Transcripción de la homilía del P. Camilo de la Paz Salmón Beatón

Transcripción de la homilía del P. Camilo de la Paz Salmón Beatón

Transcripción de la homilía del P. Camilo de la Paz Salmón Beatón
Párroco de Santa Lucía
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 17 de noviembre de 2024
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

“Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo solamente el Padre” Marcos 13, 31-32

Hermanos,

En este domingo del mes de noviembre, que estamos además inmersos en el mes de la Biblia, la verdad es que, sus palabras no pasarán. Lo sabemos por la convicción y la luz de la fe, y además lo sabemos en nuestra vida. Cada vez que nos acercamos a Él pidiendo con fe, que nos ayude, que nos proteja de todo mal, que siempre nos acompañe; así nosotros ese pequeño pueblo del cual se habla hoy, tanto en la primera lectura, como ese pueblo que ofrece el sacrificio en la persona del sacerdote, como ese grupo de personas que han sido fieles y que atraviesan por las angustias que se habla hoy, ese pequeño pueblo se alimenta de la Palabra de Dios.

Hoy se nos menciona a Miguel, es una recepción muy importante en las Sagradas Escrituras, porque cada vez que escuchamos el nombre del Arcángel Miguel, siempre nos viene a la mente la lucha del bien y del amor contra el mal, la violencia y el odio. Y experimentamos con él una sensación de seguridad. Porque él es la fuerza de Dios, él es el designado como Arcángel para enfrentar en la batalla del conocimiento y de la inteligencia a Satanás, y todo lo que implica Satanás, que es pecado, división, discordia, tragedia, violencia.

Nosotros nos aproximamos y vivimos el día que Jesús señala, con la protección de los ángeles y de la Virgen. El día solamente lo conoce el Padre. Ese domingo sin ocaso, ese domingo en el cual, la humanidad entera vivirá su Pascua, y lo veremos a Él, como muy bien ese día en su juicio cuando Caifás le preguntó en el pretorio, donde estaban todos cargados de esquizofrenia por la violencia, y Él estaba desfigurado aquella noche; como se presenta en cada momento, camuflajeado en el dolor donde no los reconocemos, pero Él está. Y entonces Caifás le preguntó, dinos, con aquella hipocresía que lo caracterizaba, ¿eres tú el Mesías? Y el Señor Altísimo le contestó, tú lo has dicho. Y verás al Hijo del Hombre venir con poder y gloria sobre las nubes del cielo.

En el momento de su dolor, donde a todo hombre le tiemblan las rodillas cuando siente que le puede ser arrebatada la vida, Cristo le dijo en cara al mundo la verdad del día final. Y por supuesto, la historia consecutiva que se nos relata en ese pasaje del Evangelio, es como muy bien lo ha presentado la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson. Un soldado le da un golpe y le dijo, ¿así contestas al sumo sacerdote? Esa es la imagen.

Ese día, en la cual nuestra alma será sumida completamente en el amor de Dios, por ese amor sacramental, ese día, tuvo como introducción la ofensa y el escarnio hacia Él y Él menciona a los ángeles del cielo. A esos ángeles, nosotros le pedimos que siempre nos protejan, que nos den la garantía de ser fiel a Él, de sentirnos seguros, sin miedo, porque nuestra vida está en sus manos y somos cristianos.

Le pedimos a Él por el momento de nuestra muerte, no sabemos cómo dice Él, ni el día ni la hora, pero si le pedimos a Él, como muy bien nos enseña Santa Teresita, que nos haga crecer en esa petición que ella en el lecho de la muerte hizo, “quiero morir la muerte de Cristo en la cruz”. Que así sea.

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