Irradia emisión del 11 de abril de 2021

Irradia emisión del 11 de abril de 2021

Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y CMKC, emisora provincial
Segundo Domingo de Pascua

 “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto” Juan 20, 29 

(Música, Resucitó Aleluya, DR)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

 (Música, Resucitó Aleluya, DR) 

En esta mañana nos acompaña el padre Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Metropolitana Iglesia Catedral de Santiago de Cuba.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Les habla el P. Rafael Ángel, de la Catedral de Santiago de Cuba, como siempre un placer poder compartir con ustedes este rato, poder compartir la Palabra de Dios, poder compartir este tiempo de alegría, que es de manera particular la Pascua, la Resurrección del Señor.

Vamos a escuchar el Evangelio según san Juan, el capítulo 20, versículos del 19 al 31.

(Lectura del evangelio de San Juan, capítulo 20, 19-31)

En la oración colecta de este domingo pedimos al Señor que aumente en nosotros los dones de su Gracia. ¿Para qué? Para que comprendamos mejor la excelencia del bautismo que nos ha purificado, que comprendamos mejor el bautismo.

Somos bautizados, sabemos que somos bautizados, pero a veces no comprendemos profundamente lo que significa esto. Y entonces necesitamos comprender. El bautizado ha entrado en la familia de Dios, es hermano de Cristo, y entonces tenemos que vivir como hijos de Dios, como hermanos de Cristo, como miembros de una misma familia. También le pedimos al Señor que nos haga comprender la grandeza del Espíritu que nos ha regenerado. El Señor le dijo a los apóstoles cuando ellos se quejaban por qué tienes que irte, por qué no podemos ir nosotros contigo… Él les dijo, es necesario que yo me vaya para que les envíe el Espíritu Santo, el Espíritu consolador, el Espíritu que les dará a conocer todo lo que no saben, el Espíritu que los va a iluminar, que los va a fortalecer, los va a consolar, los va a ayudar a comprender el precio de la sangre que nos ha redimido, que nos ha rescatado.

No hemos sido redimidos ni rescatados a cualquier precio, sino al precio de la sangre derramada del Señor en la cruz, y de su vida entregada por nosotros, el Cordero Inmaculado, el Justo por nosotros pecadores, el único que podía y puede merecer y alcanzarnos lo que nos alcanzó: la vida eterna, abrirnos las puertas de la vida eterna, reconciliarnos con Dios, más aún, hacernos hijos de Dios en el Único Hijo que es Él. A veces en la misa oímos la oración colecta y no le prestamos atención. La oración colecta recoge todo lo que vamos a pedir, a sentir, a buscar en esta celebración que el Señor nos dejó en la última Cena. “Hagan esto en conmemoración mía”.

Es también un domingo especial, es el segundo domingo de Pascua, domingo en que el Señor se aparece por primera vez a sus apóstoles. ¡Cuánta conmoción! De tal manera que no eran capaces de creérselo, se llenaron de temor, y el Señor les dirá una frase que repetirá siempre cuando se encuentre con ellos: “No tengan miedo, soy YO”. Estaban encerrados por temor a los judíos “No tengan miedo, soy YO, estoy en medio de ustedes, no tengan miedo”. ¡Cuánta alegría, cuánto gozo encontrar a Aquel que pensaban que ya no iban a volver a ver más!, por eso los discípulos de Emaús se pusieron en camino para regresar a su casa, hasta que se encontraron también con el Señor al partir el pan y regresaron llenos de alegría para compartir, porque la alegría hay que compartirla. Ya lo he dicho en otro momento; las tristezas las podemos guardar para nosotros, pero qué difícil es guardar la alegría. La alegría se nos sale por los poros, se nos sale por los ojos, la alegría tenemos que compartirla.

Regresaron para compartirla. Allí estaban los apóstoles, también llenos de alegría, para compartir con ellos su experiencia, pero Tomás no estaba. Se perdió ese momento, y no solamente no estaba, sino que cuando le manifestaron lo que había ocurrido no quiso creer. “Sino meto mis dedos en sus llagas, sino meto mi mano en su costado, no lo creeré”. Y podíamos pensar, qué incrédulo Tomás, cómo no va a creer a sus hermanos, cómo no los va a creer, por qué lo iban a engañar. Pero es que a nosotros nos ocurre lo mismo, estamos pidiendo siempre pruebas, queremos meter nuestros dedos en las llagas del Señor, queremos meter nuestro puño en el costado abierto, queremos que el Señor nos de pruebas, cuando el Señor no tiene que probarnos nada porque ya todo lo ha probado.

Nos ha probado su amor infinito: Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Único Hijo. Tanto nos ama su Único Hijo que se entregó por nosotros. ¿Qué más tiene que probar? Pero queremos que nos lo pruebe. Cuando tenemos una enfermedad, una dificultad, siempre queremos que el Señor se manifieste y nos pruebe, y obre siempre conforme a lo que nosotros queremos. No somos capaces de pedir como el Señor en el Huerto de los Olivos, qué pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya. Y el Señor sigue teniendo una paciencia infinita y regresa, y cuando vuelve lo saluda de nuevo y entonces va donde Tomás y le dice: Tomás, dame tu mano y mete tus dedos en mis llagas, dame tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente. 

