Irradia emisión del 23 de mayo de 2021

Irradia emisión del 23 de mayo de 2021

Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y la emisora Provincial CMKC

Domingo de Pentecostés

 “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” Juan 20, 23

 (Música, Espíritu Santo, Athenas)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

 (Música, Espíritu Santo, Athenas)

En esta mañana nos acompaña el padre Rafael Ángel López Silvero, Párroco de la Santa Basílica Iglesia Metropolitana Catedral de Santiago de Cuba. 

Buenos días, buenas tardes, buenas noches dondequiera que se encuentren, siempre es un placer poder compartir con ustedes este tiempo en torno a la Palabra de Dios. Para encontrarnos con Él en su día, en el domingo, día del Señor. Especialmente en este domingo en que celebramos la Solemnidad de Pentecostés. La liturgia de este domingo de Pentecostés nos propone como lectura evangélica, un fragmento del evangelio de San Juan, en el capítulo 20, versículos del 19 al 23; y acompañándolo como primera lectura, un fragmento del libro de los Hechos de los Apóstoles, ese libro en que se nos narra la vida de la primera comunidad cristiana, y de los primeros cristianos que salieron a predicar la palabra del Señor, fortalecidos e impulsados por el Espíritu Santo.

(Lectura del evangelio de San Juan, capítulo 20, 19-23) 

Jesús lo había anunciado ya, se lo había anunciado a sus Apóstoles, “es necesario que yo me vaya para que les envíe el Espíritu Santo, el Espíritu Consolador, el Espíritu de la Fuerza, el Espíritu de la Luz, el Espíritu que les dará a conocer lo que todavía no conocen. El Espíritu que edificará la Iglesia, que pondrá en sus corazones el deseo del bien, y les dará las fuerzas para poder hacerlo. Por eso cuando Asciende dice, esperen, únanse, no se separen, manténganse unidos orando, pidiendo, para que se cumpla el envío del Espíritu Santo. Y así lo hacen.

No se reúnen solo los Apóstoles, ¿quién está presente allí en medio de ellos? La Virgen, la Madre de Jesús, nuestra Madre, porque nos ha parido con dolor de Cruz, “ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu Madre”. María a los pies de su Hijo, nos ha aceptado como hijos, y como buena Madre está allí, sosteniéndolos, acompañándolos, orando con ellos, pidiendo para se cumpla la promesa de enviar el Espíritu Santo, y, sobre todo, me imagino, pidiendo para que abrieran sus corazones al Espíritu Santo. Porque el Señor lo envía, no tengamos dudas, lo envió el día de Pentecostés, y lo envía cada día sobre su Iglesia, sobre cada uno de nosotros.

Pero no basta que envíe el Espíritu Santo. Hace falta que nosotros abramos nuestro corazón al Espíritu Santo, que nos dejemos iluminar por Él, que nos dejemos conducir por Él, que nos dejemos consolar por Él. Que ese deseo del bien que pone en nuestros corazones, en Él también encontremos la fuerza para ponerlo por obra.

Los Apóstoles y la Virgen, orando, confiados, y entonces, ocurre el milagro de Pentecostés, el Espíritu Santo desciende, desciende como un viento recio, que va a borrar todo, que va a arrastrar todo, todo aquel temor que los mantenía encerrados por miedo a los judíos. Como lenguas de fuego que los va a purificar y los va a iluminar, para que ellos también puedan ser luz. Con su propia luz, no; con la luz que viene de lo alto, con la luz que es Cristo, Luz del Mundo. El Espíritu Santo los va a llenar y los va a transformar, y la Iglesia se va a poner en camino; esa Iglesia que dicen los místicos que nació del costado abierto de Cristo, cuando brotó el agua y la sangre, pero que ahora se pondrá en camino.

