Homilía del Cardenal Beniamino Stella Eucaristía V Domingo del Tiempo Oridnario, 5 de febrero de 2023

Homilía del Cardenal Beniamino Stella Eucaristía V Domingo del Tiempo Oridnario, 5 de febrero de 2023

Homilía del Cardenal Beniamino Stella
Eucaristía V Domingo del Tiempo Oridnario, 5 de febrero de 2023
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre

Queridos hermanos y hermanas:

Me produce una profunda alegría venir como peregrino a postrarme a los pies de la Virgencita de la Caridad del Cobre, tan amada y venerada por todos los cubanos. En el corazón de la Madre hay espacio para todos los hijos e hijas de esta amada nación. Y como hizo san Juan Pablo II hace 25 años, también nosotros hoy la invocamos, le suplicamos que interceda por nosotros y la proclamamos Reina y Madre de la patria cubana.

Saludo con afecto a monseñor Dionisio García, arzobispo de esta Arquidiócesis primada, al Sr. Nuncio Apostólico monseñor Giampiero Gloder, quien representa al Papa en Cuba, al rector del Santuario, al párroco de El Cobre. Saludo a las distinguidas autoridades que, representando al Estado cubano, han querido acompañarnos en esta bella celebración y a todos ustedes, congregados esta mañana de domingo, para, con María y bajo su mirada, celebrar el día más importante de la semana para nosotros los cristianos, el domingo, el día de la Resurrección del Señor. En nuestra oración ante la Madre, recordaremos al querido monseñor Meurice, pastor bueno de esta Iglesia en los momentos en los que san Juan Pablo II visitó Santiago de Cuba.

Las lecturas de la Biblia que hemos escuchado nos invitan a considerar la vocación cristiana en dos vertientes. Una respecto a Cristo y la otra, referida a los demás. Jesús desarrolla estas ideas a través de dos imágenes. Unidos a Cristo es que podemos ser sal y luz. Pero esa sal y esa luz están orientadas a los demás. La sal es para la tierra, la luz es para el mundo. Dicho con otras palabras: el encuentro con Cristo, necesariamente, nos reenvía a los otros.

Sólo Cristo puede dar al mundo sabor de vida nueva. En efecto, cuando Cristo no está en nosotros, sabemos lo que ocurre: en nuestro corazón abunda la tristeza, el pesimismo, el lamento. Sin Cristo, el egoísmo y la mentira se adueñan de nosotros y la existencia pierde su encanto, el entusiasmo y la alegría. Cuando, por el contrario, abrimos nuestro corazón al Señor, la vida cobra dinamismo, energía, nos sentimos amados y felices, con ilusiones y deseos de vivir.

En otra parte del Evangelio, Cristo dijo de sí mismo: “Yo soy la Luz del mundo. El que me sigue, no camina en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida”. Y hoy nos dice a nosotros: “Ustedes son la luz del mundo”. En efecto, el cristiano que vive unido a su Señor se convierte también en luz, porque irradia en el mundo esa misma luminosidad que ha recibido en la intimidad y en el seguimiento de Cristo.

La Santísima Virgen María ha entendido esto desde el inicio en su relación con Dios. Cuando el ángel Gabriel le comunica que el Padre eterno la ha elegido, entre todas las mujeres de la tierra, para que fuese la Madre del Mesías Salvador, ella responde diciendo: Hágase. ¡Qué hermosa y profunda esta frase de la Virgen! Ella no dice que va a hacer tal o cual cosa. Ella dice Hágase, esto es, que Dios haga en mí. María es totalmente obra del Señor, es la mujer hecha por Dios. Esa disposición de María a dejarse modelar por Dios, es la que hará de Ella luego, la primera cristiana, la primera discípula de su Hijo Jesucristo.

Hablando de María, dijo el Papa san Juan Pablo II en la plaza de la Revolución “Antonio Maceo”, hace 25 años: “la Reina y Madre de los cubanos —sin distinción de razas, opciones políticas o ideologías—, guía y sostiene, como en el pasado, los pasos de sus hijos hacia la Patria celeste y los alienta a vivir de tal modo que en la sociedad reinen por siempre los auténticos valores morales, que constituyen el rico patrimonio espiritual heredado de los mayores. A Ella, como hizo su prima Isabel, nos dirigimos agradecidos para decirle: ‘Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’ (Lc 1,45). En estas palabras está el secreto de la verdadera felicidad de las personas y de los pueblos: creer y proclamar que el Señor ha hecho maravillas para nosotros y que su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Este convencimiento es la fuerza que anima a los hombres y mujeres que, aun a costa de sacrificios, se entregan desinteresadamente al servicio de los demás”.

Los que hemos vivido unos años entre ustedes, como me sucedió a mí cuando el Papa me nombró su Representante en esta bella isla, sabemos que la Virgen de la Caridad ha sido un regalo del Señor para cuidar y nutrir la fe de los cubanos. Es sorprendente que, después de décadas en las cuales se había establecido como un silencio oficial sobre Dios y sobre todo lo que tuviera relación con la religión cristiana, no sólo no haya desaparecido, sino que haya aumentado en el pueblo el cariño y la devoción a la Virgen del Cobre. El constante ir y venir de los peregrinos al Santuario, incluso a pesar de las dificultades de combustible y de transporte, las ofrendas ininterrumpidas de velas y flores aquí, la presencia de la imagen de la Virgen de la Caridad en cualquier rincón del mundo donde hay un cubano, muestran que hay un diálogo permanente y creciente entre la Madre y sus hijos.

En medio de las celebraciones por el 25 aniversario de la visita a Cuba del Santo Padre san Juan Pablo II, yo también quise unirme a ese diálogo, y por eso estoy aquí. Le preguntaré a la Virgen de la Caridad cómo hemos de ser sal y luz en esta tierra cubana y en esta hora, le pediré que coloque en mi corazón y en el de todos los cubanos a Jesucristo, ese Niño Salvador que ella trae en sus brazos, le suplicaré que no deje de mirarnos con esos “sus ojos misericordiosos”, para que todos los pobres, los enfermos, los encarcelados, los que tienen sufrimientos y angustias en sus vidas, experimenten que no están solos, que tienen una Madre a su lado, que los sostiene, los acompaña y alivia.

Y tomando prestada la voz y la esperanza a san Juan Pablo II, ahora suplicamos con las mismas palabras que el Papa Santo le dirigió hace 25 años:

“¡Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra!
Ruega por nosotros ante tu Hijo Jesucristo,
Intercede por nosotros con tu corazón maternal,
Inundado de la caridad del Espíritu.
Acrecienta nuestra fe, aviva la esperanza,
Aumenta y fortalece en nosotros el amor.
Ampara nuestras familias,
Protege a los jóvenes y a los niños, consuela a los que sufren.
Sé madre de los fieles y de los pastores de la Iglesia,
Modelo y estrella de la nueva evangelización.
¡Madre de la reconciliación!
Reúne a tu pueblo disperso por el mundo.
Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas
para que este pueblo abra de par en par su mente, su corazón y su vida a Cristo,
Único Salvador y Redentor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

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