Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba, 19 de marzo de 2023

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba, 19 de marzo de 2023

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Cuarto domingo de Cuaresma, 19 de marzo de 2023

 “Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él” Juan 9,41

Hermanos,

La Cuaresma es este tiempo de preparación, de subida. Jesús subía al templo de Jerusalén para entregar su vida por nosotros en la cruz. El tiempo de Cuaresma es precisamente ir acompañando a Jesús, pero acompañándolo con nuestra vida, que se manifiesta así con las crudezas, y con las ventajas y alegrías que tiene.

La Cuaresma, como hemos repetido en estos días, siempre comienza diciendo los hombres nos hemos apartado de Dios, los hombres, las mujeres, los pueblos de todas las épocas. Nos hemos apartado de Dios porque el pecado está en el medio, y el pecado no es más que una desobediencia. Yendo un poquito más atrás, el pecado es soberbia, en el sentido de que no queremos aceptar la palabra de Dios, o no queremos hacer lo que el Señor nos pide. Ese es el pecado, hacer algo que sabemos que no está bien, pero lo hacemos porque las pasiones nos llevan, porque nos dejamos guiar por nuestras debilidades, por nuestros errores… ése es el pecado, apartarnos del camino de Dios.

La iglesia nos hace meditar, y nos dice que este tiempo de Cuaresma es un tiempo de conversión. Conversión significa cambiar una cosa por otra. Lo que no estaba bien, pues tratar de hacerlo bien.

El domingo pasado vimos como signo de esta presencia de Dios en nuestras vidas, que Él nos guía por este camino que siempre es de claro oscuros, siempre ambivalente, cosas buenas, cosas malas… nos presentaba el mensaje del Señor con el signo del agua, en el capítulo 4 de san Juan en el relato de la Samaritana. Aquella mujer que estaba al pie del pozo y Jesús le pide el agua, simple y sencillamente para tener un motivo para hablar con ella. Jesús le dice, mira yo te puedo dar un agua a ti que dura hasta la vida eterna. Como el signo de que la Gracia de Dios nos lleva a la vida eterna, y que el vehículo que tiene esa Gracia de Dios son los signos. La Palabra de Dios que se lee, la presencia de Cristo que siendo Dios se hace hombre para salvarnos, ahí es donde descubrimos la presencia de Dios en nuestras vidas y nos va guiando. Los sacramentos, la Santa Misa, la comunión, sabemos que es a Cristo a quien recibimos.

El agua significa para nosotros como sabemos y hemos dicho, y es bueno recordarlo, es el signo de la vida y de la pureza, de la limpieza, de la purificación. Por eso se usa en el bautismo. Frente a ese pecado que nos aparta de Dios, Él nos da esas herramientas para seguir sus pasos. La Palabra de Dios para nosotros tiene que ser luz para nuestros ojos y la que nos guía en el camino. Este es el signo de hoy.

Fue el agua el domingo pasado, en la Samaritana porque el agua da la vida, y quiere decirnos que cuando somos bautizamos recibimos la vida de Dios. Cuando somos bautizados todos nuestros pecados, también el pecado original, quedan borrados. El agua es el signo de la vida, la gracia y la presencia de Dios.

Hoy es la luz. La luz es también un signo importante para nosotros. Ahora que estamos con los apagones tan frecuentes aquí en Cuba, nos damos cuenta de que la luz es un signo increíble para hablarnos de la presencia de Dios. Cuando nos apartamos de la presencia de Dios, es como si fuera un apagón, no sabemos a dónde ir; y pueda ser que tengamos determinación de ir a un lugar, pero podemos tropezar muchísimo porque la oscuridad no nos deja ver. Cuando viene la luz, Señor gracias que vino la luz, entonces sí puedo caminar sin tropezar.  

Eso es lo que la iglesia quiere decirnos hoy. En la medida que seamos fieles a la palabra de Dios, en que le pidamos su Gracia, en que nosotros hagamos lo posible para aceptar esa gracia de Dios y cambiar de vida, en esa misma medida no tropezamos. Y si tropezamos volvemos a recuperarnos rápidamente porque la luz está encendida, como Dios siempre está encendido, está con nosotros queriéndonos indicar el camino, lo que pasa es que muchas veces nos tapamos los ojos. O hay veces que la luz es tan grande, es tan fuerte, que nos deslumbra y nos ponemos espejuelos oscuros; Dios nos deslumbra, pero Dios no nos ciega, su luz siempre se deja ver y nosotros podemos apreciarla.

