó algunos aspectos de la vida de Mons. Peña y como ha vivido su sacerdocio siendo fiel al ministerio sacerdotal, aún en los momentos más difíciles.

Por su parte Mons. Peña compartió como la Virgen ha estado acompañándole y recordó esos momentos en los que puso su vida humildemente a los pies de ella.

Al final todos hemos rezado a la Virgen, agradecidos por el regalo de haber compartido esta eucaristía.

Mons. Héctor Peña tiene 90 años de edad y en junio próximo cumplirá 65 años de haber sido sacerdote por Mons. Enrique Pérez Serantes.

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Visita del Cardenal Dolan, arzobispo de New York, a Santiago de Cuba 

Por: Mercedes Ferrera Angelo

Monseñor Timothy Michael Cardenal Dolan, arzobispo de New York, está de visita en Cuba. El sábado 8 de febrero, en la primera etapa del viaje él y sus acompañantes llegaron a Santiago de Cuba para visitar la Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad en El Cobre. 

Al comienzo de la Eucaristía, Mons. Dionisio García, arzobispo de Santiago de Cuba, le dio la bienvenida al Cardenal Dolan, quien viajó acompañado de Mons. Octavio Cisneros, cubano, obispo auxiliar de Brooklyn, sacerdotes y laicos.

En el saludo, Mons. Dolan expresó: “Los amamos, somos sus vecinos”, y durante la homilía comentó  que esta primera parada de este viaje a Cuba, en el Santuario del Cobre,  “ha sido a propósito porque en la Iglesia somos una sola familia: Dios es nuestro Padre, Jesús nuestro hermano y María, nuestra Madre”.

En el Santuario además, la delegación pudo compartir brevemente con los peregrinos que allí estaban y ver algo de la dinámica de este lugar en uno de sus días más concurrido, el sábado. De regreso a Santiago de Cuba el grupo visitó la S.B.M.I Catedral de Santiago de Cuba, donde quedaron admirados de la belleza del templo y conocieron algunos detalles de este.  Antes de la salida saludó cordialmente a algunos trabajadores que se encontraban en el lugar.   

Monseñor Dolan y sus acompañantes salieron en la tarde hacia Camagüey para luego continuar viaje hacia La Habana. 

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LIII Jornada Mundial de la Paz: camino de esperanza: diálogo, reconciliación y conversión ecológica

Foto:Remo Casilli(REUTERS)

Como cada año desde 1968, la Iglesia Católica Universal celebra cada 1 de enero la Jornada Mundial de la Paz. Este 1 de enero de 2020, LIII Jornada, el Santo Padre invitó a reflexionar entorno a la Paz como anhelo y esperanza de todos, a través de su mensaje LA PAZ COMO CAMINO DE ESPERANZA: DIÁLOGO, RECONCILIACIÓN Y CONVERSIÓN ECOLÓGICA. 

La Paz camino de esperanza ante los obstáculos y las pruebas; camino de escucha basado en la memoria, en la solidaridad y en la fraternidad; camino de reconciliación en la comunión fraterna; camino de conversión ecológica. Insistiendo que se alcanza tanto cuanto se espera y se trabaja por alcanzarla, desde la vida personal y de la comunidad más cercana a cada persona, hasta las altas decisiones de los organismos e instituciones internacionales.

A continuación el texto integro del Mensaje. 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCOPARA LA CELEBRACIÓN DE LA 53 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ 

1 DE ENERO DE 2020 

LA PAZ COMO CAMINO DE ESPERANZA: DIÁLOGO, RECONCILIACIÓN Y CONVERSIÓN ECOLÓGICA 

  1. La paz, camino de esperanza ante los obstáculos y las pruebas

La paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad. Esperar en la paz es una actitud humana que contiene una tensión existencial, y de este modo cualquier situación difícil «se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino»[1]. En este sentido, la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables.

Nuestra comunidad humana lleva, en la memoria y en la carne, los signos de las guerras y de los conflictos que se han producido, con una capacidad destructiva creciente, y que no dejan de afectar especialmente a los más pobres y a los más débiles. Naciones enteras se afanan también por liberarse de las cadenas de la explotación y de la corrupción, que alimentan el odio y la violencia. Todavía hoy, a tantos hombres y mujeres, niños y ancianos se les niega la dignidad, la integridad física, la libertad, incluida la libertad religiosa, la solidaridad comunitaria, la esperanza en el futuro. Muchas víctimas inocentes cargan sobre sí el tormento de la humillación y la exclusión, del duelo y la injusticia, por no decir los traumas resultantes del ensañamiento sistemático contra su pueblo y sus seres queridos.

Las terribles pruebas de los conflictos civiles e internacionales, a menudo agravados por la violencia sin piedad, marcan durante mucho tiempo el cuerpo y el alma de la humanidad. En realidad, toda guerra se revela como un fratricidio que destruye el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana.

