Irradia, emisión del 16 de abril de 2023
Irradia, emisión del 16 de abril de 2023
Transmitido por RCJ y CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor
“La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también les envío yo” Juan 20, 22
(Música, No temeré, Kiki Troia)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.
Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.
Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, No temeré, Kiki Troia)
En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.
Como niños recién nacidos, anhelen alimento espiritual que los haga crecer hacia la salvación. ¡Aleluya! Dios de eterna misericordia que reanimas la fe de este pueblo a ti consagrado con la celebración anual de las fiestas pascuales, aumenta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendamos mejor la excelencia del bautismo que nos ha purificado, la grandeza del Espíritu que nos ha regenerado, y el precio de la sangre que non ha redimido. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches. De nuevo Feliz Pascua. Ya estamos en el segundo domingo de Pascua, el Domingo de la Divina Misericordia. El domingo in albis, el domingo en que los catecúmenos que se bautizaron y en general que recibieron sacramentos de iniciación cristiana en la Vigilia Pascual, son acogidos en la iglesia Catedral por el obispo diocesano.
En el relato de la aparición de Cristo en la liturgia de hoy, a sus apóstoles, y luego a Tomás, nos muestra la certeza de la resurrección del Señor, y por boca del mismo Tomás expresa la fe de todas generaciones cristianas en Cristo Resucitado. Nosotros resucitamos con Él por medio del bautismo. Todos los cristianos de ayer y de hoy, somos solidarios, todos somos en alguna manera recién nacidos, y todos tenemos la necesidad de comprender mejor que el bautismo nos ha purificado, que el Espíritu nos ha hecho renacer y que la sangre de Cristo nos ha redimido.
La primera lectura de este segundo domingo de Pascua, está tomada del Nuevo Testamento, del libro de los Hechos de los Apóstoles y nos recuerda algo que a veces olvidamos, y es que no solamente debemos dar testimonio personal del Señor, sino que tenemos que dar testimonio de Él como comunidad cristiana. Cada comunidad cristiana tiene que dar testimonio del Señor. Así hacía la primera comunidad de Jerusalén, de tal manera actuaban, se comportaban, se relacionaban entre ellos, se relacionaban con los demás, que la gente se admiraba y se preguntaba, de dónde sacan esa fuerza, esa alegría, esa gracia. ¡Miren cómo se aman!
Esa es una de las razones de los actos penitenciales comunitarios. A veces pensamos que solamente es para tener la oportunidad de confesarnos con un sacerdote diferente a nuestro párroco y eso es bueno, tener esa oportunidad. Pero es que la comunidad cristiana tiene que pedir perdón al Señor por las veces que como comunidad cristiana no damos testimonio de Él. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos lo recuerda. Termina este fragmento diciendo alababan a dios y toda la gente los estimaba, y el Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse.
El salmo responsorial de hoy, salmo 117, nos hace reconocer y recordar que la misericordia del Señor es eterna, que la misericordia del Señor fue de ayer, es de hoy, y será siempre. Que la misericordia de Dios no se termina, que está dispuesta siempre a derramarse sobre nosotros en la medida en que abrimos el corazón y dejamos que la Gracia de Dios penetre en nosotros.
La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pedro. Normalmente la segunda lectura es tomada de una de las cartas del apóstol San Pablo, pero ahora en Pascua estamos leyendo la primera carta del apóstol San Pedro. Nos recuerda lo que dije al principio como comunidad cristiana debemos dar testimonio del Señor, pero también personalmente. Tenemos que dar testimonio del Señor personalmente en la familia primero que todo. No podemos ser luz de la calle y oscuridad de la casa.
Tenemos que dar testimonio del Señor, de su amor, de su misericordia, de su generosidad, de su entrega, de su servicio, de su perdón en nuestra familia; es el primer lugar donde debemos dar testimonio, ese testimonio personal. Luego con nuestros vecinos, que están a nuestro alrededor, con los más cercanos en nuestro trabajo, en la escuela, en el camino que hacemos todos los días para tomar el ómnibus, para ir al trabajo, para ir a la escuela, para ir a la comunidad cristiana… tenemos que dar testimonio del Señor en cada momento, en las colas que es tan difícil dar testimonio del Señor, tan difícil no perder la paciencia. Ahí tenemos que dar testimonio del Señor también, ser capaces de comprender, de ayudar, de ser generosos con los demás.
