Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía Solemnidad de Corpus Christi
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
14 de junio de 2020
Hermanos,
Hoy es el día de Corpus Christi, una fiesta grande para el mundo cristiano. Para nosotros, quería recordarles, que la primera vez que se tocó la música del Himno Nacional, fue en Bayamo, como sabemos todos compuesta por Perucho Figueredo, en una procesión de Corpus Christi, es decir un día como hoy.
En este día recordamos la Última Cena, en que Jesús, podemos decir así adelantándose a su Pasión, en el marco de una cena pascual judía, Él toma pan, toma vino, eleva sus ojos al Señor y dice, “este es mi Cuerpo, y es esta es mi Sangre. Hagan esto en memoria mía, y yo estaré con ustedes, repítanlo a las otras generaciones hasta el fin de los tiempos”.
Hermanos, hemos escuchado en estos días desde la Semana Santa, como Jesús dejó mandatos. Nos dejó el mandato de bautizar, nos dejó el mandato de enseñar lo que Él había enseñado, nos dio el poder perdonar los pecados también, nos dejó el Espíritu Santo, nos dijo que si queríamos seguirle teníamos que guardar sus mandamientos. Todo eso lo vino diciendo, pero ya Él había hecho este primer mandato, que no solamente fue de palabra, sino fue gestos; y no solamente fue gestos, sino que tomó objetos. ¿Qué cosa tomó? El pan y el vino, y como dije, en el seno de una cena judía religiosa, en ese mismo momento Él dijo “Esta es mi carne, y esta es mi sangre que se entrega por ustedes”. Y, como repito de nuevo, nos dio el mandato de seguirlo haciendo, para ofrecerse, para que nos diéramos cuenta de que Él se ofrecía por nosotros.
Por eso, cada vez que se celebra la misa, ese único sacrificio de Cristo, se renueva. Por eso es que la misa, es la oración más importante que cualquier persona puede hacer. Cuando yo leo la Biblia en la soledad de mi cuarto, cuando yo voy al templo a orar, cuando me reúno con un grupo de personas a rezar, yo estoy haciendo muy bien, estoy elevando mi oración a Dios, glorificándole, pidiéndole, alabándole, intercediendo, tantas cosas. Pero soy yo el que la hago. Soy yo el que me ofrezco, y la estoy haciendo.
Pero en la misa, no soy yo el que se ofrece, el que se ofrece es Cristo, porque se ofreció en la Cruz de una vez y para siempre, y por lo tanto la misa es la oración por excelencia. No es lo mismo lo que yo pido; no es lo mismo mi disposición para elevarme hacia Dios y pedir por los hermanos, que Cristo que es el que se ofrece, y se ofrece por mí, por ustedes. No hay comparación. Por eso es que la misa, es tan importante, por eso es que la misa es el centro de la vida de un fiel.
En primer lugar, porque si nosotros hacemos caso a Jesús y bautizamos y enseñamos, al que crea lo bautizamos; todavía más, cuando nosotros hacemos esta petición de Jesús, estamos cumpliendo su deseo, y estamos santificando a los demás.
La iglesia lo entendió enseguida, por eso los discípulos de Emaús, que leímos en estos tiempos atrás, Jesús les explicó las escrituras y vieron que era alguien importante, alguien que sabía; pero descubrieron que era Jesús, cuando Jesús parte el pan y se los da, en la fracción del pan. Ésa es la Tradición de la Iglesia. Los primeros cristianos se reunían, y el centro de su reunión era la “fracción del pan”, la Eucaristía.
San Pablo lo dice en la 1ra Carta a los Corintios, “yo he recibido una tradición antigua”, y habla de la Eucaristía. “El que come de este pan y bebe de este cáliz, está comiendo mi cuerpo y mi sangre para la vida eterna”.
Hermanos, la Iglesia quiere ser fiel, y la Iglesia si bautiza, es porque sigue el mandato del Señor. Si la Iglesia ayuda a la conversión a los demás para obtener el perdón de los pecados, es porque sigue el mandato del Señor. Si la Iglesia se siente segura porque tiene el Espíritu Santo, y tiene que cuidar que el Espíritu esté en ella, es porque sigue el mandato del Señor.
Y así hermanos, también la Iglesia no abandona ese gesto de Jesús, que Él dijo “este es mi Cuerpo, y es esta es mi Sangre, esta es verdadera comida y es verdadera bebida”. Tan claro lo dijo que lo mismos que le estaban oyendo, y aun los discípulos, le dijeron “eso es muy duro, comer la carne, tomar la sangre”. Y Jesús les dijo, “pues así es, yo soy el que me entrego por ustedes y yo me quiero quedar con ustedes bajo la forma del pan y el vino, porque soy yo el que me entrego por la salvación del mundo, y no hay ningún otro Salvador que yo”.
Por eso es que la misa tiene dos partes, las lecturas que la estamos terminando ahora, y después comienza la parte del Sacrificio, en la cual nosotros recordamos la entrega de Jesús.
Que el Señor nos ayude a escuchar su Palabra, pero también a querer recibir su Cuerpo y su Sangre.
Que el Señor nos acompañe siempre, y llene nuestro corazón de ese deseo de también acercarme a la comunión algún día.