Sabemos que la guerra a menudo comienza por la intolerancia a la diversidad del otro, lo que fomenta el deseo de posesión y la voluntad de dominio. Nace en el corazón del hombre por el egoísmo y la soberbia, por el odio que instiga a destruir, a encerrar al otro en una imagen negativa, a excluirlo y eliminarlo. La guerra se nutre de la perversión de las relaciones, de las ambiciones hegemónicas, de los abusos de poder, del miedo al otro y la diferencia vista como un obstáculo; y al mismo tiempo alimenta todo esto.

Es paradójico, como señalé durante el reciente viaje a Japón, que «nuestro mundo vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza, que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo. La paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total; sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana» [2].

Cualquier situación de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue en la propia condición. La desconfianza y el miedo aumentan la fragilidad de las relaciones y el riesgo de violencia, en un círculo vicioso que nunca puede conducir a una relación de paz. En este sentido, incluso la disuasión nuclear no puede crear más que una seguridad ilusoria.

Por lo tanto, no podemos pretender que se mantenga la estabilidad en el mundo a través del miedo a la aniquilación, en un equilibrio altamente inestable, suspendido al borde del abismo nuclear y encerrado dentro de los muros de la indiferencia, en el que se toman decisiones socioeconómicas, que abren el camino a los dramas del descarte del hombre y de la creación, en lugar de protegerse los unos a los otros [3]. Entonces, ¿cómo construir un camino de paz y reconocimiento mutuo? ¿Cómo romper la lógica morbosa de la amenaza y el miedo? ¿Cómo acabar con la dinámica de desconfianza que prevalece actualmente?

Debemos buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto.

  1. La paz, camino de escucha basado en la memoria, en la solidaridad y en la fraternidad

Los Hibakusha, los sobrevivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, se encuentran entre quienes mantienen hoy viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el horror de lo que sucedió en agosto de 1945 y el sufrimiento indescriptible que continúa hasta nuestros días. Su testimonio despierta y preserva de esta manera el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción: «No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno» [4].

Como ellos, muchos ofrecen en todo el mundo a las generaciones futuras el servicio esencial de la memoria, que debe mantenerse no sólo para evitar cometer nuevamente los mismos errores o para que no se vuelvan a proponer los esquemas ilusorios del pasado, sino también para que esta, fruto de la experiencia, constituya la raíz y sugiera el camino para las decisiones de paz presentes y futuras.

La memoria es, aún más, el horizonte de la esperanza: muchas veces, en la oscuridad de guerras y conflictos, el recuerdo de un pequeño gesto de solidaridad recibido puede inspirar también opciones valientes e incluso heroicas, puede poner en marcha nuevas energías y reavivar una nueva esperanza tanto en los individuos como en las comunidades.

Abrir y trazar un camino de paz es un desafío muy complejo, en cuanto los intereses que están en juego en las relaciones entre personas, comunidades y naciones son múltiples y contradictorios. En primer lugar, es necesario apelar a la conciencia moral y a la voluntad personal y política. La paz, en efecto, brota de las profundidades del corazón humano y la voluntad política siempre necesita revitalización, para abrir nuevos procesos que reconcilien y unan a las personas y las comunidades.

El mundo no necesita palabras vacías, sino testigos convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin exclusión ni manipulación. De hecho, no se puede realmente alcanzar la paz a menos que haya un diálogo convencido de hombres y mujeres que busquen la verdad más allá de las ideologías y de las opiniones diferentes. La paz «debe edificarse continuamente» [5], un camino que hacemos juntos buscando siempre el bien común y comprometiéndonos a cumplir nuestra palabra y respetar las leyes. El conocimiento y la estima por los demás también pueden crecer en la escucha mutua, hasta el punto de reconocer en el enemigo el rostro de un hermano.

Por tanto, el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza. En un Estado de derecho, la democracia puede ser un paradigma significativo de este proceso, si se basa en la justicia y en el compromiso de salvaguardar los derechos de cada uno, especialmente si es débil o marginado, en la búsqueda continua de la verdad [6]. Es una construcción social y una tarea en progreso, en la que cada uno contribuye responsablemente a todos los niveles de la comunidad local, nacional y mundial.

Como resaltaba san Pablo VI: «La doble aspiración hacia la igualdad y la participación trata de promover un tipo de sociedad democrática. […] Esto indica la importancia de la educación para la vida en sociedad, donde, además de la información sobre los derechos de cada uno, sea recordado su necesario correlativo: el reconocimiento de los deberes de cada uno de cara a los demás; el sentido y la práctica del deber están mutuamente condicionados por el dominio de sí, la aceptación de las responsabilidades y de los límites puestos al ejercicio de la libertad de la persona individual o del grupo» [7].

