Irradia, emisión del 27 de octubre de 2024

Irradia, emisión del 27 de octubre de 2024

Irradia, emisión del 27 de octubre de 2024
Transmitido por CMKC, Emisora
​​Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
XXX Domingo del Tiempo Ordinario

“Jesús le preguntó, qué quieres que haga por ti. El ciego respondió, Maestro que vea. Entonces Jesús le dijo, puedes ir, tu fe te ha salvado, y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino” Marcos 10, 51-52

(Música, El ciego de Jericó, Javier Brú)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como el cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.

(Música, El ciego de Jericó, Javier Brú)

En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.

“Alégrese el corazón de los que buscan al Señor, busquen al Señor y serán fuertes, busquen su rostro sin descanso. Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que merezcamos alcanzar lo que nos prometes, concédenos amar lo que nos mandas. Por Jesucristo nuestro Señor.” Amén.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, como siempre una alegría, un gozo, poder compartir con ustedes este pedacito de la mañana del domingo, y sobre todo poder compartir la Palabra de Dios; la palabra que nos ilumina, que nos fortalece, que nos llena de esperanza, que nos ayuda a comenzar cada día, cada semana, cada mes, cada año, a seguir adelante a pesar de las dificultades que podamos encontrar. Esa palabra de Dios que nos renueva por dentro, y sobre todo que nos ayuda a descubrir que somos hermanos los unos de los otros, y nos da la fuerza para ayudarnos, para tendernos la mano, para compartir con los demás lo poco que podamos tener.

Pero sobre todo compartir con los demás precisamente eso, la Palabra de Dios, que la tenemos abundantemente. A veces nos cuestionamos, pero si no tengo nada que dar, cómo que no, los cristianos siempre tenemos que dar, y tenemos la palabra de Dios, la palabra que no solo consuela, sino que fortalece, que no solamente nos ayuda a ponernos de pie sino a seguir adelante. La Palabra de Dios que siempre nos da esperanza, no la vana esperanza, sino la esperanza cierta de que no estamos solos, que el Señor camina con nosotros, que todo lo que ocurre tiene una razón, y todo concurre siempre para el bien, aunque de momento no podamos comprenderlo.

Cuando el ciego de Jericó gritó a Jesús, llamándolo hijo de David, lo aclamó como el Mesías, Jesús le devolvió la vista como recompensa a su fe; eso nos lo narra el Evangelio de hoy, pero al mismo tiempo como una confirmación de que habían llegado los tiempos del Mesías, los tiempos que verán acudir a Jerusalén a los ciegos y a los cojos, como dijo el profeta Jeremías, y lo escucharemos en la primera lectura, tomada del Antiguo Testamento, tomada del libro del profeta Jeremías, capítulo 31, versículos del 7 al 9.

Y en la carta a los Hebreos, de ahí se tomará la segunda lectura, del capítulo 5, versículos del 1 al 6, contiene una amplia disertación sobre el sacerdocio de Cristo Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres, es el sacerdote ante Dios en favor de la humanidad entera.

El evangelio de hoy, de esta trigésimo de este trigésimo domingo del Tiempo Ordinario, está tomado el evangelista San Marcos, en el capítulo 10, versículo del 46 al 52.

(Lectura del evangelio de San Marcos, capítulo 10, 46-52)

Es la narración de este momento en el que, un ciego llamado Bartimeo se encuentra con Jesús. Está sentado al borde del camino pidiendo limosna, pero cuando oye decir que el que pasaba era Jesús de Nazaret, comienza a gritar, “hijo de David ten compasión de mí”, lo cual quiere decir que este ciego de nacimiento había oído hablar de Jesús, de su palabra, pero me imagino que aún más de sus milagros, como curaba a los enfermos, y pensó ciertamente que era su momento, era ahora o nunca, tenía que aprovecharlo y por eso gritaba “Jesús Hijo de David ten compasión de mí”, y aunque muchos lo reprendían para que se callara, él seguía gritando, “hijo de David ten compasión de mí”, ahora o nunca.

Jesús se detiene, nos dice el evangelista San Marcos y lo llama, y le dicen ánimo, levántate el Señor te llama, y el ciego tiró su manto, de un salto se puso de pie y se acercó a Jesús. Entonces Jesús le dice “qué quieres que haga por ti”. Jesús sabía qué quería el ciego que hiciera por él, que le devolviera la vista, pero también quería que él se lo dijera. “Maestro que pueda ver, eso es lo que quiero”. Lo que el ciego no sabía es que esa petición iba a tener una respuesta más profunda de lo que él podía imaginar. Primero Jesús le devuelve la vista del rostro para que pueda ver lo que sucede a su alrededor, pero también le da algo más.