Con estas lecturas de hoy, y este pasaje del ciego de nacimiento, Jesús nos quiere decir que Él es la luz, para que nosotros encontremos el sentido de la vida; para que sepamos vivir, conducirnos, no tropezar, saber lo que vamos a hacer, saber cuándo tenemos que detenernos, cuando tenemos que continuar. Ese es el mensaje de hoy, siguiendo a Jesús nosotros encontraremos la luz y el sentido para nuestra vida, la luz y el sentido para toda la humanidad: Jesús es nuestra Salvador y Él nos da la vida eterna. Nosotros tenemos que saber acercarnos.

En la segunda lectura es pequeña, pero de mucho contenido, al final viene esta exhortación: la luz pone a las tinieblas al descubierto y todo se cubre de luz. Y este es el mensaje que se dice, despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Esta es la exhortación.

Ojalá que esta noche cuando nos acostemos, en el día de hoy y durante la Cuaresma, digamos esta frase, Señor haz que yo me despierte dentro de los muertos del mal, el pecado es la muerte es el mal, y que Tú seas mi luz siempre. Eso entraña que nosotros tenemos que dejarnos guiar por el Señor.

Así es hermoso este pasaje del ciego de nacimiento, y este pasaje hermoso de la primera lectura que hemos escuchado del libro de Samuel. En el libro de Samuel se nos narra como Dios escogió, como rey de Israel, a David. Y aquí viene un ejemplo de la luz que viene de Dios, porque los hombres nos confundimos muchas veces. Dios quería un rey para Israel, manda a Samuel a que busque ese rey. Y le dice, llégate a la familia de Jesé, y entre los hijos, ahí estará el rey de Israel. Samuel va y le presentan siete hijos, fuertes, grandes, los primeros… Samuel se deslumbró enseguida, y parece escogió al más alto, al más dispuesto. Y el Señor le dijo, no Samuel, las apariencias engañan. Muchas veces nos dejamos engañar.

Lo voy a leer, es muy hermoso. No mires Samuel su apariencia, ni su gran estatura, pues ya yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón. Hermanos, es una invitación a cada uno de nosotros. Nosotros podemos vivir de apariencias, nosotros podemos hacer las cosas porque hay que hacerlas, nosotros podemos hacer las cosas para quedar bien, podemos hacer las cosas porque nos arrastran las tentaciones; pero el Señor lo que lee es el corazón. Podemos engañar a todo el mundo, pero a Dios no lo podemos engañar.

Dios también quiere que nosotros juzguemos a los demás por el corazón y no por las apariencias. También lo quiere. Si él nos juzga a nosotros por el corazón, tenemos que tener un corazón dispuesto siempre para hacer el bien. Ahí no hay apariencias, es el corazón que Dios conoce siempre.

Ya no había otros hijos para escoger y Samuel yo creo que se dijo para qué me han mandado si me ha descartado a todos… y dice ¿hay alguno más?… sí, el último, el más pequeño, David. El más pequeño que cuidaba el rebaño, los mayores ya no hacían ese tipo de trabajo. Cuando llega, ahí Samuel no miró solamente lo físico, la apariencia, lo que demostraba su persona, sino, supo leer el corazón. Y Dios le dijo, ése es, no te guíes por las apariencias.

Entonces hermanos, esto debemos aplicárnoslo nosotros también. ¿Por qué? Porque no podemos vivir una vida superficial, no podemos vivir la vida para que el tiempo pase por pasar, no podemos fijarnos solamente en los logros los éxitos, sino que, al leer el corazón, encontraremos nuestros verdaderos motivos y también, los motivos de los demás, nos pondremos en los zapatos de los otros. Eso el Señor nos lo dice.

Esto es tan importante, que David era pastor y llegó a ser rey. De la descendencia de David nace Jesús, que es el Salvador. Dios nos dice que ese David, pastor, que tenía un corazón limpio, es el ejemplo de las cualidades del que Él pone delante del pueblo para salvarlo. Por eso es que llamamos a Jesús el Buen Pastor, por eso nosotros somos el rebaño de Jesús.

Que el Señor nos ayude a todos nosotros a vivir así, con serenidad, buscando nuestro corazón. ¿Cómo yo actúo, cómo yo vivo? ¿Por vivir, por apariencias? ¿o yo verdaderamente quiero entregarme a la Palabra de Dios? Si yo me entrego a la Palabra de Dios, Dios también como a David, nos dará la gracia de poder conducir a otros más, a nuestra familia en primer lugar, al Buen Pastor, que es Jesús. Como lo vamos a leer en el capítulo 10 de san Juan, pueden buscar lo que significa, aquel que da la vida por las ovejas.

Que Dios nos ayude a todos hermanos a vivir así.

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