Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba, 14 de enero de 2024

Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba, 14 de enero de 2024

Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Eucaristía 14 de enero de 2024
II Domingo del Tiempo Ordinario

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” Salmo 39

Hermanos,

Todavía tenemos el recuerdo de la Navidad que hemos pasado, que hemos celebrado. Todavía también en nuestra diócesis, que es seguro en toda Cuba, nosotros aquí hemos experimentado el gozo de que en todas las comunidades podemos decirlo así, se ha celebrado la fiesta de la Navidad y la fiesta del Epifanía del Señor, el tan conocido día de Reyes.

La verdad que ha sido un regalo de Dios porque al celebrarla, y en la manera, en el en el espíritu que se veía en las personas, las motivaciones, la verdad que ha sido un acicate muy bueno para empezar este año. Este año que como se llama en la liturgia del tiempo ordinario, es decir el tiempo en el cual no celebramos algunos de esos momentos especiales, esos hitos en la historia de la salvación, como el nacimiento del Señor, como es su pasión y su muerte y su resurrección, como es la avenida del Espíritu Santo; sino que es el tiempo de la Iglesia, es el tiempo de lo normal en la iglesia.

Nosotros tenemos que vivir la vida viviendo la vida ordinaria de todos los días, y en esa vida ordinaria de todos los días, nosotros tenemos que vivir lo que celebramos el domingo pasado, que al celebrar el Bautismo del Señor también nosotros recordamos nuestro bautismo, y todos sabemos que todos hemos sido llamados a ser santos como nuestro Padre Celestial es Santo.

Y esa llamada a la santidad, ésa, se realiza en la vida ordinaria, en la vida de cada día. Hay santos que han realizado, Dios ha permitido que realicen obras extraordinarias; pero la santidad de esa multitud que dice el Apocalipsis, esa multitud ingente de personas que no se podían contar, esas personas alcanzaron la santidad en su vida ordinaria, en la vida de cada día y eso es lo que tenemos que pretender nosotros.

Entonces hermanos vamos a comenzar este tiempo ordinario de nuestra vida como cristiano, vamos a comenzarlo recordando el bautismo, la llamada del Señor a ser santos, a vivir como cristiano y hacer otro Cristo en medio del mundo.

No en balde, porque la Iglesia en esa pedagogía que tiene, los que van a misa diariamente y en la misa, por ejemplo de este domingo, nosotros hemos visto que lo que se lee es la lectura de Jesús llamando a sus discípulos, en el Evangelio y entonces Él los vió pescando en el lago de Tiberíades, los llamó a estos dos discípulos que estaban con Juan, Juan lo señaló y les dijo ese es el Cordero de Dios y los discípulos dijeron, vamos a seguir a ese que dice Juan, ya que él había dicho que no era digno de sacarle la correa de las sandalias. Entonces es ese inicio como estamos nosotros, ya todos conocimos que Dios mismo vino a nosotros hecho un Niño para salvarnos a nosotros, es la buena noticia, que los ángeles dieron diciéndoles no teman, alégrense, ya lo sabemos. Ahora cómo lo vivimos y ahí viene.

Entonces Jesús fue llamando a sus discípulos, a uno por aquí, a otro por allá, y reunió a ese grupito de doce, ¿solamente eran doce discípulos? No, eran mucho más discípulos, pero estos son los que el Señor escogió, precisamente, para que continuaran su obra, para que para que fueran las columnas de la Iglesia que tiene como misión hacer presente a Cristo en el mundo; sabiendo que Cristo se hará presente en el mundo, también en la medida, en que nosotros lo sepamos hacer presente. Por eso es que el Señor precisamente instituye la Iglesia y llama a los discípulos.

Bien la primera lectura. Es de ese muchacho Samuel, joven, dice que todavía no conocía bien las cosas de Dios era muy joven, y entonces él siente que alguien le llama. Es una manera de decir que Dios nos llama de alguna forma, a alguna manera y otro de otra. Samuel parece que fue así, y entonces por tres veces, el Señor los llama él vivía en el templo, la familia lo había dejado en el templo para el servicio del templo, para consagrarlo al Señor, pero él no sabía, qué hago. Y Elí se da cuenta de que Samuel, que era un muchacho joven, vaya que quería también hacer la voluntad de Dios, que era Dios el que le estaba llamando; y entonces le des instrucción cuando te llamen, tú le dices manda Señor que tu siervo escucha.

Y entonces ahí se termina el texto, como diciendo Samuel le dio la respuesta a Dios; y ya después si seguimos leyendo el texto de Samuel, veremos toda la maravilla que Dios hace a través de Samuel. Fíjense bien que en la medida en que nosotros sigamos la llamada de Dios, cumplamos su voluntad, así no solo también podremos hacer maravillas, Dios, mejor dicho, podrá hacer maravillas a través de nosotros, pero todos nosotros estamos llamados a eso a hacer maravillas en nombre de Dios, con el poder de Dios o dejar que Dios actúe a través de nosotros.

Viene el salmo y entonces escuchamos, escuchamos el salmo tan precioso el salmo 39, aquí que estoy Señor para hacer tu voluntad; y entonces en ese salmo en el que la persona es fiel, clama a Dios Señor yo quiero yo quiero encontrarme contigo, y vienen otras respuestas. Dios primero, es el que tiene la iniciativa, pero también debe de surgir de nosotros ese espíritu de buscarlo a Él. Y yo creo que eso lo tenemos todos los hombres y mujeres, lo que pasa es que lo dejamos a un lado y no nos damos cuenta de que tenemos que buscar el sentido de la vida, y sobre todo el sentido de mi vida, para qué yo he venido al mundo. Y como somos creyentes, cada uno de nosotros tiene también que pensar qué Dios me ha pedido a mí, en mi vida, porque en la medida en que yo cumplo lo que Él me llama, como dije ahorita nosotros vamos a hacer la obra de Dios en el mundo.

