XIV ESTACIÓN: JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO (Mt 27, 59-60)

Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue”.

¡Y la piedra se rodó, y que no se hable más de eso! Esa piedra quiere sepultar, hacer olvidar. Pasamos la página: ya ha habido demasiados rumores…, ahora volvamos a la normalidad. ¡Y se fue! Pongamos una piedra encima y no pensemos más en eso… volvamos al trabajo de cada día, abandonemos los sueños, volvamos a esperar a nuestro Mesías… un Mesías menos incómodo, más según nuestros proyectos…

Sin embargo, el verdadero Mesías era Él, y no fue acogido… viene a su gente, pero los suyos no lo reconocieron. ¡Pero, era Él, era Él, y no lo acogimos…!

Darse cuenta” es el desafío al cual siempre somos llamados… “darse cuenta” del amor de Dios… “darse cuenta” de su presencia… en la Eucaristía, en el hermano, en la Palabra… y siempre está Él y tomamos el riesgo también hoy de no darnos cuenta, de poner una piedra encima, de vivir como si no existiese, de volver a nuestros afanes cotidianos, pensando que somos nosotros los que debemos llevar adelante las cosas. En cambio, es Él. Cada vez que no nos damos cuenta que la historia está en sus manos, ponemos una piedra encima de Él y nos vamos. Como si nada ocurriese. Pero todo es diferente, porque esa piedra ha sido rodada y nosotros tenemos la dicha de creerlo. Sería un pecado, sabiendo que ha sido rodada el día de Pascua, volver a colocarla de nuevo. Como si fuese aún viernes santo.

El vía crucis es el camino del discípulo, de cada discípulo, ayer como hoy, como mañana… pero con la luz de la Resurrección que nos permite ver “más allá” de las apariencias, ¡si logramos darnos cuenta!

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús. 

Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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