Transcripción de la homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Transcripción de la homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 27 de octubre de 2024
XXX Domingo del Tiempo Ordinario
“Jesús le preguntó, qué quieres que haga por ti. El ciego respondió, Maestro que vea. Entonces Jesús le dijo, puedes ir, tu fe te ha salvado, y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino” Marcos 10, 51-52
Hermanos,
Como al principio anuncié, ya estamos terminando el año litúrgico, es decir, todas las cosas van a ser recapituladas en Cristo, dentro de cuatro o cinco semanas será el domingo de Cristo Rey, en el cual nosotros celebramos la victoria de Cristo sobre el mal, sobre la muerte, sobre el pecado, que también esa es nuestra victoria. En la fe es así, no es que Cristo alcanzó la victoria, es que alcanzó mi victoria, tu victoria, la de todos nosotros. Por lo tanto, tenemos que ser agradecidos y alegraros en el Señor, y pedirle que nos dé fuerza para ser fieles.
Aprovechando los textos, siempre hay una relación entre los textos, entre el Antiguo Testamento, la Antigua Alianza, y los textos del Nuevo Testamento, la Nueva Alianza. Entonces el primer texto del profeta Jeremías, y el profeta Jeremías como todo profeta del Antiguo Testamento, no aquel que la gente va con aquella persona que dice que ven el futuro, eso es hermanos trabajen en el presente y luchan en el presente que ven. Siempre hay que tenerles más miedo a los vivos, que a los que están muertos, y que dicen que andan por ahí regados.
Jeremías y anteriormente a él, Isaías, acuérdense que la Antigua Alianza, Dios había elegido al pueblo de Israel, se había manifestado, se había liberado de Egipto, le había dado una tierra, y le había hecho una promesa. “Tú eres mi pueblo elegido”. Ya Isaías y otros profetas, venían anunciando y diciendo este pueblo se ha apartado de Dios; y cuando uno se aparta de Dios, que es Aquel que conoce lo que más nos conviene a nosotros, cuando nosotros nos apartamos de los mandamientos de Dios, las consecuencias vienen.
Hay veces que nos engañamos porque hacemos algo malo, que sabemos que es malo, o que no sabemos, pero lo hacemos, y entonces hay veces que tenemos un éxito, vaya momentáneo de años; pero al final cuando nosotros nos apartamos de los mandamientos de Dios, de la ley de Dios así es como decimos, las consecuencias vienen. Tanto Isaías, anterior a Jeremías, Jeremías 600 años, 500 años antes de Cristo, pues Jeremías también le decía al pueblo que tenían que volver a vivir los mandatos del Señor.
Hermano ellos eran cabeciduros y nosotros somos cabeciduros, no le hacemos muchas veces caso a los profetas, que todos deberíamos hacerle más caso a la Palabra de Dios; aun los que venimos al templo, hay veces que lo oímos, pero diciendo más adelante Señor, más adelante. No hermanos, no, tenemos que escuchar la Palabra de Dios, tenemos que ponerla en práctica. Y Jeremías anunció, otros pueblos arrasarán y así fue, pero en medio de toda aquella desgracia del pecado del pueblo, de las injusticias de otra gente que se metió en Israel, que dispersó al pueblo de Israel, sacándolo de su tierra que Dios le había dado, que lo dispersó.
Jeremías dice, como él sabía que Dios era misericordioso, eso lo creía firmemente, él le dice, no, pero Dios se va a acordar de este pueblo. Fíjense bien dice, alégrense porque el Señor los va a traer de todas las naciones, ustedes volverán al Señor, ustedes serán el pueblo de Dios de nuevo, ustedes lo van a reconocer, el Señor les va a dar la tierra que ustedes siempre han querido, otras naciones, les mirarán con atención. Es la victoria del Señor que no quiere, ni permite que el mal triunfe. El pueblo de Israel no quería ver, no quería entender los mandatos del Señor.
Busquen en la Biblia el libro de Jeremías y ahí lo van a poder leer, y van a disfrutar, porque no cabe la menor duda, que este texto que nosotros hemos escuchado es precioso, cualquier versículo que ustedes escojan es una maravilla. “Vitoreen con alegría a Jacob, aclamen la primavera de las naciones. Miren como les traigo del país del norte. Les he juntado de nuevo. Es un poema, es un mensaje en forma de poema, léanlo, hermanos, léanlo. Vuelvan a meditarlo.
En el Salmo, el pueblo de Israel había experimentado que se había apartado de Dios, que como se habían apartado de Dios habían sufrido las consecuencias, pero también experimentaron la gracia y la que las promesas de Dios se cumplirían. Y por eso el Espíritu le hace dar gracias al Señor, porque a pesar de que se alejaron de Dios, del pecado de los hombres, de aquellos hombres antecesores nuestros, sin embargo, Dios se acuerda de ellos. Y por eso es que en el Salmo nosotros decimos, “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Cuando el señor cambió la suerte de Sión nos parecía soñar”.
