Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez, 11 de febrero de 2024, VI Domingo del Tiempo Ordinario
Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
11 de febrero de 2024 VI Domingo del Tiempo Ordinario
“Quiero, queda limpio” Marcos 1, 41
Hermanos
Estamos acompañando a Jesús en los domingos que hemos venido escuchando, leyendo después del Bautismo del Señor al comienzo de su vida pública, hemos estado acompañando a Jesús en la llamada a los apóstoles, en los primeros milagros, en la atención que recibía de las personas, en la sorpresa de aquellos que le escuchaban y se quedaban sorprendidos. Sorprendidos de su sabiduría y le decían cómo es que hace esto, que se expresa de esa manera, si Él es de aquí del barrio, del pueblo, y ahora también acompañándolo.
Vemos que Él sigue, como él decía, vamos a predicar en las aldeas vecinas. Se encuentra en uno de esos caminos, se encuentra a un leproso, digo yo que se encuentra en un camino porque los leprosos no podían entrar en las ciudades, es más, no podían acercarse a las ciudades. ¿Por qué? Porque había una ley, la ley de Moisés, que decía que todo leproso era una persona impura, y que por lo tanto nadie podía acercarse a él. Esto era como un mandato de tipo religioso, y también un mandato que al final era del tipo higiénico, porque sabemos que la lepra puede contagiarse.
Por eso tenían este mandato que era un mandato trágico y tremendo para las personas que padecían de lepra, además de quedar separadas de la familia, de no poder compartir con nadie que no tuviera lepra, que tenía que buscarse y pedir alimento y pedir limosna en las afueras, en los cementerios. Era una persona que sufría por su enfermedad, y que veía que se iba deteriorando poco a poco, en aquella época no había los remedios que hay ahora, y todavía aún es una enfermedad difícil.
Entonces, ellos veían, como muchas veces escuchamos en el Evangelio, que la enfermedad tenía relación con la conducta moral de las personas. Eso era como una carga que venía desde el Antiguo Testamento, así se expresa en este número el libro del Levítico. Precisamente vemos ese mandato expresamente dado, que aquel que se declarara, de pronto tenía que apartarse y dice ahí vivir harapientamente, con harapos y no podía acercarse a nadie, tenía que andar con una campanilla para decir, alertar, hay un leproso cerca.
Ellos tenían esa manera de pensar, el que peca es aquel que de una manera u otra se manifiesta en la enfermedad y en la mala fortuna, vamos a llamar así, o mejor dicho el pecado y la mala fortuna se expresa en la enfermedad, es el pecado, mejor dicho. Si Dios velaba y premiaba a los suyos, el que estaba enfermo, ese es porque había pecado mucho. Nos acordamos en el Evangelio como Jesús muchas veces una vez que le preguntan quién ha pecado él o sus padres ante una persona enferma, Él dice ni él ni sus padres, no tiene que ver con eso y para que vean que el Hijo de Dios tiene poder, quedas limpio de tu enfermedad, tus pecados son perdonados.
Hermanos así vivían, así vivía el pueblo, así vivía el pueblo de Dios. Con el tiempo los mismos textos del Antiguo Testamento, en ellos mismos se va a manifestando una reflexión. Dios se va revelando progresivamente al pueblo de Dios, y con el pueblo de Dios a nosotros hasta culminar con Jesucristo, que es el perfecto revelador del Padre. Por eso es que nosotros tenemos en el Salmo que hemos escuchado hoy, que se pide la misericordia de Dios.
Allá en el libro del Levítico la palabra misericordia no estaba muy presente, ya en el Salmo si se habla de la misericordia, Señor líbrame de la enfermedad, líbrame, e inmediatamente también dice Señor he pecado contra ti, sáname, sálvame, libérame del pecado. Fíjense bien como una cosa va a ir unida a la otra, pero ya se daba un paso, ya se hablaba de arrepentimiento, de reconocer que Dios es el que tiene el poder de la enfermedad, pero también el poder de perdonar el pecado que para ellos era el que causaba la enfermedad.
