Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Domingo de Pentecostés
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
23 de mayo de 2021
“Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” Juan 20, 23
Hermanos,Tenemos la alegría de celebrar hoy esta fiesta de Pentecostés, en la cual nosotros recordamos ese momento casi fundacional de la Iglesia, cuando la promesa que Jesús había hecho como hemos escuchado “reciban el Espíritu Santo”, se hace presente, se hace evidente en este pasaje en el cual, el Espíritu Santo viene sobre aquellos discípulos; llenos de miedo, de temor, de incertidumbre de perplejidad. ¿Qué vamos a hacer ahora que ya el Señor ha ascendido a los cielos y Él nos ha dicho que vayamos por el mundo entero a predicar?, pero ¿cómo lo vamos a hacer? ¿quién nos va a iluminar nuestra mente y a darle fuego a nuestro corazón, para nosotros ser como Jesús que así vivía lleno de pasión tratando de comunicar el amor de Dios Padre a todos los hombres? Y hablaba con ellos y se lo decía constantemente, ¿qué vamos a hacer?
Aquellos hermanos nuestros, aquellos primeros discípulos, aquellos apóstoles, pues esperaban. El Señor había prometido el Espíritu Santo, el Espíritu Santo vendría y nos ayudaría. El texto de hoy nos narra ese momento, que fue de tal fundamento, que ellos después lo fueron hablando en los textos, en el libro de los Hechos de los Apóstoles hablaban de ese momento de Pentecostés, que era la fiesta de la abundancia para el pueblo de Israel, era la fiesta de que todo había germinado, que ya era algo nuevo porque la tierra había dado sus frutos y había que agradecérselo a Dios.
En este día de Pentecostés, con este simbolismo de la abundancia de la Gracia de Dios, de la preocupación de Dios por nosotros, ocurre este hecho. Como les decía fue de tanta importancia que ellos quedaron conmovidos, pero no solamente quedaron conmovidos asombrados, algo se disparó dentro de su corazón, dentro de su vida, que enseguida salieron a hablar y a predicar, dicen que en lenguas, es decir, diciendo cosas nuevas pero que la gente les entendía. De tal manera, que dicen que había otros, de otros países, judíos y prosélitos pero que eran devotos del judaísmo, que los escuchaban en su propia lengua; es decir, entendían lo que ellos estaban diciendo.
En este pasaje nos damos cuenta, de esos dones del Espíritu Santo que vienen a nosotros y que nosotros lo que tenemos que hacer es acogerlos, estar pendientes de sus mociones, de lo que Él nos insinúa, nos dice cuando escuchamos la palabra de Dios, la leemos y pensamos en nuestro interior ¿qué me quiere decir el Señor con esto? El Espíritu Santo es quien me ilumina. Ellos fueron iluminados por Dios y también recibieron la fuerza para salir a predicar, dejar se ser hombres con miedos y con incertidumbres, que seguro que la siguieron teniendo, pero tenían algo más: la fuerza, la gracia, la seguridad de que Dios no los dejaba desamparados.
Por eso es que Cristo funda la Iglesia con su nacimiento, con su encarnación, quiere hacerse presente; pero Él va formando a los discípulos, Él los va acogiendo, elige a los doce Apóstoles, entonces viene ese acontecimiento que ha quedado registrado como les decía anteriormente, como el inicio de cumplir el mandamiento de “vayan por el mundo entero y bauticen al que crea, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
En la oración de hoy hemos pedido que el Espíritu Santo conserve a la Iglesia en unidad y en el amor; hermanos, y todos sabemos, todos sabemos por la misma experiencia del amor humano, del amor entre esposos, entre amigos, amigas, el sentido ese de cercanía de esa persona, que toda amistad si es verdadera, todo amor si es verdadero tiene que estar fundamentado en la sinceridad, en la verdad, y en el amor. Amor como decía Pablo, capaz de perdonar hasta el final, hasta lo último, pero viviendo siempre en la verdad, porque donde hay engaño, no hay amor.