Sí hermanos hay que soñar, hay que soñar que la suerte que la que la vida del pecado la tragedia del hombre de la humanidad las injusticias que se viven a cotidianamente hay que soñar de que algún día eso pasará, eso pasará, pero tenemos que aferrarnos en el Señor. Porque muchas veces dependemos de los hombres, de la historia de los hombres, de las leyes de los hombres, si no están fundadas en la Palabra de Dios al final traen las consecuencias.
Y eso es lo que el Salmo nos dice clarito, fíjense que frase más bella, “la boca se nos llenaba de risas y la lengua de cantares… aquello que cosechaban entre lágrimas, ahora van a disfrutar del banquete del Señor.” Hermanos, esa es la promesa. El pueblo de Israel creía que ellos iban a conquistar de nuevo la libertad de su pueblo, iba a ser un pueblo enorme y así fueron esperando el Mesías. Poco a poco Dios le fue iluminando le fue abriendo los ojos para que se dieran cuenta de que, cuando está metido el hombre, cuando nos dejamos llevar no por los mandatos del Señor que es lo que nos conviene, cuando nos apartamos porque queremos hacernos superiores a Dios y nuestras leyes entonces no se conforman, no tratan de tomar de la ley de Dios para que sean justas, el hombre se considera como otro Dios, dueño y con el derecho de hacer otras leyes, que en definitiva si se aparta de las de Dios, van en contra nuestra.
Entonces el salmo es ese. El Señor como dice al final, “que el señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Neget, los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”. Hermanos, nosotros también estamos cosechando con muchas lágrimas. Cualquier lugar, oír las noticias. En Cuba, en Israel, en tantos lugares, y dentro de un mismo país tantas situaciones diferentes, y no nos damos cuenta de que todos somos dolientes de la realidad del pecado, ¿qué es lo que tenemos que hacer? Señor, yo quiero seguirte yo, quiero seguir tus mandatos.
El libro del de la Carta a los hebreos, ya el Nuevo Testamento, ya el elegido de Dios el pequeño pueblecito de Israel, ya ahora es la humanidad entera. Ya aquello que se decía en el Antiguo Testamento como hemos escuchado, todas las naciones mirarán hacia Israel. Jesús vino a decirnos que Él viene para todos los hombres, que aquel pueblecito de Israel que se escogió, no es más que la figura de todo el pueblo, todo el mundo, todos los vivientes, todos los seres humanos, creados e imagen y semejanza de Él. Eso nos viene a decir Jesús.
Y dice el texto de los hebreos, que Jesús es el sumo sacerdote, no como el que tenía el pueblo de Israel, que aquel era pecador también, sabía que era infiel y él tenía que ofrecer sacrificios por los pecados de los demás y por los de él. No, Dios nos dio un sumo sacerdote igual que a hombres menos en el pecado, pero Él quiso pasar por las consecuencias del pecado de tal manera, que muere en la cruz por nosotros, ese es nuestro Sumo Sacerdote, Cristo el Señor, ese que se entrega en la cruz por nosotros para salvarnos, que carga en el madero de la cruz los pecados de todos y las injusticias de todos nosotros. No hay nadie que se pueda decir yo me libro de eso, nadie, ni nadie ni ningún grupo humano, ni ninguna ideología, ni ningún partido, nadie puede decir yo no. Sí, todos, el Señor Jesús carga con el pecado de todos.
Y ahora viene hermanos el Evangelio, en un pasaje precioso, sencillito, cortico, que nos dice cuál tiene que ser nuestra actitud ante el Señor. Jesús pasa, hay un ciego y le ponen hasta el nombre, a lo mejor uno de esos cieguitos que andan en los pueblos y que todo el mundo conoce, y él oye que viene Jesús. Estaba pidiendo limosna, era pobre, era necesitado, no tenía dinero y no tenía vista.
Y pasa Jesús, hermanos, y él no le pidió una limosna. Señor, yo quiero ver. Yo quiero ver, claro viendo él se le resolverían muchos problemas, pero lo que pidió fue ver. Y nosotros vemos que los ojos que se abren a la luz de Dios, eso significa que el corazón también está abierto, porque la respuesta de Jesús es, óyeme empieza a ver, tu fe te ha salvado.
Es decir, él empezó a ver, empezó a ver porque se le abrieron primero los ojos de la fe. Y los ojos de la fe son los que nos hacen descubrir que Jesús es mi Señor, Jesús es mi salvador, que este sufrimiento humano que todos cargamos, eso pasa, y que algún día también nosotros vamos a cantar. Dichosos lo que sembraban con lágrimas y ahora cantan en la Pascua del Señor, en la resurrección del Señor.
Sí, hermanos, vamos a pedir al Señor que nos dé la luz de la fe, que abra nuestros ojos de corazón para descubrir a Cristo, y para también entender, comprender, los mandatos del Señor que son los que nos guían, acuérdense que la ley del Señor es luz para los ojos del alma, de la vida.
Entonces nosotros vamos a seguir al Señor así. Pidámosle esto al Señor, de todas las cosas que pedimos al principio, vamos a pedirle, Señor, dame la luz de la fe y también aquel deseo de servirte siempre. Que Dios nos ayude a vivir así.