Irradia, emisión del 17 de noviembre de 2024

Irradia, emisión del 17 de noviembre de 2024

Irradia, emisión del 17 de noviembre de 2024
Transmitido por CMKC, Emisora
​​Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

“Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo solamente el Padre” Marcos 13, 31-32

(Música, Como la higuera, Javier Brú)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como el cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.

(Música, Como la higuera, Javier Brú)

 

 

En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.

“Yo tengo designios de paz, no de aflicción dice el señor ustedes me invocarán y yo los escucharé y los libraré de la esclavitud donde quiera que se encuentren. Concédenos Señor Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque la profunda y verdadera alegría está en servirte siempre a ti, autor de todo bien. Por Jesucristo nuestro Señor.” Amén

Buenos días, buenas tardes, buenas noches donde quiera que se encuentren, siempre es una alegría y un placer poder compartir con ustedes este pedacito de la mañana del domingo, y poder compartir la Palabra de Dios, la palabra que nos ilumina y que nos fortalece, que nos ha acompañado a lo largo de esta semana que terminamos, y que nos acompañará a lo largo de la semana que estamos comenzando.

Hoy se nos pide que miremos al cielo de donde vendrá el Hijo del Hombre el día señalado por Dios para juzgar al mundo, así nos lo narra el Evangelio de hoy. También Daniel en la primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel, capítulo 12, versículos del 1 al 3, nos habla por su parte del fin del mundo, de la resurrección de los muertos, y del juicio que abrirá a los hombres las puertas de la vida eterna. En la carta a los Hebreos, en el capítulo 10, versículos del 11 al 18, se habla de Cristo el sumo sacerdote glorificado, que está junto a Dios después de haber ofrecido su propia vida como sacrificio para salvar a los hombres.

El Evangelio de este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, está tomado del evangelista San Marcos, capítulo 13, versículos del 24 al 32.

(Lectura del evangelio de San Marcos, capítulo 13, 24-32)

Ya estamos en la recta final del tiempo litúrgico, del tiempo ordinario, el próximo domingo será la fiesta de Cristo Rey y terminaremos con él este tiempo litúrgico, para dar paso al Adviento, ese tiempo de alegre y confiada espera del Señor que vino, del Señor que viene, del Señor que vendrá al final de los tiempos, este tiempo de Adviento en el que los cristianos nos preparamos para celebrar la Navidad. Recordando que la Navidad no es una fiesta de un día, no es el recuerdo de un hecho del pasado, lindo, bueno, que recordamos con gozo, pero nada más.

La Navidad es una realidad constante en la vida del cristiano, la Navidad es la fiesta del Emmanuel, del Dios con nosotros, de la presencia de Dios en medio de nuestra vida, del Hijo de Dios que se hizo hombre y puso su morada en medio de nosotros. Por eso cada vez que un niño se encuentra con Cristo en nuestras catequesis o en su casa, es Navidad; cada vez que un joven, que un adolescente se encuentra con Cristo por el testimonio de sus amigos, de sus compañeros, de sus padres, es Navidad; cada vez que un hombre, que una mujer, que un anciano, que un anciana, se encuentra con Cristo porque para esto no hay tiempo, cualquier tiempo es bueno para encontrarnos con Él, es Navidad; cada vez que abrimos el corazón al Señor, cada vez que tratamos de convertirnos para que Él pueda hacer morada en nuestra vida, es Navidad.

La Navidad es constante, la Navidad es siempre, y eso nos lo recuerda esta fiesta y para eso nos preparamos durante el tiempo del Adviento, con la oración, con el recogimiento, con el sacrificio, con la expiación también, y tenemos que hablar de eso y no tener temor a hablar de arrepentimiento, del perdón que le pedimos a Dios por nuestras faltas y pecados, para poder ser testigos de Él en medio de este mundo. Testigos del Señor que vino un día en Belén, se hizo presente, la luz que vino a iluminar a todo hombre y mujer que viene a este mundo, el Señor en que se hace realidad el Emmanuel, que caminó por los caminos de Israel, que convocó a hombres y mujeres de su tiempo, que perdonó a los pecadores, que curó a los enfermos, que acogió a los necesitados con alegría, con gozo. Y el Señor que vendrá al final de los tiempos.

El evangelio de hoy, tomado del evangelista San Marcos nos habla de eso, al final de los tiempos el Señor vendrá, y no vendrá ya como un niño frágil, débil, vulnerable, no. Vendrá, no ya como un hombre, un varón de dolores que va a sufrir la cruz para rescatarnos y redimirnos ,el único que podía rescatarnos de nuestros pecados y rehacer nuestra amistad con Dios, y abrir las puertas del reino de los cielos y hacernos hijos de Dios en Él, que es el único Hijo y coherederos del Reino de los cielos; sino el Señor que vendrá al final de los tiempos como juez, como juez justo, como Rey del Universo, la fiesta que celebraremos el domingo siguiente.

