Misa votiva de la Virgen de la Caridad

foto: Holguín Católico

foto: Holguín Católico

Homilía de Mons. Giorgio Lingua el 31 de agosto en el Santuario Basílica de Nuestra Señora de la Caridad, El Cobre 

Estamos aquí reunidos para honrar a la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba.

He venido muchas veces a este templo y siempre me ha impactado ver a los jóvenes, en particular las jóvenes parejas que, dándose la mano, oran a la Virgen, hablaban con Ella, como si la vieran.

Un día me detuve un rato frente al Santuario, y observaba a los pocos peregrinos que llegaban a causa de las malas condiciones climáticas. Me llamó la atención una familia discutiendo con el oficial de seguridad. Me di cuenta que la esposa estaba muy poco vestida como para poder entrar y el celoso guardián intentó, debo decir con mucho amor, hacerle entender que de esa manera no podía entrar al Santuario. ¡La falda era demasiado corta y la camiseta… ni hablar! Intentó bajarse un poco la falda hacia las rodillas, y subir la camiseta un poco más hacia los hombros. ¡Inútil! Entre tanto el marido buscaba convencer, con buenas palabras, al inquebrantable guardia, diciendo que venían de La Habana, que hicieron un largo, agotador y costoso viaje en camión… Nada. Entre tanto, los dos niños, pobrecitos, estaban envueltos en nylon para protegerse de la lluvia. En fin, la escena me conmovió y me empujó a intervenir. Vi que tenían una toalla y le aconsejé a la señora que se la pusiera por los hombros. Al ver mi buena voluntad (y, quizás, también la autoridad), el guardia se volvió más comprensivo y le aconsejó a la señora que subiera las escaleras como pudiera, pero luego, antes de entrar a la iglesia, se bajase la falda, “al menos una pulgada”. Mientras tanto, vi que su esposo estaba descalzo y le dije que sería mejor ponerse los zapatos antes de entrar al santuario. Él me contestó diciendo que fue una promesa que había hecho. No me atreví a decirle nada más. Ya dentro de la iglesia, vi que rezaban durante mucho tiempo. Especialmente el esposo me pareció muy concentrado, primero ante la Virgen de la Caridad y luego ante el Santísimo que estaba expuesto. Cuando salgo del Santuario, después de haber recitado mi rosario, veo a los dos niños jugando en el césped, bajo la atenta mirada de su madre, mientras el papá todavía estaba arrodillado ante Jesús. Es una de las tantas escenas que me conmovieron. Ver el amor a la Virgen de las familias sencillas.

Recordé que tenía un poco de Nutella, un chocolate italiano que gusta mucho a los niños, y regresé al albergue para dárselo a ellos. Creo que los niños no recordarán cuánto les costó entrar, sino la dulzura de ese chocolate que será para ellos la dulzura de María. Sí, aquí la gente viene para buscar la dulzura de María, su consuelo y protección.

Pero ¿cuál es el mensaje que nos ha dejado esta hermosa Virgen hallada por casualidad en el mar? ¿Por qué mucha gente viene a rezar a su casa? ¿Qué nos dice hoy?

Creo que el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, el milagro de las bodas de Caná, nos ayuda a comprender el mensaje de la Virgen de la Caridad.

La Virgen había sido invitada a una fiesta de bodas, quizás algún pariente se casaba y, por eso, estaba presente también Jesús, con sus discípulos. Los discípulos de Jesús eran hombres fuertes, la mayoría pescadores, gente habituada al duro trabajo, que cuando comen y beben… ¡se nota!

¡Quizás su presencia fue la causa de la falta de vino! ¡A lo mejor los esposos no esperaban que Jesús llegara con 12 acompañantes! ¡No habían previsto tantos hombres, y el vino comenzó a faltar!

Quien primero se da cuenta de la situación embarazosa de los recién casados fue la misma María y se lo señala a Jesús.

¡María siempre es la primera en darse cuenta de nuestras necesidades!

Jesús parece reaccionar de un modo descortés, como si tomara distancia de su madre. No la llama de suyo “mamá”, sino “mujer”.

Pero María no se descompone e invita a los discípulos a que hagan lo que Jesús les diga.

Este es siempre el rol de María. Ella quiere que hagamos lo que Jesús dice.

Su grandeza, desde el punto de vista espiritual, no está en el hecho de ser “Madre” de Jesús, sino de ser “mujer”, como todas las demás, pero una mujer “Discípula”, que hace lo que Jesús dice, que vive de la Palabra de Dios.

Ella ha sido la primera en cumplir la voluntad de Dios porque ha sido la primera en creer en Jesús.

