TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA
PREFERENCIA DE CLARET POR LOS NECESITADOS
LOS ESCLAVOS
Nos acercamos a un tema de especial relevancia en la vida del Arzobispo Claret. El P. Jesús María Palacios, Misionero Claretiano, tiene un estudio sobre el tema y nos lo comparte.
Dentro del vasto plan de reforma social que el P. Claret realizó en Cuba, se le presentó un problema que, a la vez que muy real, era sumamente difícil o por el momento imposible de resolver, tanto por lo arraigado que estaba como por los múltiples intereses en los que se sostenía. Era el problema de los esclavos: un problema que traía, además de funestas consecuencias sociales, pésimas derivaciones morales. En la realidad social y pública la situación de los esclavos se veía tan normal que los periódicos anunciaban la venta o traspaso de esclavos en la misma forma en que lo hacían en la venta o traspaso de animales o muebles. El mismo P. Claret narra en una ocasión en que una viejecita le pidió una limosna para comprar una esclavita. El arzobispo se volvió hacia ella con una rapidez que no le era habitual: “Señora, el Arzobispo de Santiago Cuba no tiene esclavos, ni dineros para comprarlos”.
La impresión que el P. Claret tuvo de la situación fue francamente negativa, a pesar de los atenuantes. En carta al P. Esteban Sala, primer Superior General de la Congregación, dice respecto a la esclavitud: “Los propietarios de negros son hombres que a sus esclavos los hacen bautizar, es verdad; pero en lo demás viven como brutos, ellos mismos señalan el esclavo a la esclava, lo mismo que el caballo a la yegua, y no pocas veces, ellos mismos y sus hermanos e hijos se copulan con sus esclavas negras, y éstos, por supuesto, son enemigos de Misiones, Religión y moralidad”.
Esta situación resultaba dolorosa para la caridad y el celo del P. Claret y la condenación de la esclavitud era un ardiente deseo de su corazón. Sus sentimientos eran totalmente opuestos como persona, como cristiano y como pastor. La actitud de San Antonio María Claret ante la esclavitud sabemos que era objeto de acerba y dura oposición; pero en la práctica se veía totalmente imposibilitado.
Había prohibición absoluta a los sacerdotes de criticar públicamente la legislación estatal que legalizaba la esclavitud en Cuba. El Código penal establecía que “el eclesiástico que en sermón, discurso, edicto, pastoral u otro documento a que diera publicidad, censurase como contrarias a la religión cualquier ley, decreto, orden, disposición o providencia de la autoridad pública, será castigado con la pena de destierro”.