Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez, 24 de marzo de 2024, Domingo de Ramos
Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
24 de marzo de 2024, Domingo de Ramos
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Salmo 21
Hermanos,
Hemos iniciado la Semana Santa acompañando a Jesús. En los domingos anteriores, en las lecturas anteriores, de las semanas pasadas, vemos como Jesús subía a Jerusalén anunciando su muerte. Sucedería algo grande, Él sería condenado y también vimos como los discípulos no creían mucho, y no solamente que no creían, es que Pedro le dijo que ni jugando fuera Jerusalén, es decir, querían apartarlo de que Él hiciera la voluntad del Padre, querían apartarlo. Esa es la palabra clave, hacer la voluntad del Padre.
Ya Jesús está entrando en Jerusalén, en el Evangelio de la bendición de los ramos hemos escuchado el pasaje breve de ese acontecimiento, que seguro duraría varias horas esa mañana de domingo en Jerusalén.
Las lecturas de hoy, la primera es de profeta Isaías, pero el salmo también tiene que ver mucho, es un salmo que es tributario vamos a decir así de la espiritualidad del profeta Isaías. Y la carta de Pablo a los Filipenses que hemos escuchado también es una carta aclaratoria, para que se entendieran bien la relación que había entre aquel justo sufriente que Isaías había anunciado varios siglos atrás varios, de que algún día vendría a salvar al pueblo y que él pasaría por muchos sinsabores, dos penas, condenas, dolores. Isaías fue el profeta que anunció precisamente de manera más clara, más tajante, más poética también, que describió a ese Mesías Salvador y por eso su espiritualidad caló profundo en el pueblo de Israel.
La primera lectura que está tomada del capítulo 50 de Isaías, es una lectura de esperanza, de mucha esperanza, pero una lectura de mucho realismo también. Porque el pueblo esperaba un Mesías, de hecho, el pueblo que había sido aplastado políticamente, culturalmente, imponiéndole, queriéndole imponer hasta otra fe, otro gobierno, sacándolo de sus costumbres, entonces esperaban un Mesías que fuera un libertador, guerrero, que precisamente pusiera Jerusalén en el centro de todas las naciones del mundo.
Es un profeta que expande el reino de Dios no solamente al pueblo de Israel sino a todos los hombres que vivirían alrededor del pueblo de Israel. Pero Isaías tiene varios capítulos que son llamados del Siervo sufriente, el Siervo doliente, porque él habla de alguien un siervo de Dios, y siervo de Dios es aquel que hace la voluntad de Dios, así era antes y así es ahora; decimos que Jesucristo es mi Señor, porque yo quiero hacer la voluntad de mi Señor que es Jesucristo. Entonces ahí hablaba de ese siervo doliente, que sufrió mucho, que el Señor lo había escogido, y que al final el Señor lo iba a levantar por sobre todas las cosas, y el pueblo de Israel esperaba a ese Mesías, el resto de Israel, aquellas personas que con fe sabían que Dios no les abandonaría.
Entonces comenzamos la Semana Santa. Los cánticos del Siervo de Yahvé de Isaías son cuatro, están desde el capítulo 40 al 55, los cuatro cánticos del siervo de Yahvé, que precisamente nosotros empezamos a leer hoy y también vamos a estar escuchando en los días lunes, martes, miércoles y el Viernes Santo. Vamos a escuchar esos cánticos de Isaías ¿por qué la Iglesia los pone? El pueblo de Israel de Jerusalén sale a recibir a Jesús con aquella alegría de llegó el libertador, aquel libertador que iba a resolver todos los problemas políticos, económicos, sociales, que iba a llevar al pueblo de Israel a lo máximo y que Jerusalén sería la capital del mundo.
