Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Domingo XXII del Tiempo Ordinario, 3 de septiembre de 2023

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Domingo XXII del Tiempo Ordinario, 3 de septiembre de 2023

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Domingo XXII del Tiempo Ordinario, 3 de septiembre de 2023

“¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres” Mateo 16, 23

Hermanos,

Los domingos venimos a alabar y a adorar a Dios, ese debe ser nuestro pensamiento. No decir hoy es domingo tengo que ir a misa, fíjense el verbo es “tengo que ir a misa”, eso parece como una obligación. Eh, estoy obligado ir a misa, bueno y es cierto, porque si nosotros tenemos a Jesús como el Hijo de Dios, a Dios como el centro de toda la vida, de todo lo que existe, lo que le da sentido a la vida, entonces yo tengo una obligación moral. Fíjense la diferencia que hay, tengo una obligación moral de alabar a Dios, y si precisamente el mismo Dios me ha pedido que dedique el domingo a su servicio, a entregarme a Él, pues qué más puedo hacer yo; dedicar el domingo al servicio del Señor.

Por eso hermanos es que, cuando venimos aquí tenemos que despojarnos de todo y decir vengo al encuentro del Señor, que así es, siempre nos encontramos con Dios en cada instante de nuestra vida, Él está presente en nosotros, pero hay momentos muy claves, fundamentales, decisivos, y uno de ellos es la Santa Misa. Cristo que se hace presente aquí, bajo la forma del pan y el vino, que nos ha invitado a agruparnos con Él.

Bien las lecturas de hoy tienen, todas las lecturas tienen como les digo siempre una enseñanza, vamos a fijarnos en las enseñanzas de este día. Pero vamos a recordar las anteriores, como hacen los maestros en las clases, que siempre hacen un breve recordatorio. Recuérdense que hace dos o tres domingos fue aquel del encuentro con Dios, que ya repetimos el domingo pasado, les recuerdo Elías, Pedro en la barca, Pablo con los judíos, etcétera. Todos estamos llamados a encontrarnos con Dios. El domingo pasado, recordamos ese hermoso pasaje de la cananea, aquella no judía con una fe increíble, que a pesar de que Jesús se mostraba reacio para atenderla, sin embargo, ella era impertinente y ella seguía si tú quieres, tú puedes, no me pongas argumento. Tú puedes sanar. Y el Señor viendo la fe de aquella mujer y para enseñanza de los discípulos, puso de ejemplo una Cananea, a una no judía, como mujer de fe capaz de mover montañas, porque hizo posible que su hija fuera sanada de aquella dolencia que tenía.

Las lecturas de hoy nos hablan de dos personajes y de una invitación, dos personajes y una invitación. Uno de esos personajes es Jeremías, ya conocemos Jeremías, profeta 500, 600 años antes de Cristo, aquel hombre que en medio de la situación difícil del pueblo supo dar esperanza, pero que fue muy firme en el Señor. Cuando el Señor lo llama se sentía tan desvalido que él dice, Señor, cómo tú me llamas a mí si soy un muchacho, si soy un muchacho, yo no, tú podrás, tú podrás. Yo no puedo hablar, la lengua se te va a desatar, tú vas a poder. Precisamente, Jeremías se puso en las manos de Dios, se confió en Dios. Y así Jeremías poco a poco fue haciéndose, realizándose como profeta, porque hablaba en nombre del Señor y decía las cosas que Dios quería que le dijera a su pueblo en ese momento.

La Palabra de Dios también nos habla a nosotros que somos su pueblo en este momento. ¿Qué nos está diciendo? Entonces hermanos, Jeremías llevaba esa vida de hombre culto, llevaba esa vida de predicador, de su trabajo, su oficio, su familia, pero él tenía aquello de que él tenía que hacer la Palabra de Dios y fue cogiendo fama. Fama de ser un hombre de Dios, ¡qué lindo es eso! Ser un hombre de Dios que pasa por la vida haciendo el bien, ojalá, siempre lo digo y lo repito, al final de nuestra vida, al final nosotros podamos decir con humildad, Señor, he tratado de pasar por mi vida haciendo el bien y siendo un hombre de Dios, que significa que soy un hombre para todos, de todos.

Pero llegó un momento que Jeremías, lo mismo le pasó Elías acuérdense, Jeremías por decir la palabra de Dios se buscó muchos, muchos problemas. De tal manera que era un hombre, y nosotros los hombres y las mujeres hay veces que nos caemos, nos caemos; pero ahí está Dios para levantarnos, el Espíritu para iluminarnos, pero nos caemos y hay que saber levantarse. Entonces Jeremías este pasaje una reflexión que Jeremías hace diciendo cómo ha sido su encuentro con Dios se encontró con Dios

El encuentro con Dios le resultó satisfactorio, se sentía contento actuaba en nombre de Dios, pero también le trajo muchísimos problemas, de tal manera, que no era comprendido. Él creía que estaba haciendo un bien y la gente no se lo reconocía, al contrario. Le insultaban, hablaban mal, llegó un momento que él se siente y dice Dios mío, y esto qué es, y llega hasta decirle al Señor, Señor, Tú me has llamado, pero tú casi me has obligado, me has forzado muchas veces, quiero desprenderme de Ti, muchas veces quiero, por qué, porque lo que tú me has mandado es duro, es duro, esa vocación, ese envío que tú me diste es duro, no me hacen caso. Pero él en su reflexión después de decir esto, de que hay momentos que él quisiera hasta desprenderse de Dios, de los mandatos de Dios, de la vocación que Dios le dio, de la llamada de Dios. No creo que de Dios no, eso no, porque inmediatamente se recupera inmediatamente dice, pero no puedo, no puedo, me vienen las tentaciones esto, lo otro, me veo sobre pasado, pero no puedo desprenderme de ti Señor.

