Irradia emisión del 14 noviembre de 2021

Irradia emisión del 14 noviembre de 2021

Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y CMKC, emisora provincial
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

 “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”. Salmo 15

 (Música, Como la higuera, Javier Brú)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

En esta mañana nos acompaña el padre Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Metropolitana Iglesia Catedral de Santiago de Cuba.

Yo tengo designios de paz no de aflicción, dice el Señor, ustedes me invocarán y yo los escucharé y los libraré de la esclavitud donde quiera que se encuentren. 

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, donde quiera que se encuentre, siempre un gusto un placer, poder compartir con ustedes las lecturas de este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario.  Les habla el P. Rafael Ángel de la Catedral de Santiago de Cuba. El evangelio de hoy está tomado del evangelista san Marcos, en el capítulo 13, versículos del 24 al 32.

 (Lectura del evangelio de San Marcos, capítulo 13, 24-32)

Estamos llegando al fin del tiempo litúrgico, la Fiesta de Cristo Rey le dará paso al tiempo de Adviento, en el cual nos prepararemos para la Navidad, y por eso las lecturas de estos domingos del tiempo litúrgico nos van preparando para comenzar el nuevo tiempo, recordándonos varias cosas que en el decursar del año a veces, no es que no la sepamos o no las tengamos en cuenta, pero no están en el primer lugar de nuestra memoria.

Una es que el Señor vino, eso todos lo sabemos, por eso celebramos la Navidad, por eso nos preparamos en el Adviento. El Señor vino para cumplir la promesa que hizo a Adán y a Eva en el Paraíso de enviar a un Salvador. También nos recuerdan las lecturas de estos últimos domingos, que el Señor viene cada día, y aunque estamos creo yo convencidos de eso, no siempre lo tenemos en cuenta. Y nos desalentamos, nos desanimamos porque no parece que vamos caminando solos, bregando solos con las dificultades de la vida, y nos parece que todas son dificultades. Como el que dice que la felicidad no existe, que poco cristiana es esa expresión. Lo que hay es que mirar y buscar.

Estas últimas semanas, domingos antes de comenzar el Adviento nos van recordando eso. Que el Señor viene cada día también para cumplir una promesa, la promesa que nos hizo de estar con nosotros hasta el final de los tiempos. Y para recordarnos algo que sí olvidamos con frecuencia, que el Señor vendrá de nuevo, pero esta vez no como un niño pequeño y frágil, sino vendrá sobre las nubes del cielo como el Rey de este mundo. Este mundo que ha ganado al precio, no de la sangre de los demás derramada, o de la vida de los demás entregada, que es lo que normalmente ocurre en este mundo, sino al precio de su sangre derramada y de su vida entregada por nosotros. Vendrá, como dice San Juan de la Cruz, por el amor. El amor que Él nos tiene, y el amor que hayamos tenido los unos para con los otros. Porque ese es el mandamiento que nos dejó, el mandamiento nuevo, “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. No como a ustedes mismos, más que a ustedes mismos, como yo los he amado.

Al señor no lo detuvo nada, ni el sufrimiento, ni el dolor, ni la cruz, ni la muerte para amarnos; nos amó hasta el extremo y nos pide que así nos amemos los unos a los otros. ¿Y cómo lo demostramos? Escuchándonos, el Señor escuchaba a los que estaban a  su alrededor, y preguntaba, ¿quién dice la gente que soy yo?, ¿quiénes dicen ustedes que soy yo? No solamente predicaba, anunciaba, sino que escuchaba lo que aquellos que estaban a su alrededor tenían en su corazón, vivían cada día, para poder ayudarnos, para poder acompañarlos. No podemos acompañar sino escuchamos, no podemos acompañar sino no conocemos la realidad de los demás, porque entonces podremos dar una respuesta que a lo mejor no siempre es la mejor, pero que tratamos que salga de esa realidad en la que estamos en medio de nuestros hermanos. Respetándonos, ésa es una forma de amor, el respetarnos, aunque no pensemos de la misma manera; respetándonos, porque las diferencias no empobrecen, sino enriquecen y nos ayudan.

El escuchar al otro no quiere decir que necesariamente tengo que compartir lo que el otro dice, lo que el otro piensa, cómo el otro ve el mundo; pero siempre algo de lo que el otro dice, de lo que piensa, cómo ve el mundo, me ayuda, me enriquece, me abre. Eso, también es amor. Compartiendo lo poco o lo mucho que tengo con los más necesitados. Ahora, porque los más necesitados no pueden esperar a mañana, no pueden esperar al futuro, tienen necesidad hoy, y esas necesidades tienen que ser resueltas hoy; y yo en la medida de mis posibilidades tengo que ayudar al que se acerca a mí. Pero también compartiéndome, a veces pensamos que no tenemos nada para dar, porque no tengo arroz, no tengo frijoles, no tengo dinero, no tengo ropa… pero tengo al Señor, tengo su palabra, no para adormecer, sino para fortalecer.

