Irradia, emisión del 11 de junio de 2023
Irradia, emisión del 11 de junio de 2023
Transmitido CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Solemnidad del Corpus Christi
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Juan 6, 51
(Música, Alma de Cristo, DR)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, Alma de Cristo, DR)
En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.
Alimentó a su pueblo con lo mejor del trigo, y lo sació con miel sacada de la roca. Señor nuestro Jesucristo, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches, como siempre una alegría, un gozo poder compartir con ustedes la Palabra de Dios en esta mañana de domingo, en que estamos celebrando la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Christi, que se celebra el 8, el jueves, pero que donde no es de precepto se pasa la celebración para el domingo siguiente. Por eso nosotros la estamos celebrando hoy, domingo 11 de junio, la Solemnidad del Corpus Christi.
Mientras el pueblo de Israel caminaba por el desierto, Dios mismo les alimentaba proporcionándoles el maná, de esto nos habla la primera lectura. Aquel alimento sostenía el cuerpo pero no evitaba la muerte de los que lo comían, en cambio vino Jesús, el verdadero pan de vida y proclamó, el que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna, de eso nos habla el evangelio de hoy. San Pablo en la segunda lectura añade, que todos los cristianos forman entre sí un solo cuerpo al participar todos del cuerpo del Señor y compartir su cáliz.
El evangelio de hoy está tomado del evangelista san Juan, capítulo 6, versículos del 51 al 58.
(Lectura del evangelio de San Juan, capítulo 6, 51-58)
En varios momentos Jesús nos dice, Yo soy el pan bajado del cielo. Y lo repite, mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida, el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. En la última Cena bendice el pan, se los da a sus apóstoles y les dice, esto es mi Cuerpo, y después al final de la Cena bendice la copa llena de vino y les dice, esta es la sangre de la Nueva Alianza; y les da un mandato, hagan esto en conmemoración mía. Esto, convertir el pan y el vino, en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Es como el sacrificio anticipado de la cruz, incruento, sin derramamiento de sangre porque el sacrificio de la cruz, hecho de una vez y para siempre será derramando su sangre para purificarnos, para redimirnos, para rescatarnos de una vez para siempre. El sacrificio de la Eucaristía, el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan y el vino convertidos en su Cuerpo y su Sangre es el sacrificio incruento, que se renueva. Es la renovación del sacrificio de Cristo en cada celebración de la misa. Por eso se dice muchas veces el Santo Sacrificio de la misa. Y desde ese momento, la iglesia, día a día, ha celebrado la eucaristía. Ha, con la fuerza que viene de lo alto, transformado el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para darnos vida eterna.
Nunca causó Jesús tanto escándalo entre los que lo escuchaban, apóstoles y discípulos incluidos, como cuando les dijo: “yo soy el pan vivo bajado del cielo”, y les aseguró que aquellos que comieran de ese pan, que era ÉL MISMO, más aún, que los que comieran de su cuerpo y de su sangre, que son verdadera comida y bebida, tendrían vida eterna y Él los resucitaría en el último día.
Tal fue la controversia que se armó, y la incapacidad por parte de algunos para acoger estas palabras del Señor que nos dice el evangelio que muchos de sus discípulos se retiraron y ya no andaban con Él. Ciertamente son palabra difíciles de asimilar y muchos seguidores de Jesús han tropezado (en el exacto sentido de la palabra) con ellas, y no han podido acogerlas en su corazón. Les parecía como si aceptarlas, les convirtiera en antropófagos o poco menos. O, lo que es peor, en tontos capaces de admitir cuentos que nadie en sus cabales sería capaz de creer.
Pero no queriendo abandonar a Jesús, como hicieron los discípulos del Evangelio, cerraron sus oídos a estas palabras, como si nunca hubieran sido dichas, o las interpretaron a su manera, a pesar de ser tan claras y contundentes.
Jesús al ver cómo muchos discípulos le abandonaban preguntó a sus apóstoles. ¿Acaso también ustedes quieren irse? ¿También ustedes por no ser capaces de creer en mi Palabra, de confiar en que para Dios nada hay imposible, ni siquiera dar a comer su cuerpo y a beber su sangre, van a seguir su camino apartándose del mío?
Pedro sacó la cara, una vez más por sus compañeros y respondió: ¿A quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna. Sí Tú 1o dices, así será, aunque ahora no imaginamos cómo podrá ser…
En la última Cena comieron y bebieron el pan y el vino, convertidos por la fuerza de la Palabra del Señor en su cuerpo y en su sangre (Mc 14, 22-24). Y allí también recibieron el mandato de seguir convirtiendo el pan y el vino en SU CUERPO y en SU SANGRE en conmemoración suya. Eso es lo que hace la iglesia, fiel a las Palabras del Señor, escritas en la Sagrada Biblia por medio de sus sacerdotes en cada Misa: repetir el gesto de Jesús. Convertir, con el poder que viene de Él, el pan y vino en su Cuerpo y su Sangre, y darle a comer y a beber a los hombres, las mujeres, los niños para que tengan vida eterna ya desde este mundo, para que encuentren la fuerza para seguir a Jesús, el único que tiene Palabras de Vida Eterna, y resuciten el último día.