Vete tu fe te ha salvado”. Jesús ha obrado porque él tiene fe, Jesús ha obrado porque él tiene confianza, Jesús ha obrado porque él se lo ha pedido, y entonces Jesús como siempre le da más de lo que él pide, le da la luz de los ojos, pero también la luz de la fe. “Vete tu fe te ha salvado”, quizá más adelante por cualquier razón podría volver a perder la vista humana, pero si sigue confiando en el Señor, la luz de la fe no se apagará en su corazón, por grande que sean las dificultades que pueda encontrar, y grandes son las dificultades de este hombre que no solamente era ciego, sino que estaba a la orilla del camino pidiendo limosna, dependiendo de la generosidad del que pasara por allí en ese momento; y sin embargo, nos da la impresión de que nunca perdió la esperanza.

Por eso cuando pasó Jesús tuvo ánimo para gritarle “Señor ten compasión de mí”, y cuando Jesús lo llama, le dice sin dudar “Maestro que yo vea”, y Jesús le da más de lo que él podía esperar. Porque el Señor es siempre así, cuando esperamos, cuando confiamos, cuando no perdemos la fe, cuando seguimos adelante sabiendo que no estamos solos que Él está ahí, que Él obra y puede obrar, entonces Jesús obra en nosotros a través de nosotros, con nosotros, esperemos que no a pesar de nosotros.

Entonces pidámoslo así hermanos míos en esta mañana de domingo, Señor has que vea, que vea en lo profundo de mi corazón, que vea que Tú estás presente, que vea que mi dolor, mi sufrimiento no te son indiferentes, que vea que Tú quieres que yo sea alegre y que tenga felicidad en mi vida, y que para eso caminas a mi lado, y para eso me das la fuerza y me das la esperanza. Señor has que vea, que en medio de las tinieblas yo vea, que por grande que sean las tinieblas no deje nunca de ver, y que esa luz interior que Tú me das, me ayude a encontrar la mano de mis hermanos, para juntos poder seguir adelante. Para poder ayudar a los que caen, levantar a los que caen, consolar a los que se desaniman y se desalientan, a compartir esa alegría y ese gozo de haberme encontrado contigo.

Estamos en el mes de octubre, el mes del Rosario, el mes de la Virgen y no hemos hablado prácticamente desde la fiesta de Nuestra Madre y Patrona la Virgen de la Caridad, de la Virgen, y entonces no quisiera que terminara este mes de octubre sin compartir con ustedes este artículo que escribí hace mucho tiempo para Iglesia en Marcha. Ustedes dirán que estoy empolvando a cada rato cosas que ya tenía, pero me parece que son cosas que podemos compartir y que quiero hacerlo con ustedes.

Celebramos en el pasado mes de septiembre dos importantes fiestas de la Virgen María, el 8 de septiembre la advocación de la Virgen de la Caridad nuestra Madre y Patrona y el 24 la advocación de Nuestra Señora de la Merced, patrona de los cautivos.  La primera de las fiestas con un alcance más amplio, ya que a todo lo largo y ancho de nuestro verde caimán, llega la devoción a la Virgen de la Caridad; la segunda más localizada pero no menos profunda.

Esto me ha hecho pensar en la relación que existe entre la Virgen y la Santísima Trinidad. En primer lugar, es una relación de hija y Padre, la Virgen es la hija predilecta del Padre, escogida por Él desde siempre para ser la madre de su único Hijo y Redentor, nuestro Jesucristo. De tal manera escogida que fue preservada del pecado original y por esto la llamamos Inmaculada. Es también una relación de madre e Hijo, María es la madre del Hijo de Dios que tomó carne en sus purísimas entrañas, por eso con toda razón el Concilio de Éfeso en el año 431 después de Cristo, la llamará Madre de Dios.

Ella es la llena de gracia sobre la cual descendió la sombra del Altísimo, tal como le prometió el ángel de la Anunciación, y así el que de ella nació sería llamado Hijo de Dios. María la esclava del Señor, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada y felicitarán, “porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí”, Lucas 1, 46 al 55. Con el Espíritu Santo es una relación nupcial, esposa del Espíritu Santo la llamaban los antiguos, para significar que fue por obra del Espíritu y no de varón la encarnación de Jesús, pero también se le llama templo y sagrario del Espíritu Santo, pues ella siempre estuvo abierta a la acción del Espíritu y se dejó guiar por él.

La relación de la Virgen con la Santísima Trinidad nos enseña cómo es nuestra propia relación con la Trinidad Santa, algo en lo que no pensamos con mucha frecuencia. Somos hijos de Dios en el hijo, San Juan en su primera carta nos dirá que no solo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos, 1ra de Juan 3, 1. Somos hermanos de Cristo que nos enseñó a llamar a Dios Padre, “ustedes pues recen así Padre Nuestro”, Mateo 69. Somos templos del Espíritu Santo, quien por el bautismo viene a habitar en nosotros, “conviértanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de sus pecados y recibirán el don del Espíritu Santo”, Hechos 2, 38.

