TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA
TRES MODOS DE ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS
LA EXPERIENCIA PERSONAL DE CLARET COMO ARZOBISPO DE SANTIAGO DE CUBA
LA LECTURA DIARIA DE LA BIBLIA
Recomendaciones concretas para la lectura diaria de las Sagradas Escrituras.
En este sentido, la actuación de Claret fue de una constancia admirable y de una visión amplísima. No se puede explicar su actitud si no es por su inmensa afición a la Biblia, su amor apasionado por ella y su lucha contra los protestantes. A pesar del ambiente negativo de su tiempo y de la «desidia que se nota en algunos de nuestros hermanos y compatricios», Claret se comportó como un verdadero profeta.
Recomendó la lectura de la Biblia a todos sin distinción: obispos, sacerdotes, seminaristas y fieles de todo tipo y condición. Recomendó la lectura diaria de uno o de varios capítulos de la misma, de tal manera que cada año se pudiera leer toda. Y la recomendó como estudio, como lectura espiritual y como meditación, según los casos y las circunstancias de las personas. Son innumerables los textos donde Claret habla sobre la necesidad de leer diariamente la Palabra de Dios.
La orientación pedagógica de Claret sobre el tiempo y cantidad de lectura de la Palabra de Dios es muy clara y constante. Como primer elemento a salvar en toda circunstancia es “la lectura diaria” de la Biblia. Todo cristiano debe leer cada día las Sagradas Escrituras. Cuando digo “todo cristiano”, es porque, para Claret, la lectura personal de la Palabra de Dios no es un privilegio de unos cuantos.
Todos, sin distinción de ministerio, sexo, edad o condición, deben leerla asiduamente cada día; incluso los niños.
La cantidad de lectura diaria depende de las circunstancias personales y de las exigencias de su ministerio en la Iglesia. A los sacerdotes y seminaristas les llega a pedir la lectura de cuatro capítulos diarios de la Biblia. De esta manera se cumple el ideal de Claret: que se puedan leer todos los libros sagrados una vez cada año. A los fieles les aconseja, en general, que lean un capítulo diario.
Claret exigía que los Seminaristas tuvieran cada uno su propia Biblia y así “favorecer y facilitar” la lectura diaria de la Palabra de Dios.