Por el contrario, la brecha entre los miembros de una sociedad, el aumento de las desigualdades sociales y la negativa a utilizar las herramientas para el desarrollo humano integral ponen en peligro la búsqueda del bien común. En cambio, el trabajo paciente basado en el poder de la palabra y la verdad puede despertar en las personas la capacidad de compasión y solidaridad creativa.

En nuestra experiencia cristiana, recordamos constantemente a Cristo, quien dio su vida por nuestra reconciliación (cf. Rm 5,6-11). La Iglesia participa plenamente en la búsqueda de un orden justo, y continúa sirviendo al bien común y alimentando la esperanza de paz a través de la transmisión de los valores cristianos, la enseñanza moral y las obras sociales y educativas.

  1. La paz, camino de reconciliación en la comunión fraterna

La Biblia, de una manera particular a través de la palabra de los profetas, llama a las conciencias y a los pueblos a la alianza de Dios con la humanidad. Se trata de abandonar el deseo de dominar a los demás y aprender a verse como personas, como hijos de Dios, como hermanos. Nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él. Sólo eligiendo el camino del respeto será posible romper la espiral de venganza y emprender el camino de la esperanza.

Nos guía el pasaje del Evangelio que muestra el siguiente diálogo entre Pedro y Jesús: «“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”» (Mt 18,21-22). Este camino de reconciliación nos llama a encontrar en lo más profundo de nuestros corazones la fuerza del perdón y la capacidad de reconocernos como hermanos y hermanas. Aprender a vivir en el perdón aumenta nuestra capacidad de convertirnos en mujeres y hombres de paz.

Lo que afirmamos de la paz en el ámbito social vale también en lo político y económico, puesto que la cuestión de la paz impregna todas las dimensiones de la vida comunitaria: nunca habrá una paz verdadera a menos que seamos capaces de construir un sistema económico más justo. Como escribió hace diez años Benedicto XVI en la Carta encíclica Caritas in veritate: «La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, o en las transferencias de las estructuras asistenciales de carácter público, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión» (n. 39).

  1. La paz, camino de conversión ecológica

«Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar» [8].

Ante las consecuencias de nuestra hostilidad hacia los demás, la falta de respeto por la casa común y la explotación abusiva de los recursos naturales —vistos como herramientas útiles únicamente para el beneficio inmediato, sin respeto por las comunidades locales, por el bien común y por la naturaleza—, necesitamos una conversión ecológica.

El reciente Sínodo sobre la Amazonia nos lleva a renovar la llamada a una relación pacífica entre las comunidades y la tierra, entre el presente y la memoria, entre las experiencias y las esperanzas.

Este camino de reconciliación es también escucha y contemplación del mundo que Dios nos dio para convertirlo en nuestra casa común. De hecho, los recursos naturales, las numerosas formas de vida y la tierra misma se nos confían para ser “cultivadas y preservadas” (cf. Gn 2,15) también para las generaciones futuras, con la participación responsable y activa de cada uno. Además, necesitamos un cambio en las convicciones y en la mirada, que nos abra más al encuentro con el otro y a la acogida del don de la creación, que refleja la belleza y la sabiduría de su Hacedor.

De aquí surgen, en particular, motivaciones profundas y una nueva forma de vivir en la casa común, de encontrarse unos con otros desde la propia diversidad, de celebrar y respetar la vida recibida y compartida, de preocuparse por las condiciones y modelos de sociedad que favorecen el florecimiento y la permanencia de la vida en el futuro, de incrementar el bien común de toda la familia humana.

Por lo tanto, la conversión ecológica a la que apelamos nos lleva a tener una nueva mirada sobre la vida, considerando la generosidad del Creador que nos dio la tierra y que nos recuerda la alegre sobriedad de compartir. Esta conversión debe entenderse de manera integral, como una transformación de las relaciones que tenemos con nuestros hermanos y hermanas, con los otros seres vivos, con la creación en su variedad tan rica, con el Creador que es el origen de toda vida. Para el cristiano, esta pide «dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea» [9].

  1. Se alcanza tanto cuanto se espera [10]

El camino de la reconciliación requiere paciencia y confianza. La paz no se logra si no se la espera.

En primer lugar, se trata de creer en la posibilidad de la paz, de creer que el otro tiene nuestra misma necesidad de paz. En esto, podemos inspirarnos en el amor de Dios por cada uno de nosotros, un amor liberador, ilimitado, gratuito e incansable.

El miedo es a menudo una fuente de conflicto. Por lo tanto, es importante ir más allá de nuestros temores humanos, reconociéndonos hijos necesitados, ante Aquel que nos ama y nos espera, como el Padre del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-24). La cultura del encuentro entre hermanos y hermanas rompe con la cultura de la amenaza. Hace que cada encuentro sea una posibilidad y un don del generoso amor de Dios. Nos guía a ir más allá de los límites de nuestros estrechos horizontes, a aspirar siempre a vivir la fraternidad universal, como hijos del único Padre celestial.