Y llega el Evangelio. Este evangelio, este hombre lleno de fe que le dice si tú quieres, tú puedes salvarme, y acuérdense que los milagros de Jesús estaban muy relacionados con la fe de quien pedía el milagro. Hay milagros de Jesús que Él lo hace porque quiere hacerlo, en la mayoría de los milagros, es a partir de la fe, de la fe que se tiene vamos, a fijarnos en uno. Todos conocemos las bodas de Caná, de quién era la fe, la fe de la Virgen hazlo, Hijo, hazlo. Haz el milagro. Ella tenía fe.
Nosotros vemos como Jesús no tiene ningún temor de acercarse a un leproso, marginado, que las leyes de Israel precisamente por su mala interpretación o porque la revelación no había llegado plenamente a ellos, claro, no había llegado Jesús tampoco a manifestarse plenamente. Entonces ellos tenían ese tabú con esta persona enferma, y Jesús dice yo tengo poder para sanar, el universo es mío, las leyes son mías, pero tengo un poder muy grande, que es el de perdonar. De ahí, que en el Salmo como les decía, ya se hablaba de misericordia, de pedir misericordia.
Y ya vemos entonces en la carta de Pablo, que Pablo dice hermanos comportémonos como Cristo el Señor y en cada instante de nuestra vida vamos procuremos hacer el bien, cada instante en nuestra vida, en cualquier momento de nuestra existencia, el trabajo, el ambiente, los amigos, la cena, la comida, todo eso en nombre del Señor. Si lo hacemos en nombre del Señor, Él estará con nosotros, el pecado se apartará, y nos da precisamente también la llamada para que nosotros procuremos, no dar mal ejemplo nunca, nunca dar mal ejemplo, porque dice vamos a escandalizar al pueblo de Dios.
Entonces hermanos, estas lecturas nos dicen hoy que Dios es misericordioso. Que Dios es capaz de sanarnos si es su voluntad físicamente, pero Dios siempre ante un corazón arrepentido, Dios siempre está dispuesto a perdonar. Que nadie se sienta, así como que tan despreciado, como que Dios se olvida de él y nunca le perdonará, no, eso es un poco de soberbia. Nosotros no somos como Dios, a nosotros nos cuesta perdonar, nos cuesta olvidar mucho más todavía, pero Dios no, Dios nos acoge, Dios nos abraza, como a este hombre, como este hombre lo abrazó. Hay otro evangelio que se habla de diez leprosos también, y el Señor se acerca a ellos.
Pero ya entre los discípulos del Señor y no precisamente los apóstoles, nosotros tenemos a San Francisco de Asís. San Francisco de Asís precisamente como prueba de que él quería entregarse plenamente al Señor, es cuando un momento él está en el campo, viene un leproso, el leproso, enfermo llagado y San Francisco de Asís abraza al leproso, San Francisco de Asís lo baña, San Francisco de acero limpia, San Francisco de Asís lo cura. Si el Señor Jesús lo hizo, él también lo hizo, ahí está siguiendo San Pablo que en esa breve estrofita que nosotros hemos escuchado, San Pablo dice en todo tengan como ejemplo al Señor Jesús.
Entonces hermanos, vamos tener esa fe firme en Dios, que es capaz de hacer milagros y creo que el primer milagro debe ser y pedirle a Dios que nos sane interiormente, para saber pedir perdón por nuestras faltas, y creo que otro milagro muy grande también es decidirnos a servir al pueblo de Dios como lo hizo Él, como lo hizo San Francisco de Asís también. Otro milagro es, aquellos milagros que el Señor hace constantemente en la vida, que solamente lo sabe el que lo recibe, de ahí las muestras de tantas personas que vienen aquí al Santuario del Cobre. Hace poco estuve en Miami y fui a la Ermita de la Caridad, celebré misa claro está, y también me alegró la cantidad de cubanos y de fieles que se llegaban a la Ermita dándole gracias a través de la Virgen, por aquellos que ellos consideran milagros que Dios ha realizado en su vida, y ese diálogo si lo hizo o no lo hizo, solamente lo sabe el que lo recibe. y nosotros sabemos que Dios ha hecho muchas obras grandes en nuestra vida.
El Señor nos ayude a vivir así, a confiar siempre en Dios y alegrarnos porque es misericordioso y Él nos sana.