Transcripción de la homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez en la celebración de la Solemnidad de la Santísima Trinidad

Transcripción de la homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez en la celebración de la Solemnidad de la Santísima Trinidad

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Solemnidad de la Santísima Trinidad

Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
7 de junio de 2020

Hermanos, 

Como decíamos al principio hoy celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Un solo Dios que, a la vez en Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas en un solo Dios. ¿Qué fuerza es la que lo une? ¿Cuál es su naturaleza? Dice Juan que su naturaleza es el Amor, Dios es Amor. Por eso es que el amor que siempre tiene que ser relacional, dirigido a otra persona, en la unidad de Dios están estas tres Personas; como su naturaleza es el amor, eso significa que estas tres Personas viven en un único amor.

Cuando nosotros comenzamos la misa, dijimos, “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Cuando una va por los pueblos, hay mucha costumbre de que cuando se reza el Gloria, “Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo” también las personas se persignan. Eso tiene un sentido. Y el sentido que tiene eso es que cuando hablamos de la Santísima Trinidad y hacemos la señal de la Cruz, lo que estamos diciendo es, que Jesús que murió en la cruz por nosotros, Jesús es quien nos ha revelado que en Dios hay tres Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Por eso nos persignamos, por eso cuando rezamos el Gloria nos persignamos. Pero también en la misa hemos rezado “Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo”. Todas las oraciones que nosotros hacemos, la hacemos con ese sentido Trinitario. ¿Qué significa esto? Significa que, como Dios es Amor, Él quiere que también nosotros vivamos en el amor.

En la medida que entre nosotros y nosotros con Él vivamos en el amor, en esa misma medida nosotros estamos viviendo, estamos participando de esa intimidad de Dios.

Cuando Pablo fue a Roma, él les dijo a los romanos que tenían muchos dioses, les dijo que podemos descubrir que Dios existe por esa revelación natural, al ver el mundo, al ver las cosas nos preguntamos ¿qué sentido tiene esto si no hubiera un Creador, Alguien que lo hizo?

El pueblo judío tuvo aquella gracia de ser escogido por Dios para que Dios se revelara, y le fue contando al pueblo todo lo que Él quería que nosotros supiéramos. Jesucristo continúa su obra, y Jesucristo nos revela al Padre plenamente. El pueblo de Israel creía en un solo Dios, pero también lo veía cercano, pero a la vez un poco exigente. Cristo nos dice que Dios es Padre, nos lo revela. Cristo nos dice que Dios es Amor. Cristo, Dios mismo, muere en la cruz por nosotros.

¿Qué revelación nos hace Cristo que nos diga cuál es el Dios en el que los cristianos creemos, profesamos y también queremos que el mundo lo conozca? Es precisamente un Dios que es Creador, que es Padre, que se entrega por nosotros, no nos abandona, no es ese creador que hace algo como un constructor y después deja la obra ahí, que pase el tiempo y que pase lo que sea. No, Dios se compromete con el hombre y mandó a su propio Hijo, Dios mismo a morir por nosotros en la cruz; y nos dio el Espíritu Santo para que animara nuestra vida de fe.

Por eso es que en el bautismo nos dice, “bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Ese es Dios, es Amor.

¿Qué tiene que ver conmigo? Pues conmigo tiene que ver que, si yo sé que Dios es Amor, me ha creado por amor. Conmigo tiene que ver, conmigo y con cada uno de ustedes, tiene que ver que sabemos que somos pecadores, ustedes y yo, y que necesitamos que el Señor Jesús, Dios mismo, venga a recatarnos en la cruz. ¿Qué tiene que ver conmigo? Que sabe que somos frágiles, que nos equivocamos, hacemos cosas que muchas veces no queríamos hacer, pero la hacemos, y el Espíritu Santo es el que nos conserva unidos al Señor. Eso tiene que ver.

Por eso, cada vez que hagamos “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, sintámonos en presencia de Dios, porque me creó, me salvó, y me mandó al Espíritu Santificador para animar mi vida.

Si queremos un ejemplo: la Virgen. Creatura de Dios, concibió a su Hijo por obra del Espíritu Santo, dio a luz al mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y Jesucristo con el Padre nos envía al Espíritu Santo santificador. Es muy importante cada vez que hagamos, nos levantemos, en cualquier momento nosotros hagamos la señal de la Cruz, sabiendo que estamos en presencia de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

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