Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, IV domingo del Tiempo Ordinario, 29 de enero de 2023
Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
IV domingo del Tiempo Ordinario
29 de enero de 2023
“Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios” Mateo 5, 9
Hermanos,
Como dijimos al principio, Jesús ha comenzado a dar los primeros pasos en su predicación. Y si hay dos palabras que pueden sintetizar, para mí, las lecturas de hoy de este domingo. La primera palabra es gracias, es decir, ser agradecidos. Esa es la primera palabra. Ser agradecidos a Dios. Y la segunda palabra, responder a esa gracia que hemos recibido de Dios.
Hermanos el diálogo entre Dios y el hombre es precisamente eso. El hombre reconocer que todo lo que tiene, todo lo hemos recibido de Dios. Ese es el punto inicial en nuestra vida de fe y en nuestro encuentro con Dios. Señor, gracias porque lo primero que tengo es, lo más importante, la vida. Tú me la has dado. Gracias, Gracias. Y lo segundo es como hombre responsable. Dicen que una persona digna es agradecida. Ser agradecido. La otra distinción de una persona digna es precisamente corresponder a quien nos da sus dones.
Entonces las lecturas de hoy entran ahí. ¿Cómo el Señor nos presenta esta relación, este diálogo con Dios, gracias y respuestas? Nos lo presenta a través de las bienaventuranzas. Decíamos que en el evangelio de Mateo, después que Jesús empieza a convocar a sus discípulos, en el capítulo cinco, Mateo empieza precisamente una serie de discursos en los cuales va plasmando todo su mensaje. El mensaje de salvación y la respuesta del hombre a ese mensaje de salvación. Y comienza precisamente con las bienaventuranzas.
Las bienaventuranzas son como esa nueva ley que el Señor nos da. Y aquí hacemos entonces referencia a la antigua Alianza, a la ley del Sinaí, a los Diez Mandamientos. La antigua Alianza en la cual Dios se compromete a ser el Dios del pueblo de Israel, y el pueblo de Israel se compromete a ser el pueblo de Dios. Y eso lo expresa cumpliendo los mandamientos. Fíjense bien que al inicio siempre está la ley del Antiguo Testamento, una ley jurídica, una ley que se expresa en términos negativos, la mayor parte de las veces, no robes, no mates. Y sin embargo viene entonces en el Nuevo Testamento, comienza también como una ley, pero es como una ley de gracia, una ley de amor. Aquí ya no hay prohibiciones, aquí lo que hay son invitaciones. Y no solamente invitaciones, sino también promesas.
El la Antigua Alianza era la promesa, Dios será el pueblo del Dios de Israel, Yahvé. Y el pueblo será el pueblo de Dios. Aquí es una promesa dada a todos los hombres, en la cual lo que vale es la disposición interior del hombre para ser agradecido con Dios y así cumplir esta ley en el Espíritu. La promesa de Dios de que algún día también nosotros alcanzaremos esa dicha a la que nos invita, en la cual Él nos llama bienaventurados a todo lo que el alcance. Como les decía, la ley del Antiguo Testamento estaba expresada de forma negativa, aquello que no debemos hacer. Es como si fuera una ley de un Estado. Hay que cumplir de esta manera, de otra manera, de otra manera. Si no, la ley se aplica. Ahí puede ser algo exterior. Hay que cumplir de esa manera. La ley de la bienaventuranza no es algo exterior, la ley de la bienaventuranza es algo que necesita, que pide, que para vivirla el hombre tiene que sentirse implicado en el espíritu de la bienaventuranza. ¿Cuál es el espíritu de la bienaventuranza? Precisamente la gratitud.
Cuando un hombre se siente agradecido es porque ha recibido un don. Y al recibir un don también significa que teníamos una carencia. El pobre que pide limosna en la puerta de un templo en la calle, ése tiene carencia de dinero. El enfermo que se siente necesitado de que lo visiten, tiene carencia de afecto, y de compasión y de misericordia. En las bienaventuranzas se nos pide que nosotros despojemos nuestro corazón de todo aquello que impida reconocer a Dios como aquel que nos da todas sus bendiciones y toda su gracia. Que sin Él nosotros no somos nada. Por eso es que la primera bienaventuranza comienza, Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios.
