TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA
DIA 7 DE AGOSTO 2021
CLARET Y ANTONIA PARÍS COMPROMETIDOS EN DAR A LUZ UNA “ORDEN NUEVA”
Después de algunos meses, ya desde Santiago de Cuba, el 25 de marzo de 1851, el excelentísimo Señor Claret, se dignó contestar, a D. José Caixal diciendo: “… me parece bien que vengan cuando haya oportunidad de buena compañía, embarcándose, si es posible, en el mes de Noviembre ya por la navegación, ya por aclimatarse… Que no vengan cargadas de ropa de lana porque tampoco la podrían llevar… esto lo digo no por inmortificación, sino por necesidad. El modo de presentarse me parece que será venir y ponerse en alguna casa alquilada y allí ganarse la vida con planchar y crespar, y empezar enseñar… y Dios providenciará entre tanto. Yo las favoreceré todo lo posible, pero ofrecerme a fundarles convento y manutención no me veo con ánimo porque yo tengo que mantener a todos mis compañeros; hay muchísimos pobres…”
“Esta carta la recibí yo como un llamamiento expreso de Dios, porque como me había asegurado que este Santo Varón me daría la mano para fundar la primera casa de la Orden, así no dudé un punto era este Nuevo Mundo, el punto en donde tenía determinado Dios Nuestro Señor dar principio a su Obra. Y por más dificultades que presentaba un viaje tan espantoso para una mujer, nada me arredró, fiada siempre con la gracia de Dios que todo lo puede y todo está sujeto a su poder, tanto el mar como la tierra. Esta carta calmo las zozobras…” (Paris Aut 127). “Dios Nuestro Señor… quiere y me manda que diga cómo me ha amparado, guiado y gobernado, desde que su mano poderosa me saco del convento de Tarragona, hasta conducirme a este nuevo mundo, ciudad de Santiago de Cuba; con tanta seguridad en medio de tantos y tan inminentes riesgos, que solo vuestro poder infinito, oh Dios, pudo salvarme la vida”. (París Aut 93)
El 15 de agosto de 1851, mientras esperan para embarcarse, Antonia, Florentina, María y Antonia Gual y Josefa Caixal, ante el altar de María, en la capilla del Claustro de la Catedral de Tarragona, se ofrecen a Dios con voluntad de atravesar los mares e ir a cualquier parte del mundo sin hacer división entre ellas, y se ofrecen a padecer cualquier trabajo por amor de Jesucristo. Dice María Antonia: «El día de la Asunción de María Santísima. Reuní las jóvenes que había admitido por compañeras… ofreciéndonos a Dios con voto de atravesar los mares e ir a cualquier parte del mundo sin hacer división entre nosotras, ni apartarnos en ninguna cosa del parecer de nuestro Superior. Y …entonces yo no tenía otro Superior que mi confesor” (París Aut 121).
Este primer voto de unión fraterna abre una etapa decisiva en la formación del futuro Instituto. Los cinco primeros miembros se hallaban unidos y dispuestos a realizar los designios divinos, según se les fueren manifestando. “Este voto lo hice yo, y lo propuse… por dos fines: el primero y principal fue el asegurar la vocación de estas jóvenes por medio de la Santa Obediencia… sólo en ella podía estribar obra tan superior a mis débiles fuerzas. El otro era asegurarles que yo nunca las abandonaría»” (París Aut 123).