El evangelio de hoy está tomado del evangelio según san Juan. En el capítulo 20 versículos del 19 al 31.
(Lectura del evangelio de San Juan, capítulo 20, 19 – 31)
Ahí se nos narra la primera aparición de Cristo Resucitado a los apóstoles. Nos dice que estaban reunidos al anochecer de la resurrección con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Allí en medio de su temor el Señor se les aparece, y lo primero que les dice es paz a ustedes, la paz esté con ustedes y da testimonio de Él. Les muestra las manos y el costado, y los discípulos se llenan de alegría. Les da la paz, por qué, porque les va a dar la misión que tendrá que cumplir Él y que cumplir la iglesia. Así como el Padre me ha enviado, así también, les envío yo.
Pero no se puede dar testimonio, no se puede ir a anunciar al Señor sino tenemos paz ene l corazón. En primera porque no podemos anunciar la paz, porque no podemos llevar la paz. En segunda, porque no tenemos tranquilidad para hacerlo. Si no tenemos paz, no podemos salir de nosotros mismos para ir a los demás, para ser como nos pide el papa Francisco una iglesia en salida. Por eso lo primero que el Señor les dice a ellos, y que nos dice a nosotros también cada día, paz a ustedes. ¿Y nuestra paz en quién está? En Él. Por eso les muestra las manos y el costado. Es en Él donde van a encontrar la paz. Pero también les da el Espíritu Santo. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo, reciban el Espíritu Santo, que es quién los va a fortalecer para que puedan dar testimonio de Él, para que puedan cumplir su misión de anunciar el Reino de Dios, para asumir las dificultades que eso pueda traer. No es el discípulo más que el Maestro, y si el Maestro fue perseguido, si fue crucificado también el discípulo encontrará las mismas dificultades, y necesitará fuerzas para seguir adelante, para no echarse atrás.
Por eso el Señor les da el Espíritu Santo, la fuerza del Espíritu Santo, la luz del Espíritu Santo y el poder de perdonar los pecados. A los que le perdonen los pecados le quedarán perdonados, y a los que no se los perdonen les quedarán sin perdonar. El sacramento de la penitencia o de la reconciliación o del amor misericordioso de Dios como me gusta llamarlo. La confesión es como salir al camino como hizo el hijo pródigo y encontrarnos allí al Padre esperando, aguardándonos para echarnos los brazos al cuello y decir alegrémonos porque este hijo mío que estaba perdido ha sido encontrado, porque este hijo mío que estaba muerto ha vuelto a la vida. Les da a sus apóstoles, a sus discípulos, a su iglesia la capacidad, el poder de perdonar los pecados en su nombre, porque por supuesto el que perdona los pecados es Él. Le da a su iglesia esa capacidad de perdonar los pecados, a los sacerdotes a pesar de que también somos pecadores, pero, es el Señor porque así lo ha querido, no me escogieron ustedes a mí, sino yo los escogí a ustedes, a través de nosotros sacerdotes ha querido derramar su misericordia perdonando los pecados de una vez para siempre en la cruz, pero cada vez que pecaos tenemos la oportunidad de acercarnos al amor misericordioso de Dios para escuchar que se nos diga, tus pecados quedan perdonados.
En el evangelio de hoy se nos presenta a Tomás llamado el gemelo. Que no estaba allí presente con los demás apóstoles. Cuando lega, le cuentan llenos de alegría que ha resucitado el Señor, que ha estado allí con ellos, todo lo que ha hecho, todo lo que ha dicho. Pero Tomás quiere pruebas. Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros de los clavos, y no meto mi mano en su costado no creeré. A veces a nosotros nos ocurre exactamente lo mismo. Queremos siempre pruebas, queremos siempre que Dios demuestre que es Dios, queremos que Dios demuestre siempre que nos ama, queremos que Dios demuestre siempre que nos escucha, y por eso estamos pidiendo constantemente pruebas al Señor, y nos desalentamos, nos desanimamos cuando pedimos y el Señor no responde. El Señor sí responde, somos nosotros los que estamos encasquillados en lo que pedimos y no somos capaces de descubrir cómo el Señor nos está respondiendo. Muchas veces diciéndonos no es por ahí por dónde debes ir, señalándonos el camino, pero nos obstinamos y no somos capaces de descubrirlo. Queremos pruebas, y Tomás quería pruebas.
