Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba, V domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2023

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba, V domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2023

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
V domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2023

 “Sí, Señor: yo creo” Juan 11,27

 Hermanos,

Ya estamos cerca de la Semana Santa. La semana que viene es la semana de Pasión según la tradición. Hemos estado acompañando durante toda la Cuaresma a Jesús en la subida a Jerusalén donde Él iba a encontrar la muerte, no deseada por Él, ni por Dios Padre; pero que sí formaba parte del compromiso de Jesús de hacer la voluntad del Padre, y del amor que Él tiene a sus criaturas, nosotros creados a imagen y semejanza de Él, en la cual hace todo lo posible por rescatarnos, por salvarnos.

Por eso la Semana Santa es la semana mayor para los cristianos. Por eso en los días anteriores, hemos compartido las lecturas de tres milagros que nos narra el evangelista san Juan. El primero, no se puede decir que sea un milagro, es sencillamente Jesús que conoce bien el interior de la samaritana y es capaz de decirle todo lo que ha hecho. Para cualquier persona eso puede ser un milagro, ¿por qué? Porque es capaz de leer el corazón de las personas.

Entonces, al decirle Jesús todo lo que había hecho, la vida que estaba llevando, ella se da cuente de que este hombre era un profeta por lo menos, un hombre enviado por Dios, capaz de decirme todo lo que ha hecho en su vida, me ha dicho que he tenido cinco maridos y el que tengo ahora tampoco es mío. Esa mujer queda choqueada, y es ella la que empieza a proclamar la palabra de Dios. Todo eso ocurre subiendo a Jerusalén.

El otro milagro es el milagro del ciego de nacimiento, que leímos y comentamos el domingo pasado. También el Señor Jesús, ante ese hombre necesitado de la vista, de la misma manera que ella hablaba del agua esa que corre por las piedras y se lleva en un cántaro, y Jesús hablaba de la vida eterna. Aquí también, Jesús utiliza signos; por eso es que la iglesia utiliza signos en los sacramentos, porque eso da fuerza al mensaje. Él no solamente le devuelve la vista física, sino que más importante, le devuelve la vista del espíritu. Y ese hombre es capaz de decir, ¿quién es ése que me ha curado, que dice que es el hijo del hombre? Y Jesús le dice, soy Yo, y él le dice, creo. Le devolvió la vida eterna a ese ciego que no podía ver.

Ahora vemos este milagro. Este fue el milagro que podemos decir que selló la crucifixión del Señor, porque precisamente subiendo a Jerusalén el pasa por allá por la casa de esta familia de amigos, Lázaro, Martha y María, y ahí hace el milagro de devolverle la vida a Lázaro. No me gusta decir resurrección en este caso, me gusta decir le devolvió la vida, porque la resurrección es una, es para todos los tiempos; y Jesús lo que hizo fue devolverle la vida. Después Lázaro moriría, dice la tradición que después Lázaro fue obispo en Marsella, vaya usted a saber si es cierto o no es cierto, pero todas las tradiciones tienen una base que la sustentan de alguna manera.

Jesús es el Dios de la vida, no solamente la naturaleza, devolverle la vista. No, la vida, la vida completa es capaz de darla. Si Él le devolvió la vida a Lázaro, tiene poder. Y si Él dice que ha resucitado para salvarnos, es cierto. Estos son esos milagros que habla Juan, él le llama signos. ¿Signos de qué? Del poder de Dios, y anuncio de lo que nos espera. Recuerden que la fe es estar seguro de aquello que se espera. Y eso es lo que hace Jesús. Le devuelve la vida a Lázaro, sabiendo que va a tener la vida eterna.

¿Qué tienen de particular estas lecturas? O en lo que yo me he fijado, porque podemos fijarnos en muchísimas cosas. Las tres lecturas que hemos escuchado, siempre se menciona la muerte. En la primera lectura empieza así el profeta Ezequiel, yo mismo abriré vuestros sepulcros y les haré de vuestros sepulcros pueblo mío. La muerte, el sepulcro. ¿A quién Ezequiel da este mensaje? Al pueblo judío que había sido deportado, y esa gente se sentía como muertos, ¿por qué? Porque habían perdido la libertad como pueblo, pero también habían perdido la libertad religiosa de adorar a un solo Dios, y había sido destruido el templo. Ellos habían perdido todo. El Señor a través de Ezequiel, de los profetas, le da esperanza, y les dice no, ustedes están como muertos, pero yo les daré la vida y les haré salir de vuestros sepulcros, les daré la vida y Jerusalén será la ciudad del Señor.

En la segunda lectura, de la carta a los Romanos, nos habla de esta manera, el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes. El que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús, vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo espíritu.

Hermanos, aquí vemos también la referencia a la resurrección, el anuncio. No es el problema de devolverle la libertad a un pueblo como el Señor hizo con el pueblo de Israel al cruzar el mar Rojo. No es aquello de devolverle la ciudad capital. No. Yo a ustedes los llamo a la resurrección. ¿Qué nos pide el Señor? Simple y sencillamente que no seamos hombre y mujeres carnales, que sólo nos ocupamos de lo del momento, de lo del instante, de las cosas de la tierra; sino que nos ocupemos también de las cosas de Dios, para vivir según dios. Eso es lo que significa vivir el Espíritu.

Debemos pensar, y estamos en un tiempo de pensar. Dediquemos varios instantes en estos días para pensar en Cristo que muere en la cruz por nosotros, y en la Resurrección. Que no podemos ser hombres carnales. ¿Qué cosa es? El que vive de lo inmediato. Tenemos que ser hombre y mujeres del Espíritu, que busquemos a Dios, que es el que da sentido a la vida, que es el que nos llama para la vida eterna.

Es un pasar de la muerte a la vida. Si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. También se habla de esa diferencia de muerte y vida. El texto del evangelio que hemos escuchado más gráfico no puede ser. El Señor le devuelve la vida a Lázaro, y creen mucho, y otros no creen porque esa es la diferencia de vivir en la carne y en el Espíritu. Si somos del Espíritu, nos damos cuenta de aquel poder de Jesús, sino somos del espíritu, cualquier cosa de la carne, de la vida diaria, nos entusiasma, nos distrae, nos lleva por otros caminos. El Señor nos dice, vengan, vengan al Señor, vivan en el Espíritu y aléjense de la carne.

Para eso hermanos tenemos que pedir perdón, y tenemos que pedir la conversión primero. Cuando somos hombre y mujeres que procuramos la conversión, Dios hace maravillas en nosotros. Si estábamos muertos a la Gracia por el pecado, el Señor nos devuelve la vida. Por eso hemos rezado el salmo 129, del Señor viene la misericordia y la redención copiosa. Y aquí viene el llanto de las personas que han descubierto a Cristo como el ciego de nacimiento, como Lázaro, que se dan cuenta que es el Señor. El pueblo de Israel sabía que el Señor no lo iba a dejar solo; entonces viene la aclamación, desde lo hondo a ti grito Señor, Señor escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

Hermanos, tenemos que tener valor, coraje para reconocer cuando nos hemos dejado llevar por la carne, y nos hemos apartado del Espíritu. Ojalá nosotros también podamos aclamar de corazón esta frase, desde lo hondo a ti grito Señor, Señor escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

El Señor nos escucha, el Señor quiere acogernos, el Señor tiene paciencia y espera, pero también nosotros tenemos que ponernos en camino, y comenzar a subir a Jerusalén para encontrarnos con Cristo, dejando todo aquello que nos aparta de Él.

Que el Señor nos ayude a todos a vivir así hermanos en estos días que quedan de Cuaresma. Entreguémonos al Señor.  

 

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