Para los discípulos de Cristo, este camino está sostenido también por el sacramento de la Reconciliación, que el Señor nos dejó para la remisión de los pecados de los bautizados. Este sacramento de la Iglesia, que renueva a las personas y a las comunidades, nos llama a mantener la mirada en Jesús, que ha reconciliado «todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,20); y nos pide que depongamos cualquier violencia en nuestros pensamientos, palabras y acciones, tanto hacia nuestro prójimo como hacia la creación.

La gracia de Dios Padre se da como amor sin condiciones. Habiendo recibido su perdón, en Cristo, podemos ponernos en camino para ofrecerlo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Día tras día, el Espíritu Santo nos sugiere actitudes y palabras para que nos convirtamos en artesanos de la justicia y la paz.

Que el Dios de la paz nos bendiga y venga en nuestra ayuda.

Que María, Madre del Príncipe de la paz y Madre de todos los pueblos de la tierra, nos acompañe y nos sostenga en el camino de la reconciliación, paso a paso.

Y que cada persona que venga a este mundo pueda conocer una existencia de paz y desarrollar plenamente la promesa de amor y vida que lleva consigo.

Vaticano, 8 de diciembre de 2019

Francisco

[1] Benedicto XVI, Carta enc. Spesalvi (30 noviembre 2007), 1.

[2] Discurso sobre las armas nucleares, Nagasaki, Parque del epicentro de la bomba atómica, 24 noviembre 2019.

[3] Cf. Homilía en Lampedusa, 8 julio 2013.

[4] Encuentro por la paz, Hiroshima, Memorial de la Paz, 24 noviembre 2019.

[5] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 78.

[6] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los dirigentes de las asociaciones cristianas de trabajadores italianos, 27 enero 2006.

[7] Carta. ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 24.

[8] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 200.

[9] Ibíd., 217.

[10] Cf. S. Juan de la Cruz, Noche Oscura, II, 21, 8.

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Mensaje por la Navidad de Mons. Dionisio García Ibáñez

Transmitido el 25 de diciembre de 2019 a las 10 am por CMKC emisora provincial de radio de Santiago de Cuba

Buenos días queridos hermanos y hermanas,

Les deseo una Feliz Navidad a todos los radioyentes de CMKC, la Radio Provincial, a sus familias y a todos los que vivimos en nuestra querida, hermosa y acogedora Provincia de Santiago de Cuba.

Quiero comenzar el mensaje de este año leyendo lo que nos dice la Biblia sobre el nacimiento de Jesús, allí encontramos el significado profundamente religioso de estas fiestas, de las enseñanzas que de ellas recibimos y que Dios nos ha querido revelar.

El relato comienza diciendo que el ángel Gabriel le anunció a una muchacha joven, la Virgen María, que ella era la escogida, entre todas las mujeres, para ser la madre de Jesús, el salvador esperado y deseado por el pueblo de Israel.

“Alégrate, María, la llena de gracia, el Señor está contigo…. No temas porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir y darás a luz a un hijo a quien le pondrás por nombre Jesús. Será llamado Hijo del Altísimo…” y sucedió que, estando María y José en Belén, “le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y le acostó sobre las pajas de un establo, porque no encontraron sitio en una casa donde quedarse” (Lucas 1 y 2). 

De este hecho, que después con el tiempo sería y es tan importante para la historia de la humanidad hasta nuestros días, solo se enteraron en aquel momento, María, José y unos pastores que estaban cerca cuidando sus rebaños, a quienes Dios se lo quiso anunciar. 

“No teman, miren que les traigo una buena noticia, una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy en Belén, la ciudad de David, les ha nacido un salvador. Y les doy esta señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un establo sobre pajas”. Los pastores fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado sobre las pajas (Lc 2, 8-12).

Me uno a estas palabras del ángel dirigidas a los pastores y por medio de ellos a todos los hombres de buena voluntad, y les anuncio la gran alegría de saber que podemos tener esperanza pues nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor que nos ha revelado el sentido de la vida y de la muerte y nos ha manifestado el gran amor que Dios tiene para con nosotros. Pienso en mí y en todos Ustedes que necesitamos saber estas cosas, pero de manera especial, tengo en estos días muy presentes en la oración a los que, en estas Fiestas de Navidad y Fin de Año, a los que no están o no pueden celebrarlas junto a sus familias en el hogar: Los enfermos que están hospitalizados, los que viven o trabajan lejos de sus hogares o en el exterior, los presos y los que por motivos personales o de otra índole no disfrutan la alegría de compartir estas fiestas unidos a sus familias.