Llevar el consuelo de la Palabra de Dios a aquellos que aún hoy no lo han encontrado, compartiendo nuestro tiempo con los que están solos, con los que están tristes, con los que nadie mira, aquellos a quienes todo el mundo les saca el cuerpo. Eso es compartir. Los bienes materiales, cierto, y tenemos que en la medida de lo posible ayudar con nuestros bienes materiales, pero ayudar con nosotros mismos. A nosotros mismos nos tenemos siempre y podemos dar, para eso nos preparamos, nos preparan las lecturas de estos últimos domingos del Tiempo Ordinario.

Las lecturas de hoy están tomadas, la primera, del libro de Daniel en el Antiguo Testamento, y nos recuerda que habrá un juicio al final de los tiempos. El Señor vendrá sobre las nubes del cielo a pedirnos cuenta. A pedirnos cuenta de qué hemos hecho con nuestra vida, a pedirnos cuenta de qué hemos hecho con la salvación que hemos recibido y que se nos ha dado, y que se nos ha alcanzado a tan alto precio, al precio de su sangre derramada y de su vida entregada. ¿Qué he hecho con mi vida? El Señor no me va a preguntar cuánto dinero tenía en este mundo, cuánta ciencia acumulé en este mundo, de cuántos placeres disfruté en este mundo. El Señor me va a preguntar, ¿viviste y amaste a los demás?, ¿fuiste capaz de compartir con los otros?, ¿utilizaste los dones que yo te he dado para el bien de todos, de todos, sin exclusiones, sin separaciones, dispuesto siempre a ayudar?

Con el salmo responsorial, el salmo 15, le pedimos al Señor que nos enseñe el camino de la vida. Mi vida está en sus manos, dice el salmo, tengo siempre, presente al Señor; por eso se me alegra el corazón y el alma, porque Tú no me abandonarás a la muerte. Enséñame el camino de la vida, sáciame de la alegría perpetua junto a ti. Enséñame Señor el camino de la vida, y el Señor me dirá, Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Queremos buscar caminos, queremos buscar nuestros caminos, y el Señor nos dice que el único camino es Él, una vez que lo hemos encontrado, entonces hemos encontrado el camino, hemos encontrado la verdad, hemos encontrado la vida, tendremos que seguir adelante. A veces no lo veremos tan claro, a veces encontraremos obstáculos, pero el Señor está ahí, camina delante de nosotros, camina a nuestro lado, camina detrás de nosotros.

La segunda lectura ya es del Nuevo Testamento, de la carta a los Hebreos. Nos recuerda que hemos sido salvados por Cristo de una vez para siempre. Cristo nos salvó a todos, no es la primera vez que lo digo. Salvó a los que lo siguieron, pero también a los que lo persiguieron; salvó a los que estuvieron ahí a los pies de la cruz, Juan, su Madre, la hermana de su madre, María Magdalena, pero también a los que lo abandonaron en el momento que más lo necesitaba; los que se burlaban sin tener en cuenta su dolor, de los que se alegraban por su sufrimiento. Por todos. Cada martillazo que se clavaba en su carne, los clavos, eran ofrecidos por todos y por cada uno; ninguno quedó fuera, ninguno quedamos fuera. Pero la salvación tenemos que aceptarla, tenemos que acogerla, tenemos que abrir el corazón para que el Señor penetre en nosotros. El Señor nos creó libres y respeta nuestra libertad. Él nos da lo que necesitamos, pero nosotros tenemos que aceptarlo o rechazarlo. La salvación está ahí, pero sino abro el corazón no podré recibirla; porque el Señor no quiere no, porque yo no se lo permito. Es cuando llueve y abro un gran paraguas, la lluvia cae, pero no me moja, igual pasa con la salvación, si me cierro al amor, a la comprensión, al diálogo, o al respeto, a la ayuda en el momento de la mayor necesidad. Entonces la salvación resbalará, porque yo le impediré entrar y transformar mi vida, cambiarme, cambiarme desde dentro.

El Evangelio, del evangelista San Marcos, nos invita a estar atentos a los signos de los tiempos. Una expresión que el Concilio Vaticano II puso sobre la mesa, y que muchas veces hablamos de ello. ¿Qué son los signos de los tiempos? Lo que es el entorno para un meteorólogo que hace una perspectiva de lo que será el tiempo a lo largo del día; observa las nubes, el sol, el cielo, y nos dice parece que va a ser de esta manera, parece que va a ser de otra. Nosotros tenemos también que mirar lo que ocurre a nuestro alrededor, el Señor es muy claro. Entiendan esto con el ejemplo de la higuera, cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca.

