Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía IV Domingo de Cuaresma
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
14 de marzo de 2021

“Para esto he venido al mundo… para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos” Juan 9,39

Hermanos,

Preciosas las lecturas de todos los domingos, de todos los días de Cuaresma, pero sobre todo los domingos de Cuaresma. Si nosotros repasamos, y creo que debemos hacerlo, porque desde el mismo miércoles de ceniza dije que la imagen que podíamos utilizar para vivir la Cuaresma era precisamente la de caminar una cuesta, una loma, para llegar al Getsemaní, allí donde Cristo se ofrece por nosotros en la cruz para salvarnos.

Así todas las semanas vamos dando un paso, vamos escalando un poquito más, y en cada paso la iglesia nos propone alguna idea que nos haga meditar durante toda la semana. La misa dominical es precisamente eso, celebrar la victoria de Dios; la comunidad cristiana es una comunidad de alabanza, de fe, que se reúne para alabar al Señor y para compartir como hermanos fraternalmente, pues precisamente esa comunidad cristiana necesita durante la semana, vivir plenamente, vivir un poquito más, en profundidad lo que hemos escuchado el domingo.

Acuérdense que debemos de partir, así dije en el miércoles de ceniza, de la verdad y de la coherencia. La loma empezamos a subirla, la cuesta, en la verdad y en la coherencia. Entonces tenemos que apartar todo lo que no sea verdad y coherencia, o tratar de apartar porque somos débiles. El segundo domingo las tentaciones, todos somos tentados, y repito no hay que temer ser tentado, hay que evitar la tentación, porque la vida está llena de tentaciones que nos quieren apartar de Dios, y del bien. El otro domingo la Transfiguración; era la victoria del Señor, que Él le quiso manifestar a sus discípulos, para que éstos pudieran cargar con su cruz, como a nosotros que nos invita, estás subiendo la loma, tienes sed, estás cansado, tienes que llegar al Getsemaní, pero para que veas que no todo es esta cruz acuérdate que al final vas a encontrar la resurrección. Por eso Cristo se manifestó pleno, resucitado, entre Moisés y Elías.

El domingo pasado vimos un pasaje que yo les dije que era una joyita literaria, al igual que el de hoy, el pasaje era el del agua viva. Jesús le dice a la samaritana, tú me pides agua de beber, pero yo te voy a dar a ti un agua viva que salta hasta la vida eterna; ella hablaba en términos de lo inmediato, es decir del agua que mata la sed, pero que luego volvemos a tener sed en la vida, y Jesús hablaba del agua de vida eterna, el Espíritu Santo que nos anima en la vida para alcanzar la vida eterna.

Hoy ya no es el agua, hoy el signo es la luz. Y si nosotros buscamos en las lecturas, nos damos cuenta de que el mismo Jesús nos dice en esta segunda lectura, Yo soy la luz del mundo y he venido a iluminar el mundo. En otro tiempo, dice Pablo a los Efesios, ustedes eran de las tinieblas, ahora son hijos de la Luz en el Señor, caminen entonces como hijos de la luz. Fíjense bien hermanos que el término luz, iluminación, es un término que precisamente se pone en este cuarto domingo de Cuaresma para darnos cuenta de que necesitamos para vivir en la verdad y en la coherencia, la luz de Cristo que nos ilumina.

Aquí pasa exactamente igual. El ciego se queda al principio, en que el Señor le ha devuelto la vista; los amigos del ciego, aquellos que pasaban por ahí y le veían, solamente se fijaban en que Jesús le había devuelto la vista, podía ver. Los fariseos, siempre pensando mal, como nos lo presentan y así ha sido casi siempre, no vamos a ser absolutos, ellos también decían este hombre no puede hacer eso, y como estaban envueltos en las tinieblas llegaron un poquito más a maquinar, este hace estas cosas no en nombre de Dios sino en nombre del diablo. Fíjense bien como las tinieblas llegan a transformar a las personas.

Los padres, se daban cuenta que su hijo había sido ciego, lo sabían, tenían miedo. Hay veces hermanos que el miedo nos hace hacer tal cantidad de cosas, tal cantidad de cosas. Entonces los padres se limpian y dicen, pregúntenle a él que ya es mayor, y ahí es donde viene el encuentro con Jesús. Anteriormente al encuentro con Jesús, había sido expulsado de la sinagoga. Qué difícil que el mal acepte que está equivocado, y es capaz de hacer cualquier cosa: discriminar, separar, marginar, atacar al otro, decir mentiras… como que Jesús estaba en manos de las tinieblas, en manos del mal y del pecado. El mal es así, el mal es así.