El Señor se le vuelve a aparecer a los apóstoles reunidos y Tomás está allí les vuelve a decir, la paz a ustedes. Inmediatamente llama a Tomás, y le dice, trae acá tu mano, métela en mi costado, acerca tu dedo aquí están mis manos, y no seas incrédulo sino creyente. ¿A dónde llega la misericordia del Señor? En vez de reprender a Tomás, aunque lo hace delicadamente, le da la prueba que él quiere. Hasta ese punto nos ama el Señor, que no nos debe ninguna explicación y sin embargo quiere dárnosla porque no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Entonces Tomás le dice, Señor mío y Dios mío. Esa frase que repetimos desde hace siglos cuando el sacerdote consagra el pan y el vino. Y ante ese misterio de amor que es la eucaristía, decimos como Tomás, Señor mío y Dios mío.
Y el Señor le responde, tú crees porque me has visto, dichosos los que creen sin haber visto. Una nueva bienaventuranza. Dichosos los que no se desesperan y no necesitan más pruebas que sentir esa presencia del Señor en la vida, de sentir que sin Él no podemos seguir adelante, que no es para que nos de nada, sino porque necesitamos sentir esa presencia reconfortante, iluminadora, fortalecedora. Ese saber que no estamos solos, que podemos seguir caminando porque Él va a nuestro lado, como acompañó a los discípulos de Emaús, y su corazón ardía; y nosotros sentimos que nuestro corazón arde porque el Señor camina a junto a nosotros.
Dichosos los que sin ver crean, los que no necesitan pruebas. Tenemos que pedir eso, Señor que no necesite más pruebas, que ese corazón mío que arde porque te siento presente y en Ti puedo seguir adelante.
Vivamos con alegría y gozo este segundo domingo de Pascua, el domingo de la Divina Misericordia, no por gusto san Juan Pablo II quiso que este domingo fuera el de la Divina Misericordia. Porque la liturgia, las lecturas nos hablan de eso, de la misericordia de Dios. Que la acojamos y la compartamos, que seamos capaces de llevarla a todos aquellos con quienes nos tropezamos, nuestros familiares, nuestros amigos, a todos los que encontramos; para que puedan abrir su corazón y sentir como su corazón arde, porque el Señor está en medio de nosotros.
Que así sea.
(Música, Hoy a tus pies, Luna Eikar)
Hermanos, confiados en que el Señor siempre nos escucha y siempre nos responde, le presentemos nuestras súplicas.
Por la Iglesia, para que abiertos a la misericordia de Dios, seamos sus testigos en medio de este mundo, personalmente y como comunidad cristiana, llevando su amor y su perdón. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos por todos los que sufren, para que puedan encontrar en Cristo consuelo, fortaleza y esperanza, y en los cristianos manos y corazones dispuestos siempre a tenderse para ayudar. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Por todos los difuntos, particularmente aquellos que nadie recuerda, por los que nadie ora, por las almas del purgatorio, para que el Señor les dé, el descanso eterno. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Y los unos por los otros, para que podamos dar testimonio del Señor personal y comunitariamente. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que han quedado en nuestros corazones pero que Tú conoces. Te las presentamos por tu Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Queridos amigos ya migas, que tengan un feliz segundo domingo de Pascua. Que lo puedan pasar en familia para compartir todo aquello que quizás en la semana no han podido compartir.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.
Les ha hablado el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección general, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo. Irradia…
(Música, ¡Vivir hoy!, Comunicadoras Eucarísticas ft. Kairy Márquez & Estación Cero)