VIII ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN (Lc 23, 27-28)

Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos”.

Encontramos otra vez a las mujeres. Quién más sabe amar, sabe sufrir más. El dolor y el amor están ligados. Los hombres, los discípulos valientes, han desaparecido. Quedan las mujeres, que no huyen ante el dolor, porque es propio de su naturaleza el amor. El único hombre de quien el Evangelio señala la presencia hasta el final al lado de Jesús es Juan: el discípulo del amor. No sólo existe la fuerza de los músculos, hay otra fuerza, la de la mente, la del amor.

El Santo Papa Juan Pablo II hizo mucho por recuperar la ‘dimensión femenina’ de la Iglesia, el genio femenino. La presencia masculina evidencia el ‘poder’ de la Iglesia: la roca sobre la que está construida la casa; la presencia femenina resalta la caridad, el servicio: la casa que está sobre esa roca; para acoger, para hospedar: “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados”…

Es el equilibrio entre los dos aspectos: una roca sin casa sirve de poco, una casa sin roca no resiste…

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Adjuntos

SHARE IT:

Leave a Reply