Homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Eucaristía de clausura del Año Jubilar
Transcripción de la homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
SBMI Catedral de Santiago de Cuba, 26 de octubre de 2024
Eucaristía de clausura del Año Jubilar
Hermanos,
¡Qué alegría! Quién iba a decir que iba a estar nosotros celebrando los 500 años de la Arquidiócesis, los 500 años de nuestra Catedral, que es casi un símbolo de la ciudad y los 500 años de Santiago como ciudad. Es una gracia, una gracia que podremos contar.
Estamos participando con cariño, antes de comenzar cuando yo al principio mencioné recibiéndoles a ustedes, se me olvidaron algunos muy importantes, que es precisamente el Nuncio, representante de Su Santidad y mis hermanos los obispos de aquí de oriente, de Holguín, de Bayamo y de Guantánamo. No hay problema porque nos sentimos todos trabajando con el mismo empeño, levantando el mismo hombro, para que el Señor Jesús esté presente en medio de nosotros.
Hermanos son 500 años y aquí la historia juega mucho, por eso que contamos 500 años. Menos mal que tenemos personas muy sabias que nos ayudan a desentrañar un poco la historia. Pero como toda experiencia humana, la historia es el devenir de las acciones humanas, que en el tiempo se va plasmando y las generaciones futuras van recordando o recogiendo. Pero sabemos que todas esas acciones son hechas por los hombres y mujeres de todos los pueblos, de todas las razas, de todas las naciones, de todas las maneras de pensar, de todas las ideologías, porque todos somos de una misma naturaleza humana creada por Dios.
Por lo tanto, hermanos, también nosotros sabemos que los hombres todos, somos susceptibles a hacer mucho bien, mucho bien, y también somos susceptibles a hacer el mal. Nosotros en la iglesia cristiana llamamos a eso pecado, pecado es una falta grave. Una persona que hace algún mal a otro le pide perdón, pero el pecado para nosotros tiene una dimensión espiritual, porque estamos rompiendo una relación con Dios. El pecado es un desorden. Lo que tenía que haber sido hecho de una manera, de momento trastocamos, eso que debería ser el bien.
Entonces el pecado está presente en la historia de siempre. Está presente en aquella historia primera cuando aquellos primeros hombres vinieron acá de Europa, y cuando llegaron aquí encontraron pecado aquí. Los indios también vivían con discordias entre ellos. Por eso que había aquellas clases diferentes, taínos, siboneyes, atabeyes… que los pobres, los atabeyes y siboneyes, fueron siendo apartados a medida que llegaron los taínos. Después vinieron los españoles que ocuparon, y después se subió la historia que todos conocemos.
En aquella época era la prehistoria. Ahora estamos en la historia, que todos conocemos, gracias a Dios porque se ha registrado. Pero si nosotros conocemos la historia y no sacamos enseñanza de ella, estamos haciendo un trabajo tonto, porque precisamente la historia es maestra. Y nosotros tenemos que aprender, y una de las cosas que tenemos que aprender como dije al principio, es que todos somos susceptibles de hacer el bien y el mal, y está presente.
La primera lectura que es de Isaías, pasaba lo mismo, exactamente igual hace 2.700 años con el pueblo de Israel. El pueblo de Israel había sido bendecido por Dios, elegido por Dios y ese pueblo se fue apartando de Dios, esa la historia del pueblo de Israel. La desobediencia, el romper la alianza y por eso los profetas fueron diciendo qué pasa, deben volver de nuevo al Señor, tienen que ser hermanos todos, porque el Señor nos hizo a todos iguales en dignidad y en derechos, porque todos somos hijos de Dios y eso es lo que le da a la condición humana el valor, el peso que tiene, no una ley. La ley puede contribuir, pero crear la dignidad a la persona es la misma persona, la tiene intrínseca en ella por ser criatura de Dios.