Y entonces Tomás, no imagino la cara que pondría, lo avergonzado que se sentiría, cuántos sentimientos encontrados, alegría, vergüenza… y entonces, le dice esa palabra que al menos en mis tiempos repetíamos en el momento de la consagración, para nosotros. Señor mío y Dios mío. Y el Señor le dice: Tomás, porque has visto has creído, y ahora entramos nosotros, dichosos los que sin haber ver crean. Bienaventurados los que sin ver crean. Una nueva bienaventuranza que nos toca a nosotros que hemos creído sin ver. Y entonces creo que esto es algo que tenemos que pedir también, incluirlo nosotros por nuestra cuenta en la oración colecta, Señor que siempre crea sin ver, que no necesite que me des pruebas de lo que yo sé, de lo que Tú me amas, de que Tú me cuidas, de que Tú estás presente siempre, caminas a mi lado, caminas delante de mí, me levantas cuando me caigo, me consuelas cuando me entristezco, siempre estás ahí, para que sea dichoso, bienaventurado porque sin ver he creído.

Y este domingo también es el Domingo de la Divina Misericordia. Es un regalo que nos dejó el papa San Juan Pablo II, que nos lo pidió el Señor, que celebráramos el segundo domingo de Pascua la fiesta de su Misericordia; para avivar en nosotros ésa certeza, de que la misericordia del Señor nunca nos falta. Eso es la fiesta que hoy celebramos. Segundo domingo de Pascua, la Misericordia de Dios. La misericordia de Dios es infinita, la misericordia de Dios se derrama sobre nosotros, pero nos llama a nosotros a ser también instrumentos, para que su misericordia se siga derramando en medio de este mundo que tanto lo necesita.

Este mundo tan lleno de angustias, de enfrentamientos, de incomprensiones, necesita la misericordia del Señor; nosotros somos llamados a llevar, a hacer presente a través de la palabra, a través de nuestras obras la misericordia del Señor. Dando de comer al hambriento, dando de beber al sediento, vistiendo al desnudo, acogiendo al emigrante, visitando al enfermo y al que está en la cárcel, llenando nuestro corazón de compasión. Ser capaces de sentir el dolor del otro como dolor propio, como lo sintió el Señor cuando lloró sobre Jerusalén tantas veces he tratado de meterlo bajo mis alas, como una gallina a sus pollitos; como lloro ante la tumba de su amigo Lázaro. Compasión, sentir el dolor del otro, y tratar de aliviarlo en la medida de mis posibilidades.

¡Cuántas cosas este domingo! Démosle gracias en este segundo Domingo de Pascua, en este domingo en el que también el obispo habitualmente, acoge en la Iglesia Catedral a los que han sido bautizados en la Vigilia Pascual. A los neófitos que antes fueron catecúmenos. Pidamos al Señor por ellos de manera particular, que el Señor los fortalezca para que puedan comprender en profundidad lo que significa estar bautizados, el sacramento que han recibido. Para que puedan vivir como bautizados, como resucitados, como hijos de Dios, como miembros de la familia de Dios. Pidamos por ellos, encomendémoslos; pero también pidamos por nosotros, para que vivamos como bautizados, para que no nos olvidemos de eso, y podamos dar testimonio del amor y de la misericordia de Dios. Que así Él nos lo conceda.

 (Música, Jesús está vivo, Marcos López)

Ahora, vamos a presentar nuestras súplicas y peticiones, sabiendo que el Señor siempre nos escucha y nos responde. Que no siempre nos da lo que queremos, pero siempre nos da lo que nos conviene.

Pidamos por la Iglesia, de la que formamos parte todos y cada uno de nosotros, para que seamos con la palabra y con nuestra vida, testigos de la misericordia de Dios en medio de este mundo, pero particularmente en medio de nuestras familias. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por todos los que sufren, por todos los que se desesperan ante las dificultades de esta vida que son muchas, para que puedan encontrar en Cristo consuelo, fortaleza y esperanza. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Pidamos por el aumento de las vocaciones, sacerdotales, religiosas, en el mundo entero, para que el Señor nos conceda jóvenes y muchachas generosas, dispuestos a responder sí a su llamada. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Por la perseverancia y la fidelidad de los sacerdotes y seminaristas. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Por todos los enfermos, particularmente por los enfermos del Covid. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Para que el Señor según su misericordia termine esta pandemia que tanto nos agobia. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos también por todos los difuntos, de nuestras familias, de nuestros amigos, los que no conocemos, aquellos que no tienen quien rece por ellos, y los encomiende, para que perdonadas sus faltas el Señor los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Y pidamos los unos por los otros, para que comprendamos en profundidad lo que es ser bautizados, para que abramos el corazón a la presencia del espíritu santo, para que apreciemos a qué precio hemos sido rescatados y salvados, al precio de la sangre de Cristo redamada en la cruz. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Escucha Padre Santo estas súplicas y acoge también aquellas que han quedado en nuestros corazones pero que Tú conoces. Te las presentamos por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor, Amén.

Ahora como hermanos, recemos con la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó; la oración en la que nos enseñó a llamar a Dios Padre y también a llamarnos por eso unos a otros hermanos:

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy el pan de cada día.

Perdónanos nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación,

Y líbranos del mal. Amén

Dios todo poderoso, concédenos que la gracia recibida en esta Pascua, permanezca siempre en nuestra vida, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Una alegría haber compartido este rato con ustedes. Que la alegría de la Pascua nos acompañe, que esta semana y la compartamos, con nuestra familia, con nuestros amigos, con todos los que encontramos en nuestro camino. Un abrazo, los quiero.

Les habla desde Santiago de Cuba Rafael Ángel López el párroco de la Catedral. Que tengan un feliz fin de semana.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Guion, grabación, edición y montaje: Erick Guevara Correa

Dirección general: María Caridad López Campistrous

Fuimos sus locutores y actores. Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung

Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA

(Música, Resucitó el Señor, Cristóbal Fones sj)

 

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