Que vendrá a pedirnos cuenta de lo que hemos hecho con nuestra vida, que vendrá a pedirnos cuenta de lo que hemos hecho con la gracia y la salvación que nos ha ganado, a un precio tan alto de su sangre derramada y de su vida entregada por nosotros, que no tuvo a menos el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, a hacerse uno igual a nosotros en todo menos en el pecado, para rescatarnos y redimirnos a todos. No viene a castigarnos. Para mí es un error pensar que Dios me castiga, que Dios nos castiga.

Dios no castiga, nos castigamos nosotros cuando nos alejamos de Él, nos castigamos nosotros cuando nos apartamos, ¿por qué? Porque Dios nos ha creado libres y respeta nuestra libertad, y respeta nuestras decisiones, y cuando en este mundo hemos decidido voluntaria, libremente, deliberadamente apartarnos del camino del Señor, el Señor, aunque le duela en su corazón, aceptará y respetará nuestras decisiones, pero tendremos que asumir las consecuencias. Y cuando el Señor venga a llamarnos a su presencia en el último día o nuestro último día, porque para cada uno de nosotros habrá un último día, ya no habrá entonces oportunidad para cambiar, para convertirnos.

Por eso el Señor nos dice, “conviértanse porque el reino de Dios está cerca”. Así predicaba Jesús cuando estuvo en este mundo en medio de su pueblo, conviértanse, este es el momento, este es el momento de la gracia, de la oportunidad que Dios nos da. Cuando nos llame, ya no habrá posibilidad, ¿porque Dios no quiere? no, porque nosotros lo hemos decidido así, y si en este mundo decidimos estar lejos de Dios, cuando lleguemos en ese momento a la presencia del Señor, también estaremos lejos de Él, con la diferencia que entonces sabremos el gozo y la alegría que es estar junto a Dios, y ya no podremos estar junto a Dios.

Pero si hemos decidido a pesar de nuestra fragilidad, de nuestra debilidad, de nuestro pecado seguirlo, esforzarnos por vivir conforme a Su Palabra, dar testimonio de Él a pesar de nuestras caídas, el Señor nos ayudará a levantarnos y el Señor nos acogerá. Y le escucharemos decir “vengan a mí benditos de mi Padre al lugar que he preparado para ustedes, porque tuve hambre y me dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber, porque estuve desnudo y me vistieron, porque fui caminante y me hospedaron, porque estuve enfermo y me visitaron, porque estuve preso y se preocuparon por mí”, “¿y cuándo hicimos eso contigo Señor?”, le diremos, y Él nos responderá, “cada vez que lo hicieron con uno de mis hermanos necesitados,  cada vez que lo hicieron con uno de mis pequeños hermanos necesitados, conmigo lo hicieron”. Y entonces iremos al gozo y la alegría, ¿porque lo merecemos?, no, porque el Señor misericordioso quiere que ni un vaso de agua que demos en su nombre quede sin recompensa.

Las lecturas de hoy nos recuerdan eso, que llegará ese último día, pero eso sí, nadie conoce el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solamente el Padre. A veces nos preocupa cuando será ese último día, y nos preguntamos, y hacemos cábalas, y sumamos y restamos, y buscamos que si hoy, que si es mañana, que si ya está llegando. Nadie lo sabe, solo el Padre, así lo dijo el Señor.

Nuestra preocupación no debe ser cuándo va a ser, sino cómo estaremos preparados para enfrentar ese día, cómo estaremos preparados cuando el Señor me llame a mí personalmente a su presencia, cómo estaremos preparados cuando el Señor nos llame a todos en ese último día, si nos hemos esforzado por hacer el bien, por amarnos los unos a los otros, por ayudarnos, por levantarnos, por arrepentirnos de nuestros pecados.

Entonces no hay temor, habrá alegría, la alegría del encuentro con Aquel que sé que me ama, con Aquel a quien he tratado de servir en este mundo para poder gozar eternamente de Él en la gloria, en ese lugar al que nos ha precedido la Virgen en cuerpo y alma, a donde aspiramos estar nosotros, donde están los santos hombres y mujeres que han vivido conforme al corazón de Cristo y que nos sirven de modelo. Se puede, podemos a pesar de nuestra carne frágil, podemos porque ellos pudieron con la gracia de Dios.

