Irradia, emisión del 26 de marzo de 2023
Irradia, emisión del 26 de marzo de 2023
Transmitido por RCJ y CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
V Domingo de Cuaresma
“Sí, Señor: yo creo” Juan 11,27
(Música, Yo soy la Resurrección, Javier Brú)
Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.
Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad. Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús. Irradia está contigo, irradiando la fe.
(Música, Yo soy la Resurrección, Javier Brú)
En esta mañana nos acompaña el P. Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba.
Señor hazme justicia, defiende mi causa contra la gente sin piedad sálvame del hombre traidor y malvado, Tú que eres mi Dios y mi defensa. Te rogamos Señor, Dios nuestro, que con tu auxilio avancemos animosamente hacia aquel grado de amor con el que tu Hijo, por la salvación del mundo, se entregó a la muerte. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches, qué alegría poder encontrarnos un domingo más, en esta mañana para compartir la Palabra de Dios.
Ayer sábado 25, celebramos la Misa Crismal. La misa en la cual se bendice el óleo de los catecúmenos, y el óleo de los enfermos; se consagra el Santo Crisma, y en la que los sacerdotes renovamos delante del obispo las promesas que un día hicimos cuando fuimos ordenados. La Misa Crismal que normalmente se celebra en la mañana del Jueves Santo, pero que por razones pastorales es muy difícil, porque estamos envueltos durante la Semana Santa en tantas cosas que hacer, que, para los sacerdotes, incluso para las comunidades que desean participar en la Misa Crismal se les hace difícil. Por eso se traslada al sábado anterior en la mañana para que todos podamos participar.
Porque cuando fuimos bautizados recibimos el óleo de los catecúmenos, porque aspiramos un día cuando el Señor nos vaya a llamar poder recibir el óleo de los enfermos para que nos de la salud del cuerpo si es posible, pero sobre todo la salud del alma. El Santo Crisma con el que fuimos consagrados el día de nuestro bautismo, fuimos hechos hijos de Dios, hermanos los unos de los otros, miembros de la familia de Dios que es la iglesia y consagrados para ir a anunciar a Cristo en medio de nuestro pueblo.
Hoy vamos a celebrar el quinto domingo de Cuaresma, el último domingo de Cuaresma. Hemos caminado prácticamente estos cuarenta días. Y no quiero repetirme, pero tengo que hacerlo. ¿Cómo lo hemos vivido? Detengámonos un momento, y pensemos cómo hemos aprovechado este tiempo de Cuaresma. Tiempo de penitencia, que quiere decir reconocer el bien que quise hacer y no hice, y el mal que no quise hacer y sí hice. ¿Para qué? Para arrepentirme, para pedir perdón, para proponerme con la gracia de Dios, porque sólo con la gracia de Dios es posible, ser mejor. Poder superar, poder vencer las tentaciones. Acercarme al sacramento de la penitencia, de la confesión, o como me gusta llamarlo, el sacramento del amor misericordioso de Dios que, como el Padre del hijo pródigo, está ahí con los brazos abiertos esperándome, para decirme hijo vamos a hacer una fiesta, porque estabas perdido y te he encontrado, porque estabas muerto y has vuelto a la vida.
Tiempo de oración, de recordar que la oración es sí, repetir aquellas oraciones que un día aprendimos, que quizás nos enseñaron nuestras abuelitas, nuestras madres, la oración al Ángel de la guarda, el Padrenuestro, el Ave María, la señal de la Cruz. Pero también la oración, que es como decía santa Teresa, que es hablar de amistad con Aquel que sé que me ama. Ése tiempo que dedico para abrirle el corazón a Dios y decirle lo que quizás no soy capaz ni siquiera, de decirme a mí mismo, pero que sé que él lo entenderá.
Abrir el corazón y dejar salir todo eso que a veces me agobia. Sé que me escuchará con amor y me dará fuerza y gracia. La oración que es eso, hablar de amistad con Aquel que sé que me ama por encima de todo, me conoce perfectamente, sabe quién soy, y así me acoge, así me recibe, así me acepta, ¿para que siga siendo así?, no para que sea mejor. Pero no espera que sea mejor para entonces recibirme, acogerme, como solemos hacer nosotros. No, el Señor se entregó, lo dicen las escrituras, el evangelio, antes de que nos pudiéramos convertir, cuando todavía éramos pecadores. Nos recibe cuando somos pecadores.
¿Hemos aprovechado este tiempo para orar? ¿Para las obras de misericordia? ¿Para incrementar el amor en nosotros? Ámense los unos a los otros como yo los he amado. Recordar eso. Pero no sólo recordarlo sino ponerlo por obra. Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al caminante, visitar al enfermo, preocuparse por los presos, por sus familias. Tener en cuenta agregaría yo, a tantos que están solos por disímiles razones y necesitan quien los escuche, quien los acoja, quien los acompañe, quien los ayude, que sepan que hay alguien que está ahí para poder, aunque sea, llorar sobre sus hombros. Muchas veces no podremos hacer otra cosa, no tendremos la posibilidad material de hacer otra cosa; pero siempre la posibilidad de llevarles la Palabra de Dios, de escuchar, para que los demás hagan eso, volcar todo lo que tienen dentro de ellos como hacemos nosotros cuando abrimos el corazón a Dios.
