Transcripción de la homilía del P. Rogelio Deán Puerta, 7 de abril de 2024 II Domingo de Pascua
Transcripción de la homilía del P. Rogelio Deán Puerta, Párroco del Cobre
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 7 de abril de 2024
II Domingo de Pascua
“La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” Juan 20, 21
Mi queridos hermanos,
Hoy la Iglesia celebra el día de la Divina Misericordia hoy la Iglesia nos lanza una invitación especial a vivir la misericordia de Dios, y las lecturas, si nos fijamos, también van en ese sentido. En la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles se nos narra, cómo vivían estos primeros discípulos del Señor, cuál era su espíritu, cuál era el modo de convivir, de relacionarse, de proyectarse, y se nos dice que vivir que tenían un solo corazón y una sola alma.
Qué bueno, cuando nosotros podemos experimentar la delicia de ponernos en comunión, de vivir en comunión. A veces nosotros los cubanos, identificamos la comunión erróneamente como uniformidad; no, para nada es lo mismo. La comunión es un acto de amor, la uniformidad es un acto de imposición. Son dos cosas distintas. La Iglesia está llamada, invitada a vivir en comunión y no es que te amo, no es que tengamos que ser todos iguales, al contrario, si la diversidad de dones, la diversidad de carismas, de personas, es una riqueza tremenda que nos ofrece y que nos señala el Espíritu Santo. Se trata de estar unidos en el ideal principal, en el valor principal, todo lo demás puede tener muchos matices, puede tener muchas particularidades.
Y ciertamente los primeros discípulos del Señor tenían un solo corazón y una sola alma, en Él, en Jesús, en la persona de Jesús, en lo que Jesús quiere, en lo que Jesús quiso. Hay personas en la en las parroquias que dicen ay, y ¿cómo es posible en medio de tanta dificultad, de tanta diversidad vivir en comunión? Ahí es donde entra entonces lo que quiere resaltar hoy la Iglesia, la misericordia. No puede existir comunión en ningún país, grupo humano, familia, si no está presente la misericordia y no cualquier misericordia, estamos hablando de la Misericordia que nos propone, que nos ofrece el Señor, precisamente como Él ha tenido misericordia de nosotros, nosotros debemos tener misericordia los unos de los otros.
No se puede construir nada nuevo, nada diferente, nada duradero, si no está presente y bien asumida la misericordia que nos ofrece el Señor. Ese compadecerse, ese moverse hacia la miseria humana, la miseria del hermano, cada uno tenemos nuestras propias miserias, y el Señor así nos recibe, así nos perdona y trabaja con nosotros ciertamente para que seamos mejores. Pero qué bueno, que como mismo el Señor se acerca con bondad, con amor a nuestra miseria y nos perdona, nosotros seamos capaces de hacer lo mismo con los demás. Ésa es la clave de la comunión. Evidentemente donde hay soberbia, donde hay excesos de protagonismo, no puede haber comunión, porque no hay misericordia.
Después en la carta del apóstol san Juan nos habla de la importancia de centrarnos en la experiencia de Jesucristo, en sentirnos enviados, en sentirnos que hemos sido convocados para para con Jesús, vencer al mundo, no dejarnos vencer nunca por el mundo y estar conscientes de dónde venimos, de dónde hemos nacido. No podemos ir a ninguna parte con seguridad, con certeza de triunfo, si no estamos conscientes de dónde venimos, quién nos ha levantado, quién no ha rescatado, quién nos envía. Y ese es nuestro Señor resucitado.
En el Evangelio se nos presenta Jesús en medio de sus discípulos. Llama la atención una cosa en particular, los discípulos estaban a puertas cerradas. Tenían miedo. Ah, claro, es que donde está presente el miedo, donde está presente lo cerrado, lo escondido, en el miedo, en el temor, no hay una experiencia del amor; y Jesús que es el amor se hace presente en medio de los discípulos para superar el miedo. No es malo sentir miedo es propio de la condición humana sentir miedo. El tema es quedarse en ese miedo, quedarse a puertas cerradas, cerrarse a la experiencia del Dios liberador que viene al encuentro de nosotros. No debemos tener miedo.
Por estos días en los textos de la de la Palabra de Dios se repite mucho, Jesús nos lo dice mucho, no tengan miedo. Qué malo cuando se vive con miedo, qué malo cuando uno permanece en el miedo. Ciertamente cuando hay miedo no hay amor, el amor puede lanzarnos al valor, puede lanzarnos a transformar la vida. Por eso Jesús viene y nos trae la paz liberadora del miedo, el Señor dice la paz esté con ustedes. Cuando hay miedo hay sobresalto, hay angustia, hay inmovilismo. Nos volvemos timoratos, mediocres y sin embargo, cuando Jesús está y cuando está su amor, hay paz y cuando hay paz, entonces cesa el fenómeno del miedo. Qué bueno, que no tengamos tampoco miedo a lo que Jesús quiere hacer en nosotros, qué bueno que no tengamos miedo a lo que Jesús nos convoca, si Jesús nos llama a una misión, Él nos da su gracia en correspondencia.
Jesús nunca nos va a llamar a misiones superiores a nuestras fuerzas, Jesús da su gracia. Ahora, ¿cuál es la misión nuestra? Recibir esa gracia del Señor, confiar, creer que el Señor puede lograr cosas extraordinarias por medio de nosotros. Es importante estar seguro de eso, esa es la fe que mueve montañas.
Entonces eso nos presenta a un Tomás incrédulo, quién sabe si a lo mejor por exceso de amor que no lo podía creer, quién sabe a lo mejor por rezagos de miedo, de incertidumbre, pero el hecho es que él no estaba y no lo podía creer, y Jesús viene al encuentro también del débil de fe, del que duda, Jesús viene al encuentro de todos, Jesús quiere salvarnos a todos. Jesús llega y se muestra como es, con todo lo que Jesús es, y no escatima recursos, modos, vías por medio de su Espíritu para llevarnos a la experiencia de Él, a la experiencia del amor, a la experiencia del Resucitado.
Qué bueno entonces, que este tiempo de Pascua vivamos en clave de Resurrección. Aquí me preguntaban hace poco, Padre y en la Cuba de hoy ¿podemos tener alegría en medio de tantas dificultades, de tantos dolores? Sí, porque nuestra alegría no depende, no podemos hacerla depender de la circunstancia, nuestra alegría, esa que experimentamos muy adentro de nosotros, está en que Dios nunca nos abandona, y nosotros le creemos, nosotros queremos creerle al Señor. Y Jesucristo ha resucitado y eso tiene que provocar una alegría dentro de nosotros. Si dejamos que nos quiten la alegría, el mal habrá ganado y el mal no puede ganar definitivamente; y por eso tenemos que hacerle fiesta a Jesucristo resucitado, y confiar que el Señor nos invita a vivir en esa clave, en clave de Resurrección.
El que vive crucificado, crucifica a los demás. El que vive resucitado, resucita a los demás, resucita su ambiente. Vamos entonces a pedirle al Señor en este Domingo de la Divina Misericordia que resucite en nosotros la misericordia. Que todas esas personas que quieren construir algo nuevo para su familia, para su país, lo puedan construir desde la misericordia del Señor, que es de la única forma que podemos construir algo bueno, certero, duradero y anclado en el mismo Dios.
Que así sea.