TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA
EVANGELIZAR A LOS POBRES
Siempre se ha subrayado, y con razón, el carácter universal de la misión de San Antonio María Claret; pero también sus preferencias por los pobres, dentro de la más pura línea evangélica. Su criterio fundamental fue seguir siempre el espíritu y la conducta de Jesús, a quien tomó por modelo y guía inseparable a lo largo de toda su vida.
Según el P. Xifré, que tan de cerca le conoció y le siguió, “a todos quería convertir y evangelizar: a la jerarquía y al pueblo, a pobres y a ricos, a sabios e ignorantes, a sacerdotes y a seglares38, a religiosos y a militares, a niños y ancianos, a evangelizados y a evangelizadores”. Pero no ocultó sino que manifestó siempre su preferencia por los pobres, porque, como Jesús, había sido enviado a evangelizar a los pobres. “El señor Claret – decía su amigo Vicente de la Fuente – no fue enviado por Dios para predicar ricos sino a los pobres, y cada uno debe cumplir con la misión que Dios le da”.
Y esta misma predilección por los pobres explica el carácter popular de sus publicaciones: “Si el señor Claret tenía la misión de evangelizar a los pobres con sus palabras, también con sus escritos. Él lo comprendía así, y el pueblo, que leía y lee con avidez todos los folletos del señor Claret, lo comprende del mismo modo… Acostumbrado a dirigir la palabra al pueblo desde la cátedra del Espíritu Santo con el comedimiento y fervor que éste inspira y él tenía, cuando escribía para el pueblo escribía como hablaba, y hablaba el lenguaje del pueblo y éste lo entendía”.
Sus mismos enemigos, como el anarquista Jaime Brossa, se veían obligados a afirmar que los sermones del P. Claret eran “de una extraordinaria calidad popular”. Y el escritor Azorín, uno los pilares de la llamada “generación del 98” y que con gran finura y sensibilidad supo penetrar en el alma de San Antonio María Claret, escribió: “Sentía atracción profunda por la evangelización. Lo que le causaba más simpatías era el pueblo. Con los humildes, artesanos, labradores, pequeños industriales se explayaba su fervor. Ya desde esta primera hora fijó Claret precisamente, con exactitud, la tónica de su vida entera. Era a los humildes, a los pobres, a quienes él se había de dirigir. Las clases ricas eran otra cosa. Su carácter sencillo, modesto, llano, armonizaba perfectamente con los humildes. En catalán escribía Claret con elegancia y finura. No era el castellano su lengua nativa; tenía en castellano que hacer sus predicaciones. Y comprendió que no podía hacerlo sino en un lenguaje sencillo, elemental. Pero además, dirigiéndose al pueblo, ¿para qué hubiera querido los aprestos retóricos, los primores, galas y rimbombancias?”.