A veces, para hacer pronósticos de lo que va a ocurrir somos pronto, somos prestos; pero sin embargo en este sentido de mirar a nuestro alrededor, como Jesús, para escuchar, para compartir, para dialogar, para construir, para edificar desde la realidad de este mundo, que no es perfecto, que tenemos que ir perfeccionando, para poder caminar juntos, para poder hacer de él, el hogar que el Señor soñó para todos nosotros. Tenemos que mirarnos, no podemos virar el rostro, tenemos que mirarnos en nuestra realidad; con nuestras virtudes y con nuestros defectos, porque así nos ama el Señor. ¿Porque quiere que tengamos defectos? No, quiere que los superemos, pero no espera que los superemos para amarnos, nos ama para que podamos superarlos, porque sólo desde el amor se puede superar, se pude construir, se puede edificar. Si no hay amor estaremos construyendo sobre la arena.

Los signos de los tiempos, para que cuando el Señor llegue nos encuentre como a las jóvenes prudentes con las lámparas encendidas. Esperándolo, esperándolo con lo que hayamos podido hacer en este mundo, y esperándolo los unos al lado de los otros, porque no nos salvaremos solos. No puedo buscar mi salvación, tengo que buscar salvarnos todos, hasta donde yo puedo, tendiendo la mano siempre.

Por eso hermanos pidámoslo así, ahora que estamos al final del tiempo litúrgico. Nos quedan aún algunos domingos hasta la fiesta de Cristo Rey. Miremos las lecturas de este domingo y de los siguientes, en esa perspectiva. El Señor vino y quiso cumplir su promesa de enviarnos un Salvador. El Señor viene porque quiere cumplir su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos. El Señor vendrá al final de los tiempos porque también cumplirá su promesa; y vendrá a juzgarnos por el amor. Entonces, abramos el corazón al amor. Que esto nos ayude para poder mirarnos a los ojos los unos a los otros, para poder construir y edificar.

Que así el Señor nos lo conceda

(Música, Dios delante de ti, Cristy Villaseñor)

Ahora hermanos, confiados en el Señor que siempre nos escucha, y siempre nos responde. No siempre, lo repito una vez más, como quisiéramos que nos respondiera, pero sí siempre respondiéndonos conforme a lo que necesitamos y a lo que más nos conviene. Presentemos nuestra súplica.

En primer lugar, por la Iglesia, de la que formamos parte todos y cada uno de nosotros, para que podamos ser instrumentos del amor y de la misericordia de Dios en medio de este mundo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos también por las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales, laicales, para que el Señor nos ayude a responder a su llamada, poniendo los dones que de Él hemos recibido al servicio los unos de los otros. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por los que sufren, de manera particular por los que se desesperan ante el sufrimiento de la vida; para que podamos encontrarnos con Cristo, y en Él el consuelo, la luz, a paz. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Por los enfermos, particularmente los enfermos del coronavirus, pero todos los enfermos, especialmente los que estén solos, para que el Señor les conceda la salud del alma y del cuerpo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Por todos los difuntos, especialmente por aquellos que nadie pide, para que el Señor derrame sobre ellos su misericordia, y perdonando sus faltas los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

 Y los unos por los otros, para que recibamos al Señor que vino, que viene y que vendrá, para que lo compartamos con los demás, para que descubramos en Él que somos hijos de un mismo Padre y somos hermanos los unos de los otros por encima de cualquier diferencia. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Concédenos Señor que estas peticiones que ponemos bajo tu mirada, nos obtenga la gracia de vivir entregados a tu servicio y nos alcancen en recompensa la felicidad eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Ahora en un momentico de silencio, hagamos la comunión espiritual. Pidámosle al Señor que ya no lo recibimos sacramentalmente, Él venga espiritualmente, realmente también a nuestros corazones.

Y ahora para que nunca olvidemos que somos hermanos, porque Dios es nuestro Padre, oremos con la oración Jesús nos enseñó.

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy el pan de cada día.

Perdona nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación,

Y líbranos del mal.

Amén

 Hermanos, un gusto haber compartido con ustedes este rato, una alegría y un gozo. El deseo de que tengan un feliz domingo y que tengan una muy buena semana.

Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.

Les ha hablado el P. Rafael Ángel de la Catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima vez.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Guion, grabación, edición y montaje: Erick Guevara Correa

Dirección general: María Caridad López Campistrous

Fuimos sus locutores y actores. Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung

Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA

 (Música, Hoy despierto, Siervas)

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