Intervención completa del P. Eduardo Gonzalo Redondo-Cuba en el Sínodo de los Obispos

En el n° 4 del Instrumentum laboris se cita al Papa Francisco cuando en la Evangelii Gaudium expresa que “la realidad es más importante que la idea”. 

En la vida concreta del día a día de la Iglesia, teniendo como trasfondo la cita del Papa, sintiendo en estos días la presencia del Espíritu en el dinamismo, la espontaneidad y libertad con la que se expresan los jóvenes y la excelente acogida por parte de los padres sinodales. No me quedan dudas que los jóvenes no son el problema sino la solución.

La pregunta que me surge es: ¿Entonces el problema cuál es? Y la respuesta me viene espontáneamente: Gran parte del problema soy yo, somos nosotros. Me refiero al mundo de los adultos y a muchos de nosotros que somos la Iglesia. Podemos pedir perdón mil veces, pero si no enmendamos el perdón con gestos y actitudes concretas no cambia nada. Todo seguirá igual.

¿Cómo enmendar? Comparto algunas pistas:

  1. Perder el miedo y recuperar la confianza en que el Espíritu del Señor es el que conduce la barca y que nosotros somos remadores limitados, pobres mediaciones. Pero Él cuenta con nosotros: ¡Avancemos mar adentro!
  2. Pasar del pensar y rezar por ellos, que es importante, a compartir la vida con ellos, allí donde el Señor nos coloque, que es esencial. Acompañarlos de verdad, dedicarles el tiempo que precisan y no el que nos sobra.
  3. Está claro que no siempre fuimos el mejor ejemplo ni lo somos, pero lo reconocemos y queremos vivir la conversión personal, pastoral y dejar de lado todas las estructuras caducas que nos desgastan tanto y nos hacen, muchas veces, pensar más en lo accidental que en lo esencial.
  4. Si estamos enamorados de Jesús y queremos dar la vida por amor, se nos quitará el miedo y no mediremos esfuerzos. Tenemos el ejemplo concreto de San Romero de América y de tantos mártires y santos que dieron y siguen dando la vida, la mayoría silenciosamente, por amor a Jesús acompañando bien de cerquita a su pueblo.

Parece que como Iglesia nos cuesta estar, escuchar y compartir con los jóvenes, ellos cuestionan todo, nos llaman a vivir coherentemente y también denuncian nuestra falta de cercanía, de cariño pastoral y de apoyo concreto en tantas iniciativas que tienen. Gracias a Dios tampoco faltan testimonios de pastores entregados y comprometidos.

  1. En algunas Iglesias particulares paradójicamente son los sacerdotes más jóvenes quienes menos se identifican con ellos y viceversa.
  2. Esta realidad nos debe hacer pensar en la selección y acompañamiento de los futuros pastores en nuestros seminarios diocesanos y casas de formación.

Hoy, varios de los que ingresan al seminario, son jóvenes bien formados, muchos de ellos profesionales y no pocas veces se vuelven adolescentes domesticados que viven en burbujas espiritualistas. El problema viene de dentro.

En lugar de seguir y amar a Jesús algunos siguen una “idea de Jesús”, se identifican con una “línea eclesial” ¿Qué es eso por Dios? ¡La única línea, el único camino es seguir a Jesucristo! Si esto es así, será difícil acompañar a los jóvenes

Siempre seremos extraños que vivimos en otro mundo y en otra frecuencia, diferente a la de ellos.

  1. No somos patrones, ni príncipes ni gestores. Somos pastores con olor a oveja. Acompañantes que precisamos ser vulnerables delante del Maestro y tener un buen acompañante espiritual.
  2. Si en nuestra Iglesia no prevalecen los “procesos” e “itinerarios vocacionales”, desde la espiritualidad, la formación y la misión por encima de los Shows media y los eventos masivos, nos quedaremos solo celebrando los accidentes y perderemos el eje de Jesús y el rumbo que marca el camino que debemos seguir.

Hoy el Papa Francisco nos va marcando el horizonte, nos abre caminos, pero corremos el riesgo de elegir los atajos. Si elegimos los atajos, nos alejamos de Jesús y todo nos sale mal.

Hacer camino supone paciencia, la paciencia nuestra y la paciencia de Dios; supone el ir paso a paso, sabiendo que no faltaran dificultades, porque forman parte del proceso. Pero el camino es real y concreto. Solo se hace camino pensando en procesos e itinerarios en el acompañamiento personal y el discernimiento pastoral.

  1. Pensar en procesos, soñar en ir haciendo camino y evitando la tentación de los atajos, nos alejaría de la auto referencialidad, del mirarnos a “nosotros mismos” y nos empujaría a lanzarnos a la misión. Como bien dijo Juan Pablo I: Desde los pobres llegaremos a todos. Esto es conversión pastoral, desde los pobres y los jóvenes llegaremos a todos, nadie quedará fuera. Ellos nos desacomodan y nos marcan el camino. “Los jóvenes, siguen siendo hoy una oportunidad pastoral” única para que la Iglesia sea “una iglesia de puertas abiertas”, acogedora, en salida continua, que creativamente esté presente en las diferentes periferias existenciales.
  2. Si la opción preferencial por los pobres y los jóvenes fuera el eje transversal de toda la Iglesia, no habría mucha dificultad en asumir pasos concretos de conversión y dejar de lado tantas estructuras caducas que terminan hipotecando la fe y lo maravilloso del seguimiento de Jesús.

Y termino Santo Padre, queridos hermanos mayores y jóvenes presentes. Termino compartiendo un sueño que puede ser posible, aunque nos jugamos todo. Lo lanzo como propuesta en esta aula sinodal:

En que usted, Santo Padre, como Pedro nos invite: “a todas las iglesias del mundo a asumir y renovar la opción preferencial por los pobres y los jóvenes”.

En el 2019 se cumplen cuarenta años de la presencia de San Juan Pablo II en el “Continente de la esperanza”, su primer viaje pastoral fue a Puebla en México, donde los Obispos del Continente celebraban la Conferencia del episcopado latinoamericano. El Espíritu nos regaló la opción preferencial por los pobres y los jóvenes para América Latina porque, no pensar ahora, uniendo el contexto de este sínodo y teniendo como marco la próxima JMJ en Panamá en enero próximo,

Puede ser el signo más concreto y el paso que nos falta para que el buen olor de Jesús pueda permear a toda la humanidad asumiendo como Iglesia una experiencia de conversión.

Nos regalaría la sobriedad que nace del Espíritu que acampa entre nosotros y que sopla donde quiere porque es libre y liberador y quita todos los miedos que muchas veces nos paralizan.

Por último, sospecho que estaríamos más cerca de asumir en lo concreto el sueño de Dios: “Que todos sean uno para que el mundo crea”.

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