Aquellos hombres temerosos, van a salir a las calles que vieron a su Maestro cargado con la cruz; van a abrir las puertas que tenían cerradas para comenzar a predicar. No a predicarse, a predicar a Cristo muerto y resucitado. DE tal manera, que todos aquellos hombres, que venían de todas partes del mundo para celebrar la Pascua en Jerusalén, que hablaban lenguas diversas, van a reunirse, los van a escuchar y se van a asombrar. ¿Cómo es que nosotros que venimos de todas partes, los escuchamos hablar en nuestra propia lengua? Eso tiene su nombre, glosolalia, el don de lenguas, pero es más que eso. Cuando predicamos a Cristo y sólo a Cristo, cuando predicamos su palabra, entonces todos pueden entendernos.

¿Cuándo se complica? Cuando nosotros queremos predicarnos a nosotros mismos, cuando queremos hacer que la Palabra de Dios diga, lo que nosotros queremos que diga y no lo que Dios quiere decir. Entonces, ya nos complicamos, ya no nos entendemos; pero cuando tratamos con humildad de predicar iluminamos por el Espíritu Santo la Palabra de Dios, a Cristo muerto y resucitado, entonces, el que escucha, el que de verdad escucha con los oídos y con el corazón, es capaz de entender. Ha recibido el Espíritu Santo, ese Espíritu Santo del cual San Pablo en su primera carta a los Corintios, en el capítulo 12, nos va a decir que es el que mantiene unida a la Iglesia. En su diversidad, porque somos diversos, no podemos tenerle miedo a la diversidad, la diversidad es riqueza, la uniformidad es empobrecimiento.

En la Iglesia cada uno, como en el cuerpo, tiene su función propia; y ninguna es mejor ni peor que la otra, cada una tiene su momento y su lugar. Y cuando no estamos presente, algo falta. El cuerpo es uno, y así la Iglesia es una, y está unida por el Espíritu Santo, que hace que unos prediquen, que otros enseñen, que otros anuncien, que otros vayan, que otros consuelen… pero que todos somos uno en Cristo. El Espíritu de la unidad. Porque el enfrentamiento, la separación no viene del Espíritu.

Cuando lo que predicamos, cuando lo anunciamos lo hacemos para enfrentarnos a los demás, entonces no viene del Espíritu. Cuando anunciamos, cuando predicamos, la verdad sin miedo a la verdad, pero hablando al corazón de los demás, para que algún día podamos ser uno, como pedíamos el domingo del Buen Pastor, todos bajo un mismo Pastor. Entonces estamos llevando el mensaje del Señor.

EL Señor que vino no a condenar sino a perdonar, y nos dejó también esa misión. El evangelio de hoy tomado del evangelista San Juan, en el capítulo 20, en los versículos del 19 al 23. El primer día de la resurrección, el Señor se aparece a sus discípulos, a sus Apóstoles que todavía estaban encerrados por miedo porque no había llegado Pentecostés, y sopla sobre ellos, y les dice “reciban el Espíritu Santo”.  El primer soplo del Espíritu Santo sobre ellos y les da una misión “a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Le da a su Iglesia el poder de perdonar los pecados, nos deja el sacramento de la penitencia, nos deja el sacramento de la reconciliación, el sacramento, como más me gusta llamarlo, del amor misericordioso de Dios, del Padre que está en el camino con los brazos abiertos, esperándonos a nosotros hijos pródigos, que regresemos y que le digamos: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no tengo derecho a llamarme hijo tuyo. y Él dirá: hagamos una gran fiesta, porque este hijo mío que estaba muerto ha vuelto a la vida, porque este hijo mío que estaba perdido ha sido encontrado.

Ese sacramento al que a veces, injustificadamente, le tenemos tanto temor. No, es el sacramento en el que abrimos el corazón y sacamos todo aquello que nos está cargando, para que el Señor lo cargue sobre sus hombros de Buen Pastor y nos perdone, y aprendamos en Él también nosotros a cargar con los pecados de nuestros hermanos ya perdonarlos, como ellos también tienen que cargar con nuestros pecados y perdonarnos, porque así lo pedimos: Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Ámense los unos a los otros, amen a sus enemigos. No maldigan, bendigan, porque si no hacemos eso, entonces, ¿qué estamos haciendo de nuevo si sólo amamos a los que nos aman? Eso también lo hacen los pecadores.

