Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, 6 de agosto de 2023, Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
Fiesta de la Transfiguración del Señor, 6 de agosto de 2023
“Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo” Mateo 17, 5
Hermanos,
Hermanos, hoy en la fiesta de la Transfiguración. No cabe la menor duda que es una fiesta hermosa, porque una fiesta de triunfo. Un día en que podemos cantar muy bien el himno a Cristo Rey. Cristo, tú vencerás ¿Por qué? Porque es como un preámbulo, un paréntesis en ese caminar de Jesús hacia Jerusalén, en esa predicación de Jesús. Entonces, vamos a dejar dos ideas, vamos a meditar dos ideas. Una idea es el triunfo de Jesús, que eso nos tiene que llenar de esperanza, sobre todo en los momentos duros, que nosotros estamos pasando como pueblo. ¿Bien? Duros en todo sentido.
Vamos también a fijarnos en cómo la historia de la Salvación, no es algo que comienza con Jesús, Jesús la culmina. Es decir, hay una relación, ero muy estrecha, muy estrecha entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento en que da cumplimiento a las promesas del Antiguo Testamento. Entonces, vamos a la primera, el triunfo de Jesús.
Esta lectura, este pasaje ocurre en un momento duro para los discípulos. En el momento en que Jesús hablaba de que tenía que marchar a Jerusalén, Y que allí, bueno, que iba a ser condenado, que iba a ser maltratado, iba a entregar la vida. Pero que Dios tiene la última palabra. Esto lo decía Jesús. Los discípulos, según el evangelio Marcos, Mateo, Lucas… Los discípulos, imagínense al oír aquello. ¿Cómo va a pasar eso? Con el Señor, el Maestro, y ellos quedaron llenos de desasosiego. Y además de rebeldía. Recordemos que en este pasaje es, seguramente, cuando Pedro le dice al Señor. Le dice, pues no vayas a Jerusalén, no vayas, porque si va a pasar eso, no vayas. Y es cuando Jesús le responde, apártate, Pedro, Satanas, apártate. Yo tengo que cumplir la voluntad de Dios, mi Padre. Yo tengo que ir a Jerusalén.
No cabe la menor duda de que independientemente de este diálogo del Señor, que también tendría otras palabras, los discípulos que va siguieron con aquella pesadumbre arriba. Y parece que el Señor se compadeció de ellos. Y dijo, tengo que dar un signo, una señal para que ellos se den cuenta de que Yo Soy, el Señor, el Hijo de Dios, el Mesías, el Enviado a salvar a la humanidad. Tal vez de una manera que ellos no se esperaban. O sea, ve, ellos esperaban un gran rey, un guerrero, alguien poderoso, etcétera.
Entonces, estando en el camino, pues ocurre este pasaje, se lleva estos tres a Pedro, a Santiago y a Juan, y en un momento determinado, ellos se dan cuenta de que Jesús está radiante. Dice blanco como que un lavandero jamás podía dejar una pieza con tal blanco, un brillo que deslumbraba. Era alguien que ellos habían leído en el Antiguo Testamento algunos pasajes apocalípticos, de allá de Daniel, en el cual había muchas imágenes, se dicen muchas cosas a través de las imágenes de alguien a cuál tenía que abrir los sellos, y él era el único que podía abrir los sellos de la vida. Entonces, ellos se quedan deslumbrados sin decir palabra. Con Él estaban Moisés y Elías, los dos grandes profetas del Antiguo Testamento, representaban toda esa herencia de revelación de la palabra de Dios, en el antiguo de Israel, ellos dos.
Y Pedro se siente eufórico, la misma manera que le dijo a Jesús, no vayas a Jerusalén para que no te pase nada o que sacó la espada para cortar la oreja de aquel que fue a aprender a Jesús, pues Pedro, también dice, Señor, vamos a ser tres chozas aquí. Una para ti, una para el día y otra para el Moisés. Pedro siempre resolvía las cosas muy fáciles. Y el Señor que sabía que no había llegado su hora, el Señor le dice calma, es decir, esa euforia, esa alegría de Pedro tuvo que ser calmada. Para decirle, no, no digan nada, pero eso que ustedes han visto será la realidad de todo lo creado. Fíjense bien, hermano, que es la Victoria, es la Victoria.
Nosotros también en la vida nos sentimos muchas veces con mucho pesimismo, aplastado, por más que hagamos, no vemos camino. Es más, es que hay veces que nos parece que estamos yendo cada día más para atrás, como pueblo, como lo que sea, no encontramos. Aquí podemos sacar dos cosas. Una. ¿En quién pongo mi confianza? Y la otra, es que si yo, nosotros, ponemos toda nuestra esperanza en las realizaciones terrenales, vana es nuestra esperanza. Puede haber pueblos, que tengan un nivel económico alto, desenvolvimiento, pero si ponen toda su esperanza solamente en esa realización, en ese sentido de la vida aquí en la tierra, pasa como dice el evangelio, construyó una casa muy fuerte, construyó un país muy fuerte, o que se creía fuerte, pero, sin embargo, empiezan los acontecimientos de la historia, de la vida, y eso que se había construido desaparece. Cómo han desaparecido todos los imperios de la época. Han sido suplantados por otros.
