Transcripción homilía del P. Rogelio Deán Puerta Párroco del Cobre
Eucaristía XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
19 de septiembre de 2021
“El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí, y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me ha envió”. Mc 9, 37
Mi querido hermanos,
Hoy después de escuchar las lecturas proclamadas, hay dos palabras que salen y nos llaman especialmente la atención. Dos ideas fuertes: la sabiduría y la justicia.
Es muy interesante como el Señor quiere enlazar de un modo fuerte, de un modo sentido, la idea del sabio con la idea del justo. Ciertamente para ser justo, es importante ser sabio. A veces confundimos la idea de sabiduría de Dios con una sabiduría puramente humana a la cual estamos acostumbrados; sin embargo, a Dios le interesa marcar cuál es la sabiduría que viene de lo alto, cuáles son los signos, cómo se manifiesta esta sabiduría.
Es muy importante marcar la diferencia de la sabiduría de Dios con nuestra propia sabiduría. ¿Por qué? Porque a veces nuestro concepto, nuestra idea de sabiduría, puede ser peligroso. A veces hay “sabidurías” muy hechas a la forma de uno, que nos llevan a reafirmar incluso a un hombre viejo dentro de nosotros, que quiere lograr un protagonismo en la ausencia de Dios.
Dice la Palabra, dice el apóstol Santiago, “los signos de esta sabiduría son, y vamos a fijarnos en estas palabras, intachable, apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia, buenos frutos, imparcial y sincera”. Cuando nosotros apreciamos estos signos, estas actitudes podremos ir caminando delante de lo que puede ser, la sabiduría que Dios nos envía desde lo alto. Cuando vivimos en la sabiduría de Dios, vamos por caminos de justicia. Ahora la pregunta es, ¿cómo nosotros podemos acceder a esa sabiduría porque la necesitamos? Esa sabiduría brota de nuestra vida íntima, intensa, personal con el Señor, brota de la oración.
La sabiduría de Dios hay que pedirla y, sobre todo, uno tener la capacidad de ser dócil para recibirla. Para eso es muy importante ir muriendo al hombre viejo, para dar paso a ese hombre nuevo que nos habla Pablo, ese hombre nuevo que puede la sabiduría de Dios. Ciertamente el sabio es conducido por caminos de justicia, el sabio puede identificar caminos de justicia para sí mismo y para los demás. Porque la justicia es importante.
El cristiano tiene que buscar la justicia, la justicia es signo de la presencia de Dios. No podemos vivir en la injusticia. El sabio sabe, cuáles son los caminos para llegar a esa justicia, el sabio que es dócil a la acción del Espíritu Santo. Después nos encontramos en el evangelio como Jesús insiste en hablarle a los discípulos de cosas centrales, y como los discípulos tristemente no entienden la centralidad del mensaje de lo que Jesús quiere transmitirles. Jesús les habla con fuerza, con detenimiento, con claridad de la entrega de su vida; Jesús les habla de cómo el Hijo del Hombre va a ser capturado, va a pasar la pasión, va a morir, va a resucitar. Les habla de lo central del mensaje, y sin embargo los discípulos no solamente no entienden, sino que no se atreven a preguntar; los discípulos tienen miedo de entrar en la centralidad del mensaje de Jesús. En la intimidad de la vida de Jesús.
Después Jesús nos fue subiendo la parada. En aquellos tiempos en el mundo judío, los niños, las mujeres, los enfermos, eran personas que al ser considerada débiles no contaban en la sociedad, eran ubicados en un segundo puesto. Entonces Jesús, fíjense que signo nos da, pone a un niño en el medio, lo abraza; es importante fijarnos en cada detalle, en los gestos de Jesús. Y dice, “el que acoge a un niño como este, me acoge a mí”. Cómo Jesús se identifica con los pequeños, cómo Jesús se identifica con los débiles, y quiere también que nosotros prestemos atención para que cada cristiano pueda, igualmente como Él, identificarse con los más débiles.
El niño, muchas veces es callado; el niño es el que no tiene voz, es el que tiene que ser representado por otra persona, por un adulto. Sin embargo, Jesús quiere que el niño también tenga voz. Es muy importante que nosotros nos demos cuenta de esto, sobre todo de la actitud de acoger al pequeño, el que está rechazado, el que está marginado, el que sufre la injusticia. ¿Cómo uno puede ser una voz efectiva del pequeño, del que sufre? Uno podrá ser una voz efectiva del que sufre, del pequeño, del marginado, del perseguido, cuando uno es capaz de estar y de acompañar.
Hablamos de la sabiduría, la sabiduría es estable. Nosotros tenemos que vivir el acompañamiento, el estar de los más necesitados, de un modo estable. El Señor no nos llama a estar unas veces y otras veces no, hay que estar. No puedo ser voz del sufrido cuando no estoy con el sufrido, cuando no acompaño al sufrido. A veces pensamos que hemos conocido ya todas injusticias y es impresionante como cada día, increíblemente conocemos más.
Qué bueno que uno pueda como cristiano, formar parte de la cultura del escuchar, del estar, del consolar, del abrazar, del auxiliar. Yo creo, que vivir con esa actitud de modo estable, ahí está el verdadero valor de la persona. De la persona que habla de lo que sabe y de lo que vive, de lo que ha asumido en primer lugar en su vida. Por eso Jesús pone al niño en el medio; y mientras los apóstoles estaban hablando, perdiendo su tiempo en ver quién es el más importante, a veces tenemos ese riesgo lo tenemos todos, Jesús les dice aquí lo más importante es servir, lo más importante es estar, y estar siempre. A veces ese estar se vive desde la humildad, se vive desde el silencio, y entonces ese estar cobra un peso muy fuerte.
Aquí tenemos en El Cobre, en nuestra parroquia, a las Hermanas de la Caridad de Madre Teresa. Yo admiro profundamente a estas hermanitas que muchas veces colocan la ofrenda de las velas a los pies de la Virgen. ¿Por qué? Porque en la misma Madre Teresa podemos identificar un estar silencioso, un estar que acompaña, un estar que sufre, que se desgarra internamente ante el dolor que encuentra a su paso. ¡Qué martirio ése! Pero cuánta valentía hay que tener para hacer eso y hacerlo siempre, hasta el último minuto de la existencia, como lo hizo Madre Teresa y como lo han hecho los santos.
Vamos a pedir al Espíritu Santo que, en este momento de sufrimiento, de evidente dolor de nuestro pueblo cubano por el cual rezamos tanto, y seguiremos rezando siempre a los pies de la Madre, la Virgen de la Caridad. Vamos a pedirle que el Espíritu Santo nos dé el coraje, la valentía para estar siempre, a los pies de nuestro pueblo que nos necesita y que necesita que estemos, que acompañemos, que consolemos, que tendamos la mano, que abracemos. Vamos a pedirle a la Virgen de la Caridad, que recientemente le hemos celebrado su fiesta mayor, que nuestra mirada pase por la mirada de ella, que contempla día a día el dolor de un pueblo que necesita la resurrección, de un Jesús que nos sigue esperando con los brazos abiertos y que nos pregunta: y tú, ¿a quién vas a servir? Ojalá que así sea.