El salmo es precioso. Yo le digo a todos ustedes, que cuando tengan tiempo en su casa cojan el salmo 39 y lo lean, pero no para escuchar un poema bello, una oración bella, para contemplarla sí, sino también para decir y a mí qué me dice.

Tenemos la segunda lectura, y la segunda lectura nos dice que somos templos del Espíritu Santo y que por lo tanto, el Espíritu Santo habita en nosotros quiere habitar en nosotros, y nosotros tenemos entonces que prepararle esa morada al Espíritu Santo. ¿Cómo le preparamos la morada? Haciendo la voluntad de Dios. Fíjense bien que todo es la llamada, la voluntad de Dios, la llamada, la voluntad de Dios. Eso es lo que nosotros tenemos, ésa es nuestra vida de cristianos.

Y viene la cuarta lectura, el evangelio. Jesús casi había acabado de recibir el bautismo de Juan, ese bautismo de conversión de Juan, y Jesús ya se da cuenta, empieza su obra, a anunciar la Buena Noticia, y entonces empieza a encontrarse con algunos. No en balde el Evangelio sitúa a éstos, que son después los que serán los apóstoles, porque parece que el Señor tuvo una predilección especial en llamar a este, al otro, al otro, al otro, que eran hombres de aquella época, casados unos, solteros otros, trabajadores, lo que sea… pero el Señor les llama y dice, yo quiero que tú hagas mi obra. Yo quiero que tú hagas mi obra.

El Señor los llamó para hacer su obra, pero el Señor nos llama a todos donde quiera que estemos, para que en nuestro hogar, en el trabajo, allí en el estudio, en la comunidad, hagamos la obra de Dios. Pero para hacer esa obra de Dios tenemos que buscar al hacer su voluntad y dejarnos llevar por Dios y el Señor, tenemos que descubrir la llamada de Dios.

Termina diciendo ese mandato, mejor dicho, esa casi consagración a Pedro, Simón dijo ahora te vas a llamar Cefas, que significa piedra. Más adelante, después dice tú eres Pedro y sobre esta piedra, voy a edificar mi iglesia, es decir sobre ti pecador, que me negaste, esto lo otro, Yo voy a edificar la iglesia. Hermanos cojamos a Pedro como ejemplo y a estos discípulos, a Samuel, a Elí vamos a cogerlos como como ejemplo. Y vamos a descubrir, es un ejercicio que lo podemos hacer esta semana y en estos días que vienen, vamos a hacer el ejercicio cómo es que el Señor me ha llamado, de tal manera que yo lo estoy siguiendo por eso estoy aquí participando en la Santa Misa virtual, vamos a decir así.

Vamos a hacer esta reflexión, ¿fueron mis padres, fue la Palabra de Dios, fue al encuentro con la comunidad, fue por un libro que me prestaron, fue por alguien que me iluminó la mente, cuando leí un libro? Señores esas son las llamadas de Dios. Pero para poder escuchar a Dios, lo primero es la libertad de decir Señor, aquí estoy, a lo mejor todavía no soy capaz, ni de decir Señor, aquí estoy; sino de decir, aquí estoy porque quiero encontrar el sentido a mi vida. Qué triste es un hombre, una mujer que no quieran encontrarle sentido a la vida, qué triste, porque entonces vivir por vivir.

Qué triste la vida que sea así solamente vivir por vivir. Entonces lo primero es esa disposición interior, quiero encontrar sentido en mi vida. Después dejarnos interpelar por la Palabra de Dios, y cuando sepamos que Dios está empezando a moverse alrededor nuestro, que nos está indicando, abrir el corazón hermanos, no tengamos miedo. Tengamos miedo a dejar pasar ese momento, pero no a escuchar el momento en que Dios me llama.

Eso es lo que se nos pide, vamos a hacer eso. Ante la Palabra de Dios que hemos escuchado, ante Cristo que está aquí que se hace presente, ante la comunidad que está reunida, ante la familia que estamos escuchando aquí, vamos a preguntarnos, Señor, ¿Cómo me llamaste? ¿Cómo te seguí? ¿Cuáles fueron mis vacilaciones? ¿Cuáles fueron mis decisiones? ¿Qué camino emprendí? ¿Cómo la vida me ha ayudado a fomentar y aumentar ese encuentro contigo? ¿Cómo la vida hay veces ha entorpecido a que yo me encuentre contigo? Por eso tenemos que hacerlo.

Qué bueno es sentir cuando uno se acuesta por la noche, o cuando se levanta por la mañana, o en los momentos difíciles, uno decir Señor, Tú me has llamado y aquí estoy por algo será. Tú lo sabes todo, yo quiero seguirte.

No dejemos pasar el tiempo, ni que los agobios de la vida, los intereses de la vida, y también los oropeles de la vida, me entorpezcan el encuentro con Dios. Porque Él es el sentido de mi vida y de toda vida. Que Dios nos ayude hermanos a vivir así, los ayude. Vamos a empezar este año así buscando a Dios, mejor dicho, rebuscando al Señor cada día, haciendo más esfuerzo para permanecer siempre unido a Él.

Que el Señor nos acompaña en esto, y que el Espíritu Santo, que quiere habitar en nosotros porque somos templos del Espíritu Santo, sepamos nosotros también seguir sus insinuaciones y los llamados que nos hace. Amén.

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