Entonces, la petición de hoy, “Señor conserva a tu Iglesia unida, siempre unida en la verdad y en el amor” Hoy día de Pentecostés nosotros tenemos que pedirle a Dios eso. En primer lugar, para nosotros, para ustedes y para mí, que el Señor nos ayude a vivir unidos entre nosotros en la verdad y en el amor. Que el Señor nos ayude a vivir en la comunidad cristiana unidos en la verdad y en el amor. Que nosotros no seamos signo de división, y que seamos hombres y mujeres cristianos que queremos ser fieles a la Palabra de Dios que aquellos apóstoles empezaron a predicar, que está conservada en la tradición de la Iglesia, que es la que ha conservado la Palabra de Dios intacta para ser transmitida; y también la que ha vivido esa Palabra de Dios.
Si nosotros tenemos que ser fieles al Espíritu Santo, todo lo que sea desunión, o apartarnos de la verdad de la tradición, en ese mismo momento estaríamos sacudiendo esa misma verdad, y esa misma unión. La verdad no la sacudimos, mejor dicho, porque la Verdad es, punto. Lo reconozcamos o no, pero la unión sí podemos perderla.
Pero junto a eso, nosotros también nos lanzamos, y tenemos que lanzarnos sin pena, nosotros los cristianos para también predicar y a hablar del amor que Dios nos tiene, tomando como ejemplo la decisión de estos discípulos. ¿Ustedes creen que la situación de ellos era mejor que la nuestra? Vivían entre los judíos, y los judíos no aceptaban a Jesucristo, no sabían ni quién era; y después predicaron entre los paganos, los griegos menos todavía, tenían muchos dioses, los judíos al menos conocían el Dios de Israel, nuestro Dios, Dios Padre. Pero ellos no tuvieron miedo, ellos se lanzaron, porque sabían que tenían al Espíritu Santo con ellos, que les daba sabiduría, y les daba fortaleza. Sabían que ellos tenían que arriesgarse muchas veces, ser incomprendidos, pero ellos tenían que predicar la verdad, no podían dejarse llevar por el mundo.
Y eso es lo que nosotros tenemos que hacer, porque este mundo nuestro también es difícil, y muchas veces ha renegado hasta ser cristiano para irse detrás de otras cosas que pasan con el tiempo, como las cosas del mundo. Ah, pero nosotros tenemos que ser fieles a ese mandamiento del Señor, y a ese aceptar los dones del Espíritu Santo.
Esa parroquia que yo les he dicho al inicio de la eucaristía, la parroquia de San José Obrero, que tiene doce años de instituida, y que les decía que tiene 58 comunidades, no tiene ningún templo. Pero empezó por una, por dos, por tres hace 27 años, y de ahí se fueron ampliando y sólo se llegaba a la orilla del mar en la costa donde estaba la carretera, pero después fue subiendo la loma y llegó a la Gran Piedra, y un poco más allá de la Gran Piedra, y a la Laguna de Baconao, pasó la Laguna de Baconao. Ésa es la muestra de cómo, el Espíritu Santo, es capaz de repoblar la faz de la tierra, y hace maravillas hoy en nosotros, lo que tenemos es estar dispuestos a ser verdaderos testigos de Cristo.
Es una gracia, y tenemos que darle gracias a Dios por la parroquia. Tenemos que darle gracias a Dios por la Iglesia que ha conservado la integridad de la fe, tenemos que darle gracias por tantas personas, por estos hermanos nuestros de estas comunidades que han traído como ícono una botella de aceite, pero son muchas más, porque ellos quieren que a la Virgen de la Caridad, aquí en El Cobre nunca le falte su lámpara encendida, como hace más de trescientos cincuenta años, casi cuatrocientos que está pasando. Ellos quieren ser fieles a la tradición y quieren ser fieles a esa vida cristiana de aquí de Santiago de Cuba, en la cual nos damos cuenta que en la medida que seamos fieles, nosotros también recibiremos la bendición de Dios.
Hermanos, dejémonos llevar por el Espíritu Santo que es capaz de hacer nuevas todas las cosas, y es capaz de renovarnos a nosotros mismos, aunque nosotros creamos que no podemos cambiar. Sí, el Espíritu Santo es capaz de cambiarnos si nosotros se lo pedimos, y si tenemos ese deseo. Que Dios les acompañe a todos a ser fieles al Espíritu Santo y a dejarnos llevar por su Gracia.