Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez

Homilía de Mons. Dionisio García Ibáñez

Eucaristía Primer Domingo de Adviento
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
28 de noviembre de 2021

“Estén atentos, pues, y oren en todo tiempo” Lucas 21, 36

 Hermanos,

El domingo pasado celebramos la fiesta de Cristo Rey, el final del Año Litúrgico; en la cual recordábamos que al final de los tiempos, como bien dice el evangelio de San Lucas, nosotros vamos a ver al Hijo del hombre, a Jesucristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad venir con majestad, para atraernos hacia Él, para vivir junto a Él en la Gloria.

Por eso es que el Evangelio de san Lucas nos dice, pensando en ese momento y que según nuestra fe sucederá algún día, que este mundo pasará, que pasará la creación entera. Hay algunos que se preocupan de ese momento final, “vendrá el final de los tiempos”, y lo viven eso con angustia. No debe ser una angustia, es una realidad, nos lo dice la vida, la fe, nos lo dice la palabra de Dios; eso nosotros lo sabemos, pero no tenemos que angustiarnos tanto por el fin de los tiempos, sino darnos cuenta que para todos nosotros, más tarde o más temprano, para nosotros llegará el fin. Entonces aquí está  lo contradictorio, preocuparse por el final de los tiempos y no preocuparnos porque en cualquier momento nosotros le tendremos que dar cuenta a Dios de nuestra vida. Si no somos creyentes, no pasa nada, simplemente somos alguien o algo que nació, creció y murió. Pero, como nosotros creemos que la persona humana tiene valor, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y que Dios nos tiene prometidos la gloria de estar junto a Él y que seremos semejantes a Él, para nosotros sí tiene sentido.

En el texto dice, “que no se les embote la mente con el vicio, la bebida, la preocupación por el dinero…” y podemos decir tantas cosas más, los caprichos, las malas pasiones, etc. Las pasiones no son malas. Cuando la pasión es buena, que nos lleva a hacer cosas buenas, es una fuerza buenísima; malo es cuando la pasión es para lo contrario, ésa sí hace daño. También nos nos dice, que no se nos embote la mente, porque nosotros a veces inventamos tantas cosas, que creemos que están bien porque mucha gente lo aprueba y…sin embargo, nos estamos apartando de la palabra de Dios y nos estamos apartando de ese destino, de esa intención con la que Dios nos creó: de algún día estemos junto a Él en la Gloria para siempre.

El domingo pasado celebramos el fin del Año Litúrgico cuando declaramos que Cristo es el Señor de la historia y de la vida, y ahora estamos comenzando el Adviento, ese período en el cual nosotros tenemos que tener la intención y la vivencia de esperar, esperar un Salvador. Las lecturas van en esta línea.

Si vamos a la primera lectura que es del libro de Jeremías, vemos una afirmación categórica, miren que llegan días en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la tribu de Judá, en aquella hora suscitaré a David, de la familia de David un vástago legítimo. En aquellos días se salvará Judá.  Es la promesa que Dios da a Israel, el pueblo de la Antigua Alianza, y que nos da a todos los hombres, a todos nosotros que somos el pueblo de la Nueva Alianza, que no debemos desesperar, sino que tenemos que disponernos a esperar al Mesías. 

¿En qué momento Jeremías dijo esto? Jeremías dijo esto en el momento en que el pueblo estaba aplastado, aplastado por la injusticia de los hombres, por el pecado de los propios israelitas, por otros ejércitos que los invadían. Lo que más preciaban ellos, se estaba destruyendo. Y cuando las personas se sienten aplastadas, necesitan y piden un salvador. Cuando alguien que va cruzando un río y la corriente se lo lleva, o está en el mar en la playa y de momento parece que se va a ahogar, ¿qué es lo que gritamos? ¡Sálvenme! ¡Socórranme! Buscamos un salvador, alguien que se tire, alguien que nos rescate, alguien que nos levante. Eso es lo que le pasaba al pueblo.

Hay veces que nosotros tenemos que pedirle a Dios hasta que nos salve de nosotros mismos. Hay veces que no pensamos en esto, pero hay veces que tenemos que decir Señor sálvame de mí mismo. ¿Por qué? Porque a lo mejor las pasiones que yo tengo, en vez de llevarme a hacer el bien me llevan al mal; entonces tengo que buscar un salvador que me salve. Hay veces que necesitamos un salvador, y no nos damos ni cuenta, porque creemos que nosotros podemos hacerlo y resolverlo todo. Y me quedo en lo cotidiano, en lo de cada día, yo no necesito nadie, yo lo puedo hacer, lo puedo solucionar todo. Eso tiene un nombre, eso se llama prepotencia, eso se llama soberbia, además de que es falso. Todos en la vida necesitamos de los demás. Desde el niño que está en el vientre de la madre y que es una persona humana, y que no se debe matar porque es una persona creada por Dios que necesita de la madre, como necesitamos todos en los primeros años de la vida, para vivir. Necesitamos de alguien. De mayores necesitamos de los profesores en la universidad, en las clases, necesitamos de nuestras madres, para que nos ayuden con su cariño a darnos cuenta de que necesitamos cariño y amor; necesitamos de aquellas personas que nos guíen en la vida, necesitamos de los que colaboran con nosotros, de los que nos dan un consejo, de aquellos que nos acompañan en los momentos tristes… ¿Quién puede decir que no necesita de nadie?

