Homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba, 5 de febrero de 2023
Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
V domingo del Tiempo Ordinario, 5 de febrero de 2023
“Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa” Mateo 5, 16
Hermanos,
El domingo pasado comentamos, meditamos, el texto de las bienaventuranzas. En él, esas invitaciones que el Señor hace, esa dicha que proclama para aquellos que cumplen estos mandatos que el Señor Jesús le daba, era como dar cumplimiento pleno a los diez mandamientos. Decíamos, en un breve recuento, que los diez mandamientos casi todos están expresados de manera negativa, no robes, no mates, no envidies, no hables mal de los demás; y que sin embargo los mandamientos de la Ley de Dios que son éstos, nos piden solamente la realización de unos hechos ante la vida. Es decir, ¿cómo nosotros hacemos las cosas? ¿las hacemos bien o las hacemos mal? Y el Señor nos dice, ustedes son mis amigos porque guardan mis mandamientos; y también dijo, que no venía a abolir la ley de Moisés, los diez mandamientos, sino a darle cumplimiento pleno.
Precisamente, las bienaventuranzas son esa plenitud de los mandamientos. Antiguamente se dijo no mates, no robes, Yo te digo ahora mantén un corazón limpio, se pobre y humilde corazón, acércate y protege a aquellos que luchan por la justicia, haz el bien… y después nos va a seguir diciendo otras muchas recomendaciones. Esos son los mandamientos que nos dicen que el que llegue a esa plenitud, de ellos será el Reino de los cielos.
Pues bien, hermanos, hoy se nos presenta esta parábola de la sal y de la luz. Independientemente de que nosotros hayamos leído las bienaventuranzas, siempre nos queda aquello de ¿y yo qué debo hacer ahora para ser buen cristiano? Esa pregunta nos la hacemos todos, Señor, qué tú quieres que yo haga en este momento, hoy. Ya lo sabemos, guardar los mandamientos, eso hay que hacerlo; pero el Señor nos dice, no basta con que ustedes cumplan, sino que tienen que cumplirlo sabiendo que tienen que ser sal y luz en el mundo.
Creo que, cuando nos preguntamos, Señor ¿qué quieres de mí? No hay cosa más sencilla y a la vez, más complicada esto que nos dice hoy el Señor, con estas pequeñas parábolas. El Señor nos pide ser luz del mundo. En domingos anteriores habíamos leído que el Señor nos llamaba, que el Señor nos enviaba a ser luz de las naciones; por lo tanto, todos nosotros por ser bautizados, estamos llamados a ser Luz.
¿Qué tipo de luz estamos llamados a ser? ¿Qué tipo de sal estamos llamados a ser? Las cocinaras, los que saben cocinar, yo no sé, pero sí sé probar, sabemos que cuando la comida está sosa, enseguida decimos está baja de sal, y pedimos que se nos eche sal. Hay veces que se echa demasiada sal, y entonces ya no estamos dándole la medida que tiene que tener la sazón de nuestra comida. La sal de Cristo, es la sazón esa que está en el justo medio donde nosotros tenemos que aspirar a llegar para ser sal de la tierra.
No busquemos muchas explicaciones teóricas, de mucha gente sabia. Si queremos ir a la esencia buscamos el mandamiento, Dios quiere que yo sea luz del mundo, Dios quiere que yo sea sal en la tierra. ¿Cómo voy a ser luz del mundo y sal de la tierra? Cumpliendo los mandamientos, cumpliendo las bienaventuranzas.
Si nosotros vamos al primer texto de las lecturas de hoy, dice, parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que está desnudo, no te cierres a tu propia carne, no abandones a tu hermano… y así sigue. Cuando destierres de ti la opresión y el gesto amenazador, y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento, y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas.
Ésa, es la única manera que nosotros tenemos de ser luz en el mundo, y debemos hacerlo porque el Señor nos manda. Ésa, es la única manera que tenemos de darle “gusto” a las cosas que hacemos, a las cosas que presentamos. Es la única manera que tenemos. Hay veces que buscamos muchas teorías… vivir los mandamientos, vivir las bienaventuranzas, no comportarnos como una torre cerrada que no deja entrar a nadie en su vida… abramos nuestras puertas para que la luz que está dentro de nosotros, que es la luz de Cristo, pueda salir. Pero para eso tenemos que vivir en la luz de Cristo, para eso tenemos que revisar nuestras vidas.
Se nos dice que tenemos que ser luz del mundo con nuestras acciones y con nuestros testimonios. Con las acciones que nosotros hacemos ya eso es un testimonio; podemos dar testimonio de palabra, pero tenemos que buscar siempre que la palabra esté animada por nuestras acciones. No podemos pretender ser sal de la tierra y luz del mundo, si nuestras acciones no reflejan ni la luz, ni dan sabor a las cosas. No podemos caer en la mediocridad, vivir la fe con mediocridad es como una comida que le falta sal.
Hermanos, meditemos esto. ¿Qué Dios quiere de mí? Que yo sea luz en medio de las tinieblas, que yo le de sabor a esta existencia, que muchas veces es desagradable, una existencia que no queremos tener ni probar. Ahí está el cristiano para darle sentido a las cosas, y entonces sí podremos ser luz, sí podemos dar testimonio a los demás, sí podemos dar esperanza. Si nosotros vivimos y caemos en lo mismo que hace el mundo, sin luz, sin la sal de Cristo; entonces no estamos haciendo nada, aunque proclamemos con los labios que somos testigos de Cristo y que Jesucristo es el Señor.
Pidámosle al Señor que nos de la fuerza de vivir intensamente la Palabra de Dios, que es la única manera que la luz de Cristo brillará sobre nosotros y sobre todo el mundo.
Que Dios nos ayude a todos a vivir así.