Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía Domingo IV del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
31 de enero de 2021
“¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Marcos 1, 27
Hermanos,
Estamos en el comienzo del año y la iglesia sigue presentando esa llamada de Jesús a los apóstoles. El domingo pasado hemos visto como llamó a Pedro, a Andrés, a Santiago y a Juan, y les decía ven y sígueme; también cuando les dijo “vengan y vivan conmigo para que me conozcan”. Nosotros también como discípulos del Señor en esta etapa antes de llegar a la Cuaresma tenemos que vivirla en el mismo sentido, imaginemos que el Señor nos llama y que el Señor nos dice vengan, óiganme, escúchenme, vean lo que hago. Ésa es la etapa espiritual que debemos de recorrer en este tiempo.
Las lecturas de hoy son claras. En la primera lectura del Deuteronomio se nos recuerda que Moisés, aquel que había hablado que era la boca de Dios, y además a través de él Dios se manifestaba, no solamente diciendo sus palabras, sino sus obras liberando al pueblo de Israel. Nosotros vemos que llega un momento en que Moisés dice, seguramente pensando que él iba a morir, qué sucedería después; y entonces dice unas palabras fuertes al Señor, “ya yo no sirvo, ya yo no puedo, es mucho lo que tú me has pedido”.
Hermanos cuando nos sintamos así, no nos desesperemos, hay veces que uno no se da cuenta del gran poder de Dios que es capaz de sortear todas esas dudas nuestras. Pero el Señor le escucha y le dice, yo voy a suscitar uno como tú, es decir un profeta, un hombre como tú que él sí que les va a enseñar cuál es mi palabra; y hay que seguirlo, porque el que no lo siga se sabe que se está apartando del camino de Dios.
Moisés vivía la tradición del pueblo de Israel, vivía aquel concepto de Dios que Dios era tan grande, tan trascendente, que nosotros criaturas, jamás podíamos casi que ni imaginarnos cómo era, De tal manera que había una costumbre, un dicho en Israel, una sentencia que decía que nadie puede ver el rostro de Dios. Precisamente es Moisés el que se queda así, ya Señor es mucho lo que yo he recibido de ti, tengo miedo. Eso se vivía. Él vio el rostro de Dios. Y el Señor manda a uno de la misma naturaleza que Moisés.
Pero fíjense bien las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Si en el Antiguo se decía que no se podía ver el rostro de Dios, porque Dios estaba allá y era todopoderoso, y a veces se le veía un poco duro y recio. El Señor Jesús, que es ese Mesías prometido, cambia todo el mensaje. Ya no es el Dios escondido que hay que temer, sino el Dios cercano, presente, amoroso, que se hace carne y sangre para que nosotros lo sepamos ver, para que nosotros podamos oírlo, lo podamos seguir, veamos sus obras, compartamos con él. Él se hace presente, es la imagen de Dios Padre.
Cuando le pregunta un discípulo, Señor muéstranos al Padre dice, “hace tanto tiempo que estás conmigo y no descubres que la naturaleza mía es divina, que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. Entonces hermanos no tenemos que tener miedo. Cuando veamos una imagen que representa a Cristo, a la Virgen, los Santos, que son la muestra de la obra de Dios en medio de nosotros, entonces no tengamos miedo, porque Dios ya no es invisible. Dios se hace visible. Y nosotros que el Señor nos dio los sentidos tenemos el derecho y la oportunidad, de representar ese amor de Dios a través de las imágenes, no tengan miedo hermanos, no tengan miedo. Esos son escrúpulos, que uno tiene que vencer, porque todos nosotros sabemos que no adoramos las imágenes, nosotros veneramos aquello que significan las imágenes.
Ese Dios todopoderoso, ese Dios que habla y hay que seguirle, en el Evangelio vemos como el mismo Jesús se manifiesta, y dice el texto todo el mundo se asombraba de la fuerza de la palabra de Jesús, este hombre habla no como que repitiera cosas, sino que la autoridad sale de sí mismo. Y cuando aquel demonio es expulsado, es decir, la representación del mal. ¿y este poder de dónde le viene? Ese es el profeta que le habían prometido a Moisés para que guiara al pueblo de Israel. Por eso nosotros tenemos que escucharlo y tenemos que seguir su voz. Eso es lo que todos nosotros hoy hemos rezado, Señor que siempre sigamos tu voz, que escuchemos tu voz y la sigamos siempre.
En esta misma línea caemos en la segunda lectura que es la carta a los Corintios. Yo les propongo a ustedes que en sus casas abran la Biblia en 1ra a los Corintios y busquen qué dice Pablo en ese capítulo 7. Ustedes saben bien que Pablo cuando visitaba una comunidad y se iba, dejaba una serie de lazos, de amistad, de relación pastoral; y cuando esa comunidad tenía una dificultad que no sabía cómo resolverla le escribían a Pablo. La Carta a los Corintios, es una carta en la que el resuelve muchas situaciones de esas preguntas que le hacían.
Una de las preguntas que le hacen a Pablo es precisamente ¿qué tenemos que hacer, el matrimonio, la familia…? Pablo que se sepa no se había casado, ¿hay que permanecer virgen, sin casarse, siendo célibes o tenemos que casarnos? Pablo sabiamente hace una descripción del valor del matrimonio, del valor de la virginidad, del celibato, diciendo el Señor no obliga, lo que pide es que cada uno siga su vocación y Él les dará la fuerza para eso. Por eso dice, si alguien cree que no puede vivir el celibato y la virginidad, que se case, para que no sienta tormentos en su vida. Y dice, pero si alguien también quiere entregar toda su vida al servicio de Dios que permanezca así, porque eso es lo que Dios le pido.
Entonces hermanos, estas lecturas están puestas en este momento en que nosotros que somos discípulos que nos estamos formando para seguir a Jesús, aunque llevemos 60 años en la Iglesia siempre nos estamos formando para seguir a Jesús, nos hace ver a nosotros, que tenemos que tomar el seguimiento del Señor como nuestro mayor bien, y nuestro mayor objetivo. Recuerden el domingo pasado que decía “aquel que tenga un campo es como si no lo tuviera, aquel que tuviera un negocio que viva como si no lo tuviera, aquel que esté casado que viva como si no tiene mujer”; y decíamos que nadie puede vivir así, en algo así tan tieso, sino que hay que darle importancia a lo que vale.
Lo que vale es la Palabra de Dios, porque la Palabra de Dios ilumina todo el resto de nuestra vida, y para eso tenemos que pedirle con insistencia, Señor has que yo escuche tu voz, porque yo sé que Tú eres el único Salvador, yo sé que Tú tienes palabras de Vida eterna, yo sé que tu poder y tu sabiduría viene de Dios, es Dios mismo que nos habla. Tú tienes poder para apartar el mal.
Hermanos que Dios nos ayude a vivir así y a recordar esto, porque la vida hay veces que nos lleva por veinte mil lugares que a lo mejor después nos arrepentimos, no queremos llegar, o no sabemos cómo salir. Volvamos a la Palabra de Dios, volvamos, y el Señor hará que en nosotros fructifiquen muchos frutos de santidad y de bien.
Que Dios nos ayude a vivir así.