Otras dos generosas apóstoles de Santa Lucía parten a la Casa del Padre

Servir es darse- José Martí-

Por: P. Jorge Catasús Fernández 

Arquidiócesis de Santiago de Cuba, 16 de mayo de 2019 / 24 de enero de 1998. El sol se va abriendo paso radiante en la Plaza Antonio de la Caridad Maceo, en Santiago de Cuba. Miles de personas van arribando desde distintos puntos de la ciudad, desde pueblos y otras ciudades de las provincias orientales. El ambiente es de alegría, de fiesta. En unas pocas horas recibirán a un huésped ilustre, el papa Juan Pablo II, como Mensajero de la Verdad y la Esperanza. Celebrará la Eucaristía y coronará la imagen original de la Virgen de la Caridad del Cobre. Un entusiasta grupo musical de jóvenes manzanilleros, Kerigma, anima los cantos.

Luego de una hermosa dramatización del evangelio del Buen Pastor, sube decidida la escalera  hacia el estrado una mujer morena, sexagenaria, y ante el micrófono con voz firme testimonia:

Me llamo Ocilia Castillo, pertenezco a la comunidad de Santa Lucía de esta ciudad, soy maestra ya jubilada, trabajé en la docencia durante 40 años. Bendito sea Dios, que me permitió practicar mi fe en el plano personal, comunitario y social, al mismo tiempo que ejercía la docencia. Puedo decir que con el ejercicio de mi profesión al mismo tiempo servía a Dios, a la Iglesia y a mi Patria. Procedo de un hogar cuyos padres eran católicos, ya fallecidos. Con su ejemplo, mis padres hicieron que esa fe fuera creciendo, además permitieron que yo observara prácticas religiosas de otras comunidades cristianas para que al ser confirmada en la fe, lo hiciera como católica por convicción. 

Voy a decirles algo que motivó mi vida y que puedo compartir con ustedes. Siendo muy pequeñita y aun sin bautizar por circunstancias, enfermé gravemente, mi madre al pedirle a Dios por mí, no le pedía por mi vida, pedía porque yo no muriera sin ser bautizada. Años después comprendí con este ejemplo, cuán cristiana era mi madre y la responsabilidad que tenía en este don que Dios me había dado de la fe…. 

Ocilia recibiría luego la comunión de manos del Papa.

Esta laica se graduó en 1947 en la Escuela Normal para Maestros y en 1954 en la Escuela Provincial de Artes Plásticas José Joaquín Tejada, como profesora de Dibujo y Pintura. Recibió varias distinciones, entre ellas: Medalla de la Alfabetización, Medalla de la Organización de Pioneros (15 años), Medalla Rafael María Mendive (20 años como Educadora), Medalla y Orden Nacional de Educación (25 años).

Fue una misionera incansable. Acompañaba a Mons. Pérez Serantes en sus misiones en las alturas de Boniato y, años más tarde, fue fundadora de la comunidad  San Martín de Porres en ese poblado.

En la Parroquia de Santa Lucía, además de catequista, fue la más entusiasta promotora de la Pastoral Vocacional, interesándose siempre por los seminaristas y trabajando en la Colecta Anual para el Seminario y fue una de las fundadoras del Festival Santa Lucía para recaudar fondos con este fin. Fue también una dedicada visitadora de los enfermos. Hacia ellos me fue guiando desde mi llegada a la parroquia.

En 1994 nuestra hermana Ocilia integró la delegación de la Iglesia cubana que acompañó al Cardenal Jaime Lucas Ortega Alamino a Roma, con motivo de su nombramiento.

En los últimos años de su vida, desde su hogar, estuvo muy al tanto de la vida de su parroquia. El Señor la llamó en la mañana del 23 de abril del presente, habiendo cumplido nueve décadas de vida.

Poco más de un mes después, el primero de mayo, partía otra de las grandes mujeres de nuestra parroquia, Carmen Rosa Aradas, nuestra querida Cuca. Trabajó incansablemente no sólo en Santa Lucía sino también en la Parroquia María Auxiliadora, como cooperadora salesiana en el templo de San Juan Bosco y en la Capilla de Vista Hermosa. Abrió las puertas de su casa en el reparto Veguita de Galo dedicando una capillita a la Divina Misericordia, donde se ha ido nucleando una pequeña comunidad de barrio.

También Cuca me fue llevando a los hogares de los enfermos y me avisaba siempre, que alguno de ellos era hospitalizado. Era muy difícil que no recibiera a tiempo el aviso para que les llevase los últimos auxilios.

A veces pienso que esta especie está “en extinción”. No sólo desde el punto de vista generacional: las que han vivido cerca de un siglo, sino también las que se han entregado con tanta generosidad durante gran parte de sus vidas a la evangelización de nuestro pueblo, sin las cuales no pocas de nuestras comunidades no hubieran podido sobrevivir.

A la vez que damos gracias a Dios por el regalo de Ocilia y Cuca a nuestra Iglesia, imploramos que ellas intercedan para que de las nuevas generaciones de niños, adolescentes y jóvenes surjan nuevos apóstoles de esa estatura y calibre.

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