Ese es el mensaje de Jeremías, esa fe firme como la cananea no puedo desprenderme. Tú no me dejas solo, si tú me lo pides por algo será, soy instrumento en tus manos, seguiré haciendo lo que tú me mandas. Fíjense bien, que es el encuentro personal de Jeremías con Dios, hablo de esto para que nos demos cuenta de que todos nosotros, de manera diferente a Jeremías, porque no hay dos personas iguales, ni Dios llama a dos personas de la misma manera, ni le pide lo mismo a dos personas, o por lo menos la manera de realizarlo. Así fue como él vivió ese compromiso, ese llamado de Dios, y ese sí que él dio en un momento determinado. Aquí estoy Señor, aquí estoy, no podía hablar y me diste fuerza, me enviaste y yo creía que no porque era muy niño pero pude; hay veces que me pesa, pero yo estoy contigo, yo hago tu voluntad. Primer ejemplo.

El segundo ejemplo es Pedro, siempre Pedro, aquel Pedro. Sí, hermanos cojan a Pedro, cojan los Evangelios y busquen donde aparezca Pedro y ustedes van poniendo, Pedro hizo tal cosa, Pedro le dijo a Jesús esto, Pedro hizo esto, y cójanlo aparte y hagan como un librito para que ustedes sepan quién fue Pedro.

Entonces Pedro, de la misma manera que él cogió y dijo si es verdad que tú eres el Hijo de Dios mándame que camine sobre el mar, y él se lanzó con confianza y caminó por el mar, y después cogió miedo, titubeó y se fue para abajo, hasta que por fin reconoció Señor mío y Dios mío. Aquí con Pedro pasa otra cosa, no parecida pero es el deseo ese muchas veces de evitar los problemas. De no consagrarnos totalmente a Dios para evitar los problemas también.

Y Jesús es así en esa subida a Jerusalén, él le dice el Hijo del hombre, va a ser ajusticiado y ejecutado, pero al tercer día más resucitar. Ellos no sabían lo que era resucitar al tercer día, Pedro lo que sabía porque era primario, lo que sabía era de que lo iban a ejecutar y va a morir. Él mismo Pedro le dice de eso nada, Señor, usted no va a Jerusalén, a usted no le puede pasar eso.

Y la palabra de Jesús fue muy severa, muy severa, eso no se lo dice nada el Evangelio, a nadie. Apártate de mí Satanás que tú me quieres separar de Dios, mi Padre, de que yo haga la voluntad de Dios mi Padre. Hermanos ese otro ejemplo. ¿Qué hizo Pedro?? Yo me imagino que se quedaría frío igual que los discípulos, después entendió, pero fue fiel, permaneció, permaneció. Sintió que el Señor lo llamaba, no etendía, el Señor le había dicho demonio casi, pero él siguió. En otro momento fue capaz de decir, a quién iremos Señor, si tú eres el único que tiene palabras de vida eterna. Eso también lo dijo Pedro.

Hay veces que una cosa la cogemos con fuerza, otras veces nos debilitamos, fallamos, la situación, la vida, hay veces que decimos cosas que no debemos y después nos arrepentimos, o dejamos de decir cosas que creemos que debemos haber dicho. Entonces Pedro entendió con el tiempo, ahí se quedó medio nebuloso. De tal manera que cuando fueron a Jerusalén lo negó tres veces, pero siguió. Hermanos, porque esa es la entrega, es el decirle sí a Jesús y para siempre, aunque no entienda, para siempre.

Yo diría que la segunda lectura, que ha sido tan cortita, que es tan cortita, resume esta actitudes de decirle sí a Dios. Dice en esta carta de Pablo a los romanos, que recuerden bien que él quería asentar firmemente la fe de los romanos, como hoy la Iglesia, el mismo Jesús quiere asentar la fe de cada uno de los que estamos participando en esta Santa Misa donde quiera que estemos. Ofrézcanse como hostias vivas y santas a Dios. Hermanos, ahí no cabe otra si queremos dar culto a Dios, ofrezcámosnos nosotros, si nosotros en la misa, ofrecemos al Señor Jesús que muere en la cruz, se entrega y lo ofrecemos, siempre que celebramos la Eucaristía, se renueve ese sacrificio y esa entrega. Que se presenta como una hostia, como una ofrenda hermano. Nosotros también tenemos si queremos vivir la fe así, como debe ser, para recordarle a Dios lo que le corresponde de parte nuestra, ya que nos dio la vida, démosle todo esto. Ofrézcanse como hostias vivas al Señor.

Quiera Dios que todos nosotros sepamos, toda nuestra vida, en medio de las dificultades terribles que podemos estar pasando, nosotros y cristianos en el mundo entero que están siendo muertos por su fe, o limitados, perseguidos, o en una situación sociales, políticas, económicas difíciles… hermanos siempre hostias vivas ofrecidas al Señor, si levantamos la hostia al Señor para ofrecerla por nuestro bien, que nosotros al elevar la hostia también digamos yo también quiero ofrecerme al Señor.

Que el Señor nos ayude así. Si hacemos eso, estamos llegando, por ejemplo, a lo que el Señor quiere de nosotros. Es lo que Dios quiere porque es nuestro bien, no es porque eso le satisface a Él. Él se alegra, acuérdense la parábola, Dios se alegra más por una oveja perdida que llega y es recuperada, que por todas las que están en el redil, por un pecador que llega que por todos los justos que están ahí. Por eso es que, junto con eso, esos ejemplos, el Señor nos recuerda aquella frase ¿De qué le sirve a un hombre malgastar toda su vida si al fin pierde su alma? Eso significa que nosotros, toda nuestra vida tiene que ser puesta en las manos de Dios. Ofrezcámonos con Él.

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