El pueblo necesitaba un salvador. Y hay veces que nos fijamos solamente en los salvadores de índole político, económico, en las leyes, leyes justas que hay que lograrlas y trabajar por ellas, para que no haya tiranos ni opresores, y hay que lograrlas porque, lo contrario, sería ir en contra de la naturaleza humana. Nos damos cuenta, que cada uno de nosotros necesitamos alguien que nos libere en esta vida, que siempre es transitoria, en la que nunca acabamos de obtener todo aquello que anhelamos. Siempre nos quedamos en la mediocridad y necesitamos alguien que nos salve y nos diga, no, la vida no es solamente eso, la vida es algo más. Ése es Cristo, el Salvador. Eso es lo que le dijo al pueblo.

Junto con aquella profecía de que vendría un Salvador, también los profetas no solamente lo anunciaron, sino también decían, pueblo escogido por Dios se han apartado de Dios, ustedes que desean un Salvador, se han apartado de Dios, no han hecho lo que el Señor les pide: ama a Dios por sobre todas las cosas, para ponerlo bien simple. Trata a los demás como a ti mismo, descúbrete criatura, no quieras cambiar tú la creación y el mundo, ayuda a que cada día sea más hermosa pero no la trates de utilizarla como a ti te dé la gana, ni a cambiar sus parámetros, sus leyes… Los profetas decían ¿Cómo tú te has portado pueblo? ¿Fuiste justo con tus obreros, fuiste justo con tus campesinos? ¿Cómo tú trataste a tu hermano? Porque si queremos un Salvador, tenemos que unirnos a los demás hermanos que también necesitan un Salvador.

Entonces hermanos, en este primer domingo de Adviento, yo le pongo a ustedes una “tareíta”. Digo tareíta por decirlo en pequeño, pero es una “tareona”, que me la pongo yo también, a  las religiosas que están aquí exactamente igual, a todos por ser bautizados, pues todos somos iguales ante Dios. Que cada uno de nosotros haga el ejercicio en esta semana, y nos preguntemos a nosotros mismos, ¿En qué aspecto de mi vida yo necesito ser salvado? Fíjense bien es una tarea, porque si yo no siento que Dios es mi Salvador y necesito de él, difícilmente me acercaré diciendo: JesúsTú eres mi Salvador, Tú moriste en la cruz por mí. Yo tengo que tener conciencia, y eso se llama sinceridad y humidad, de que yo necesito un Salvador.

 Un Salvador que me libere de aquello que me aparta de Dios y de los hermanos, necesito un Salvador que me vaya ayudando a eliminar aquello que no conduce al bien. Necesito un Salvador que me dé fuerza y ánimo, esperanza; necesito un Salvador que me ayude a discernir en la vida, porque muchas veces nos confundimos, y muchas veces la propaganda, los medios, la internet que con tanta facilidad entra, nos lleva por caminos que no son precisamente caminos de salvación. Necesitamos alguien que nos guíe, un guía es un salvador.

En las escuelas existe el profesor guía, ¿no es así? ¿Cuál es la función del profesor guía? ¿Aplastar al muchacho? No, ayudarlo a crecer como persona, para que haga el bien, para que emplee bien su tiempo, para que pueda hacer las cosas como deben ser, para que tenga éxito, para que sepa luchar en la vida, para que no coja miedo de luchar en la vida, que su personalidad se afiance. Eso hace un salvador.

Cristo realiza con su Palabra todo eso y mucho más; nos dice, acuérdate hombre que polvo eres ye en polvo te vas a convertir, pero… acuérdate también que fuiste creado a imagen y semejanza de Dios. Este mundo que pasa en el tiempo, que pasa en las posibilidades, que nunca llegamos a vivir con la plenitud que deseamos, este mundo pasa… pero el mundo, el tiempo que no pasa es la eternidad, que vivimos junto a Dios y que Cristo nos conquistó con su pasión y muerte en la Cruz.

 Estos domingos, durante todo este tiempo, esta semana, sobre todo en esta primera de Adviento, yo les pido, para así continuar en las demás, que cada uno de nosotros piense ¿por qué yo necesito un Salvador? La vida pasa, sigue, viene como viene, y no nos damos cuenta que, si verdaderamente pensamos en el sentido de la vida, todos nosotros necesitamos alguien que nos guíe. Ése es Cristo, que se entrega en la cruz, para decirnos yo no quiero vivir diferente a ustedes, yo me hago uno con ustedes, para con ustedes también alcanzar la resurrección para vivir eternamente junto al Padre.

Hermanos, vamos a pedir esto. Fíjense bien que los colores son morados. El morado es un color hermoso, bonito, pero el morado denota austeridad, no es un color alegre. Es el tiempo de Adviento, de meditar, de pensar, de prepararnos; no hay flores, en el tiempo de Adviento en el templo no ponemos flores, para darnos cuenta que tenemos que ir a lo esencial. Le podemos traer flores a la Virgen, que cada día traigan más flores, pero en el altar no ponemos para así darnos cuenta que el centro es Cristo que está ahí. No hemos rezado el Gloria, ¿por qué?, porque nos estamos preparando, cargando las pilas y cuando llegue la Natividad del Señor, la Misa de Gallo en la Noche Buena, con alegría, por todo lo alto cantar “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra porque nos ha nacido un Salvador”.

Utilicemos este tiempo para buscar en el corazón, tercera vez que lo repito, busquemos en el corazón, Señor yo te necesito como mi Salvador. Sino encontramos que necesitamos de un Salvador, difícilmente podamos reconocer a Dios como mi Señor, como mi Rey, como Aquel que me lleva a la vida eterna. Difícilmente. Para eso hace falta humildad, hace falta sinceridad. Cada uno busquemos y digamos, Señor yo necesito que Tú me salves y ahí ponemos lo que sea, porque cada uno es diferente, porque todos somos diferentes, pero todos tenemos que descubrir la salvación que viene de Dios y por qué le necesitamos.

Que Dios nos ayude así en este tiempo

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