Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Domingo de Ramos
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
28 de marzo de 2021

“Bendito el que viene en el nombre del Señor” Juan 12,13

Hermanos,

Con esta celebración comenzamos la Semana Santa. Es la apertura, el inicio. El altar después de estar despojado de flores durante toda la Cuaresma, hoy tiene el adorno de los ramos benditos. Estamos iniciando estas celebraciones, en las cuales nosotros vamos a contemplar los mayores misterios de la historia de la Salvación. Vamos a comenzar recordando aquellas dos palabras del Miércoles de Ceniza. Este es un tiempo que tenemos que vivirlo en verdad y en honestidad.

Las celebraciones de la Semana Santa comienzan con alegría. Yo quiero decir y me hace bien pensar que, esa alegría es el deseo que tienen todos los hombres, creyentes y no creyentes, todos anhelamos la felicidad, el bien, todos anhelamos una larga vida, todos anhelamos sentirnos hermanos unos de otros, ese es el deseo del hombre, que no se puede quitar del corazón del hombre. Y ese deseo, ese anhelo, vamos a decir así, podemos decir así, esa predisposición del hombre de buscar la felicidad y de buscar el bien, creo que está muy bien recogido en este inicio de la Semana Santa.

Comenzamos con la alegría de un pueblo contento, regocijado, porque el hijo de David, el Salvador, el Mesías prometido había entrado en Jerusalén. Y como ellos esperaban que precisamente esa venida del Mesías iba a ser una presencia, en que el pueblo de Israel se iba poner por encima de todas las naciones, que todos los momentos duros pasarías; que vendría esa seguridad de una felicidad y un bien en la cual las guerras estuvieran apartadas, y en la que el pueblo de Israel sería casi el que dominara todo… ellos se sentían contentos. Anhelaban la felicidad y el bien como todos nosotros lo anhelamos. Por eso sintámonos representados por este pueblo, que espontáneamente busca los mantos, se los quita, se lo ponen al burrito, se lo ponen en el piso, claman con palmas, como si Jesús hubiera sido el rey. Es el hijo de David y lo tenían como un rey. Era el Mesías. Ha venido el Salvador.

De ahí hermanos que nosotros tengamos la sana costumbre, la santa costumbre de tener en nuestras casas y llevar a nuestras casas, los ramos que se bendicen en el templo. ¿Y los ponemos dónde? En las puertas de nuestras casas, en un lugar significativo, en nuestros cuartos; los ponemos ahí como queriendo decir, yo le doy la bienvenida a Jesús, mi Rey, mi Salvador, mi Mesías, en mi hogar, yo quiero que Él sea un huésped permanente, yo quiero que Él vaya rigiendo mi hogar e impregnándolo de su presencia. Eso es lo que significa el ramo bendito. Cada vez que lo contemplamos, nos acordamos de Jesús y del deseo de felicidad y de salvación que tenemos todos. Sabiendo que tenemos el ramo bendito, nos acordamos de Jesús, de su presencia salvadora y de su acción benéfica para mí y para toda la familia.

Así comienza. La alegría, el deseo. Termina con la Resurrección, que es el momento en que esa felicidad que anhelamos, el Señor nos descubre que no es solamente temporal, como pensaban los judíos, un rey que iba a poner a Israel por sobre todas las naciones. No, esa historia, ese bien, esa felicidad, consistía en destruir al mal, al pecado y a la muerte; eso lo consigue Jesús a través de su entrega generosa, haciendo la voluntad de Dios, muriendo en la Cruz para salvarnos. Pero sabiendo que al tercer día Resucita; entonces Él nos llama, a todos nosotros a vivir eternamente junto a ÉL. Él nos ha precedido. Por eso es que san Pablo dice tan clarito, que tenemos que recordarlo siempre, “si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe”, nuestras prácticas religiosas. Si no tenemos esto bien firme en nosotros.

Por eso es que Pablo, lo vamos a ver después en el tiempo pascual, cuando le preguntan, cuando él quiere decir quiénes son ellos, los discípulos, los apóstoles que empiezan a predicar, es lo primero que dice: Ése hombre que pasó haciendo el bien, ustedes lo mataron, pero Dios Padre lo ha resucitado para la salvación de todos. Ése es el centro de nuestra fe. Cuando a nosotros nos pregunten ¿y por qué tú eres cristiano?, si quieren solamente decimos, porque tengo fe en que Cristo ha resucitado para salvarme, para salvarnos.

Hermanos fíjense en la alegría del recibimiento. El anhelo y el cumplimiento. Es una felicidad, un anhelo que se cumple para la vida eterna. ¿Qué pasa en el medio? La Pasión de Jesús. Toda esa semana complicada, dramática en Jerusalén, esa semana en que el mal, la insidia se hace presente. Esa semana en que el mal se materializa a través de la envidia, del rencor. Esa semana en que empieza la gente a coger miedo; esa semana en que empiezan a manipular al pueblo, y aquellos que decían y acogían a Jesús de momento se ven presionados, por los jefes, por los sacerdotes, por toda la corte de gobernantes del momento, diciendo Él ha dicho que él es el Mesías, él tiene que padecer. De tal manera que escogieron que se soltara a un asesino, a un delincuente y no a Jesús. A Jesús decían, condénenlo, condénenlo.