Entonces hermanos no nos preocupemos cuándo va a ser. Podrá ser cuando el Señor lo determine. Ocupémonos de estar preparados. Y la forma de estar preparados ¿cuál es? Haciendo el bien sin cansarnos, pasando por este mundo como nuestro Maestro haciendo el bien, quitando todo aquello que nos enfrenta, que nos divide, que nos aparta. Y buscando todo lo que nos une para, en nuestra diversidad, que no nos empobrece, sino que nos enriquece, poder construir este mundo y hacerlo mejor.

Que así el Señor nos lo conceda.

(Música, Vendrá con Gloria y poder, Dumas y Mary)

Ahora hermanos renovemos nuestra profesión de fe, y como siempre les digo, vamos a pedirle al Señor, Señor ayúdame a profesarla no solo con la palabra, sino con la vida, viviendo conforme a la fe que profesamos.

Creen en Dios Padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra. Sí, creo.

Creen en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, padeció, murió, resucitó y está sentado a la derecha del Padre. Sí, creo.

Creen en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Sí, creo.

Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar, en Cristo Jesús nuestro Señor. Amén.

Y ahora presentamos confiados nuestras súplicas a Dios nuestro Padre.

En primer lugar, por la Iglesia, de la que formamos parte todos y cada uno de nosotros, para que, fortalecidos con la gracia de Dios, demos testimonio de Él, de su amor, y de su misericordia en medio de este mundo. Roguemos al Señor. Te los pedimos Señor.

Por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades de la vida, para que podamos ayudarlos a encontrarse con Cristo, y en Cristo consuelo fortaleza y esperanza. Roguemos al Señor. Te los pedimos Señor.

Pidamos también por todos los que han sufrido de manera particular los embates de huracanes, de terremotos, para que el Señor les dé la gracia y la fuerza para que abra el corazón de todos para ayudar a los más afectados, y acoja en su descanso a los que han muerto. Roguemos al Señor. Te los pedimos Señor.

Por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Roguemos al Señor. Te los pedimos Señor.

Por todos los difuntos, de manera particular los que nadie recuerda en sus oraciones.  Roguemos al Señor. Te los pedimos Señor.

Y los unos por los otros, para que escuchemos la voz del Señor que nos dice conviértanse, y les respondamos esforzándonos por ser mejores. Roguemos al Señor. Te los pedimos Señor.

Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que han quedado en nuestros corazones, pero que Tú conoces, te las presentamos por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

Ahora hermanos oremos con la oración en la que Jesús nos enseñó a llamar a Dios Padre nuestro, y nos enseñó más, que somos hermanos los unos de los otros por encima de cualquier cosa, hermanos.

Padrenuestro que estás en el cielo
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase su voluntad,
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

Hermanos, les dejo la cita bíblica para esta semana, para que la lean, para que la mediten, la reflexionen, la oren personalmente, pero también en la familia, recuerden que la familia que ora unida permanece unida. Y qué mejor orar con la Palabra de Dios. Ahora en este mes de noviembre, que para nosotros en esta Arquidiócesis de Santiago de Cuba es el mes de la Biblia, aprovechemos para gustar de la Palabra de Dios. La cita bíblica de hoy está tomada del evangelista San Marcos, en el capítulo 13, versículos 31 y 32. “Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo solamente el Padre”.

Que tengan todos, un feliz fin de semana, un feliz domingo, que lo puedan disfrutar con su familia, aprovechen. Nunca es suficiente el tiempo que dedicamos a nuestra familia, tan importante, tan importante que Dios quiso tener una familia. Pudo haber enviado a su Hijo de cualquier manera, pero quiso enviarlo en medio de una familia para que experimentara lo que eso significaba, un padre, una madre, un hogar, para enseñarnos. Entonces aprovechemos, no perdamos el tiempo en minucias, en contradicciones, superemos todo eso y recordemos que somos familia, y qué mejor que orar con la Palabra de Dios.

También recuerden a sus amigos, no se olviden, el que encuentra un amigo encuentra un tesoro, es como la perla fina, como el tesoro enterrado en el campo, y tenemos tantos amigos que se sienten solos, porque lo están; porque su familia está lejos, porque ellos están lejos de su familia, y necesitan ese calor familiar, y nosotros podemos dárselo. Quizá otras cosas no, no tengamos para darlas, pero eso si tenemos una familia, si vivimos en una familia, si apreciamos a nuestra familia, eso lo podemos dar a manos llenas, y hay tantos que la necesitan. No se olviden de eso.

Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.

Les ha hablado el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba, hasta la próxima, si Dios quiere.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guion, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección General, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung.
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo…Irradia…

(Música, Tu Palabra, Twice)

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