Entonces en la lectura de hoy, los profetas contemplando la historia, pues los profetas le dijeron al pueblo, hermanos ustedes están gastando el dinero en balde. Gasten el dinero en las cosas necesarias, en las cosas urgentes para la vida, pero ahí estaba la parte material y la parte espiritual. ¿A qué usted le dedican la vida, solamente a lo material o empiezan a buscar el sentido de la existencia? Y entonces les dice, vengan a mí, vuelvan de nuevo, que, con mis mandatos, con lo que yo les dije desde el principio, ustedes van a alcanzar la felicidad de este pueblo, que en aquel momento vivía aplastado por los mismos del pueblo de Israel y aplastado por los de afuera que iban a meterse y aplastarlos más.
Y el Señor les dice, vengan a mí, vengan a mí, vuelvan y ustedes van a encontrar entonces que vale la pena, gastar todos los esfuerzos y una vida, al servicio de Dios y del Reino de Dios, porque ahí estamos garantizando precisamente el bien de los hermanos. Por eso es que el pecado no es solamente hacerle daño a una persona, ah yo le pido perdón. Cuando nosotros cometemos un desorden como es el pecado contra una persona, estamos ofendiendo a Dios y estamos ofendiendo a la sociedad, a la comunidad. El Señor les dice vengan, agachen la cabeza, reconozcan que han pecado.
Hermano, qué triste es, qué soberbios somos cuando no queremos conocer nuestros errores y nuestros pecados, qué soberbios somos. Y ese fue el pecado de Adán, la soberbia, no quería reconocer un Dios, y ese es el pecado de nosotros cuando no queremos reconocer que somos susceptibles al fallo, al error, a las pasiones que me llevan, porque quiero hacer lo que yo quiero. Hermano ese es el pecado, la soberbia.
Entonces el profeta les dice, vuelvan, vuelvan al Señor, vuelvan, entonces sí vas a encontrar misericordia, además eso es gratis. Ya Isaías decía eso 600 años antes de Cristo, pero nosotros sabemos que la misericordia de Dios es gratis, porque Jesús murió en la cruz y así lo representamos, gratuitamente por nuestros pecados, para decirnos hombre, mujer, no seas tonto, reconoce que te equivocaste, rectifica para poder entrar de nuevo por el camino porque por eso la historia es así maestra. Porque si no aprendemos de la historia y no rectificamos los errores pasados, difícilmente podamos hacer cosas buenas.
Esa la primera lectura, la condición del hombre que muchas veces queremos hacer lo que nos dé la gana, según nuestros criterios no respetando el criterio de los demás. Pero el Señor dice, tú tienes capacidad, pero para eso tiene que crear un corazón nuevo.
San Pablo dice claro, dice somos criaturas nuevas en el Señor, y el salmo que hemos cantado y rezado, dice “Espíritu cree en mí un corazón nuevo”. Hermanos, todos necesitamos un corazón nuevo, todos, no hay nadie que pueda decir que no. Ni ustedes, ni ninguno de ustedes, ni yo, ni ninguno de los que estamos aquí, por eso que esto nos toque el corazón. Señor, dame un corazón nuevo y ayúdame a tener la voluntad para cambiar y rectificar, para cambiar y para pedir perdón, y agachar la cabeza humildemente.
Por eso cuando entramos por la Puerta Santa, entramos humillándonos ante el Señor diciendo, quiero tu misericordia Señor, ese es el signo de la Puerta Santa. Es una puerta que está abierta siempre, pero en este tiempo es un signo. Además, un signo que nos recuerda, San Juan lo recuerda en el capítulo 10, cuando Jesús dice yo soy la puerta, el que quiere encontrar al Padre, la verdad y la vida, que venga a mí. Eso es lo que significa la puerta, queremos encontrar y entrar por Cristo al encuentro del Señor.
Hemos dicho ser humildes, dejar de ser soberbios, reconocer lo que hemos hecho mal y lo que hemos hecho bien también, pero saber pedir perdón. Entonces san Pablo nos habla de otra cosa. Ese que vino a reconciliarnos con Dios, que dio su vida en la cruz por mí, por ti y por todos, ese que vino él dice, que ha venido a reconciliar al mundo con Dios, y que su ministerio, es el ministerio de la reconciliación. ¿Qué significa eso? Lo sabemos por la palabra, el significado de la palabra. Dos cosas que estaban separadas, dos cosas que vivían en confrontación, ese es el misterio de la Iglesia y a eso el Señor nos llama.