Estamos todavía a tiempo de pensar cómo hemos vivido esta cuaresma Cómo la estamos viviendo. Cómo queremos llegar hasta el final de la Cuaresma, que termina con el Jueves Santo. Para que entonces en la Semana Santa, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, podamos morir con él y resucitar con Él. De eso nos habla el evangelio de este domingo, que está tomado del evangelista san Juan, en el capítulo 11, versículos del 1 al 45. La resurrección de Lázaro.
(Lectura del evangelio de San Mateo, capítulo 11, 1 – 45)
El gran amigo de Jesús, Lázaro. Martha, María, Betania… donde Jesús iba cuando estaba cansado, agobiado a descansar, a encontrarse con aquellos que lo amaban, que eran sus amigos. Donde podía, también él llorar sobre sus hombros, donde podía encontrar quienes quizás no le iban a pedir nada, sino que lo iban a escuchar. También tendría necesidad de ser escuchado. Jesús es el Hijo de Dios, pero también es el hijo de María. Es Dios verdadero, y es hombre verdadero. Y, ¿qué hombre verdadero, qué mujer verdadera no necesita de alguien que lo escuche? ¿Quién no lo necesita?
Y ese amigo de Jesús se enferma, Jesús está lejos, y su hermana Martha le manda a decir, tu amigo está enfermo. No le manda a decir nada más, no le dice ven, no le dice, cúralo. Tu amigo está enfermo. Jesús sigue haciendo lo que estaba haciendo, y sus discípulos le dicen, ¿es que no vamos a ir? El Señor les dice, todo esto es para gloria de Dios. Y regresa.
Cuando regresa, ya su amigo Lázaro ha muerto. Tres días en el sepulcro. Cuando Martha se entera de que está allí le dice a su hermana María, está el Señor, y sale y se pone en camino. Y le dice, no sé si con un ligero reproche en la voz. Señor, si hubieras estado aquí tu amigo no hubiera muerto. Jesús le dice, llévame, llévame donde está. Y lo llega a dónde han enterrado a lázaro. Y Jesús llora. ¿Por qué tenemos miedo llorar? ¿Por qué nos da pena llorar? Dios nos ha dado el don de las lágrimas. Llorar limpia el corazón, nos saca aquellas cosas que más profundas están. Jesús no tenía temor de llorar. Lloró sobre Jerusalén, Jerusalén tanto he predicado, quería tenerte como la gallina a sus polluelos debajo de las alas y no has querido. Ahora llora ante la muerte de su amigo. El llorar no nos hace débiles. El llorar nos limpia y nos hace más fuertes.
Le dice a Martha, muevan la piedra. Señor hace tres días que está muerto, ya huele. Martha tu hermano resucitará. ¿Crees esto? Sí, yo creo que resucitará en el último día, quizás se guardó y no le dijo, pero hubiera querido que estuviera vivo ahora, que lo hubieras sanado ahora. Sé que resucitará el último día. Jesús le dice, yo soy la Resurrección y la Vida, yo que no estuve aquí cuando tu hermano estaba enfermo, cuando tú pensaste que yo podía sanarlo, que era la oportunidad. Yo soy la Resurrección y la Vida. ¿Crees esto Martha? Y Martha con el corazón, supongo, destrozado por el dolor de la muerte de su hermano, su fe es más profunda y le dice, sí Señor yo creo eso. No estuviste aquí, no lo salvaste, no lo curaste, pero yo creo que Tú eres la Resurrección y a Vida.
¡Cómo tenemos que aprender nosotros! Cuando tenemos un dolor, una enfermedad, una pérdida grande, tenemos que ser capaces de decir, sí Señor, Tú eres la Resurrección y la Vida. Entonces Jesús le dice a lázaro. Sal fuera. Y Lázaro se levanta y sale de la tumba, envuelto todavía en lo que envolvían a los cadáveres en aquel momento, todavía con las piernas y las manos fajadas, amarradas, pero sale. Sale vivo ante la palabra de Aquel que el Camino, la verdad y la Vida.
Pidámoslo así, que vivamos profundamente esta Cuaresma que está terminando. Para que podamos decir junto con Martha, sí Señor, yo creo, Tú eres la resurrección y la vida. Que así Él nos lo conceda.
(Música, Señor, Tú eres la Vida y la Resurrección, Dumas y Mary)
Hermanos, confiados presentemos nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, que siempre nos escucha, y siempre nos responde.
En primer lugar, por la Iglesia, para que podamos ser testigos dela mor, de la misericordia, de la esperanza de Dios en medio de este mundo, de nuestro mundo que tanto lo necesita. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Pidamos por todos los difuntos, de manera particular por aquellos que nadie recuerda, para que perdonadas sus faltas el Señor los acoja en su descanso y puedan resucitar gloriosamente el último día. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Y los unos por los otros, para que como Martha podamos decir desde lo profundo de nuestro corazón, sean cuales sean las circunstancias, Señor yo creo, Tú eres la Resurrección y la Vida. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.
Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que quedan en nuestros corazones pero que Tú conoces. Te las presentamos por tu Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ahora oremos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad,
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén
Querido hermanos, hermanas que tengan un feliz domingo, con su familia, con sus amigos, no se olviden de sus amigos, de manera particular los que están más solos.
Que puedan disfrutar de este día, que puedan pasarlo compartiendo todo aquello que no han podido compartir en toda la semana. Que tengan una semana muy feliz.
Y Que la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.
Les habla el padre Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba. Hasta la próxima.
Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.
Dirección general, María Caridad López Campistrous.
Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung
Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo. Irradia…
(Música, No temeré, Kiki Troia)