Irradia, emisión del 23 de abril de 2023

Irradia, emisión del 23 de abril de 2023

Irradia, emisión del 23 de abril de 2023
Transmitido por RCJ y CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Tercer Domingo de Pascua

“Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos.” Lucas 24, 29

(Música, El peregrino de Emaús, DR)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.

(Música, El peregrino de Emaús, DR)

En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.

Aclama a Dios tierra entera, canten todos, un himno a su nombre, denle gracias y alábenlo. ¡Aleluya! Dios nuestro, que tu pueblo se regocije siempre al verse renovado y rejuvenecido, para que al alegrase hoy por haber recobrado la dignidad de su adopción filial, aguarde seguro con gozosa esperanza el día de la Resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, donde quiera que se encuentren. Como siempre una alegría y un gozo que podamos compartir este pedacito de la mañana del domingo, de este tercer domingo de Pascua. Que podamos compartir la palabra de Dios, que nos ilumina, que nos fortalece, que nos guía para comenzar una nueva semana.

El relato de san Lucas, que escucharemos hoy sobre la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, a los que se rebeló en la fracción del pan después de haberles explicado las escrituras, es emotivo y conmovedor. Ésa narración viene en la misa, luego del testimonio de Pedro el día de Pentecostés al iniciar su ministerio apostólico, seguido por la recomendación del mismo Pedro al final de su vida, para que los cristianos confirmen su fe y su esperanza, recordando que fueron salvados por la sangre de Cristo.

El evangelio que nos propone hoy la liturgia de este tercer domingo de Pascua, está tomado del evangelio según san Lucas, en el capítulo 24 versículos del 13 al 35, y es el evangelio de los discípulos de Emaús.

(Lectura del evangelio de San Lucas, capítulo 24, 13 – 35)

A mí siempre me llega muy profundo este evangelio, en el que estos discípulos, el mismo domingo después de la crucifixión, la muerte, que habían dejado a Jesús en el sepulcro pensando que todo se había acabado, que todo ha terminado, lleno de tristezas se regresan a su pueblo de Emaús conversando entre ellos. Conversando de lo que ha sucedido, de las esperanzas que tenían, de las esperanzas aparentemente fallidas, de que aguardaban que Jesús fuera el Salvador, que Jesús fuera el que prometían las Sagradas Escrituras en el Antiguo Testamento, pero parecía que todo había terminado, que todas sus ilusiones y sus esperanzas se habían acabado.

En ese momento, se les aparece alguien junto a ellos, y es Jesús. No lo reconocen. En medio de sus tristezas, de su dolor, de su desencanto, de su desánimo, no lo reconocen. Y Jesús les pregunta, ¿de qué vienen hablando? Ellos le dicen, quizás con un pequeño tono irónico en la voz, ¿acaso eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén? Con tanto alboroto que se ha armado, ¿tú no sabes lo que pasó? Y Jesús, les dice, ¿qué cosa? Entonces ellos le narran la experiencia que han tenido acerca de la pasión, la muerte y la resurrección de Aquel en quien habían puesto sus esperanzas.

Jesús, no digo que aprovechó la oportunidad, pero no la dejó pasar. Y les dice, qué lentos y duros son para comprender. Qué lentos y duros son para comprender, qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas, ¿acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria? Y nos dice el evangelista san Lucas que comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó todos los pasajes de las escrituras que se referían a Él.

Y así, conversando, llegaron al lugar donde se dirigían. Jesús hizo como que iba a seguir de largo. Ellos le dicen, quédate, la tarde está cayendo, ya se hace de noche. Jesús se queda con ellos, se sienta a la mesa parte el pan, y en ese momento se les abren los ojos a aquellos hombres y se dan cuenta que quién está en medio de ellos es Jesús, que ha resucitado, que está presente, en quién se han cumplido todo lo que el Antiguo Testamento anunciaba. Todo lo que Él les ha explicado, y en ese mismo momento desaparece. ¿Por qué? Porque no hacía falta más, se había hecho la luz en el corazón de aquellos hombres.

¿No ardía nuestro corazón cuando nos narraba las Sagradas Escrituras? Inmediatamente se ponen en camino. Podríamos pensar, para regresar atrás. No, cuando iban a Emaús estaban regresando atrás, iban al punto de partida, volvían a lo mismo. Ahora se ponen en pie y corren hacia el futuro, porque ese encuentro con Jesús resucitado los abre hacia el futuro y van a compartir esta alegría y este gozo con los que se quedaron en Jerusalén. Cuando llegan allí se topan con que el Señor se les ha aparecido a ellos, y ellos también están llenos de gozo y alegría.

¿Por qué les digo que me llena tanto, y me llega tanto este evangelio de Emaús? Porque a mí me pasa muchas veces igual, no sé si a ustedes le ocurra lo mismo. Cuando hay acontecimientos difíciles, cuando hay momentos en que la tormenta es de tal magnitud que el sol no va a salir nunca más. En que parece que todo el esfuerzo, todo el sacrificio, todo el trabajo no da ningún resultado. La tentación es volver atrás, cruzarnos de brazos, decir no hay nada que hacer, desalentarnos, desanimarnos. Pero la misericordia y el amor de Dios es tan grande, como en Emaús. Ahí está Él caminando junto a mí, junto a nosotros, explicándome al oído la escritura.