Por eso el Señor nos llama a la reconciliación. Conmigo mismo, porque hay veces que quiero hacer lo bueno como decía Pablo y hago otra cosa diferente. Reconciliación con los hermanos, reconciliación con la naturaleza, en la familia. Esa es la misión del cristiano y eso es lo que Dios nos pide, eso es lo que el Señor nos pide.
El Evangelio es el mandato final del Señor. Cuando los discípulos así, sin saber qué hacer, como estamos nosotros muchas veces y más en este tiempo tan duro, qué hacer; y el Señor dice, vayan a Jerusalén, enseñen lo que yo les he dicho. ¿Qué es Señor? Lo que yo he dicho ahora, cumplan sus mandamientos, sean humildes, procuren la reconciliación, trabajen por el bien, esperen del Señor. Porque la vida, que nosotros gastamos solamente para lo material de un momento, se acaba, pero con la resurrección del Señor Jesús, esa vida es una vida eterna y es lo que le da sentido a esta existencia.
Sin en ese Dios, que es vida, que vive para siempre, que muere por mí en la cruz, y que me llamó a vivir eternamente, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene? Nosotros no somos una mata de palma hermosa, que de momento se derriba, un rayo la rompe, no, somos criaturas de Dios. Y el Señor dice, vayan por el mundo, y este mensaje de esperanza, contra toda esperanza muchas veces, ese mensaje es el que tenemos que transmitir y dar.
En estos días, tal vez yo me repita, pero es que me tocó. Cerca de la fiesta de la Caridad, ya lo he predicado aquí en esta Catedral, lo he mencionado. Cercano a la fiesta de la Caridad oí una un concierto de Pablito Milanés cantando una canción de José María Vitier a la Virgen; y en esa canción decía así, que la Virgen, el niño que tiene su brazo, a su Hijo, Dios mismo, dice, Él es promesa de la vida que perdura, y no de esta vida que es breve y dura.
Hermanos, eso es para todo el mundo y para todos los pueblos, para Cuba también, esta vida es breve y dura, y solamente tiene sentido cuando nosotros la vemos en la perspectiva de que el Señor nos espera, a estar junto a Él en esa vida duradera, esa vida que es para siempre que es vivir en el amor de Dios, al que Dios nos llama. Si todo nuestro empeño solamente es en esta vida breve y dura, qué triste. Por eso tenemos que tener esperanza, y luchar por la vida que aquella duradera, para siempre junto al Señor.
Ustedes dirán, monseñor los 500 años. Eso es lo que la Iglesia ha querido predicar en estos 500 años, eso es, no otra cosa. Lo que pasa es que los cristianos somos personas humanas como cualquier otro. Y también los cristianos cometemos nuestros pecados, nuestras faltas, nuestra soberbia, pero eso lo comete todo el mundo. Y por eso es que, entre sus luces y sus sombras, porque somos humanos, la fe de Cristo se va transmitiendo, y el Señor lo que nos pide es que nosotros seamos mensajeros de reconciliación, de paz, de vida eterna, de decir lo que somos, hijos de Dios y por lo tanto toda persona tiene que ser respetada, querida, amada, contando con ella.
Hermanos, eso es lo que la Iglesia ha querido transmitir a pesar de nuestros fallos, ¿quién no tiene pecado? Como le dijo el Señor a aquella gente que acusaban a aquella mujer adúltera, que tire la primera piedra, que tiren. Como dice el refrán nuestro que debajo de cada piedra puede salir un grillo.