Con el pasar de los días, el nacimiento de Jesús también le fue anunciado a unos personajes muy inteligentes y poderosos, a quién conocemos como los Reyes Magos. Escuchemos el relato bíblico:

“Los Reyes se pusieron en camino, y es aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos guiándoles el camino, hasta que llegó y se detuvo encima de donde estaba el niño…se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra”. (Mt 2,9-11)  

 Dios nos quiere decir que él vino para todos los seres humanos sin hacer distinción, su mensaje de Paz y Bien es para todos: hombres y mujeres, niños, jóvenes y mayores, campesinos y doctores, ricos y pobres, cubanos y extranjeros. Todos necesitamos de Jesús para descubrir el sentido de nuestra vida, su mensaje que nos hace ser mejores personas; a decirnos que la vida no solo es nacer, crecer, estudiar, trabajar, luchar para sostener a nuestra familia y morir. La vida no termina con nuestra muerte, que ocurrirá más pronto o más tarde, sino que, estamos destinados a vivir eternamente junto a Él si vivimos y cumplimos sus mandamientos y enseñanza, esto es:

Si hacemos el bien, reconocemos nuestras limitaciones, errores y también las veces que no hemos hecho el bien y nos hemos dejado arrastrar por el mal. Él quiere que nos salvemos y alcancemos la justicia y la felicidad plena que aquí en la tierra no podemos conseguir, ni nadie nos la puede prometer y que, sin embargo, todos deseamos anhelamos.

¿Cómo los cubanos, al igual que otros pueblos sobre todo latino americanos, han celebrado y celebran las Navidades?

La Navidad forma parte de nuestras más antiguas tradiciones. Independientemente de las condiciones personales, económicas y sociales que se nos presentan y que nos tocan vivir y afrontar, recordamos en estos días el nacimiento de Jesús en la pequeña y humilde ciudad de Belén.

Lo celebramos de múltiples maneras: la tradicional cena en el hogar; cada año aumenta el número de familias que hacen lo necesario para recuperar esta tradición tan entrañable para muchos, sobre todo para los mayores, pues trae a su memoria muchos recuerdos hermosos que vivieron con los suyos en días como estos. En medio de las carencias y según nuestros recursos hacemos lo posible por “poner” el “Arbolito de Navidad” y hasta hacemos “inventos” para ponerle luces. También vemos con satisfacción que se han puesto arbolitos en algunas calles y comercios, ¡Es fantástico que las buenas tradiciones se estén recuperando! Verlos de nuevo hace que tengamos esperanza.

En las iglesias, capillas, en muchos hogares y casas de oración se cantan canciones propias de la Navidad, llamados “Villancicos” y se ponen “Nacimientos”, esto es, la representación del momento del nacimiento de Jesús. Se colocan de manera artística figuras de muy variado tamaño y material, según la creatividad de cada familia: El Niño Jesús, la Virgen María, San José, el Ángel anunciando que va a nacer El Salvador, el establo con pajas y, como es tradicional, no pueden faltar la vaca y el burro. También vemos las figuras de los pastores y de los tres Reyes Magos que fueron a adorar al niño Dios, tal como nos lo narra la Biblia y hemos escuchado al principio del mensaje. El más grande y hermoso de todos es el que se coloca en el Parque Céspedes en la fachada de la Catedral y que todos podemos admirar.

Ahora escuchemos el relato bíblico donde se narra la adoración de los reyes Magos al Niño Jesús:

Ellos se pusieron en camino y la estrella que habían visto en oriente los guio hasta que llegó y se detuvo encima de donde estaba el niño.  Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.  Entraron en la casa vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra.  Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra.  Mateo 2, 9-11.

Uniéndonos a la alegría de estos días escuchemos un villancico tradicional.

Sí, hermanos, recuperemos estas tradiciones pues nos hace mucho bien a nosotros, a nuestras familias y a la sociedad.

Pero para aprovechar estos días a plenitud, debemos vivirlos sobre todo en nuestro corazón tratando de descubrir el significado del mensaje que nos trae la Navidad y de sacarle el mayor provecho.

Es necesario que no nos quedemos solo con las celebraciones exteriores y con estos mensajes como si escuchamos un relato bonito que nos alegra y nos hace bien. Si lo vemos así, es como si estuviéramos escuchando un cuento o viendo por la televisión una película que siempre es ficción y generalmente termina bien. Estos relatos de la Biblia nos narran la mayor verdad que los hombres y mujeres de todos los tiempos podemos escuchar y conocer: Dios nos ama, no estamos solos, él nos ha creado por amor y no nos abandona a nuestra suerte y a los bandazos que da la vida. La prueba más grande y evidente es, como la misma Biblia nos lo revela, que ese niño, Jesús, que hoy celebramos su nacimiento, se entregó a la muerte en la cruz para borrar nuestros pecados, para enseñarnos el camino del bien, para salvarnos. Él es nuestro único Salvador.

Los relatos sobre la Navidad hay que escucharlos y celebrarlos desde la FE, recordemos que la Fe es vivir con la seguridad de lo que se espera se cumplirá, con la seguridad de que la Palabra de Dios se cumplirá, que es veraz y de que solo Él tiene Palabras de Vida Eterna.