Hijos, hermanos, templos, esa es nuestra relación con la Santísima Trinidad. Y como hijos, hermanos y templos, debemos comportarnos en nuestra vida diaria, y así ser testigos de Dios que es Uno y Trino, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, en medio de nuestros hermanos; llamados ellos también a ser templos, hermanos e hijos.

Queridos amigos, aunque aún queda mucho por decir, lo poco que se ha dicho, debe quedar bien claro, y no como la opinión de quien les habla que puede ser discutible, sino como enseñanza de la Iglesia. Si quieres profundizar más, les sugiero consultar el Catecismo de la Iglesia Católicas seguro que en sus parroquias debe haber un ejemplar y si no en la Biblioteca Diocesana, tendrán información de primera mano sobre la Virgen y también sobre la Santísima Trinidad.

Espero que les haya gustado y más que gustado les haya hecho bien esta pequeña reflexión sobre la Virgen Santísima y también sobre el ciego de nacimiento. Que ella nos de esa luz que tuvo para encontrarse con el Señor y hacer en cada momento de su vida su voluntad. Que así el Señor nos lo conceda.

(Música, Abre nuestros ojos Señor, Dumas y Mary)

Ahora hermanos confiados en que el Señor siempre nos escucha, así como escuchó al ciego sentado al borde del camino, y no solo nos escucha, sino nos responde como respondió al ciego del camino, le presentamos nuestras súplicas. Responderemos a las peticiones, Señor fortalece nuestra fe. R/ Señor fortalece nuestra fe.

Por la Iglesia, para que no deje nunca de buscar alentar y cuidar los dones del Espíritu entre los fieles. Roguemos al Señor. Señor fortalece nuestra fe.

Por los enfermos y por todos los que sufren, para que encuentren en Cristo la salud, el consuelo y la paz. Roguemos al Señor. Señor fortalece nuestra fe.

Por nuestro pueblo, para que trabajemos siempre en la búsqueda de todo cuanto nos acerca al bien y a la justicia. Roguemos al Señor. Señor fortalece nuestra fe.

Por las vocaciones al sacerdocio, al diaconado permanente y a la vida religiosa, para que aumente el número de los que generosamente siguen la invitación del Señor. Roguemos al Señor. Señor fortalece nuestra fe.

Por nuestros hermanos que han sufrido el embate del huracán Oscar, para que el Señor les dé la fuerza para enfrentar esta dificultad, para que le dé el descanso eterno a los que han fallecido, y para que a todos nos despierte en el corazón el deseo de compartir lo poco que tenemos con aquellos que lo han perdido todo. Roguemos al Señor. Señor fortalece nuestra fe.

Por cada uno de nosotros, para que volvamos nuestros corazones a Cristo y abandonemos lo que nos impide entrar en el reino de Dios. Roguemos al Señor. Señor fortalece nuestra fe.

Escucha Padre Santo nuestras súplicas, aquellas que salen de nuestros corazones y que tú conoces. Te las presentamos por Jesucristo tu Hijo nuestro Señor. Amén.

Ahora hermanos oremos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.

Padrenuestro que estás en el cielo
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase su voluntad,
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

Les dejo el versículo para esta semana, está en el evangelio de Marcos, en el capítulo 10, versículos 51 y 52. “Jesús le preguntó, qué quieres que haga por ti. El ciego respondió, Maestro que vea. Entonces Jesús le dijo, puedes ir, tu fe te ha salvado, y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino”. Léanlo, medítenlo, récenlo, compártanlo en familia y saquen conclusiones. Pregúntense, cómo es su fe, si es como la de este ciego, como Jesús está presente en su vida, como le da la fuerza para seguirlo y seguir adelante.

Que tengan todo un feliz domingo, que lo puedan pasar en familia, compartiendo, compartiendo todo lo que en la semana no han podido compartir. Alegrías, penas, tristezas, esperanzas, cómo han enfrentado las dificultades que hemos vivido en estos últimos días, pero siempre para para sacar lo mejor. Para descubrir cómo juntos podemos seguir adelante. Y recuerden a sus amigos, a los amigos que están solos, porque su familia está lejos, porque ellos están lejos, para que los puedan acoger, para que ellos sientan ese calor familiar, que tanto se necesita y se echa de menos, cuando no se tiene.

Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.

Les ha hablado el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba, hasta la próxima si Dios quiere.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guion, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección General, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung.
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo…Irradia…

(Música, Bartimeo, Samuel Cano)

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