Así también comienza este texto de Sofonías que dice busquen al Señor los humildes, y cumplan sus mandamientos. ¿Quiénes son los humildes? Los pobres, aquellos que sienten carencia, que sentimos carencia. Ojalá que todos sintamos la carencia de Dios en nosotros. El pobre de espíritu es aquel que es capaz de despojarse de toda vanagloria, de toda prepotencia, de toda soberbia, de creerse mejor que los demás, de creer que pueden lograr todo, que se creen cosas, como decimos los cubanos, “nos creemos cosas”. El pobre de espíritu es aquel que es capaz de despojarse de todo eso y decir, Señor, lo importante en mi vida es que Tú seas el que me llenes, Tú el que me llenes, que cada día que pase Tú vivas más en mí y que yo te reconozca como mi Señor, que yo te reconozca como Aquel que me ha dado la vida, no para vivir unos años, sino para también algún día vivir eternamente junto a Él.
Y por eso es que viene todas las otras terminaciones de estas peticiones de ellos el Reino de los Cielos, ellos van a heredar la tierra, ellos quedarán saciados, alcanzarán la misericordia. En la medida en que nosotros los sintamos pobres de Dios, que sentimos que Dios falte en mi vida y en mi corazón, en esa misma medida yo soy bienaventurado. Claro está, siempre que yo trate de llenar mi vida de Dios.
Y este es el secreto de nosotros los cristianos. Es verdad que es radical, pero si nosotros seguimos leyendo el Evangelio de Mateo, y ojalá que ustedes en su casa ahora cuando lleguen cojan el capítulo cinco, seis y el siete, ocho y hasta el nueve de Mateo, ustedes se darán cuenta de que ahí está el mensaje más radical de Jesucristo. Ama a tus enemigos. Ama a los demás como tú quieres que te traten.
Hermanos, ésa es la vivencia cristiana. Es radical y como es radical, nos cuesta. Como es radical uno tiene que hacer la promesa, uno tiene que poner todo nuestro empeño y uno tiene que sacrificar muchas cosas, muchas cosas. Uno tiene que sentirse unido al hermano, por eso que el Señor dice Dichosos los que lloran porque carecen, aquellos que buscan justicia para los hermanos. Es una batalla, una batalla para que el egoísmo no se implante en el corazón de uno y que uno sepa darnos enteramente. Pero para darnos a los demás plenamente tenemos que llenarnos de Dios, sabiendo que al final seremos bienaventurados. Buscar la paz, buscar la justicia… Llorar no sentirme indiferente, llorar por el sufrimiento de los demás, por nuestro mundo, por nuestros sufrimientos personales que ya son carencias.
Esta invitación es para buscar intensamente a Dios, ponernos en sus manos. Decir Señor, me creaste, soy tuyo. Señor, tú me has dado la vida y no me la has dado para que viva unos años, sino para que esté junto a Ti en la bienaventuranza eterna que para eso Tú me creaste a mí. Y eso entonces me lleva a las respuestas, a la respuesta en mi vida, a querer darlo todo por Cristo, como los mártires, a querer que toda mi vida, el centro de mi vida sea el Señor Jesús. Saber sortear las dificultades para que el Reino de Dios se haga presente, siempre teniendo en mente que el Reino de Dios debe hacerse presente y que el Señor me llama. En los textos de los domingos pasado el Señor dice que yo fui llamado, fui elegido. ¿Para qué? Para hacerlo presente.
Estas lecturas me dicen, no importa la vida que yo tenga ahora, no me importa el estatus social que yo tenga, la riqueza que yo tenga, la sabiduría que yo tenga, el poder que yo tenga. Lo que se mide, es si yo me siento vaciado de mí mismo y lleno de Dios. Si yo me siento así, todos los dones que el Señor me da los puedo poner a funcionar, todos. La riqueza, la sabiduría, el poder, es justicia. Buscando la paz, ser testigo de Cristo. Eso es a lo que el Señor nos llama. Y eso tenemos que hacerlo en Cuba y fuera de Cuba. Así tenemos que vivir los cristianos.
Demos gracias a Dios que el Señor Jesús nos ha puesto esta ley del amor. En el Evangelio se dice que Jesús vino para que la ley se cumpliera y que no se iba a dejar de cumplir ni una tilde. Según Él, así dijo el Señor, y así es. Los Diez Mandamientos valen de la antigua Alianza. Pero este nuevo mandamiento, los mandamientos del amor, los mandamientos del espíritu de pobreza, son lo que le dan plenitud a la ley. No valen, no bastan los actos externos, sino lo que hace falta la disposición interior para yo vivir como buen cristiano siguiendo a Jesús.
Les vuelvo a invitar, hermanos, a ser hombres agradecidos, hombres y mujeres agradecidos. Les invito también a poner todo nuestro empeño en seguir a Jesús y su Palabra.
Que el Señor nos ayude a vivir así, hermanos, y así nosotros viviremos según esta norma de vida, esta norma de amor, esta norma espiritual que el Señor nos da.
Que el Señor nos acompañe y sabemos que siempre nos dará su gracia.