Pero entonces Jesús se presenta, no como ese rey vencedor y guerrero, sino se presenta como el Siervo doliente de Isaías, de tal manera que si nosotros leemos en Isaías esas cualidades del Siervo del Señor, nosotros nos daremos cuenta que los evangelistas narran la Pasión a partir de lo que Isaías había dicho. ¿Por qué? Porque los Evangelista y en este caso Pablo en esta carta a los Filipenses, en toda su obra, de manera muy especial, él recalca que ese Mesías sufriente, que muere en la cruz, pero que ha resucitado, en Él se cumplen todas aquellas profecías y que este Mesías era aquel Siervo Doliente, sufriente que hacía la voluntad de Dios, y para salvarnos a nosotros por amor, se había entregado.
Entonces los primeros cristianos tenían que explicarles a los judíos que ése era el Mesías esperado. Imagínense el choque de unas personas que esperaban una liberación política, económica, social, cultural, al venir un hombre y morir en la cruz para salvar al pueblo, pero con una liberación interior, que toca la parte moral, a la ética, a lo profundo de cada persona, de cada ser, las responsabilidades que cada uno, de que uno tiene que cuestionarse ante ese siervo doliente y sufriente, como nosotros hacemos ante los crucifijos, que lo contemplamos y decimos Dios mío, Dios mío, qué he hecho yo para que tú te hayas ofrecido por mí en la cruz.
Por eso que tenemos el ejemplo de tantos santos que, al contemplar a Cristo en la Cruz, han sufrido una gran transformación interior. Por solamente decirles alguna, Santa Teresa de Jesús que precisamente ya en la medianía de su vida, un día contemplando en su oratorio, en el convento un Cristo crucificado, ella se da cuenta y dice que estoy haciendo y ahí emprende, ya con una medianía de edad, emprende toda su obra transformadora y espiritual que nos llega hasta hoy, que nos mueve hoy, que nos anima hoy a seguir al Señor.
Ese Mesías recibido triunfalmente en Jerusalén, ese es Jesús que después va a ser por el mismo pueblo tal vez decepcionado, tal vez, qué cosa, pues pinchado por los demás, inculcados por los poderosos. Es el que le va a caer arriba a Jesús y .es capaz de decir suelten al bandido al asesino y condenen a Jesús el Cordero inmaculado, que no había hecho nada, que solamente había querido cumplir la voluntad de Dios para bien nuestro, por nuestra salvación, por el amor que Dios nos tiene.
Pablo en ese capítulo, en esos versículos de los filipenses, no solamente dice que ese Jesús, sino que también dice que es el Hijo de Dios, que ese Mesías es Dios, mismo la segunda persona que se ofrece; por esto que él dice se bajó en todo y se hizo un hombre igual que nosotros en todo, menos en el pecado, para qué, para salvarnos se anonadó, se hizo pequeño, se hizo humilde, se hizo repudiado, por qué, por nuestra salvación.
Nosotros hermanos debemos de leer estos capítulos del Siervo doliente. Tenemos que leer esos versículos de Pablo a los Filipenses, tenemos que contemplar a la cruz y tenemos que leer la Pasión. Por eso es que este domingo que comienza con una gran alegría, porque Jesús es recibido triunfalmente, cómo termina el final, así con la vista baja, con la humillación de saber que tenemos que reconocer que nuestros pecados han dado muerte a Jesús, nuestro Salvador. Pero también con la esperanza, como la tenía Isaías de que el triunfo sería del Señor, y así fue, y Jesús resucita al tercer día.
Continuemos la Santa Misa, después vayamos a nuestros hogares tratando de que esta semana hace una semana diferente. Hay veces que nosotros nos complicamos en el mundo y queremos que la Semana Santa se parezca igual a cualquier otra semana del año. No hermanos, no, hagamos un alto. Hagamos un alto para que esta sea una semana diferente, y para que nosotros sigamos acompañando a Jesús en la cruz, que nosotros junto con Él también digamos, Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado, pero junto con Él también digamos nosotros, pero que se haga tu voluntad Padre, y también estaremos presentes con aquellas mujeres acompañándolo en la cruz, y estaremos presentes en su resurrección.
Que Dios nos ayude a vivir la Pascua del Señor, que es el paso de la muerte a la vida eterna, en este caso. Que Dios nos ayuda a todos a vivir así con profundidad nuestra fe.