Es lo que recordamos hoy, es lo que celebramos hoy, es lo que celebramos en cada eucaristía, en cada misa. Por eso como Santo Tomás cuando el sacerdote dice las palabras de la consagración, nosotros repetimos en lo profundo de nuestro corazón, Señor mío y Dios mío. Porque el pan pareciendo pan, ha dejado de serlo para ser el Cuerpo y la sangre de Cristo; porque el vino pareciendo ser vino, ha dejado de serlo para ser el Cuerpo y la sangre de Cristo. Cuando nos acercamos a comulgar no estamos recordando algo que pasó, no es simplemente un signo, no es un símbolo, no es un hacer como… Recibimos realmente a Cristo, realmente Él está presente en las especies eucarísticas con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma, con su Divinidad. No porque lo decimos nosotros, sino porque lo dice Él, mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y resucitará en el último día.
Con cuanta reverencia tenemos que acercarnos a comulgar, con cuanta reverencia tenemos que estar participando del Santo Sacrificio de la misa. Es Jesús quien se hace presente, quién está realmente presente. Presente en los hermanos, porque allí donde hay dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo. Presente en su palabra, que es la Palabra de Dios, por eso lo decimos así, Palabra de Dios, Palabra del Señor. Y presente realmente, visiblemente, materialmente en las especies eucarísticas. El Señor en el pan y en el vino, que han dejado de ser lo que eran para ser el Cuerpo y la sangre de Cristo. Él está ahí, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma, con su Divinidad.
Si Cristo se apareciera a la puerta de nuestra casa, ¿qué haríamos? Pues eso mismo tenemos que hacerlo en cada celebración de la misa. Tenemos que participar con unción, con respeto, con silencio, concentrados en lo que está sucediendo, en el sacramento que estamos celebrando, porque todos participamos del sacerdocio común. Los fieles como laicos, los sacerdotes como ministros, pero todos participamos.
Pidámoslo así al Señor, Señor que realmente tengamos presente que eres Tú quien está ahí, y participemos con unción, con respeto, con recogimiento en el Santo Sacrificio de la misa. Que cuando lleguemos a nuestros templos al primer lugar que vayamos sea al Sagrario, porque Tú estás ahí, presente, esperando por nosotros, aguardando por nosotros. Que no nos quedemos conversando, saludando a este, saludando al otro. No vamos a hacer una visita a una casa para hablar con el vecino de al lado, vamos para hablar con el dueño de la casa donde vamos a hacer la visita. Cuando vamos al templo vamos a la casa de Dios, a conversar con Él y Él está ahí, en el Sagrario esperando por nosotros. Eso es lo que celebramos hoy, el Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, este regalo del Dios que se ha quedado con nosotros para dárnosenos en comida y en bebida, para darnos la fuerza para que podamos seguir cada día adelante y vivir como cristianos y dar testimonio de Él, de su amor y su misericordia en medio de los que aun no lo conocen.
Que así Él nos lo conceda.
(Música, Cuando estás en el Altar, Athenas)
Hermanos, confiados en que el Señor siempre escucha nuestras súplicas le presentamos nuestras necesidades.
En primer lugar por la Iglesia, para que fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre del Señor demos testimonio de Él, de su amor, de su misericordia en medio de este mundo que tanto necesita de Él. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales, a la vida consagrada, para que muchos jóvenes y muchachas generosos, respondan sí al llamado del Señor a servirlo en los hermanos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades de la vida, para que puedan encontrar en Cristo, consuelo, fortaleza y esperanza, y en los cristianos manos tendidas para ayudarlos en todo momento. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos por todos los difuntos, para que perdonadas sus faltas, el Señor los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Y los unos por los otros, para que en el Cuerpo y la Sangre de Cristo encontremos la fuerza que necesitamos para vivir nuestra vida cristiana y dar testimonio de Él. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que han quedado en nuestros corazones pero que Tú conoces. Te las presentamos por tu Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ahora hermanos oremos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén
Que tengan todos, un feliz domingo como siempre se los deseo. Que lo puedan pasar en familia, aprovechándolo para compartir todo lo que no han podido compartir en la semana. Que lo pasen también con los amigos, de manera particular aquellos que por diversas razones están solos y lejos de sus familias, para que puedan encontrar en ustedes acogida, puedan sentir ese calor familiar que tanto se necesita.
Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos ustedes y les acompañe siempre. Amén.
Les ha hablado el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección general, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo. Irradia…
(Música, Sangre Preciosa, Jésed)