Transcripción homilía del P. Rogelio Deán Puertas Párroco de la parroquia del Cobre
Eucaristía V Domingo de Cuaresma
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
21 de marzo de 2021
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”. Juan 12, 24
Mis queridos hermanos,
En este último domingo del tiempo de la Cuaresma, se nos presenta en el Evangelio un deseo de ver a Jesús, y ciertamente nosotros logramos vernos identificados en el deseo de estos griegos de ver a Jesús. Son muchas, muchas las dificultades que padece nuestro pueblo, y en medio de mucha tristeza, a veces en medio de mucha falta de consuelo, de mucha falta de esperanza, en medio de la enfermedad, en medio de las carencias, en medio de una sensación de encierro que a veces parece agobiarnos, hay un deseo de ver a Jesús. Nuestra gente clama ver a Jesús, y ciertamente Jesús quiere acercarse a nuestros corazones, Jesús quiere ser nuestro Dios.
Llama la atención como, ante el interés de estos griegos, los griegos son indicados como las personas de la razón, las personas que buscan entender, que buscan comprender. Ante el interés de estos griegos, Jesús les dice, “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo” Ciertamente Jesús nos recuerda que no hay resurrección sin cruz. Pero no se trata de vivir una cruz con resignación, no se trata de vivir una cruz porque no nos queda más remedio, que llega y ya está. Se trata de asumir la cruz que nos encontramos, la cruz que no se asume, no redime.
Por eso Jesús, habla de un salir de nosotros mismos, dice “el que se ama a sí mismo se pierde y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. No podemos asumir la cruz, no podemos trascender esa cruz, si seguimos nosotros encerrados en nosotros mismos. En las mismas costumbres, en las mismas ideas. No podemos seguir aferrados a los mismos pecados que nos han llevado a la desesperación, que nos han llevado a la lejanía de Dios.
El Señor es misericordia, y esa abundante misericordia del Señor la muestra el profeta en la primera lectura que hemos proclamado, donde el Señor nos dice, “meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. El Señor nos ofrece como camino de resurrección la ley del amor, y nosotros no logramos todavía salir de nosotros mismos para ir al encuentro de muchísimas personas que están necesitadas de un consuelo, que están necesitadas de la mano de Jesús. No hay salvación sin un asumir esa cruz.
Por eso cabría preguntarnos nosotros hoy, ¿cuál es la cruz que yo todavía no he asumido y que tengo que asumir? Cuando Jesús nos habla de morir a nosotros mismos, evidentemente eso lleva un esfuerzo, lleva un sacrificio, porque hay un hombre viejo que quiere una y otra vez resurgir en nosotros, que debe desaparecer. No podemos ir adelante con el mismo hombre viejo de siempre. Y a veces pensamos que las soluciones a nuestra agonía, a nuestros problemas, a nuestras dificultades, van a venir desde afuera, no. La solución a nuestras dificultades, ese camino de felicidad que nosotros queremos alcanzar, viene de un cambio en nuestro interior. Si no hay un cambio dentro de nosotros, difícilmente va a haber un cambio afuera. Por eso, no podemos enfrentar los tiempos que estamos viviendo tan difíciles, con los mismos modos que estábamos llevando hasta el momento.
En la Carta a los hebreos se nos habla de la obediencia. No podemos desechar la ley del Señor, la ley del Señor que es la ley del amor tiene que ser tomada en cuenta, el Señor nos dice en la primera lectura que será escrita en nuestros corazones. Pero si nosotros no vivimos al amparo de esa ley del amor, difícilmente nosotros vamos a lograr algo. Y ahí está Jesús, queremos ver a Jesús, pero si centramos nuestra mirada en Jesús como dice la Carta a los hebreos, vemos que el primero que aprendió a obedecer fue el mismo Jesús, el primero que aprendió a obedecer sufriendo; porque ciertamente a veces el obedecer implica un sufrir, pero si no se asume desde el amor ese sufrimiento, no vamos a ir a ninguna parte.
No estamos llamados a quedarnos en el sufrimiento. No se trata de la ley por la ley. Se trata de la ley del amor, la ley salvífica que nos pone pautas de vida concretas que nos va a llevar a dar el gran salto. Nosotros estamos necesitados de dar un gran salto, nuestro pueblo cubano, la iglesia que peregrina en Cuba necesita un salto. ¿Con quién cuenta para dar ese salto? Con cada uno de nosotros, contigo cubano estés donde estés, porque ciertamente como estamos, como vivimos hoy no merece la pena seguir. Estamos llamados a una trascendencia. Yo no puedo seguir esperando un tiempo indeterminado para ser feliz. Yo necesito ser feliz hoy, y Jesucristo es el camino para mi felicidad.
Vamos a pedir en esta última semana de la Cuaresma, que Jesucristo sea de verdad el centro de nuestra vida, y que no se quede en una idea, en una teoría; que la experiencia de Jesucristo pueda ser llevada a la práctica. La experiencia de Jesucristo es vida, y en la medida en que Jesucristo tenga el centro de nuestra vida, también lo tendrá en las personas que nos rodean. Así de sencillo. Dice, “cuando yo sea levantado atraeré a todos hacia mí”; el modo que nosotros tenemos de levantar a Jesucristo, de hacerlo visible entre nuestra gente, es nosotros configurarnos a Él, para que el que está agobiado, desesperado, buscando un rumbo para su vida, vea en nosotros a ese Jesucristo que quiere dar la vida y que quiere resucitar.
Vamos a pedir también como siempre, aquí en este Santuario de María nuestra Madre de la Caridad, también el auxilio de la Virgen Madre, ejemplo de obediencia, ejemplo de configuración a Dios; vamos a pedirle a ella que haga camino con nosotros para que podamos alcanzar esa vida que soñamos, y que necesitamos que llegue ya.
Que así sea.