TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA
DIA 4 DE MAYO 2021
DE LA CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II A MONS. MEURICE
“El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14). Este lema escogido por el Padre Claret explica bien su extraordinaria entrega y creatividad en el ministerio episcopal. Cuando hay ardor pastoral en el corazón, más fácilmente se encuentran los métodos idóneos para evangelizar. Así se descubre con prontitud la expresión más elocuente y el gesto más cercano para llevar al corazón de cada hombre y mujer, a cada familia y a cada sector de la sociedad el mensaje salvador de Cristo.En este sentido, el ejemplo de los santos es siempre un estímulo para la Iglesia de hoy, llamada a buscar formas eficaces para que tantos seres humanos puedan ver cumplidos sus más recónditos deseos de “ver quien es Jesús” (cf. Lc 19, 3) y de escuchar su palabra de misericordia y esperanza, que se dirige a todos sin tener en cuenta su origen o condición (cf. Jn 4,9)
En efecto, hacer llegar el Evangelio al corazón del hombre es un acto de reconocimiento y respeto de toda persona, hecha a imagen de Dios, a la vez que una defensa ante todo lo que amenaza su libertad, sus derechos o las condiciones necesarias para llevar una existencia, personal, familiar y social, acorde con su inalienable dignidad.
Así lo entendió el Santo Arzobispo, luchando denodadamente contra las discriminaciones e injusticias y prodigándose en iniciativas que sacaran a todos de la ignominia que comporta el degrado moral, la ignorancia y la penuria. Sabía bien que todo ello, por tratarse del bien del hombre, es también misión irrenunciable de la Iglesia. Yo mismo tuve la ocasión de recordarlo ante vosotros, en la inolvidable celebración eucarística en la Plaza Maceo, ante la imagen de la Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre: La Iglesia “mira en primer lugar a la persona humana y a la comunidad en que vive, sabiendo que su primer camino es el hombre concreto en medio de sus necesidades y aspiraciones” (Homilía en Santiago de Cuba, 24 de enero 1998. N. 4)