Transcripción homilía del P. Camilo de la Paz Salmón Beatón, 2do Domingo de Adviento, 10 de diciembre de 2023

Transcripción homilía del P. Camilo de la Paz Salmón Beatón, 2do Domingo de Adviento, 10 de diciembre de 2023

Transcripción homilía del P. Camilo de la Paz Salmón Beatón
Párroco de Santa Lucía, arquidiócesis de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
2do Domingo de Adviento, 10 de diciembre de 2023

“He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” Marcos 1, 2-3

Hermanos,

En esta predicación del segundo domingo del tiempo de Adviento, en el cual, como ya se explicó en la introducción, nosotros contemplamos nuestra vida espiritual y la necesidad de la paz que nuestro corazón debe albergar. Mis primeras palabras entonces, van dirigidas, al misterio de la Inmaculada Concepción de María. El viernes celebramos en la Iglesia la solemnidad de la Inmaculada Concepción y el martes celebraremos también a María Santísima con el título de Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de todas las Américas, es decir de América Latina, de toda América.

El Inmaculado Corazón de María es una escuela. Para vivir en paz, como dice muy bien San Pedro en el texto que hemos escuchado, se necesita vivir sin mancha de pecado. Se necesita contemplar a Dios como el Señor esperado. Pero también se necesita, como María muy bien nos enseña en los misterios de su vida, que solamente hay que esperar a Dios en Su Hijo Jesús, como nos lo enfoca San Pedro, no quiero que ignoren este punto.

Que mil años en la presencia de Dios es un día, y un día mil años, porque el Señor tiene el poder y el Señor vendrá, y es ahí donde uno con la mirada fija en Dios, sabiendo que la experiencia de Dios más grande a que ha tenido criatura en el mundo, después de Cristo, la ha tenido María, en el cual ya ella esperaba en su corazón antes del misterio de la Encarnación, no se dejaba embaucar con paraísos falsos, no se dejaba engañar con esquemas arbitrarios de cielos nuevos y de tierras nuevas. El cielo nuevo y la tierra nueva, la nueva creación, esa esplendorosa llegada de Cristo como muy bien nos lo enfoca San Pedro, solamente es Cristo, no hay más nadie que nos pueda prometer la vida eterna como lo hace Cristo.

En el mundo se está estrenando ahora la famosísima película de Napoleón Bonaparte y he podido aproximarme a su vida. Todo lo que hizo, toda aquella Francia que recibió después de la gran revolución del 14 de julio de 1789, y su labor para desterrar completamente el antiguo régimen y fundar lo que se conoce como los Estados Modernos, con el llamado los Estados nacionales. ¿Saben qué? En esos momentos en que Napoleón Bonaparte destruyó con su política toda la mentalidad que la Iglesia por siglos había desarrollado, toda aquella arrogancia y todo aquella violencia de su personalidad, muchas personas engañadas pensaron que ya ese era el paraíso en el mundo y que ya no hacía falta Iglesia, y que no hacía falta Dios, y que no hacía falta escuchar o preparar el camino, que es el corazón, para la llegada de Cristo.

Y todo lo contrario. Napoleón Bonaparte es uno más de tantos que nos enseñan, de que cielo nuevo y tierra nueva solamente se logra por la sangre del Hijo de Dios en la cruz, que solamente nuestra alma es rescatada por el Hijo de Dios. No hay más nadie. ¿Saben por qué? Porque el efecto en la sociedad y en la historia de creer en paraísos artificiales, es una sociedad distorsionada y herida por la violencia, es una sociedad que no logra encausar una dirección porque le han arrebatado la esperanza, y valga la redundancia, de mirar al cielo y saber que Dios vendrá, y que Dios nos rescatará, y como dice San Pedro, los elementos más poderosos se derretirán. Ese es el misterio y por eso nosotros también nos acogemos al poder del amor de Dios. Y la esperanza no defrauda.

Quiero concluir con una pequeña anécdota. Cuando san Juan María Vianney, en Lyon, estaba en el seminario, estaban todos los seminaristas en la capilla, todos estaban orando la oración de la mañana, los laudes. Y de momento un estruendo. Se decía que Napoleón Bonaparte con todo su carruaje había parqueado al frente del seminario. Todos los seminaristas salieron para ver al glorioso Napoleón Bonaparte, menos el Cura de Ars. Y, cuando volvió un testigo a ver en la capilla quién quedaba, dice que nunca en la vida había visto, había contemplado, un rostro más angelical que el de san Juan María Vianney, orando con el Benedictus, específicamente en esa parte preciosa que dice el sol que nace de lo alto.  Que así sea.

SHARE IT:

Comments are closed.