Fíjense bien, fijémonos todos también, lo volátiles que somos nosotros. Si nosotros no tenemos en la gracia del Señor. Hoy decimos que recibimos, y mañana nos dejamos manipular y decimos otras cosas. Así somos nosotros, la vida es así. Si el Señor nos dejara a nuestra suerte, nosotros no sabríamos dónde estar, sabiendo que cada vez que damos un paso que no es el que Dios nos pide, aconseja, ese paso trae consecuencias nefastas sobre nuestras vidas.

Entonces nosotros vemos los personajes. Judas, el discípulo que le había acompañado durante tres años, lo traiciona, ¿por qué?, sólo Dios sabe. Pedro, aquel jorocón, yo no te voy a traicionar, unos dicen que él fue el que le cortó la oreja a Malco el soldado cuando lo fueron a prender; Pedro que siempre decía yo nunca te abandonaré Señor y Pedro lo negó tres veces. Y Pedro no estuvo al pie de la cruz, seguro que estuvo, pero de lejos mirando, de lejos mirando. Un discípulo traidor, los otros apóstoles que le abandonan, el pueblo que se deja manipular y pierde la cabeza; un gobernante que tiene miedo de dar una sentencia, qué dirán, qué me van a hacer, qué me van a decir, y entonces se lava las manos. Jesús sabiendo que él no quería sufrir pero que, si ésa era la voluntad del Padre, él lo hacía, lo aceptaba; ah Jesús, Señor aparta de mi este cáliz, esta cruz, pero que se haga tu voluntad, siempre tu voluntad. 

Así hermanos, aquellos gobernantes que lo que querían era mantenerse, lo que querían era estar ahí siempre, según sus criterios, según sus principios, y entonces hacían lo que querían, y se valían de cualquier cosa.

Gracias a Dios que también vimos a María y a Juan con Jesús en la cruz. Gracias a Dios que también nosotros vimos a aquella mujer que le limpia el rostro, aquellas otras mujeres que lloran a su paso conmovidas por el dolor de ese hombre. A Simón de Cirene que un poco obligado, pero después con gusto carga la cruz. A ese José de Arimatea, que tranquilo, que no podía decir nada, que no podía evitar nada, pero tuvo el valor de después decirle a Pilato, entrégame el cadáver de ese hombre, yo lo quiero enterrar.

Así somos nosotros hermanos, somos capaces de lo bueno, pero también somos capaces de lo malo. En ese momento la gente se olvidó de todo lo que Jesús había hecho, en Galilea, en Jerusalén, y en el entorno de Jerusalén. Se olvidó, como tal vez nosotros nos olvidamos de todo lo que Dios ha hecho con nosotros, la fe que vivimos de niños, de jóvenes, de adultos… porque somos olvidadizos muchas veces, y hay veces que somos más olvidadizos para las cosas de Dios. Muchas veces nos sentimos seguros que ya hemos resuelto todo, utilizando ese verbo tan común entre nosotros, y nos olvidamos de todo lo que Dios ha tenido que ver para que nosotros alcanzáramos esa dicha, que muchas veces gozamos. O hay veces que nos olvidamos de pedirle al Señor que en los momentos duros esté al lado nuestro. Porque si no, no encontraremos paz, no tendremos esperanza.

Por eso hermanos, comencemos la Semana Santa. En verdad, como nosotros somos, siendo honestos con nosotros mismos. Es el momento de reconciliarnos con Dios. Yo los invito en esta semana que seguramente va a haber tantas limitaciones por la pandemia, a que hagamos un tiempo para buscar al sacerdote y decirle yo quiero conversar con usted, tal vez yo deba confesarme. Qué tiempo hace que no lo hago, qué tiempo hace que no hago un examen de conciencia, qué tiempo hace que no me pregunto Señor tu moriste en la cruz por mis pecados y qué yo hago para evitar el pecado.

Hermanos, esta es la Semana Santa, si a eso le unimos a que nosotros tenemos que cargar con nuestra cruz. Porque cada uno de nosotros tiene una cruz. Si nosotros sumamos esta otra parte de cargar la cruz, nos damos cuenta de que cargar la cruz, sin pensar en un Dios redentor, es una inutilidad, una inutilidad. La cruz tiene sentido, el sufrimiento tiene sentido, y la vida del hombre siempre es de cruces, siempre habrá cruces. Unas las evitaremos, unas las apartaremos, pero otras quedan; algunas, producto de mi propio actuar, de mi propio pecado, otras que vienen de fuera. Si nosotros no nos damos cuenta de que hay un Dios que sabe juzgar los corazones, un Dios que para hacerse uno con nosotros se hizo hombre y murió en la cruz, no tiene sentido el sufrimiento, no tiene sentido. El sufrimiento donde únicamente tiene sentido, es contemplando la luz de Cristo, y en ese momento, mi sufrimiento se une al de Cristo y mi sufrimiento entonces, es también redentor, como es el de Cristo.

Por eso hermanos, vivamos esta Semana Santa así, con honestidad, con verdad, viendo lo profundo de nuestro corazón, contemplando a Cristo, conmoviéndonos con su sufrimiento, y a la vez decirle Señor yo quiero ser fiel, yo quiero estar al pie de la cruz, aunque Pedro te haya negado, aunque yo te haya negado otras veces, yo quiero estar junto con Juan el discípulo, allí en la cruz. Sabiendo nosotros que al tercer día resucitó, y que él nos llama para vivir la vida plena y eterna junto a Él.

Que Dios nos ayude a todos a vivir así este tiempo de Semana Santa.

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