Queremos también dirigirnos de manera especial a nuestras familias para que, este mensaje de vida y esperanza nos ayude a recuperar la alegría. Que juntos demos razón de nuestra esperanza y también de nuestra fe. Que podamos celebrar la Navidad y las Fiestas de Fin de Año juntos y unidos, recordando los buenos momentos vividos en el pasado junto a los que ya no están con nosotros porque han fallecido o están lejos en otras tierras. Haciendo participar a los niños y a los mayores, sobre todo a los enfermos y los que se sienten vencidos por los años y la vida.

El nacimiento de un niño siempre trae alegría y asombro, porque nos muestra el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos y padres ante su hijo recién nacido, entendemos mejor los sentimientos de la Virgen María y de San José que, mirando al Niño Jesús, sintieron la presencia de Dios en sus vidas.

Les invito a celebrar las Navidades y Fiestas de Fin de Año junto sus familias, en las Iglesias y en las casas de oración, para agradecer a Dios por la vida que nos ha dado a través de nuestros padres y pedirle la Fe, Esperanza y la Caridad que nos ayudan a ser mejores cristianos y personas

Les invito a rezar con esta oración que se reza en estos días.

“Derrama Señor tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, nacido de la Virgen María, para que lleguemos, por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección”.

Les bendigo.

“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”

Feliz Navidad y un buen Año Nuevo.

Les desea.

+Mons Dionisio García Ibáñez

Arzobispo de Santiago de Cuba

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El hermoso signo del Pesebre

El hermoso signo del Pesebre

El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración… así comienza la Carta Apostólica Admirabile signum del Santo Padre Francisco sobre el significado y el valor del belén, que hiciera pública el domingo 1 de diciembre durante una visita privada a al Santuario Franciscano del Pesebre en Greccio.

El Papa Francisco había anunciado “Iré a Greccio para rezar en el lugar del primer Pesebre que hizo san Francisco de Asís, y para enviar a todo el pueblo creyente una carta para comprender el significado del Pesebre”

En el Santuario del Pesebre este primer domingo de Adviento, invitó a redescubrir la sencillez del pesebre, “En este signo, sencillo y maravilloso del pesebre, que la piedad popular ha acogido y transmitido de generación en generación, se manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos; nos acompaña con su presencia escondida, pero no invisible. En toda circunstancia, tanto en la alegría como en el dolor, Él es el Emmanuel, Dios con nosotros”.

A continuación compartimos el texto íntegro de la Carta Apostólica.

 CARTA APOSTÓLICA Admirabile signum

DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN

  1. El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él.

Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas… Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada.

  1. El origen del pesebre encuentra confirmación ante todo en algunos detalles evangélicos del nacimiento de Jesús en Belén. El evangelista Lucas dice sencillamente que María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7). Jesús fue colocado en un pesebre; palabra que procede del latín: praesepium.

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4). En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana.

Pero volvamos de nuevo al origen del belén tal como nosotros lo entendemos. Nos trasladamos con la mente a Greccio, en el valle Reatino; allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén. Y es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre.

Las Fuentes Franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno»1. Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa. Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes2.

Así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio.

El primer biógrafo de san Francisco, Tomás de Celano, recuerda que esa noche, se añadió a la escena simple y conmovedora el don de una visión maravillosa: uno de los presentes vio acostado en el pesebre al mismo Niño Jesús. De aquel belén de la Navidad de 1223, «todos regresaron a sus casas colmados de alegría»3.

  1. San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe. Por otro lado, el mismo lugar donde se realizó el primer belén expresa y evoca estos sentimientos. Greccio se ha convertido en un refugio para el alma que se esconde en la roca para dejarse envolver en el silencio.

¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado.

La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales.

De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).

  1. Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén para comprender el significado que llevan consigo. En primer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche. Lo hacemos así, no sólo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino también por el significado que tiene. Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).

Merecen también alguna mención los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia. Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original.

  1. ¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.

«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15), así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre.

  1. Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.

Con frecuencia a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan…, todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.

  1. Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta, donde encontramos las figuras de María y de José. María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5).

Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.

  1. El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos.

El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas.

«La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo.

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas. Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.

  1. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes Magos. Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura.

Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor.

Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes.

  1. Ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.

Queridos hermanos y hermanas: El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos.

Dado en Greccio, en el Santuario del Pesebre, 1 de diciembre de 2019.

FRANCISCO

 

___________________

1 Tomás de Celano, Vida Primera, 84: Fuentes franciscanas (FF), n. 468.

2 Cf. ibíd., 85: FF, n. 469.

3 Ibíd., 86: FF, n. 470.

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Mons. Giampiero Gloder es nombrado Nuncio Apostólico en Cuba

Por: Equipo de Comunicación de la COCC

Tomado de Nosotros Hoy – Segmento noticioso del Sitio WEB de la COCC

El arzobispo monseñor Giampiero Gloder, de 61 años, actual Presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica y Vicecamerlengo de la Santa Iglesia, ha sido nombrado como nuevo Nuncio Apostólico en Cuba para suceder a Mons. Giorgio Lingua a quien el Santo Padre, el pasado 22 de julio, nombró como Representante de la Santa Sede en Croacia.