Entonces es, cuando este pobre hombre, ciego de nacimiento, se da cuenta de que está ante un profeta; ellos mismos criticaron tanto que él se dio cuenta de que este hombre tenía que ser alguien excepcional. Y entonces el Señor le dice, Soy yo, yo soy el Mesías, el Señoryo creo en Ti. Fíjense bien que necesitó ser iluminado por un proceso, que ese proceso para cada uno es diferente, pero lo que tenemos que hacer es dejarnos llevar en la verdad, como este ciego, que fue dando pasitos, los amigos, los fariseos, la familia, hasta que se encuentra con Jesús.

Entonces hermanos, las lecturas de hoy nos dicen que en esa cuesta que tenemos que subir, necesitamos luz. Las personas que viven en el campo, en el campo cubano, cuando chiquito me acordaba que cuando salían por los trillos llevaban una tea encendida, qué otra cosa había, no había nada más. Necesitamos luz para caminar en las tinieblas, necesitamos luz para entender el sentido de las cosas y de la vida, necesitamos luz para saber cuál es el destino del hombre, su sentido. Repitiéndolo de nuevo. Esa luz es Cristo, que es el camino, la verdad y la vida. Yo soy la luz del mundo, y nosotros entonces somos hijos de la luz.

Hermanos recordemos que, en los primeros tiempos de la Iglesia, al bautismo se le llamaba la iluminación. Una persona bautizada, era una persona que ya estaba iluminada, ¿iluminada por quién?, por Cristo. Era una persona que era capaz de ver en las tinieblas del mundo, en este mundo, era capaz de ver la luz que le daba sentido y que explicaba el porqué de todas las cosas. Cuando nosotros estamos en un cuarto oscuro, en una noche oscura, estamos rodeados de objetos, de personas, y no vemos nada, no sabemos si están o no están; cuando se enciende una pequeña mechita nos damos cuenta de que existen las columnas, están las personas, está la cruz.

Necesitamos la luz si nosotros estamos en el mundo, así nosotros somos hechos, de pequeños vemos y no entendemos, de mayores vemos, entendemos y muchas veces nos confundimos; de mayores muchas veces las tinieblas opacan toda luz, y se presentan como el bien. Si no tenemos la luz de Cristo para iluminar nuestras vidas, nosotros no vamos a entender qué Dios quiere de nosotros, no vamos a entender lo que verdaderamente yo significo y yo valgo; si no tenemos esa luz de Cristo puede ser que nos consideren un número más, alguien más del que uno puede prescindir en un momento determinado. Y ahí es donde viene la injusticia, ahí es donde viene la muerte de tantos inocentes, ahí es donde viene que el hombre no se le dé el valor que tiene, en su dignidad y en sus derechos, y entonces cualquier sistema lo puede manipular. Si no tenemos la luz de Cristo, perdemos precisamente la realidad verdadera, nos daremos cuenta que existen las cosas, que las cosas valen, y sobre todo, nos daremos cuenta de que Dios nos ama.

Hermanos que Dios nos ayude en este IV domingo de Cuaresma, ya preparándonos para la Semana Santa, a que nosotros deseemos ser iluminados por Dios. Yo les pido a todos que recordemos nuestro bautismo, esa fue nuestra iluminación, aunque nos bautizaran de pequeños, a lo mejor hay muchos de ustedes que han sido bautizados de mayores. Que recordemos eso, que recordemos esa luz que iluminó nuestras vidas, nuestra existencia, y que nosotros la apreciamos, la quisimos, le pedimos a Dios que nos la conservara siempre; y también recordemos aquellas veces que nos hemos dejado llevar por las tinieblas o aquellas veces que nos hemos tapado la luz porque no hemos querido verla en determinados momentos. Hermanos, pero todo eso tiene que ser, en la verdad y en la coherencia; así nosotros podremos con un corazón limpio, puro, sincero, coherente, mirar al Señor y decirle Señor he pecado contra el cielo y contra ti, pero tú eres mi Padre, ilumíname. Vamos a pedirle al Señor que nos ilumine siempre en la vida para marchar por el camino del bien.

Que Dios nos ayude a todos a vivir así.

 

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