Transcripción homilía del P. Rogelio Deán Puerta
Eucaristía XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
14 de noviembre de 2021
“Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”. Salmo 15
A lo largo de la historia de la Salvación, el hombre ante las diferentes circunstancias de la vida, circunstancias duras muchas veces, tiene necesidad de preguntarse por el futuro. La primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel tiene un sabor a apocalipsis, un sabor de porvenir, de futuro. Los hombres a lo largo de la historia de la humanidad ciertamente, se viran a Dios y le dirigen preguntas. Como también hoy nosotros, en nuestra tierra cubana, nos viramos a Dios, nos viramos a nuestra madre la Virgen, y preguntamos. Tenemos preguntas que hacer.
El ser humano ante el dolor, necesita una esperanza, necesita una respuesta, y una respuesta que pide de lo alto, una respuesta que le pide a Aquel que tiene el poder. Por eso no podemos ir adelante, no podemos tener esperanza sin Dios. Nuestra esperanza radica en nuestro Dios. A veces nos preguntamos qué tanto dolor podemos sufrir; a veces nos preguntamos qué tiempo pueden durar los dolores, las circunstancias duras que vivimos nosotros y las personas que nos rodean. A veces nos preguntamos qué tanto puede aguantar un ser humano.
Ante esto, tenemos preguntas para el futuro como en diferentes momentos los hombres se las han hecho. Preguntamos sobre el éxito de la justicia, sobre el reinado de ese amor que necesitamos. Levantamos nuestra mirada al cielo, cometeríamos un grave error pensar que nos toca una espera pasiva por la respuesta de Dios. Desde la fe decimos que el Reino de Dios ya está presente en medio de nosotros. No hay plenitud, pero ya está presente. Nosotros no podemos esperar una felicidad para el reino de los cielos. Nuestro Dios nos invita a conquistar esa felicidad ya aquí, en este momento, en esta tierra, en las circunstancias en que vivimos necesitamos esa felicidad, ese Reino de Dios que ya está presente, aunque no en plenitud. Estamos llamados a construir, tú y yo, ese Reino de amor. Dios nos da su fuerza, Dios nos saca del sueño en que a veces caemos, nos saca del polvo, nos invita a levantar la mirada, nos invita a no tener miedo en la conquista de esa felicidad que necesitamos.
Dios lleva la batalla junto con nosotros, no es un Dios que se desentiende, pero ciertamente cuenta con nosotros, y por eso vive y sopla en la conciencia nuestra; el hombre debe escuchar a Dios en su conciencia. Por eso en el Salmo, qué bueno cuando disfrutamos la lectura del salmo, cuando repetimos el salmo, encontramos tanto consuelo. El Señor nos recuerda que no nos entregará a la muerte, que no nos dejará conocer la corrupción porque estamos llamados a la vida, y no solamente una vida eterna cuando el Señor nos llama a su presencia; estamos llamados a una vida de calidad, una vida feliz, aquí, en esta tierra, en este momento.
A veces las esperas pasivas de esa felicidad hacen daño, nos hacen mucho daño. El hombre con Dios, está llamado a conquistar, a luchar por su felicidad. Jesucristo, como bien nos dice la carta a los Hebreos, dio la vida por nosotros. Dio la vida por nosotros, se sacrificó por nosotros para que tú y yo tengamos vida, vida en él, vida en abundancia. Necesitamos sentir que estamos aprovechando esa vida, necesitamos experimentar la alegría, la tranquilidad, la paz, la armonía, la fraternidad. A veces hay huellas del hombre viejo en nosotros que nos ganan, como el miedo, la incertidumbre. Cuando Jesucristo llega y se arraíza en el corazón de un cristiano, el miedo puede quedar superado, porque Jesucristo nos mira a los ojos y nos dice, yo estoy contigo. ¡Qué bueno sería mirarle en la cruz! Saber que nos invita a seguir su mismo itinerario. No hay resurrección sin cruz, hay que asumir la cruz, abrazarla, enfrentarla y superarla.
En el Evangelio el Señor nos insiste en la esperanza, el Señor nos recuerda que Él viene y que Él tiene poder. ¡Qué bueno sería recordarlo todos los días! Que nuestro Dios es omnipotente, que nuestro Dios siempre puede más. Es bueno recordárnoslo, porque a veces las tinieblas parecieran que toman la delantera y nos quieren ganar, pareciera que nos toca vivir en derrotas y no es así. Nuestro Dios siempre está dispuesto a acompañarnos en la conquista de nuestra felicidad. Él tiene poder.
Ciertamente, el Señor tiene su momento, tiene su tiempo. Nuestro Dios no está sordo, no está ausente, no está lejano, Él está, pero tiene la visión que nosotros no tenemos, y quiere avanzar contigo y conmigo. Nuestro Dios no va a dar los pasos que tú y yo no seamos capaces de hacer con Él. El camino de nuestro Dios es el amor, es el entendimiento, porque Jesús es amor; ninguna actitud humana que no entre por los caminos del amor, es válida. Solamente el amor salva, solamente el amor construye. No es posible construir ninguna realidad humana sin uno dejarse llevar por las fuerzas del amor.
Qué terrible cuando en lugar del amor y la reconciliación, se predican enfrentamientos. Qué terrible cuando sentimos un lógico miedo ante los enfrentamientos humanos. El Reino de Dios es de los que luchan por la paz, la Palabra de Dios nos acompaña; vamos a sumergirnos en esa Palabra, cielo y tierra pasarán, pero la Palabra del Señor no pasa. Y la Palabra del Señor nos recuerda, que Él va a estar con nosotros siempre, hasta el fin de los tiempos. Arraigado nuestro corazón en esa palabra, en esa promesa, vayamos adelante. Vayamos adelante por los caminos que Dios quiere, guiados por el Espíritu Santo que siempre sopla en la conciencia de cada uno de nosotros.
Que nuestra Madre, la Virgen de la Caridad del Cobre nos tenga bajo su manto. Ella nos cuida, nos guía, y desde acá, desde su altar bendito del Cobre, nos estará siempre acompañando. A cada cubano, en cada reto, en cada dificultad, en cada dolor, dondequiera que esté porque ella es la Madre nuestra, la Madre de los cubanos, que espera y confía.
Que así sea