Hermano estos son 500 años, ¿cuál es el deber nuestro ahora? El deber nuestro ahora no es quedarnos a decir, ay, qué bien 500 años, no. 500 años de ciudad, no. De Catedral, qué hermosa, no solamente eso. Sí, pero no solamente eso; sino decir Señor, ¿qué tengo que hacer de hoy en adelante? ¿Qué tengo que hacer?
Aquí en la diócesis cuando planificamos esta celebración dijimos que íbamos a tener cuatro verbos, y ustedes saben bien que los verbos definen acciones. El primer verbo es agradecer, ser agradecidos por Dios, de Dios, agradecido porque nos ha creado, nos ha dado la vida y nos ha dado su palabra, nos ha dado la Eucaristía. Se entregó en la cruz por mí y dijo hagan esto de memoria mía, hasta el fin de los tiempos, háganlo, yo estaré con ustedes. La promesa de que Él estará con nosotros siempre, como hemos leído hoy. Hay que ser agradecidos hermanos hasta del sol que vemos cada día, hasta la lluvia que hay veces que causa destrozos, pero la lluvia es vida también. Agradecidos.
La otra es conservar la fe. El hecho de que este pueblo ha conservado la fe, es que estamos nosotros aquí. La hemos conservado. ¿Cómo la hemos vivido? La hemos vivido hermanos hay veces que, brillando ante los ojos de Dios, y otras veces con la cabeza caída porque nos hemos apartado de Él, volvamos a Él. Tenemos que conservar la fe como nuestras familias conservaron la fe, en los hijos, en los nietos, en los momentos más duros y difíciles se conservó y por eso estamos aquí. Porque a través de los 500 años ¿cuántos momentos duros se vivieron, cuántos? Vaya no vamos a contar, cuántas diferentes maneras de vivir y de gobernar, de regir y de hacer leyes, ¿cuántas?
Pero hermanos estamos aquí celebrando como hermanos que somos. Conservar, lo bueno de la Palabra de Dios que hace que mi vida sea diferente, ustedes son criaturas nuevas. Vamos a ser criaturas nuevas, vamos a serlo, procurar ser criaturas nuevas. Y vamos a pedirle al Señor lo que hemos dicho en el santo, Señor, hazme una criatura nueva, que nunca me quiere apartar de ti. Esa debe ser la petición de todos los días.
La otra acrecentar la fe que recibimos. No vale la pena decir yo sí, yo conozco al Señor y me quedo ahí. Hermano te estás perdiendo un torrente de gracia, porque en la medida en que más conozcas al Señor Jesús, más le vas a amar, y más vas a ser criatura nueva.
Agradecer, conservar, fortalecer la fe, y la otra vamos a hacerle caso a lo que el Señor nos dice en la lectura del Evangelio, que dice, vayan por el mundo entero y enseñen lo que yo les digo, con la garantía de que yo estaré con ustedes. Y cuando se vienen aprietos no teman, el Espíritu está ahí dándoles fuerza. Tenemos que hacer eso hermanos, tenemos que continuar en esta Arquidiócesis dándole gracias a Dios en medio de las dificultades, que no son las únicas que han sido, es así siempre, con dificultades personales, sociales y familiares. Estas podrán ser muy duras, las que está pasando en nuestro pueblo, pero Cristo está presente.
No decaigamos, fortalezcámonos en el Señor, y vamos a aumentar en reconciliación, vamos a aumentar en gracia, vamos a aumentar en transmitir ese mensaje de salvación, de gracia que el Señor vino a darnos; con la esperanza que nos dice, yo estaré con ustedes y que nos dice, yo les espero, porque ya yo he resucitado, he vencido, al mal, a la muerte y al pecado.
Qué más gracia. ¿Quién puede dar otra cosa y otras seguridades? Nadie. Nadie, porque muchas veces la palabra nuestra, como la historia es grande y es maestra, sabemos que desaparecen en el aire. Pero confiemos en el Señor, seamos un pueblo agradecido. Seamos un pueblo que quiere conocer más al Señor, y seamos un pueblo que quiere transmitir ese Evangelio de reconciliación que el Señor Jesús nos trajo. Que Dios nos acompañe a todos.