Transcripción homilía del P. Osmany Masó Cuesta Párroco de Cristo Rey
Eucaristía XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
3 de octubre de 2021
“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne Lo que Dios unió que no lo separe el hombre.” Mc 10, 7-9
Hermanos,
Estamos celebrando la eucaristía del primer domingo del mes de octubre. Este mes octubre la Iglesia lo dedica a orar por la misión, nos invita a todos los cristianos a tomar conciencia que desde el día de nuestro bautismo somos discípulos y misioneros del Señor. La iglesia existe para evangelizar, para anunciar a Cristo, camino, verdad y vida, salvación para todos los pueblos. Jesús fue el primer misionero del Padre, podemos recordar esas palabras de Cristo en la sinagoga, cuando proclamó al profeta Isaías.
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha enviado a anunciar a buena noticia a los pobres, a liberar a los oprimidos, a dar vista a los ciegos, a anunciar el año de gracia del Señor. Y ese mismo Jesús es el que envía a sus apóstoles, el que envía a sus discípulos a ser misioneros por el mundo entero.
Es así como a lo largo de la historia nos han precedido amigos del Señor, que son ejemplos y que nos estimulan a ser buenos misioneros. Tenemos a Madre Teresa de Calcuta, esa gran misionera de la Caridad. Y durante todo este mes de octubre encontraremos a Sor Faustina Misionera de la Misericordia, Santa Teresita del Niño Jesús y Santa Teresa de Jesús misioneras desde la vida contemplativa; nuestro gran amigo el papa Juan Pablo II, misionero del mundo entero. San Lucas que nos dejó el evangelio y la vida de las primeras comunidades. También nuestro querido santo Antonio María Claret, este gran atleta de la virtud, misionero de todo el oriente cubano, este hombre Padre y Pastor de sacerdotes y de la vida religiosa, catequista de los niños, aquel que anunció a Cristo y promovió al hombre integralmente a través de todos sus escritos, a través de sus palabras, a través de su testimonio; este apoyó incluso la vida de los obreros y campesinos de nuestra tierra, este hombre que también hizo una opción por la familia y por los matrimonios.
Providencialmente la liturgia de la Palabra de este domingo, hace referencia a este hermoso don, a este hermoso regalo de Dios, el sacramento del matrimonio. Es así que encontramos en el Evangelio que los fariseos una vez más se acercan a Jesús para ponerlo a prueba, le hacen una pregunta, que hace referencia al divorcio. Jesús no evade la pregunta, no se queda en silencio, ofrece siempre una respuesta; y más que hacer referencia al divorcio, o dar una respuesta en torno a la variedad que existía en este tema y lo injusto que era sobre todo para la mujer, Jesús más bien toca el valor del matrimonio querido por Dios.
Por eso hemos escuchado en la primera lectura como el hombre y la mujer, están llamados en su diversidad a unirse, para vivir esa complementariedad que existe en el amor, en el matrimonio que los hace libres en el amor e indisoluble, ese matrimonio que debe ser imagen del amor de Dios por cada uno de nosotros. Es así que la iglesia, desde Jesús, apoyada en Jesús, eleva el matrimonio a sacramento, y es así mis hermanos como Jesús nos dice: lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Jesús nos habla sobre el matrimonio, no como un hombre de leyes, no como un maestro, Jesús cuando nos habla en la Escritura, en esta respuesta sobre el matrimonio, nos habla como hijo. Porque se siente amado por Dios, nos habla como hijos porque sabe que el divorcio, supone una separación, un dolor, una tristeza para los hijos.
Él como hijo vivió en el hogar de Nazareth bajo la autoridad de María y de José, era conocido como el hijo del carpintero, y su primer milagro fue gracias a su madre, ¿dónde? en las bodas de Caná, ahí estaba presente Jesús con su bendición, santificando el matrimonio.
En mi vida sacerdotal he encontrado, tanto en las comunidades de la ciudad como en los campos, jóvenes valientes, que han hecho una opción por el matrimonio para toda la vida, para amarse toda la vida, para vivir en comunión de vida y de amor. A lo largo de la historia de mi sacerdocio, he visto también como personas de edad se han acercado a la iglesia, en su mayoría mujeres, también hombres, y como a lo largo del proceso de su conversión, y del catecumenado han acercado también a su pareja a la iglesia y luego, después de quince años, veinte años, se han acercado también a este hermoso sacramento.
También somos testigos de lo doloroso de la separación y del fracaso de algunos matrimonios. Muchas veces por la falta de comunicación, por la indiferencia, por el pecado que se hace presente por medio de ellos. Aun así, la iglesia losa coge, la iglesia los acompaña, porque Jesús, como dice la segunda lectura, no se avergüenza de llamarlos hermanos, porque Jesús no vino a perder a nadie sino a salvar a todos.
En los años que llevo en la parroquia, he visto como en la misión hacia la zona rural, cinco matrimonios, cada domingo se han acercado para formar, para evangelizar estas pequeñas comunidades. Han dejado el espacio de su casa, de su hogar, para formar una nueva familia en la fe, a través de la evangelización. El matrimonio que, con su testimonio, evangeliza, lleva a Cristo a las zonas más alejadas de nuestra ciudad.
Es por eso mis hermanos, que en medio de la realidad del mundo que vivimos, la vida moderna en la cual estamos, muchas veces atenta contra el matrimonio el querer igualar a la unión del hombre y la mujer, otras formas de convivencia y de relaciones humanas. La iglesia, con alegría, con gran respeto, hace una opción preferencial siempre por el amor, por el matrimonio del hombre y de la mujer. Y así los acompaña y está cerca de ellos, para que juntos puedan formar una hermosa familia.
Quisiera terminar mi predicación como sacerdote y con el tema del matrimonio, hablándoles como hijo. ¿Cuál es la referencia que tengo para mi vida cristiana, y para mi vida sacerdotal? Mis padres, el matrimonio de mis padres que en diciembre cumplirán cincuenta años de casados. Cincuenta años de entrega y de servicio, y estos cincuenta años los he acompañado cuarenta y cuatro, y los he visto en su juventud tomar decisiones, hacer grandes renuncias, vivir con alegría, vivir con esperanza, vivir momentos difíciles, pero vivir unidos, juntos, y tomar decisiones juntos. Es así como ellos han sido para mí un modelo, una referencia, en mi vida como cristiano y como sacerdote. Llegado ya a la vejez, a la enfermedad, pasa el tiempo de los años jóvenes, las fuerzas van pasando. Como el amor debe reinventarse, y ese amor se demuestra a través de la compasión. Cuando uno de los dos envejece, pierde fuerzas por causa de la enfermedad, los rodea un escudo de amor familiar, de cercanía de sus hijos y de sus nietos.
Por eso, como este matrimonio y como el que conocemos de muchos de nuestras comunidades, de nuestros vecinos, nos estimule también para nuestra vida, para nuestra vocación de entrega, de servicio y de santificación.
Que así sea.