El mensaje nuevo es ese mensaje de amor universal que nos enseñó Cristo con los brazos abiertos en la cruz para acogernos a todos, a los que lo siguieron y a los que lo persiguieron, a los que lo amaron y a los que lo odiaron, a los que hoy lo acogen y a los que hoy lo rechazan. Ese es el mensaje nuevo que los cristianos tenemos que llevar, el mensaje del amor, en este mundo que tanto lo necesita. No para esconder las dificultades, no para esconder los pecados, no para esconder todas aquellas cosas que hay que cambiar, el odio, el rencor, la ambición, la intolerancia… sino para saber que sólo podremos cambiarla desde el amor. El amor es el único que nos dará una oportunidad, para hacer de este mundo lo que Dios pensó cuando lo creó, un hogar en el que todos podamos vivir como hermanos.

Domingo de Pentecostés. ¡Ven espíritu Santo!, pero sobre todo, ayúdanos a abrir el corazón para recibirte, para acoger ese deseo del bien, que Tú pones en nosotros, y encontrar en Ti la fuerza para llevarlo adelante. Que así sea.

(Música, Sopla sobre mí, Jesed)

Recordando que el Señor, siempre escucha nuestras súplicas, pero no sólo las escucha, sino que las responde, lo que hay que estar atentos para escuchar la respuesta del Señor. Presentémosle nuestras súplicas.

En primer lugar, oremos por la Iglesia, de la que formamos parte todos y cada uno de nosotros, pidiéndole al Señor que nos envíe su Espíritu Santo, pero sobre todo que como Iglesia nos abramos a la luz y a la fuerza del Espíritu, para cumplir siempre su voluntad y dar testimonio de ÉL con la palabra y con la vida en medio de este mundo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por todos los países que están en guerra, enfrentados, divididos, sufriendo los más vulnerables, los niños, los ancianos, para que la paz se pueda hacer en medio de ellos, para que puedan reconciliarse. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades de la vida, para que puedan encontrar en Cristo, consuelo, fortaleza, y esperanza, y en nosotros los cristianos corazones dispuestos a tender la mano para ayudarlos y acompañarlos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos, también por el aumento de las vocaciones sacerdotales, religiosas y diaconales, para que muchos jóvenes y muchachas generosos estén dispuestos a escuchar y responder al Señor con la fuerza del Espíritu Santo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por la familia que se pueda mantener unida por el amor. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Por los difuntos, particularmente por aquellos que no tienen quien rece por ellos, para que perdonadas sus faltas el Señor los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por todos nuestros hermanos que en el día de hoy de Pentecostés han recibido o recibirán el sacramento de la Confirmación, por todos los que lo recibimos un día, para que realmente estemos dispuestos a dejarnos guiar por los impulsos del bien que pone el Espíritu Santo en nuestros corazones. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Dios nuestro, que por el misterio de la Festividad de Pentecostés que hoy celebramos, santificas a tu Iglesia extendida por todas las naciones, concede al mundo entero los dones del Espíritu Santo, y continúa obrando en el corazón de tus fieles, las maravillas que te dignaste a realizar en los comienzos de la predicación evangélica. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Ahora hermanos, unidos, oremos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy el pan de cada día.

Perdónanos nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación,

Y líbranos del mal. Amén

Gracias hermanos por este tiempo, en que juntos hemos reflexionado sobre la palabra de Dios, en que juntos hemos pedido como pidieron los apóstoles junto a la Virgen que enviara sobre nosotros el Señor su Espíritu Santo. Este tiempo en que hemos pedido también que nosotros abramos el corazón para recibir ese Espíritu que el Señor nos envía constantemente.

Les ha hablado, y ha compartido con ustedes, el P. Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba, quien les desea que tengan un feliz domingo y que tengan una muy buena semana.

Que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y los acompañe siempre. Amén.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación Social, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Es la voz de la Iglesia santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA

(Música, Ven Santo Espíritu, Claudia Cecilia)

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