Es un nombramiento relevante, no sólo por la sede, La Habana, que en el pasado ha tenido como representantes pontificios a los actuales cardenales Prefectos: Beniamino Stella y Angelo Becciu, por ejemplo, sino por la experiencia y trayectoria de Mons. Gloder.

El nuevo Nuncio en Cuba nació en Asiago, provincia de Vicenza y diócesis de Padova, el 15 de mayo de 1958. Fue ordenado presbítero el 6 de junio de 1983. En 1990 ha obtenido la Licencia en Derecho Canónico en el Universidad Pontificia “Santo Tomás de Aquino” y, en el 1992, el Doctorado en Teología Dogmática en la Universidad Gregoriana con la tesis sobre el Carácter eclesial y científico en la teología de Pablo VI. Posteriormente, se incorporó a la Academia de la cual ha sido su actual Presidente y entró al servicio diplomático el 1º de julio de 1992.

Su primera misión fue en Guatemala y, a partir de 1995, trabajó en la Sección de Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, en el Vaticano. A su vez, desempeñó diferentes servicios en la Secretaría de Estado. El 21 de septiembre de 2013, el Santo Padre lo nombra arzobispo de Telde y Presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica, prestigiosa institución vaticana donde se forma el personal diplomático de la Santa Sede.

Recibió la ordenación episcopal el 24 de octubre del mismo año en la Basílica de San Pedro. Nombrado Vice Camarlengo de la Santa Iglesia Romana el 20 de diciembre de 2014. Según algunos vaticanistas debe tenerse en cuenta que Mons. Gloder ha estado por mucho tiempo como uno de los escribanos de Benedicto XVI y de Francisco. Además, habla el francés, inglés y español. En el año 2020 se cumplirá el 85º aniversario de las relaciones diplomáticas de Cuba con la Santa Sede, durante el pontificado de Pío XI.

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PARA EL ARZOBISPO DE LA HABANA, MONS. JUAN DE LA CARIDAD GARCÍA RODRÍGUEZ, LA FE ES UNA SEMILLA QUE SIEMPRE DA FRUTO

Por: Amalia Ramos Ivisate

Tomado de Nosotros Hoy – Segmento noticioso del Sitio WEB de la COCC
Conferencia de Obispos Católicos de Cuba.

En monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez, Arzobispo de La Habana, aún queda algo de ese adolescente de 13 años que entró al Seminario con deseos de jugar béisbol. Su alma —como su apariencia— es sencilla, un rasgo que deja ver la lucidez con que ha enfrentado su servicio, la coherencia con que ha vivido estos años como sacerdote de Jesús.

De su Camagüey natal lleva consigo muchas enseñanzas y también la cruz de madera que utiliza siempre, un poco rústica, pero hermosa. El símbolo que recuesta en su pecho lo hicieron en Palma City y Lombillo, dos pueblos norteños de esa diócesis. Según relata, se lo regaló una monja cuyo testimonio y pasión por el Evangelio le inspiraron: “Ella me dijo: «No se la quite» y he sido obediente”, bromea. 

Hace unas semanas, el Papa Francisco dio la noticia de que crearía Cardenal a este hombre humilde, junto a otros 12 prelados. De ellos, el Santo Padre resaltó su proveniencia, la que “expresa la vocación misionera de la Iglesia, que continúa a anunciar el amor misericordioso de Dios a todos los hombres de la tierra”.

Tal ha sido la esencia que ha definido el ministerio de Mons. García Rodríguez, quien escogió como lema episcopal “Ve y anuncia el Evangelio”. Pero ese deseo le nació desde mucho antes de ser ordenado; lo descubrió en una loma de Santiago de Cuba, en una zona donde había pocos niños. “Allí me di cuenta de la necesidad de catequizar, de instruir en la fe. Desde entonces, esa inquietud se quedó dentro de mí”, confiesa.

Misión, servicio, oración

Quizás sin percatarse, su historia ha estado matizada por las tres aspiraciones emanadas del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), en 1986, de ser una Iglesia misionera, orante y encarnada. Estar en salida y llevar la esperanza del Resucitado a los lugares más apartados ha sido su interés como presidente de la Comisión de Misiones, de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba.

En sintonía con lo anterior, los momentos que rememora con más cariño se encuentran donde la gente necesitada: “Antes de ser obispo —cuenta— me enviaron a una parroquia, en la cual había una capilla abandonada y quise restaurarla. Empecé a visitar personas y juntos reparamos un poco la iglesia… El día que convocamos para misa, cuando fui a tocar la campana, se rompió. Pero me dije: “yo tengo que tocarla”. Así que busqué una escalera, me subí, toqué la campana con las manos y me dio un consuelo extraordinario. No sabía qué iba a pasar, si iban a venir o no a la Eucaristía, pero tocando aquella campana que no se escuchaba hacía años, sentí la maravilla de que algo de Dios se estaba anunciando en todo el pueblo. Después el templo se llenó inexplicablemente y tuvimos una celebración muy bonita”.  