Entonces. ¿En quién ponemos la esperanza? ¿Es una esperanza terrenal? ¿Es una esperanza capaz de colmar nuestra vida y de darle sentido a nuestra vida? Porque si nuestra vida es así producto, y se realiza según la situación que tenemos, pobre de los desgraciados, pobre de los desgraciados, como dice la gente, de los que no tienen suerte, qué triste es la vida. No, hermanos, la vida tiene sentido en Jesús. Esa es una. ¿En quién yo pongo mi esperanza? Y ¿dónde yo pienso realizar mi salvación? Es decir, el cumplimiento de mi de mi vida, el destino que el Señor me tiene reservado. Dónde ¿aquí en la tierra? Sabemos que eso es relativo y que hay mucho dolor, mucho dolor, y mucho esfuerzo. Entonces, ya eso es cuestionable, hasta razonablemente cuestionable.
Y la otra ¿en qué pongo mi esperanza? Aquí nosotros la hemos puesto en Cristo. Una esperanza que se recoge por toda la escritura, que nos va llevando hasta Él, él es el Señor de la vida, y el Señor de la historia, de la historia. Cuánto fracaso hemos tenido por poner toda nuestra confianza en el hombre, en los hombres. Cuántos fracasos hemos tenido, desilusiones hemos tenido cuando aquellas promesas hecha el calor del momento, se convierten en algo que de promesa no tiene nada, en realizaciones vanas y algunas dolorosas.
Cuando nosotros ponemos nuestra confianza en nosotros mismos, y nos creemos que podemos transformar no solamente la naturaleza, que bastante daño se le hace, sino hasta nuestras propias personas, entonces, nací hombre, no, ahora es mujer lo que quiere hacer. Y nací mujer, nació mujer, no es hombre lo que quiere hacer. Fíjense bien hermanos que estamos yendo en contra de la propia naturaleza, de lo que la biología la ha puesto en nosotros. Hermanos, porque nos dejamos llevar por las ideas, por los caprichos, por los deseos y no encontramos a Cristo nuestro Señor. Eso es lo que nosotros tenemos que predicar. Podemos hablar de que hay que defender la naturaleza, podemos hablar de tantas cosas que son útiles, hablar y como cristiano y como personas tenemos que hablar. Pero tenemos que predicar en primer momento a ese Cristo, muerto y resucitado. Que quiso hacer la voluntad del Padre, y siguió hasta Jerusalén para que se cumplieran las escrituras y la voluntad del Padre allá, Jerusalén.
Y la otra, hermanos, es que según la lectura que nosotros hemos visto, pues estas lecturas nos van guiando hacia Cristo. Es lo que lo que he dicho ahora. La primera es el libro de Daniel, un libro profético, apocalíptico, un lenguaje apocalíptico, en el cual se vale muchas imágenes, escrito varios siglos antes de Cristo. Y entonces, nosotros vemos que Daniel habla de momento de una visión. Y en esa visión que ve, un trono, varios truenos nos dicen, y en ellos una persona, un señor, una persona. Pero dice que se acerca uno, que va caminando y se acerca. Y a ese señor, rey, soberano de todo, así lo presenta, le entrega, el todo, el poder, el honor y la gloria. Se lo entrega, como diciendo, Tú eres precisamente el realizador y el Señor de toda la creación que fue hecha por Él, con Él y para Él. Dice que todo eso es la Biblia pura, la Biblia pura.
Vemos nosotros entonces este pasaje que acabo de comentar y se presenta este Señor, Cristo, se presenta entre Moisés y Elías, como aquel personaje de Daniel resplandeciente. Es el centro de todo el Antiguo Testamento, representado por Moisés y por Elías. Fíjense es una cadena de afirmaciones, escrita preciosamente con muchas figuras para decirnos qué, que Cristo es el centro de la existencia.
Y después nosotros vemos a Pedro en su segunda carta, precisamente diciéndolo claro, ese Señor de la historia es Cristo, y a Él es al que tenemos que predicar, y a Él es al que tenemos que transmitir a los demás, y Él tiene que ser el centro de mi vida, en Él sí puedo confiar, aunque haya momentos de cruces, aunque haya momentos difíciles, pero es el Señor. Y sepan bien, me parece que nos lo están diciendo ahora nosotros, que podremos vivir los momentos duros, difíciles, pero confiemos en Cristo que esto siempre será pasajero, siempre será pasajero. La Victoria final la tiene Cristo. Y la Victoria final también se realiza aquí en este mundo, como nosotros hemos visto. No será la victoria definitiva, porque en este mundo todo es transitorio, pero sí, el mal pasa, el mal pasa. Y tenemos que todo contribuir a que ese mal pase.
Que el Señor nos ayude a vivir así, a confiar en Cristo el Señor.