Todo esto tenía que ocurrir, el discípulo no puede ser mayor que su Maestro. Si a su Maestro lo persiguieron, si a su Maestro lo calumniaron, si a su Maestro lo crucificaron el discípulo tiene que esperar lo mismo. No se puede desalentar, porque Yo he resucitado, vencedor del mal y de la muerte. Por eso Pablo podrá decir, dónde está muerte tu victoria, dónde está muerte tu aguijón. Lo que hace falta es descubrirlo.

¿Dónde lo descubrimos? En el partir del pan, en la eucaristía, por eso la eucaristía es tan importante. Cómo vamos perdiendo la costumbre de la eucaristía diaria, de participar cada día en el santo sacrificio de la misa, recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cuando se parte el pan, se hace la luz en nuestros corazones, y descubrimos una vez más que el Señor está presente en medio de nosotros, que murió de una vez y por todas en la cruz, pero que con eso no terminó todo. Quiso quedarse, este es mi Cuerpo, coman, esta es mi Sangre, beban; para hacer realidad lo que le prometió a Pedro, estaré con ustedes hasta el final de los tiempos caminando con nosotros.

Nos da la fuerza para ponernos en pie y seguir adelante, hacia el futuro. Para poder vencer la tentación de regresar al pasado, a ese ámbito confortable, tranquilo, en el que nos movemos y no tenemos dificultades. Como los discípulos de Emaús, tiene que arder nuestro corazón. Y en la eucaristía arde nuestro corazón cuando, en verdad sabemos en qué estamos participando, por qué la iglesia quiere que al menos una vez a la semana, el domingo participemos en la misa. ¿Simplemente por imponernos algo más? No, sabe que lo necesitamos, que el Señor lo dejó porque sabe que necesitamos de ese alimento que es su cuerpo y que es su sangre. Cuando lo descubrimos, entonces quisiéramos todos los días poder participar de la santa cena del Señor.

Somos muchas veces discípulos de Emaús, que nos desalentamos, que nos desanimamos, pero también tenemos que ser discípulos de Emaús que están dispuestos a volver, no al pasado, sino al futuro; porque descubrimos al Señor presente en la fracción del pan, y arde nuestro corazón, y tenemos que compartirlo con nuestros hermanos. Ésa es nuestra misión, vayan al mundo entero y anuncien la Buena Noticia, en medio de tantas noticias malas, tristes, descorazonadoras, tenemos la Buena Noticia, que Cristo murió y resucitó, y está presente en medio de nosotros, y en Él encontramos la fuerza y la gracia para caminar hacia el futuro.

Que así el señor nos lo conceda.

(Música, Jesús resucitado camina con nosotros, Dumas y Mary)

Ahora hermanos, confiados en que el Señor siempre está ahí, presente, y por eso nos escucha y nos responde, presentémosle nuestras súplicas.

En primer lugar, por la Iglesia, de la que formamos parte todos y cada uno de nosotros, para que cumplamos la misión que el Señor nos dejó, ir al mundo entero empezando por el mundo más cercano, nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos, la sociedad en la que vivimos, llevando la Buena Noticias de que Cristo muerto y resucitado está presente en medio de nosotros.  Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos también por todos los que sufren, y se desesperan ante las dificultades, los problemas de la vida, para que puedan encontrarse con Cristo, para que los ayudemos a encontrarse con Cristo, y podamos ellos y nosotros encontrar en el señor la fuerza, la gracia, la alegría para seguir caminando hacia el futuro. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Por el aumento de las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales, laicales, para que cada vez sean más los que respondan a esta llamada del Señor a vivir con alegría y con gozo el evangelio. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Por todos los difuntos, especialmente por aquellos que nadie recuerda, para que perdonadas sus faltas el Señor les acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Y los unos por los otros, para que descubramos como los discípulos de Emaús al Señor en el partir del pan, y vayamos a compartir esta alegría con todos los que encontramos en nuestro camino.  Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que han quedado en nuestros corazones pero que Tú conoces. Te las presentamos por tu Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Y ahora hermanos oremos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó, en la que nos enseñó a llamar a Dios Padre, pero en la que nos dio la oportunidad de descubrir que somos hermanos los unos de los otros porque somos hijos de un mismo Padre.

Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén

Hermanos que tengan todos, un feliz domingo junto a sus familias. Aprovechen el domingo para pasarlo en familia siempre que tengan la posibilidad. Para compartir alegrías, gozo, también por qué no fracasos, desalientos, desánimo. Necesitamos muchas veces un hombro sobre el cual llorar, y quién mejor que nuestra familia para poderlo hacer, con libertad porque siempre nos da un poco de vergüenza llorar, cuando llorar es lo más natural. Es ese don que nos ha dado Dios para hacer salir de nuestro corazón todo aquello que nos oprime. Aprovechen este domingo para pasarlo con su familia, para decirle cuanto los quieren, cuánto los necesitan. Pero también acuérdense de sus amigos, muchos amigos están solos por disímiles razones, y también necesitan un hombro sobre el cual recostarse, necesitan ese calor familiar que no tienen y que nosotros podemos brindarle. Acojan a sus amigos, recíbanlos, que compartan con ustedes la alegría de la vida en familia.

Que tengan una feliz semana, sabiendo que el Señor está presente, que como con los discípulos de Emaús, cuando estamos en los momentos más bajos, ahí está Él, para decirnos, qué lentos y torpes son para creer, pero al mismo tiempo para insuflarnos su alegría y esperanza en nuestro corazón.

Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos ustedes, sobre sus familias, sobre sus amigos y los acompañe siempre. Amén.

Les habla el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección general, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo. Irradia…

(Música, Quédate con nosotros, DR)

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