“Hoy —reconoce— la Iglesia misionera tiene muchos retos. No contamos, por ejemplo, con una emisión radial ni televisiva con mensajes religiosos, por eso hay que ir casa por casa, servirse de las grandes asistencias a celebraciones y de las patronales de santos.

“Pero lo importante es que sembremos la semilla. Siempre pregunto a las personas cuántas matas de mango han sembrado y muchas dicen que ninguna; entonces digo, cuántos mangos se han comido en la vida: miles… Pues la fe es algo así, una semilla que tú depositas, quizás nadie sepa quién la sembró —como en el caso de la mata de mango— pero está dando frutos. Lo nuestro es sembrar y sembrar y sembrar. Siempre habrá fruto, porque la palabra de Dios no regresa vacía”.

Quienes le conocen bien, afirman que ese espíritu de labrador seguirá intacto en Mons. García Rodríguez. El nuevo llamado a ser Cardenal es apenas una invitación a mantenerse fiel. Tengo muchos miedos —acepta— porque no sé cómo se es Cardenal. Nadie sabe cómo se es sacerdote o cómo se es obispo, si no en el camino, aun cuando hay una serie de presupuestos…”  

Por eso pide a la comunidad católica de la Isla que rece para que Dios le ayude en su servicio: “La oración es poderosa, pertenece a lo esencial del cristianismo. Jesús en el Evangelio nos da muestra de su continua oración…”

Hoy 5 de octubre, el Arzobispo de La Habana pertenecerá oficialmente al Clero de Roma y algunos signos externos cambiarán, pero solo para recordarle que debe continuar con el ardor que le ha inspirado a lo largo de su vida. En definitiva —asegura— “ser Cardenal será un compromiso mayor, una entrega más fuerte”.

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Vivir la compasión, llamada a los nuevos cardenales

Equipo de Comunicación de la COCC

Tomado de Nosotros Hoy – Segmento noticioso del Sitio WEB de la COCC
Conferencia de Obispos Católicos de Cuba.

Con un llamado a permanecer leales a su ministerio y testimoniar la compasión de Dios, el Papa Francisco creó este sábado 13 nuevos cardenales, entre ellos, al Arzobispo de La Habana, Mons. Juan de la Caridad García.

Vestido de blanco, debajo de la columnata de Bernini que cubre el altar mayor de la Basílica de San Pedro, el Santo Padre presidió el Consistorio ordinario público, donde estuvieron presentes peregrinos de varios continentes.

Dos horas antes, en la plaza había un tono festivo, la gente se abrazaba y se alzaban banderas bajo un sol que hacía un poco más cálido el otoño europeo. Los peregrinos cubanos estaban en la cabecera de la fila de entrada y al pasar al templo pudieron ocupar los primeros puestos detrás del clero e invitados especiales. En esta zona se fueron reuniendo los cinco obispos cubanos que viajaron en representación de toda la Conferencia.

La basílica estaba llena cuando se inició el rezo del rosario, previo a la celebración. La prensa ya estaba situada en tribunas a ambos lados del crucero del templo.

En nombre de los prelados, Mons. Miguel Ángel Ayuso Guixot, Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, subrayó que “somos conscientes de que toda vocación eclesial es sobre todo un servicio a los hermanos y a la iglesia misma”.

Jesús demuestra siempre la necesidad de andar por el camino de la humildad y el de una gratuidad sin límites, recordó.

Por su parte, el Sumo Pontífice se dirigió a los nuevos cardenales y les pidió ser conscientes de que la compasión de Dios no es una opción, ni siquiera un “consejo evangélico”, sino un requisito esencial.

“Si no me siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor (…) Y si no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla? Concretamente: ¿Tengo compasión de mi hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre con mi actitud de condena, de indiferencia?”, reflexionó.

Francisco invitó a seguir el ejemplo de “Jesús Redentor del hombre” y buscar a las personas olvidadas, víctimas de la indiferencia y los “descartes institucionales”.

El rito prosiguió con la entrega del birrete púrpura, el anillo cardenalicio y el cuidado de una iglesia a cada prelado. Mons. Juan de la Caridad fue el tercero en saludar al Santo Padre, quien le confió la diaconía de Santi Aquila e Priscilla.

El intercambio del beso de la paz y el canto de la Salve Regina sellaron el Consistorio. Los distintos grupos salieron de San Pedro cerca de las cinco y media de la tarde, con el deseo de saludar y expresar sus buenos deseos a los nuevos cardenales en la llamada visita de calor.

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