En efecto, mientras los discípulos creyeron en Jesús después que el agua se transformó en vino, ya María creía, por eso invita a los criados a hacer lo que Jesús les diga. Jesús no había hecho ningún milagro todavía, éste es el primero, y María ya creía en Él.

María es nuestro modelo no porque es la madre de Jesús, sino porque ha creído en Jesús. Su grandeza espiritual, repito, no depende de su maternidad, sino de su fe.

Cuando Jesús se vuelve famoso y todos querían verlo, un día llega también su madre y le dicen que su madre está fuera que lo espera con sus parientes. Pero Él responderá: “¿quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos?” Y añadirá: “quien hace la voluntad de Dios es mi hermano, hermana y madre”.

Para Jesús cuenta más la familiaridad espiritual que la de la sangre. Para Jesús cuenta la fe y la fe sin obras es vana. Por esto María dice: “¡hagan lo que les diga!” Si queremos demostrar nuestra fe, debemos hacer lo que Jesús dice.

“Hagan lo que les diga”: es todo lo que María nos dice también hoy.

Las bodas de Caná representan el banquete eterno, los tiempos mesiánicos, donde nos encontraremos con Dios, Jesús, María, todos los ángeles y santos en la fiesta perenne en el Cielo.

Pero el Reino de Dios, este banquete perenne, está ya en medio de nosotros. El banquete eterno ya ha comenzado. Esta vida, esta tierra, puede ser una fiesta o, mejor dicho, sería una fiesta si hiciéramos siempre lo que Jesús nos dice.

Desgraciadamente, también hoy muchas veces falta el vino. En el vino podemos ver todas las cosas que nos faltan: ¡a cuántos les falta el pan, la casa, el trabajo, la paz! Todas las necesidades que tenemos son como el vino que falta y nosotros venimos aquí, a la casa de María para que ella interceda frente a Jesús.

Y la Virgen nos repite, a nosotros también: No tengan miedo, “Hagan lo que les diga”. “Hagan lo que les diga”: si obedecemos a Jesús podemos ver cómo se resuelven tantas carencias. Si se viviese Su Palabra, y esto María lo sabe, no faltaría más el vino, el pan, la paz, la justicia…

También hoy, si tenemos fe, Jesús puede transformar el agua en vino. Pero debemos entregarle a Él nuestra agua, es decir nuestra miseria, nuestro pecado, lo poco que tenemos.

¿Qué hará cuando multiplicará los panes y los peces? ¿Recuerdan? Pedirá que le lleven cuanto tengan. Sólo encuentran 5 panes y 2 peces. Pero esto le basta y multiplica esos panes y esos peces para dar de comer a 5000 personas, sin contar las mujeres y los niños. ¿No habría podido hacer aparecer los panes y los peces de la nada? ¡Seguro que sí! Pero Él espera que le demos lo poco que tenemos. Quiere que hagamos nuestra parte, aunque podamos hacer poco.

Frente a los males del mundo podemos horrorizarnos. ¿Quién puede parar todas las guerras que hay? ¿Quién puede dar de comer a tanta gente que continúa muriendo de hambre? Ninguno de nosotros. Pero si hacemos la paz con nuestro vecino, si compartimos el pan con el hambriento que encontramos, permitimos a Jesús hacer el milagro y multiplicar el bien.

Hay un solo modo de resolver los problemas del mundo: hacer lo que Jesús nos pide. Hacer su voluntad.

¿Y qué nos pide Jesús? ¿Qué nos ha mandado Jesús? “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Este es su mandamiento. Hasta que no nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado, como Él nos pide, no podremos ilusionarnos en resolver los problemas del mundo, de nuestro País, de nuestra familia, de nuestra parroquia.

Al contrario, si nos amamos los unos a los otros, ¡se hará el milagro! ¡También hoy! Por eso decía que las bodas de Caná nos ayudan a entender la Virgen de la Caridad. Porque la Virgen de la Caridad nos recuerda lo esencial del mensaje de Jesús, nos invita a hacer lo que él nos pide: CARIDAD. Hagan lo que él les diga, es decir: ¡ámense!

Ya estoy por terminar mi misión aquí en Cuba. Ha sido un período excelente para mí. Pero, mirando atrás, ¡cuántas cosas me hubiera gustado haber hecho de otra manera! ¡Cuántos errores he cometido! Bueno, pido perdón al Señor y a los que he dañado o descuidado, pero hay una cosa que estoy seguro quedará por la eternidad: los pequeños y, muchas veces escondidos, actos de amor que hice. Como la Nutella que di a los niños que llegaron a este santuario bajo la lluvia.

Entrego a la Virgen lo bueno que hice y le pido interceder por mí ante Dios y ante ustedes para que se olviden del mal que he cometido.

Concluyo agradeciendo ….

Virgen de la Caridad reza por nosotros.

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